martes, 1 de marzo de 2022

A Mi Medida: Capítulo 44

 —Bien hecho.


¿Para qué contarle a Jimena que después la había invitado a cenar al restaurante más caro de la ciudad? No lo había hecho por ella, la verdad, sino por él. Quería conocerla. Sí, aunque había intentado convencerse de lo contrario, lo cierto era que quería conocerla. A fondo. Habían pasado la noche charlando de todo y de nada. De música, de cine, de lugares e incluso de su glamurosa hermana.


—¿Qué tal van los preparativos de la boda?


—Con precisión y secreto militar. No sé ni si Isabella sabrá qué día se va a casar. Ahora que la revista Celebrity ha entrado en juego, tengo la impresión de que lo único que tenemos que hacer es aprendernos unas líneas y decirlas cuando nos lo indiquen. Y como la madrina no habla, en fin, lo de siempre, la historia de mi vida.


—¿Te habría gustado ser una estrella como tu hermana?


—Mi madre quería una saga de actrices, pero yo no sirvo. La pobre lo ha intentado, me ha llevado a clases de teatro y todo, pero no se me daba bien. Nunca me gustó hablar en público.


—Pero ya no te da vergüenza. Das, dabas clase.


—Eso es diferente porque sabía de lo que estaba hablando, pero si me pides que recite un poema en una habitación llena de gente… —se había estremecido al recordarlo—. Fue un gran alivio cuando Isabella empezó a despuntar y demostró que tenía un talento natural para la interpretación. Entonces pude retirarme a un rincón con una hoja de papel y unos lápices de colores y…


Y en ese momento había sido como si entendiera de repente algo verdaderamente importante, algo como sentirse poco valorada y la comida, por ejemplo, pero había bajado la mirada y no había dicho nada más.


—¿Y tú? ¿Siempre quisiste jugar al rugby?


—Sí —había contestado decidido a prestarle toda la atención que quisiera en cuanto supiera cómo romper el círculo vicioso rechazo-comida.


Tenía que sentirse querida por sí misma, no porque hubiera perdido unos kilos.


—Fui a la universidad para jugar, no para estudiar.


—Pero, ¿Terminaste los estudios?


—Sí —había sonreído él.


—¿Y luego?


—Jugué en un club, decían que iba a ser una gran estrella.


—¿Ah, sí? Entonces tendría que haber oído hablar de ti.


—No creo. Eras muy pequeña. Debías de tener trece o catorce años.


—Entonces te lesionaste y se acabó el rugby. Debió de ser duro.


—Sí, pero la vida sigue y hay que luchar —había dicho él citando con amargura la frase que tantas veces había oído.


—No fue solo la pierna, ¿Verdad?


Él se había encogido de hombros.


—La vida sigue, pero cuando pasas de estar en lo más alto a no ser nadie en un día… Hay gente que no lo soporta.


—Una chica —había dicho ella sin pestañear—. Estabas enamorado.


—Con todo mi corazón, sí. Creía que ella también lo estaba de mí. De hecho, nos íbamos a casar, pero, por lo visto, de lo que estaba enamorada era de la fama.


—Lo siento mucho —había murmurado Paula acariciándole la mano.


Y él supo que lo decía sinceramente. No tenía ni idea de quién era él. No lo había dicho para quedar bien ni para obtener nada a cambio. Lo único que sabía de él era que era un hombre cuya carrera deportiva se había truncado. Aun así, lo había mirado a los ojos como si quisiera ayudarlo, como si quisiera hacer realidad sus sueños.


—Hace doce años de aquello —había dicho él—. Ha habido otras chicas.


—Pero no has querido a ninguna. ¿No has querido arriesgarte?


Lo decía por experiencia propia, estaba claro, porque sabía el daño que se podía sufrir cuando uno arriesgaba el corazón. Él había sentido deseos de retorcerle el cuello a Damián Jackson por haberle hecho conocer lo que era aquel dolor.

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