Los ojos grises que la observaban se abrieron, desconcertados, antes de que la boca se curvara en una sonrisa.
—Mi nombre es Pedro. Pedro Alfonso—se quitó la cazadora, empapada, y la dejó en un colgador—. ¿Has disfrutado del trayecto?
—Sí, gracias. ¿Has tenido que esperar mucho a otro taxi?
—He tenido que caminar tres manzanas antes de conseguir uno.
Una gota de agua le bajó por la sien. Lara reprimió el impulso de secársela con la mano y le dio un paquete de pañuelos de papel.
—Gracias.
—Es lo mínimo que puedo hacer. De haber sabido que íbamos al mismo sitio podríamos haber compartido el taxi.
Él sacó dos pañuelos, se secó y le devolvió el paquete.
—Así que eres chef —comentó.
—Sí —y aunque estaba segura de saber la respuesta, preguntó—: ¿Tú?
—Uno de los mejores —la sonrisa con la que acompañó su fanfarronería fue tan encantadora que evitó que sonara arrogante.
—Seguro que todos los que están en esta habitación podrían decir lo mismo —respondió ella, cortante.
—Supongo que esto significa que somos adversarios —dijo él, tirando el pañuelo a una papelera.
—Eso parece —dijo Paula.
Él deslizó la mirada hacia sus labios y tras una pausa, comentó:
—¡Qué lástima!
Antes de que Paula pensara en una respuesta apropiada, un hombre salió de uno de los despachos. Debía estar en la treintena, llevaba traje y gafas, y tenía unas pronunciadas entradas. Ella lo reconoció por la ronda preliminar que había ganado hacía dos semanas. Se llamaba Gustavo Wembley y trabajaba para la cadena como productor.
—Bienvenidos a los estudios Sylvan y a su programa Desafío Chef. Enhorabuena por haber llegado hasta aquí, lo que demuestra que son grandes chefs. Otros ciento ochenta y dos no lo han conseguido. Hoy les enseñaremos la cocina del estudio; mañana y el viernes, grabaremos algunos anuncios para promocionar el programa y el lunes empezamos a grabar. Tienen que llegar a las siete de la mañana y deben calcular al menos diez horas de grabación.
—¡Diez horas! —exclamó alguien.
—Más bien doce —replicó Gustavo, impertérrito.
Aunque el programa se emitía un día a la semana, los chefs competirían tres días durante cuatro semanas. El tono animado de Gustavo se transformó en amenazante cuando añadió:
—Miren bien a su alrededor porque la semana que viene a esta misma hora, uno de ustedes habrá sido expulsado y otra u otro estará a punto de serlo.
Paula miró a su alrededor preguntándose quién sería el primero. Cuando llegó a Pedro, este resopló:
—A mí no me mires. Yo pienso llegar hasta el final.
Lara se estremeció.
—Espero que no.
Pedro enarcó las cejas.
—Al menos eres sincera.
Gustavo dió una palmada.
—Muy bien, chefs. Siganme.
Pedro caminó junto a Paula.
—Supongo que ahora te arrepientes del beso de buena suerte —comentó.
Ella miró alrededor para asegurarse de que nadie lo había oído.
—Tanto como tú de cederme el taxi —contestó ella en un tono tan bajo que él se inclinó para oírla y habría jurado que sentía la caricia de su aliento.
—Lo ganaste —Pedro miró de nuevo sus labios—. No me arrepiento de nada. Ha sido… Agradable.
—¿Agradable? —repitió ella como si la descripción no le pareciera acertada.
—¿Se te ocurre una adjetivo mejor? —la retó él.
Paula sacudió la cabeza.
—La verdad es que es un poco perturbador —continuó Pedro.
—No sé a qué te refieres —dijo Paula inocentemente.
—Yo creo que sí —dijo él, sonriendo con satisfacción al ver que la había alterado. Luego añadió—: Quiero pedirte perdón por adelantado.
—¿Por qué?
—Por ganarte —dijo Pedro con una sonrisa maliciosa.
—Eres un arrogante —dijo Paula, pero contuvo la risa a duras penas.
Por delante de ellos, Gustavo continuaba hablando:
—A cada uno se les ha asignando un puesto de trabajo al azar. Todos son idénticos. Hoy tendrán una hora exacta para familiarizarse con él y adaptarlo a sus necesidades. Si algo no funciona, tienen que notificarlo al personal antes de irse. Una vez empecemos a grabar el lunes, no se admitirán reclamaciones — concluyó con expresión severa.
El grupo había llegado a la puerta del estudio. Como estilista culinaria, Paula contaba con la ventaja de estar familiarizada con las cámaras y los focos, pero cuando entraron, se unió a las exclamaciones de admiración de sus compañeros.
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