jueves, 10 de marzo de 2022

Secreto: Capítulo 2

Cuando el taxi se detuvo delante del bloque de departamentos de Manhattan, Pedro Alfonso estaba recordando la primera vez que había subido allí. Entonces era un novio lleno de amor, seguridad y esperanza, que no sabía que más adelante se le rompería el corazón. Pero ahora sí sabía por qué estaba allí, y conocía los desafíos y la posibilidad de fracasar. Bajó del taxi y elevó la vista al piso donde le esperaban sus hijos. El corazón se le aceleró. Estaba tan nervioso, que la mano le tembló y no acertaba a llamar al telefonillo. Los niños contestaron inmediatamente.


—¡Hola, papá!


Cerró los ojos, abrumado por la emoción al oír las voces de sus hijos. Llevaba tres largos meses esperando aquel momento. Primero, la temporada de inundaciones le había impedido salir del rancho, y luego se había roto un tobillo al intentar atravesar la crecida de un río.


—Buenos días, campeones —saludó por el micrófono.


—¡Te abro la puerta! —gritó Camila ilusionada.


—Ya la he abierto yo —anunció Nicolás dándose importancia, e igualmente emocionado.


Pedro sonrió y las puertas se abrieron, dándole acceso al vestíbulo del edificio. Se echó su mochila al hombro y entró cojeando levemente. Llamó al ascensor. Enseguida vería a sus hijos… El corazón se le aceleró. Hacerse cargo él solo de Camila y Nicolás era una ardua tarea, probablemente el desafío más difícil al que se había enfrentado. Quería lo mejor para ellos: Un hogar seguro y agradable, una familia amorosa y la mejor educación posible. Irónicamente, ya tenían todo eso: Aquel bloque de departamentos era seguro y moderno; estaban a cargo de la prima de su ex mujer, Paula, una niñera excelente; vivían cerca de sus abuelos; y estudiaban en uno de los mejores colegios del país. Le había roto el corazón que su esposa se marchara del rancho, llevándose además a los niños, pero se había visto obligado a aceptar que los ellos estaban mejor en Nueva York que en el remoto outback australiano. Y sin embargo, ahí estaba de nuevo, para llevarse a los mellizos al lugar del cual su madre había huido. No tenía otra opción. Su rancho era su única manera de ganarse la vida. Temía que no fuera suficiente para ellos.  El ascensor subió a la tercera planta y, cuando se abrieron las puertas, sus hijos estaban esperándolo.


—¡Papá! —exclamó Camila, abalanzándose sobre él.


Pedro dejó su mochila en el suelo y la subió en brazos, mientras ella lo abrazaba por el cuello.


—Hola, papá —saludó Nicolás, mirándolo expectante.


Pedro se agachó, sentó a Anna en una rodilla, y abrazó a su hijo. Qué hombrecito tan valiente, que había llamado a la ambulancia al ver desmayarse a su madre. Qué maravilla estar con ellos… Por fin. Le preocupaba encontrarlos tristes y apagados, pero parecían felices, advirtió aliviado.


—Eso sí que es una bienvenida —dijo alegremente una voz.


Pedro elevó la vista y vió a Paula Chaves, la prima de Lara, en la puerta del departamento. Sonrió emocionado. Se puso en pie, con una mueca de dolor por el tobillo, y alargó la mano.


—Hola, Paula.


—Me alegro de verte, Pedro.


No conocía mucho a aquella joven. Cuando habían coincidido en alguna reunión familiar, ella siempre se había mantenido en segundo plano, como si estuviera más a gusto sola, así que nunca se había acercado a charlar con ella. Además, estaba preparándose para convertirse en profesora de Lengua, con lo cual sería igual de culta que su exesposa, es decir, otra mujer que le recordaría sus deficiencias educativas. Pero no podía negar que le debía mucho. Se había ocupado de los niños ella sola durante tres largos y difíciles meses. Con los mellizos pegados a sus piernas, siguió a Paula al interior del departamento. Y allí, repentinamente, fue consciente de que nunca volvería a ver a su bella ex mujer. Era una locura sentir eso en aquel momento. Ya había llorado su pérdida tres años atrás, cuando ella le había dejado, y, llegado el momento, había continuado con su vida, encontrando consuelo en un saludable cinismo hacia el matrimonio. En aquel momento, la sensación de pérdida le abrumó. «No te derrumbes, no delante de los niños».


—Has hecho un viaje muy largo —oyó que decía Paula amablemente—. ¿Por qué no vas al salón y dejas el equipaje? He preparado café.


Pedro agradeció la normalidad y familiaridad de su bienvenida.


—Gracias —dijo—. Gracias por todo, Paula.


Sus miradas se encontraron y se produjo una conexión inesperada. Paula sonreía, pero a Pedro le pareció ver lágrimas en sus ojos oscuros, y se le hizo un nudo en la garganta. 


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