Pagó y se sentó en una mesa al aire libre a pesar del frío que hacía. Cuando había cerrado ya los ojos y estaba a punto de hincarle el diente a la maravillosa hamburguesa, sintió un cosquilleo en el cuello y se dió cuenta de que no estaba sola. Abrió los ojos, miró la hamburguesa y se dio la vuelta.
—Eres de lo más predecible, Paula —dijo Pedro arrebatándole la comida y tirándola a la papelera sin piedad.
—¿Cómo lo sabías? —le preguntó en un hilo de voz.
—Porque estabas tensa como una cuerda de guitarra.
—Y sabías que iba a necesitar comida basura para destensarme, ¿No?
—Cuando hemos pasado antes por aquí, te has quedado mirando.
—Porque tenía hambre y estaba desesperada…
—No tienes hambre —le había interrumpido Pedro—. No de comida… —había añadido metiéndose las manos en los bolsillos—. Lo has hecho muy bien esta semana, Paula.
—Pero si no he perdido ni un miligramo.
—Olvídate de eso. Lo perderás, pero tienes que seguir haciéndolo bien. Cada vez andas más y estás más fuerte. Piensa que la semana pasada no habrías podido venir hasta aquí en bici.
—La semana pasada no tenía bici —había contestado ella.
No la habría necesitado porque tenía comida en el frigorífico. Sin embargo, comprendió que la hamburguesa y el tipo de comida que solía tener en casa no la ayudaba a sentirse mejor.
—Ni siquiera estás sudando —apuntó Pedro.
—¿Por qué has tenido que decir eso? Ahora, además de hambrienta, me siento culpable.
—Me alegro. Va a ser la última vez que no te vigile. Y yo que he ido al estudio para preguntarte si querías cenar fuera…
—¿De verdad? ¿Se puede?
—Claro. Así te enseñaré cómo comer fuera de casa sin ingerir demasiadas calorías.
—Ah.
—Efectivamente. He ido a buscarte con toda mi buena intención y resulta que te habías largado.
—Necesitaba… Quería…
—¿Sí?
«Que me hicieras caso, que me tocaras, volver a la primera noche, antes de las barreras», pensó.
—Supongo que soy lamentable.
—Patética.
—Te he defraudado y lo siento mucho —había dicho sinceramente.
No por el episodio de la hamburguesa sino por haberse perdido una cena en un restaurante con él, maquillada y bien vestida y no como siempre sudada.
—Después de cómo te esfuerzas, te mereces algo mejor.
—No, Paula. Después de cómo te esfuerzas tú, te mereces algo mejor. Esto lo haces por tí, no por mí —le había dicho enfadado—. Sinceramente, a mí me parece que estás estupenda como estás, comiendo o no hamburguesas, pero mi opinión no cuenta. Tu objetivo es Marcos Gray y, según dicen, le gustan las mujeres muy delgadas.
—Pero yo no…
—¿Qué?
Iba a decir que todo aquel esfuerzo no lo estaba haciendo por Marcos Gray, pero si lo estaba haciendo por ella misma, lo de la hamburguesa había sido triste de verdad. ¿Y si lo estaba haciendo para impresionar a Pedro Alfonso? Qué estupidez.
—No soy muy delgada.
—No.
—Y nunca lo seré.
—No creo —había dicho él—. Me voy a casa.
Paula lo miró asustada ¿Se iba? ¿Solo por la hamburguesa? ¡Pero si no se la había comido! ¿No se merecía una segunda oportunidad?
—¿Te llevo la bici en el coche o puedo fiarme de tí?
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