jueves, 12 de octubre de 2023

Eres Para Mí: Capítulo 41

Ella se había echado por encima un antiguo edredón hecho con  retales y estaba sentada con las rodillas dobladas y pegadas al pecho. Parecía tener frío; se la veía temblorosa, asustada, triste y vacía. Era como si su natural alegría la hubiera abandonado. Y cuando habló, le hizo la pregunta más ridícula que había oído en su vida.


–¿Soy una mala madre, Pedro?


Estaba tan sorprendido que, en vez de contestar, volvió el rostro hacia la chimenea con el fin de esconder sus emociones y echó unos troncos al fuego.


–Adoro a Nicolás y quiero que sea feliz –continuó Paula con voz trémula– , pero es posible que los padres de Cristian tengan razón. Quizá debería irme a vivir a Barcelona. Allí, Nico tendrá una educación mucho mejor, y dinero y… Jamás tendrá que preocuparse por si se va la luz, no volvería a asustarse de la oscuridad –hizo una pausa momentánea, para recuperar la voz que se le había quebrado–. ¡Estaba tan asustado! No quiero que se asuste. No quiero.


Ella estaba llorando, las lágrimas le resbalaban por las mejillas. No había logrado contener por más tiempo sus temores y preocupaciones. Por eso fue por lo que Pedro hizo lo único que podía hacer: Se sentó al lado de ella en el sofá, la rodeó con sus brazos, tiró de Ella hacia sí y la consoló. Pedro cerró los ojos y trató de asimilar el cambio de la Ella que había bromeado y reído unas horas antes, y la triste Paula a la que estaba abrazando en esos momentos. Disfrutó teniéndola contra su cuerpo; pero, al momento, se sintió culpable por estarse aprovechando de la vulnerabilidad de ella. Con la barbilla apoyada en la coronilla de Paula, la abrazó con más fuerza, desesperado por pasarle su calor. El perfume de ella se mezclaba con la suave fragancia a lavanda del edredón y con el aroma de su cuerpo.  Era un olor único, fuerte y embriagador. Un aroma que le hizo desear no soltarla jamás. Ella se apretó contra él. Poco a poco. Y el corazón de él se deleitó. No intimaba con nadie. Nunca. Sin embargo, ahí estaba, abrazando a esa maravillosa y sorprendente mujer con un hijo que dormía en el piso de arriba. ¿Cómo había ocurrido? Apenas se conocían y, sin embargo, se sentía unido a ella. ¿Podía ser por la casa? No lo sabía. Despacio, pegó la mejilla al cabello de ella antes de hablar en voz baja y suave.


–Sólo he pasado aquí un día, pero en ese corto periodo de tiempo me he dado cuenta de una cosa, de que Nicolás es un niño muy, muy afortunado. Tú le has dado cosas que no se pueden comprar con dinero. Es un niño extraordinario. Deberías estar orgullosa de tu hijo y de cómo le estás enseñando –entonces, Pedro le agarró unas hebras de pelo y se las sujetó por detrás de una oreja.


Pedro se echó hacia un lado ligeramente para poder levantarle la barbilla. Se miraron. Él alzó la mano derecha y, con el pulgar, le secó una lágrima. Ella tenía la piel suave y comenzaba a recuperar el color.


–Eres una madre estupenda, maravillosa, Paula. No permitas que nadie diga lo contrario, nunca. ¿De acuerdo?


–De acuerdo –susurró ella.


Y los labios de Paula se curvaron hacia arriba en una tímida sonrisa, tan cálida y tierna que… Que sólo consiguió reavivar la atracción que sentía por ella. Y Paula le sorprendió al sacar una mano de debajo del edredón y ponérsela en el pecho al tiempo que se acurrucaba contra él de nuevo, apoyaba la cabeza en su hombro y suspiraba de satisfacción. Un suspiro que le llegó al alma. La sangre le hirvió en las venas. La suave presión del rostro de ella en el pecho le deshizo, haciéndole pensar en cosas como confianza, cariño, compromiso… 

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