—Sí. La chica me suplicó que no dijera nada y me juró que había sido culpa suya, que Damián la había llamado al llegar de Londres para decirle que sus cuadros habían gustado mucho y se había pasado por casa a darle las gracias…
—Damián no debería haberse aprovechado de la situación.
—Claro que no, pero ella tenía veintiún años y sabía perfectamente lo que estaba haciendo. Los dos lo hicieron mal. Lo cierto es que, aunque no me lo hubiera pedido, yo no se lo habría contado a nadie. No me apetecía.
«Excepto a Jimena», pensó Pedro. La amiga buena, leal y protectora.
—¿Y dejaste el trabajo que tanto amabas?
—Sí, dejé el trabajo, eché a Damián de casa y tiré a la basura todo lo que me recordaba a él, las sábanas, las toallas…
Pedro sintió unos inmensos deseos de abrazarla y de confesarle lo que sentía por ella, pero Dodie no estaba aún preparada para oírlo.
—¿Tapizaste el sofá?
—No, lo vendí —contestó Paula—. Creí que eso sería suficiente para olvidarme de lo sucedido —suspiró—, pero no fue así. Cada vez que miraba a una alumna, la veía a ella y me preguntaba si habría sido la única. En lo más hondo de mi corazón sabía que no y no podía parar de preguntarme cuántas, quiénes…
—Mañana va a desear haberse portado mejor contigo. Lo vas a mirar a los ojos y vas a ver que se arrepiente de lo que hizo. Entonces quedarás libre —sentenció Pedro levantándose—. Ahora vamos a hacer la tortilla. Tú pelas y yo corto…
Abrió la nevera y la volvió a cerrar.
—¿Y tu foto?
Paula se encogió de hombros.
—Se habrá caído, supongo. Estará con las notas que se suelen caer debajo de la nevera. Mañana pongo otra.
—Ha llegado la persona que esperabas para comer, Paula —anunció una de las recepcionistas—. Pedro, con quien estabas citado a la una, también está aquí.
Paula, perfectamente peinada y maquillada, dió un respingo.
—Ahora mismo voy…
—Laura, lleva al señor Jackson al bar, sírvele algo de beber y dale la carta. Dile que Paula sabe que está aquí y que ahora va —dijo Pedro agarrando a Paula de la mano para que no se moviera—. Que espere —añadió cuando la recepcionista se hubo ido—. Tú controlas esta reunión, recuérdalo.
—Estoy temblando de pies a cabeza. Voy a tirar por la borda la oportunidad de mi vida.
—Habrá otras.
—Puede, pero no es solo eso. No estoy acostumbrada a decir lo que quiero de verdad, no estoy acostumbrada a que los demás me escuchen.
—Pues hoy te lo vas a pasar en grande —sonrió Pedro—. Dí todo lo que quieras.
—¿Me lo voy a pasar en grande?
—Esperaba que parecieras un poco más convencida.
—La actriz es mi hermana.
—Lo vas a hacer estupendamente. Estás preciosa, Paula —le aseguró sin soltarle la mano.
Paula se miró. Estaba mejor, sí, pero tanto como preciosa…
—Supongo que dos tallas era pedir demasiado.
—A mí me gustas así —contestó Pedro levantándole la cara y mirándola a los ojos—. Estás preciosa porque eres preciosa.
Paula sabía que se lo decía para darle ánimos, así que no le llevó la contraria, como habría hecho en otras circunstancias. Pedro estaba siendo increíblemente amable y se estaba portando, por desgracia, como todo un caballero.
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