jueves, 19 de octubre de 2023

Eres Para Mí: Capítulo 54

El caliente sol de la tarde se reflejó en las ondulantes aguas del mar Mediterráneo y en los embellecedores cromados del lujoso yate. Pedro vió su imagen reflejada en el cristal de la ventana de la cabina principal y se pasó ambas manos por el cabello. Así que ése era el aspecto de un multimillonario. Había trabajado toda la vida para llegar donde estaba. Habían pasado el lunes entero negociando hasta bien entrada la noche, pero por fin habían cerrado el trato. En sólo dos días, Alfonso Tech formaría parte de PSN Media, y todos los empleados conservarían su empleo o conseguirían una jubilación anticipada muy jugosa. Y él iba a convertirse en el miembro más joven de la junta directiva, con un salario, un estatus y acciones de la empresa acordes con su nueva posición. Y la Fundación Ana Alfonso ya era una realidad. La pena era que nunca se había sentido tan mal y tan perdido en su vida. Echaba a Paula y a Nicolás tanto de menos que casi le dolía físicamente. Era con Paula con quien quería estar celebrando sus logros, no con hombres bien vestidos y buen champán mientras Fernando se cercioraba de que los contratos estaban redactados correctamente antes de que él los firmara. No había tardado en darse cuenta de que se había estado engañando a sí mismo. Había esperado que Paula sacrificara su vida para sustituirla por… ¿Por una bonita casa con todo lo que pudiera desear y todo tipo de facilidades educativas para Nicolás? Y, por supuesto, ningún miembro de la familia del niño. Sus abuelos, por Internet, no podían jugar al fútbol con él ni ir a sus fiestas de cumpleaños. Había querido que ella hiciera todos los sacrificios y dejara su hogar por la bonita jaula que él le había prometido, sin que él tuviera que renunciar a nada. Ella se merecía mucho más, por mucho que él la amara. ¿Amor? Contuvo la respiración. Sí, estaba enamorado de Paula Chaves y también quería a Nicolás como si fuera hijo suyo. Horacio Alfonso le había demostrado que era posible ser el padre del hijo de otro hombre, pero jamás había creído posible experimentarlo por sí mismo. Hasta ese momento. La idea le asustó, le entusiasmó y le llenó de felicidad. Pero aún no le había dicho a Paula lo mucho que les quería y lo especial que ella era para él. Había estado a punto de hacerlo la noche que le había dado a Nicolás su San Cristóbal, pero no se había atrevido a prometer algo que no sabía si podía cumplir. Y había sido un idiota. De repente, notó que Fernando le daba un codazo disimuladamente y que Antonio Smith, el presidente de PSN Media, sentado a la mesa de cristal, alzaba el rostro con un bolígrafo en la mano. Al instante, Pedro aceptó el bolígrafo de la mano de Antonio, estampó su firma en tres sitios diferentes y dió una palmada en el hombro a su nuevo jefe.


–Lo siento, chicos, pero tengo que marcharme. Se me hace tarde para una cita.




Paula miró por el parabrisas del sólido vehículo de tracción a cuatro ruedas que sus suegros le habían regalado apenas unas horas después de que les dijera que ya estaba lista para volver a conducir, e intentó no arañar la pintura con las ramas de los arbustos que flanqueaban el camino de Mas Tournesol. Había echado tanto de menos ese camino que los dos días que se había ausentado se le habían hecho casi como dos semanas. Y volvía decidida a no perder a Pedro. Anhelaba estar con él otra vez. Oyó un ladrido familiar y aminoró la velocidad hasta parar el coche. Algunas cosas no cambiaban nunca. Simba estaba tumbado en su lugar preferido, en medio de la carretera. Movió la cola rápidamente tan pronto como la reconoció.  Ella acababa de agacharse para acariciarle la cabeza cuando un coche deportivo rojo, que conocía muy bien, apareció por el camino y, haciendo chirriar las ruedas, se detuvo en seco, muy cerca de donde Simba estaba tumbado. Pedro saltó del coche y se acercó a ella antes de quitarse las gafas de sol y mirarla como si no pudiera dar crédito a lo que estaba viendo. Los dos guardaron silencio durante unos segundos; después, él sonrió y se llevó las manos a las caderas.


