martes, 29 de marzo de 2022

Secreto: Capítulo 21

 —¿Y tú no te consideras una chica de ciudad? —inquirió él.


—Ya sabes lo que dicen: Puedes sacar a la chica de la granja, pero no puedes sacar la granja de la chica.


Pedro sonrió.


—¿En qué tipo de granja creciste?


—En una lechera.


Él enarcó, las cejas, sorprendido.


—Las granjas lecheras son un trabajo duro.


Paula soltó una carcajada.


—¿Y tu rancho no lo es?


—Esto no tiene nada —aseguró él, con un destello en la mirada que la encendió—. Excepto cuando tengo que atravesar la crecida de un río con el coche.


—O luchar contra cocodrilos.


—O domar toros salvajes.


Ambos sonrieron. Paula, intentando ignorar sus nervios, se apresuró a preguntar: 


—¿Cómo de grande es Jabiru Creek?


—Cerca de cuatrocientas mil hectáreas.


—Seguro que en Europa hay países más pequeños que eso —comentó ella, sorprendida.


Pedro se encogió de hombros.


—Algunos, por lo que sé.


—Pero Cecilia me ha dicho que diriges este lugar tú solo. Dice que llevas al mando casi diez años.


—Así es, pero no podría hacerlo sin la ayuda de Leonardo. Él es mi gestor: Lleva la contabilidad y se ocupa del papeleo. Y tampoco habría podido funcionar sin Cecilia. Leonardo y ella son un gran apoyo.


—¿No tienes más familia por aquí?


—No —respondió él, y se concentró en pinchar un guisante con el tenedor—. Como ya sabes, mi madre está en Sídney. Mis padres rompieron cuando yo era pequeño. Después, la salud de mi padre empeoró, así que se mudó a Caims para estar más cerca de los médicos. Está bien, siempre y cuando se haga chequeos regulares.


Pedro elevó la mirada.


—Cuéntame acerca de tu granja. ¿Tus padres siguen ocupándose de ella?


—Por supuesto, con la ayuda de mi hermano el mayor. Su familia y él viven con nuestros padres.


—¿Cuántos hermanos tienes?


—Tres, todos mayores que yo.


Sonriendo, Pedro hizo a un lado su plato vacío y se recostó en el respaldo de su silla.


—Así que eras la única chica, y la pequeña de la familia.


—Sí —dijo Paula, devolviéndole la sonrisa—. Lo sé, debo de estar muy mimada.


—Yo no veo ningún signo de ello —replicó él, recorriéndola con la mirada.


A Paula le sorprendió la sensación que comenzó a nacer en su interior, algo que hacía mucho tiempo que no sentía.


—Tú no has hablado de hermanos o hermanas —señaló—. ¿Eres hijo único?


—Sí, pero no precisamente mimado.


—Ya —señaló ella, recordando la gélida bienvenida de su madre en el aeropuerto—. En realidad, lo mío no son hermanos, sino hermanastros.


Pedro era demasiado educado para preguntar, pero Paula sabía que se moría de curiosidad. Decidió contárselo. 

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