Después de que Paula se marchara, Pedro se quedó en la cocina, reflexionando mientras contemplaba el cielo a través de la ventana. Se había acorazado para las preguntas fisgonas de Paula. Después de todo, ella era profesora. Aunque lo que le había molestado había sido su sugerencia acerca del futuro. Siempre que pensaba en el resto de su vida, se le helaba el corazón, pero ¿Realmente iba a encerrar sus emociones y a no volver a mirar a ninguna mujer de nuevo? ¿Estaría bien que sus hijos nunca tuvieran una madrastra? ¿Acaso Cecilia y una niñera no serían suficiente? Siempre había considerado la llegada de Lara al outback como un regalo de los dioses, pero había estropeado esa oportunidad. ¿Sería la única? ¿Qué tenía planeado para el resto de su vida? ¿Simplemente aprovecharía las oportunidades casuales que se presentaran? ¿O se lanzaría al mercado, como en esos absurdos programas de la tele tipo Granjero busca esposa? Aún no sabía qué responder a esas preguntas. Ojalá Paula no las hubiera planteado.
A la tarde del viernes, los niños ya estaban perfectamente adaptados a su nuevo hogar. La semana de colegio había ido muy bien. En aquel momento, los mellizos se encontraban jugando con el columpio. Era su pasatiempo preferido de la tarde, sólo precedido por observar a los cachorros, que ya habían crecido un poco y tenían un suave pelaje. Nicolás se había quedado con un macho negro; Camila, una hembra con pintas azules. Desde la cocina, Paula oía los alegres gritos de los niños conforme impulsaban el columpio más y más. Vió que Cecilia iba a cocinar pollo al horno.
—Déjame ayudarte —se ofreció—. ¿Corto algo?
—Tú ya tienes trabajo ayudando a los mellizos con las clases, cariño. No espero que me ayudes aquí —respondió la mujer.
—Pero me gustaría hacerlo.
Paula recordaba las innumerables veces que había ayudado a su madre en la cocina. Por alguna razón, aquella tarde sentía una tremenda nostalgia de su hogar. Por supuesto, no tenía nada que ver con el hecho de que apenas hubiera visto a Pedro durante la semana, desde la conversación del domingo por la noche… Cecilia observó largamente a Paula y cambió de idea.
—Puedes cortar zanahorias y apio si quieres. Estoy preparando pollo a la cacciatore —anunció, y le guiñó el ojo sospechosamente—. Es uno de los platos preferidos de Pedro.
«De nuevo, Pedro», pensó Paula. Le sorprendía la cantidad de veces que la mujer se lo mencionaba. Incluso había sugerido que él estaba más alegre desde su llegada al rancho. Pedro estaba más alegre porque sus hijos estaban con él, no por ella. Más bien lo contrario: Siempre que hablaba con él, terminaba por incomodarlo. Y el hecho de que desde el lunes la evitara le preocupaba más de lo que debería.
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