jueves, 17 de marzo de 2022

Secreto: Capítulo 10

Apelar al cariño que sentía por los mellizos sería chantaje emocional. Ojalá él confiara más en su habilidad para criar a sus hijos. Su formación era lo que más le preocupaba. Por diferentes razones, sus padres habían descuidado su educación formal. Aún recordaba con amargura las peleas entre sus padres. Su escolarización había terminado nada más empezar, al tiempo del divorcio de sus padres. Sólo años después, siendo ya adulto, había comprendido su desventaja. Para entonces, se había creado una dura capa y había logrado superar casi todos los desafíos, sin darse cuenta de que sus fracasos volverían para minarlo, y fallaría a su esposa. Si no tenía cuidado, tal vez fallara también a sus hijos. No. No permitiría que Camila y Nicolás crecieran con las mismas limitaciones que él. Pero, si quería darles las mejores oportunidades, necesitaba ayuda. Necesitaba a alguien como Paula. Ojalá ella estuviera libre… 


«Ha estado bien», pensó Paula al final de todo el día preparando las maletas. Gracias a la participación de Pedro, apenas había sido un proceso doloroso. Su sentido del humor, algo que ella desconocía hasta entonces, había salvado algunos momentos peliagudos a la hora de desprenderse de ciertos juguetes. Y luego, le había sorprendido aún más ofreciéndose a preparar la cena.


—Tú has trabajado muy duro hoy —había comentado él, con una sonrisa tímida de lo más sexy—. ¿Te gustan los espaguetis a la boloñesa? Me temo que mi habilidad en la cocina es algo limitada.


Paula le aseguró que le encantaban los espaguetis a la boloñesa. Cualquier cosa le parecía bien cuando él le sonreía así. Aunque ella no quería que le afectaran esas sonrisas, ¿Cierto? Tan sólo le agradecía el té chai latte que le había subido de la tienda a dos manzanas, y la oportunidad de darse un buen baño caliente antes de disfrutar de una cena no preparada por ella. Camila y Nicolás se pasaron toda la cena hablando de Australia. Se emocionaron al saber que el rancho de Pedro tenía su propia pista de aterrizaje, y que el correo y los suministros llegaban por avión.


—Volaremos a Normanton, y desde ahí iremos en coche a Jabiru Creek — explicó Pedro.


Paula se imaginó a Pedro y los niños en un gran todoterreno, atravesando largas llanuras rojas hacia un lejano rancho, y le invadió una ola de soledad. ¿Qué le ocurría? Sabía desde el principio que aquello sucedería. Pero no podía evitar sentirse fatal. Todas las personas importantes de su vida le estaban siendo arrebatadas: Lara, Daniel… y pronto Camila y Nicolás. 


«Comenzaré de nuevo, y me construiré una vida alrededor de mi nuevo empleo», se dijo. Aunque, en aquel momento, la idea no logró hacerla feliz. De pronto, oyó que Josh le preguntaba a su padre por su nuevo colegio. Para su sorpresa, vió que Pedro se sonrojaba y carraspeaba.


—El colegio en el outback es algo diferente a lo que están acostumbrados. Se llama Colegio del Aire.


Esa vez fue Paula quien intervino, tremendamente interesada.


—¿Y cómo funciona?


—Es como una clase normal, pero por radio. Los niños viven en ranchos repartidos por todo el outback, y cada rancho tiene un receptor-transmisor de radio. Así, el profesor puede hablar con todos sus alumnos y ellos con él, y entre ellos — explicó Pedro—. Parece que funciona muy bien.


—¿Clase por radio? ¡Genial! —comentó Nicolás, visiblemente emocionado.


—Sí, suena estupendo —coincidió Paula.


Para su sorpresa, sentía celos de la niñera que cuidaría de Camila y Nicolás en su adaptación a ese sistema de enseñanza tan poco ortodoxo. Sonrió a los niños.


—¡Qué suerte tienen!


Camila, sin embargo, no parecía muy convencida. Se giró hacia Paula.


—¿Seguirás siendo nuestra niñera?


Ella contuvo el aliento. Temía no poder ocultar sus sentimientos si contestaba. Para su alivio, fue Pedro quien respondió.


—Paula no puede venir a Australia, Cami. Ya lo sabes. Pero encontraremos una buena niñera australiana.


Camila se entristeció.


—Yo quiero a Paula. Y me gusta mi colegio de aquí. ¿Por qué tienes que vivir en Australia? ¿No puedes vivir en Nueva York?


Paula advirtió que a Pedro se le ensombrecía la mirada y le temblaba la sonrisa. Era evidente que le preocupaba la reacción de su hija. Aunque había decidido mantenerse fuera de la conversación, salió en su ayuda.


—¿Cómo iba a vivir su padre en este departamento? —preguntó, con una sonrisa—. ¿Qué haría con todo su ganado?


Camila se encogió de hombros.


—¿Guardarlo?


—Como si fuera posible —gruñó Nicolás, poniendo los ojos en blanco.


Se produjo un incómodo silencio. Pedro seguía preocupado y Camila estaba a punto de echarse a llorar. Al verla, aumentó el nerviosismo de Nicolás. 

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