jueves, 31 de marzo de 2022

Secreto: Capítulo 28

 —Pedro, es fabuloso…


Vió que él la observaba atentamente, como si le importara mucho su reacción.


—No está mal, ¿Verdad? —dijo él, sonriendo satisfecho.


—Es una maravilla. Voy a sentarme para apreciarlo mejor.


Para entonces, era extremadamente consciente de que seguían agarrados de la mano, y sentía el calor de la palma de él y la presión de sus dedos conforme la sujetaba firmemente y a salvo. Le costó soltarse de él, para sentarse en el suelo arenoso. Pedro se acercó entonces a la boca de la cueva y, agachándose, apreció la vista. Le encantaba aquel lugar, con sus pozas cristalinas reflejando el cielo y las espectaculares formaciones de arena de aquel paisaje milenario. Siempre le emocionaba aquella grandeza. Ese día, sin embargo, intentó imaginarse qué le parecería a Paula. No sabía por qué le importaba tanto, pero esperaba que comprendiera por qué significaba tanto para él. Por lo menos, ella era capaz de estar en silencio. Parecía contenta empapándose del ambiente, o tomando fotos con su pequeña cámara digital. Pedro se recostó sobre una pared de arenisca. Oyó el canto lejano de las cacatúas y contempló a un par de aves que se refrescaban en el agua. Transcurrido un rato, preguntó en voz baja:


—¿Y bien? ¿Qué te parece?


—Es bellísimo —respondió Paula suavemente—. Casi resulta… Espiritual. «Una buena respuesta».


—Es espiritual —recalcó él—. Al menos, para los aborígenes.


«Y para mí también», pensó, recordando la cantidad de momentos duros en su vida en que había ido hasta allí para encontrar algo de paz. Gateando, Paula se le acercó un poco. Se sentó a lo indio y contempló el paisaje.


—Es increíble. Inolvidable —murmuró, y tomó algunas fotos—. Seguro que este cañón lleva aquí toda la vida. Si un dinosaurio saliera de detrás de una de esas rocas, no resultaría extraño.


Tenía el rostro relajado, y los ojos le brillaban de emoción. Pedro se obligó a desviar la mirada, y se concentró en un lagarto que desapareció por una grieta. Tenía ganas de que a Paula le gustara aquel lugar, pero no esperaba que captara tan bien su misterio atemporal.


—¿Es una locura sentir que hay alguien aquí? —preguntó ella—. ¿Un espíritu bueno que nos cuida?


A él se le hizo un nudo en la garganta. Necesitó un momento antes de responder.


—Ninguna locura. Por eso amo este lugar. Cuando llego aquí y me empapo de este silencio, siempre me siento más fuerte y capaz. Los aborígenes lo llaman «Escuchar a la tierra».


Se giró y vió que Paula asentía lentamente, con una hermosa sonrisa que iluminaba su rostro. 


—Escuchar a la tierra —repitió suavemente—. Me gusta eso. Solía hacerlo a menudo de pequeña en Vermont. Me encantaba ir caminando al colegio, bajo los arces y los abedules.


Pedro se puso en pie y se acercó al borde de la cueva, a punto de llorar. Nunca habría imaginado conocer a una mujer como Paula, encantadora, dulce y tan acorde a su propio mundo. Había estado a punto de atraerla hacia sí y besarla, de saborear su sonrisa. «Una mala idea». Ella estaba allí para ayudar a sus hijos, y regresaría a Estados Unidos para comenzar su nueva carrera profesional. Además, su estúpido novio acababa de romperle el corazón. Lo último que necesitaba era que el exmarido australiano de su prima se le insinuara. Especialmente, cuando ese hombre no sabía hacer felices a las mujeres. Por múltiples razones, sería un tonto si empezaba algo con ella. Aunque ella insistiera en que le encantaba el outback, tal vez no quisiera vivir allí. No con él. Pronto se daría cuenta de su error, igual que le había pasado a su prima.


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