martes, 24 de octubre de 2023

Rivales: Capítulo 2

 —¿Piedra, Papel o Tijera? —preguntó él.


—Vale —dijo Paula, confiando en que no empezara a llover.


—A la de tres —dijo el hombre. Paula asintió con la cabeza. Y al unísono, dijeron—: Una, dos, tres.


Él extendió la mano boca arriba mientras que Paula sacó dos dedos e imitó el movimiento de una tijera a la vez que decía:


—La tijera corta el papel.


Él sacudió la cabeza.


—Estaba seguro de que ibas a sacar una piedra.


—Siento haberte desilusionado.


—Yo no diría que me hayas desilusionado.


El hombre abrió la puerta para ella, pero antes de cerrarla, se inclinó hacia el interior. Su expresión se había transformado y reflejaba la misma intensidad que sus ojos.


—Ya que me dejas sin transporte, puedo… ¿Puedo pedirte un favor?


—Supongo que sí —contestó Paula con cierta inquietud.


Pero el hombre sacudió la cabeza, y a la vez que hacía ademán de erguirse, dijo:


—Olvídalo. Es una locura.


 Pero Paula insistió.


—En serio, dímelo. Es lo menos que puedo hacer.


El hombre vaciló brevemente.


—Voy de camino a una cita que puede cambiarme la vida.


—¿Una entrevista de trabajo?


—En cierta forma, sí.


Paula asintió comprensiva. Era su misma situación.


—¿Qué favor querías pedirme?


Él le miró los labios.


—¿Puedo… Puedo pedirte un beso de buena suerte?


Paula dejó escapar una risita nerviosa al tiempo que sintió un hormigueo en el estómago.


—Tengo que darte puntos por originalidad. Nunca había oído nada igual.


El hombre apretó los ojos con un gesto de mortificación que ella encontró preocupantemente encantador.


—¡Qué vergüenza! Olvídalo.


Volvió a erguirse. En un segundo cerraría la puerta y el taxi arrancaría. También ella necesitaba suerte. Y qué tenía de malo dar un beso a un desconocido. En una ciudad de ocho millones de habitantes, era imposible que volvieran a coincidir. Sin pensárselo dos veces, Paula le tiró de la chaqueta y lo atrajo hacia sí. Sus labios chocaron torpemente antes de acomodarse. La presión de los de él fue firme y delicada. Lara supuso que con eso, él se incorporaría y ella seguiría su camino. Pero el hombre posó una mano en su mejilla y se la acarició con el pulgar antes de deslizar los dedos hacia su cabello. Ella cerró los ojos y suspiró.


—¿Va a entrar o qué? —preguntó el taxista, malhumorado.


Su intervención fue como un jarro de agua fría sobre la hoguera que había estallado en el interior de Paula. El hombre sonrió, azorado. Ella, que era poco dada a las demostraciones afectivas en público, sintió lo mismo.


—No, la señora ha ganado justamente —dijo él.


—Buena suerte —Paula alargó la mano para apretarle los dedos.


—Gracias —el hombre miró sus manos unidas—. Puede que ya no la necesite.


Luego cerró la puerta y alzó el pulgar al conductor. Cuando el coche arrancó, ya no sonreía. De hecho, sacudía la cabeza con la mirada en el suelo. Pero parecía más desconcertado que molesto, incluso cuando el cielo se abrió y empezó a diluviar.


Paula tuvo que hacer un esfuerzo sobrehumano para recuperar la concentración. No era el momento de pensar en guapos desconocidos con labios sensuales. Se miró en el espejo retrovisor y vió que estaba despeinada y se le había borrado el lápiz de labios. No pudo evitar sonreír al pensar que había valido la pena. Sacó su bolsa de maquillaje y aprovechó el trayecto para retocarse. Una segunda capa de mascara contribuyó a disimular el cansancio de sus ojos. Había dormido mal por los nervios. Aquel era un gran día. Iba a saber quiénes se interponían entre ella y el lugar que le correspondía por derecho propio en la cocina del Chesterfield.

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