Pedro estaba en el despacho de Jimena. ¿O sería el suyo? Por lo que le había dicho Diana, era el dueño de todo aquello y de mucho más. Estaba mirando por la ventana, esperándola.
—¿Arreglado? —le preguntó sin girarse.
—Arreglado —contestó Paula hecha un lío.
Estaba furiosa con él por haberla engañado, pero, entonces, ¿Por qué quería abrazarlo hasta dejarlo sin respiración?
—Obviamente, como lo has preparado todo, ya sabías cuál iba a ser el resultado —añadió con calma—. Me refiero a que Diana Armstrong no ha venido hoy por casualidad, ¿Verdad?
—No —admitió mirándola y encogiéndose de hombros—. Supongo que podríamos habernos ahorrado el numerito con Damián Jackson, pero creí que te haría bien decirle cara a cara que no.
—Gracias.
—No me des las gracias, Paula. Lo has hecho tú. Qué pena que no le hayas visto la cara cuando ha oído a Diana suplicándote que reconsideraras tu postura —sonrió.
¡Qué difícil era estar enfadada con él! ¿No se merecía acaso el beneficio de la duda?
—¿Qué le has dicho cuando lo has acompañado a la puerta?
—Solo que vaya pensando en dedicarse a otra cosa —contestó Pedro—. No soy un hombre tan «Ocupado» como él, ¿Sabes?, pero tengo amigos en las altas esferas —añadió—. ¿Quieres que demos un paseo?
Paula tragó saliva convencida de que aquello era el adiós definitivo.
—¿Tengo que hacer flexiones para calentar primero?
—No creo que sea necesario —contestó Pedro agarrándola de la mano.
—Me temo que Damián tiene un as en la manga —le dijo una vez fuera para romper el silencio.
Y le contó el episodio de la fotografía.
—Jimena me va a matar —dijo Pedro—. Le prometí que esas fotos no iban a salir de aquí. ¿Podrás soportarlo?
—Si estuviera como en la foto, no, pero creo que ahora solo servirá para hacerme publicidad… A mí y al club porque se ve perfectamente el nombre. A Jimena le vendrá bien… Y a tí.
—Por desgracia, me temo que Jimena va a creer que lo tenía todo planeado —dijo Pedro contándole el malentendido que había habido entre ellos.
—¿Creías que Jimena iba a utilizar las fotos para ganar publicidad gracias a mí? Vaya, gracias.
—Si te sirve, te diré que prefiero a la Paula Chaves de carne y hueso que a todo el dinero que podamos obtener de esa publicidad.
¿Por eso le había dedicado su tiempo? Paula retiró la mano y se sentó al final del muelle.
—No te preocupes. Le contaré a Jimena personalmente lo que ha pasado si tú me dices por qué ninguno de tus empleados te trata como a un empresario multimillonario.
—Seguramente porque no me comporto como tal —contestó él acariciándole la espalda.
Eso era cierto. Pedro Alfonso tenía un imperio y había pasado tres semanas en su casa durmiendo en una habitación que parecía una celda monacal, cocinando, fregando, dándole la vida, ayudándola a volver a confiar en sí misma… ¿Y lo había hecho por publicidad? No, no parecía probable.
—¿Sueles hacer de entrenador personal en tus ratos libres?
—No, solo contigo, Paula, y no lo voy a volver a hacer.
—¿Tan horrible ha sido?
—No, tú, no, pero lo de la fontanería…
Paula se rió al recordar que le había pedido que revisara los grifos de toda la casa.
—Qué vergüenza —reconoció—. Creí que…
—¿Te he defraudado? —le preguntó él agarrándola de la mano.
—No, lo has hecho muy bien. De hecho, le dije a Jimena que… —se interrumpió.
No, no podía decirle lo que le había contado a Jimena.
—No me dijo nada.
Y sabía por qué. Su amiga había estado jugando a Cupido y había dado en el blanco.
—¿Por qué no me dijiste quién eras? —le preguntó temblando un poco ante la brisa que se levantaba en el lago.
Pedro se quitó la chaqueta y se la puso sobre los hombros.
—Me lo llevo preguntando toda la noche. Al principio, supongo que porque me pareció que no tenía importancia. Eras una mujer que necesitaba un entrenador personal.
Paula recordó aquellos momentos, cuando lo único que le importaba era adelgazar y estar guapa para la boda, para Marcos Gray, para todo el mundo menos para ella.
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