–Lo siento, señora, pero Sinba no habla inglés. ¿Puedo ayudarla en algo?


Ella, con el corazón latiéndole con fuerza, le siguió la broma, aunque estaba hecha un manojo de nervios.


–Hola –dijo ella tragando saliva–. Estoy buscando Mas Tournesol. ¿Es éste el camino?


–Sí, es éste, señora…


–Chaves. Paula Chaves.


–Hola, señora Chaves.


Y ambos se sonrieron.


–¿Está Nora aquí? –preguntó ella vacilante.


–Acaba de llegar –Pedro pasó una mano por el coche de ella al acercarse–. Bonito coche.


–Un regalo de los abuelos de Nicolás –entonces la intensidad de la sonrisa de Pedro hizo que su vacilación se desvaneciera y se atrevió a dar un paso hacia él–. ¿Está todo bien?


«¿Estás bien tú?».


Pedro suspiró.


–He ido a recoger a Nora al aeropuerto. Y hemos tenido una profunda conversación. Ahora iba de camino a Barcelona para tratar de hacerte cambiar de idea.


Ella sacudió la cabeza.


–Y yo he vuelto de Barcelona para hacerte cambiar de idea a tí. Pero… No lo comprendo. ¿Qué es lo que te ha hecho recapacitar? 


–Andrés Morel abandonó a las personas más importantes de su vida sólo porque tenía miedo, tenía miedo de sentar la cabeza y de estar casado. Le asustaba asumir esa responsabilidad. Yo no voy a cometer el mismo error.


Pedro se metió la mano en el bolsillo del pantalón y sacó un llavero con unas llaves. Entonces, se acercó unos pasos hasta detenerse a unos centímetros de ella. Paula alzó la cabeza y le miró fijamente.


–Nora ha decidido vivir en Londres y en París, y yo le he hecho una oferta que no ha podido rechazar, con la promesa de que será bien recibida siempre que quiera venir.


Pedro depositó las llaves en la palma de la mano de ella y se la cerró.


–¿Nora te ha vendido la casa?


–Ésta es la casa a la que siempre he querido volver. Si soy sincero, siempre la he llevado dentro de mí. Ahora sé que no podría vivir en ninguna otra parte.


–¿Por qué? Dímelo.


–Porque tú estás aquí.


Pedro le puso las manos en el rostro, sus largos dedos le acariciaron la piel, sus profundos ojos castaños se clavaron en los suyos. Ella sintió el calor del aliento de Pedro mientras, con voz temblorosa y en tono bajo, le susurraba palabras que anhelaba oír:


–Te necesito, Paula. Te amo y quiero a Nicoás como si fuera mi propio hijo. Yo puedo trabajar en cualquier parte. Puedo ir a donde quiera. Y si me quieres, estaré encantado de hacer de este lugar mi hogar. No tienes más que decirlo. ¿Vas a darnos una oportunidad?


Ella apretó los labios contra los de él.


–Sí, claro que sí. Nunca pensé que volvería a sentir esto, Pedro. Te amo. Te amo y quiero compartir mi vida contigo. Estos días me has hecho feliz.


La amplia sonrisa de él la llenó de felicidad.


–Todo esto es nuevo para mí, Paula. No quiero perderte. Ni a Nicolás.


Pedro apoyó la frente en la de ella. 


–Tengo un puesto de trabajo nuevo. Aún tendré que viajar de vez en cuando, pero haré lo posible porque mis viajes sean en fines de semana y durante las vacaciones de Nico con el fin de que podamos ir los tres juntos.


Pedro se interrumpió un momento y, entusiasmado, añadió con voz temblorosa:


–¿Te imaginas a Nico en la selva o buceando en la Gran Barrera de Coral? ¿O viendo canguros por primera vez en su vida? ¡Quiero tenerlos a los dos conmigo!


Ella se echó a reír y le sonrió traviesamente, loca de emoción.


–¡Nicolás y canguros! Puede que tengas que comprar una granja más grande para que quepan todos sus animales.


–Entonces, quédate conmigo, Paula, y haz que mi casa vuelva a ser un hogar. Podríamos dar una fiesta para celebrarlo. Empezando hoy.






FIN

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