jueves, 31 de marzo de 2022

Secreto: Capítulo 26

Pronto, necesitaría su ayuda para buscar otra niñera. Aunque por el momento, no podía pensar en una tarea menos apetecible. Ninguna mujer podría sustituirla. El momento en que Camila y Nicolás descubrieron el teatro de marionetas fue de película. Los mellizos habían entrado en la cocina para el desayuno y, al divisar la construcción justo delante de la puerta mosquitera, reaccionaron con bailes, gritos y una enorme ilusión.


—Y ni siquiera es nuestro cumpleaños —exclamó Nicolás, casi sin dar crédito, mientras se turnaba con Camila para abrir y cerrar el telón.


—No puedo creer que tengamos un teatro y nuestros propios cachorros —dijo Camila, también resplandeciente—. Es genial, papá.


Juntos, entraron por la puerta trasera y examinaron el escenario. Al descubrir que su padre lo había construido con sus propias manos, se quedaron atónitos. Paula sonrió a Pedro.


—Recordarán este día para el resto de sus días —le aseguró en voz baja.


Vió que él asentía, lleno de satisfacción, pero tuvo que desviar la mirada. Ese «Algo» que había entre ellos, de pronto fue demasiado intenso. Terminado el desayuno, los niños se lanzaron a representar su primera función de títeres en el porche. Paula, Pedro y Cecilia fueron el público, y se sentaron felizmente en la fila de sillas, con los cachorros a sus pies.


—Los cachorros también tienen que ver la obra —insistió Camila.


Por supuesto, la función recibió numerosos aplausos y, al terminar, los mellizos salieron corriendo a planear la siguiente.


—Pronto les llamaremos Shake y Speare —murmuró Cecilia con buen humor, antes de regresar a la cocina a preparar bollos para media mañana.


Paula la hubiera seguido, de no ser porque Pedro la sujetó del brazo. Ella dió un respingo, como si la hubiera quemado, y se sintió una tonta.


—¿Te gustaría venir a dar una vuelta en coche conmigo?


Necesitó un momento para recuperar el aliento.


—No creo que podamos apartar a Camila y Nicolás de las marionetas en todo el día.


Pedro sonrió.


—No tenía pensado invitar a los niños. Seguro que prefieren quedarse aquí, y Cecilia cuidará de ellos.


A Paula le dió un vuelco el corazón.


—¿Seguro que Cecilia no tiene otros planes? 


—Seguro, ya he hablado con ella y le encantaría pasar el día con los mellizos. De hecho, ha empezado a preparamos comida para hacer un picnic.


—¿En serio?


—Te has ganado un día libre, y pensé que te gustaría ver el desfiladero.


Era muy amable por molestarse en entretenerla.


—Gracias, me encantará conocerlo —admitió, con marcada formalidad—. Les explicaré a Camila y Nicolás que…


Pedro la detuvo elevando la mano.


—Ya se lo explico yo mientras tú te arreglas. Vas a necesitar crema solar, un sombrero y calzado resistente.


Casi la estaba obligando, pero por una vez no le importó. En su habitación, se miró en el espejo. Como siempre, vestía una vieja camiseta lisa y pantalones vaqueros, llevaba el pelo recogido en una coleta y tenía la nariz plagada de nuevas pecas. En Nueva York, si un hombre le invitaba a pasar el día juntos, rebuscaría en su armario el conjunto perfecto, llamaría a sus amigas para que le aconsejaran, y se haría la manicura, la pedicura y la depilación. Le resultaba extraño pensar que iba a pasar todo el día con un hombre que no era Daniel, y a quien no le preocupaba qué aspecto tenía. Resultaba un descanso saber que no tenía que esforzarse con Pedro Alfonso. Después de haber pintado juntos el teatro de marionetas, habían logrado una agradable relación laboral, así que ella podía guardar sus coqueteos para el nuevo hombre que encontraría al regresar a casa en otoño. El cosquilleo que sentía estando cerca de él sólo eran hormonas, y debía estar agradecida de saber que seguían funcionando. 

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