martes, 5 de abril de 2022

Secreto: Capítulo 29

 —Esta tierra debe de ser fuente de inspiración para músicos y artistas —estaba diciendo ella—. Y escritores. No conozco nada de literatura sobre tu outback, pero debe de haber novelas y poesía. ¿Tienes algún…?


Se detuvo a mitad de frase y se ruborizó, como dándose cuenta de que había cometido un terrible error.


—Lo siento, ya sé que no lees mucho.


Pedro se tensó y le invadió el miedo al ridículo del que nunca había conseguido librarse. Lo único que deseaba en aquel momento era cambiar de conversación.


—Puedo recitarte algo de poesía local —se apresuró a decir.


La vergüenza de recitar no era nada comparado con que se descubriera su gran defecto.


Al ver el rostro atónito de ella, se sintió aún más estúpido.


—Me encantaría oírlo.


—Son poemas muy sencillos, nada que ver con Shakespeare —advirtió, deseando poder zafarse de aquello.


—Las cosas sencillas suelen ser las más auténticas.


Maldición, estaba arrinconado. Parecería aún más tonto si se negaba. Carraspeó y, con la mirada clavada en el cañón, recitó: «He atravesado tierras duras y rojas de fantasmales cauchos que brillan blancos, y dunas de arena que invaden el cauce del río, y todo el día rezaba por que llegara la noche. He oído a la tierra cantarme cuando aquietaba mi mente, un canto del Tiempo del Sueño proveniente de las rocas y los árboles…».


Pedro hizo una pausa y se dió cuenta de que Paula lo miraba interrogante.


—Lo siento —se disculpó, con las mejillas encendidas. ¿Por qué había recurrido a un poema para salir del apuro?


—No te disculpes. Me ha encantado, Pedro.


Él se encogió de hombros con exageración y desvió la mirada al cañón, donde un grupo de ualabíes se alimentaban de la vegetación húmeda al pie de una poza.


—¿Cuándo aprendiste ese poema? —preguntó ella, con la curiosidad propia de una profesora.


—No lo recuerdo.


—¿Quién lo escribió?


Pedro se ruborizó aún más y contestó bruscamente, sin mirarla:


—Es una tontería… El poema es mío.


Ella ahogó un grito.


—¿Es tuyo? ¿Cuándo lo escribiste?


Él encogió de nuevo sus anchos hombros.


—Hace años, ya no lo recuerdo. Fue estando aquí, junto a una hoguera, yo solo.


Presa de una terrible vergüenza, se puso en pie y recogió su mochila, deseoso de acabar con aquella conversación.


—Pedro, por favor, no te molestes, pero es maravilloso que hayas creado un poema tan bonito. Estoy impresionada.


—Gracias.


—¿A Lara le gustaba?


Él suspiró, y luego contempló el cielo azul y las paredes de arena roja.


—Compartí mis poemas con ella una vez, pero sólo vio una excusa más para rogarme que renunciara a mi ganado y nos instaláramos en la ciudad. Quería que fuéramos una pareja de artistas: Ella, coreógrafa en Sídney, y yo, recitando mis poemas.


—Eso no suena muy práctico…


—Estaba convencida de que sería un éxito. Siempre me estaba buscando una ocupación distinta de cuidar ganado.


Paula no dijo nada, pero tenía el ceño fruncido. Entonces, presa de una gran idea, abrió su mochila y sacó un cuaderno. 

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