Él la miró, descolocado.
—De veras, ¿Quiénes es?
Paula lo miró boquiabierta. ¿Cómo podía preguntarlo?
—Winnie The Pooh es el protagonista de un cuento infantil. Seguro que lo leíste cuando eras pequeño. Es un oso al que le encanta la miel.
Él puso cara de póquer y se encogió de hombros.
—Lo que sea. Aún nos quedan unos tres cuartos de hora de viaje, así que, si crees que alegrará a estos pequeños, ponlo.
Desconcertada, Paula metió en CD en el reproductor, y pronto la hermosa voz del narrador inundó la cabina. Los mellizos dejaron de pelearse y prestaron atención. Pedro también escuchó, y rió las bromas de los famosos personajes como si fueran la primera vez que las oía. El CD aún no había terminado, cuando se detuvieron frente a unas enormes puertas de metal, debajo de un cartel donde aparecía el nombre Jabiru Creek pintado en blanco.
—¡Hemos llegado! —exclamó Camila entusiasmada—. Éste es tu rancho, ¿Verdad, papá?
—Así es, pequeña, pero aún nos quedan unos quince minutos hasta la casa.
Los niños se sentaron de nuevo con resignación.
—Abriré las puertas —anunció Paula—. Soy una chica de granja.
—¿Cuándo has estado tú en una granja? —preguntó él, atónito.
—Crecí en una en Vermont —gritó ella, bajándose del coche.
A través del polvoriento parabrisas, le vió sonreír con una nueva luz en su mirada, de auténtico interés. Paula se ruborizó y se concentró en abrir las puertas. Dentro ya de la propiedad, continuaron su camino y ella reanudó el CD, evitando así preguntas sobre su niñez en la granja. ¿Por qué importaba dónde se hubiera criado? Había más arbustos, y los árboles de caucho proyectaban sus sombras sobre el camino de tierra. Varias veces, Pedro tuvo que frenar en seco cuando algún canguro aparecía por el borde de la carretera de improviso. Los niños y Paula celebraban cada encuentro, pero la aparición súbita de los animales era un peligro. Ella apagó el CD para que él pudiera concentrarse.
—No ha sido un mal cuento —señaló él y habló hacia el asiento trasero—. ¿Qué opinan, niños? ¿Ese pobre oso es tan interesante como el Búho Hector y el Ratón Tomás?
—Qué va, el Búho Hector es mucho mejor, mata a la malvada Rata del Arbusto —contestó Nicolás, aunque había escuchado atentamente el CD.
Paula sonrió. ¿Cómo iba a competir el pobre Winnie con un búho justiciero? Seguía descolocándole que Pedro no conociera a Winnie the Pooh. ¿Debería temer lo que le esperaba? ¿La casa de él sería tan poco atractiva y acogedora como la de las cartas que había llevado? Enseguida lo averiguaría. Tomaron una curva y salieron de nuevo a campo abierto. Paula vió múltiples cercados con madera en lugar de alambrada, como había visto siempre. Junto a ellos había múltiples edificios: Naves para maquinaria, silos, barracones, garajes, incluso un hangar para un avión. Era una ciudad en miniatura. Claramente, Jabiru Creek era un rancho mucho más grande de lo que ella había conocido.
—¿Cuál es tu casa, papá? —inquirió Camila.
—Aquel edificio de allá con el tejado plateado —respondió Pedro, señalando un edificio bajo de madera blanca rodeado de hierba sorprendentemente verde.
Aliviada, Paula comprobó que resultaba acogedora. Era una casa sencilla, pero grande y con un porche alrededor. El césped se encontraba dividido por un camino de gravilla, y a cada lado se levantaban grandiosos árboles que daban buena sombra.
—Hay un columpio —gritó Camila, señalando un neumático colgando de uno de los árboles.
—Está esperándote —le dijo Paula.
Podía imaginarse a Camila y Nicolás jugando en aquel hermoso césped, columpiándose, montando en bici, jugando a la pelota, corriendo detrás de los cachorros… La puerta principal se abrió, dando paso a una mujer con una amplia sonrisa que se limpiaba las manos en su delantal. Debía de tener más de sesenta años. Llevaba un vestido de flores y el cabello recogido en un moño en lo alto de la cabeza.
—El ama de llaves, Cecilia —anunció Pedro tras apagar el motor—. Nos ayudó a cuidar a los mellizos cuando eran unos bebés, está deseando verlos de nuevo.
Era perfecta, pensó Paula, viendo su alegría al saludar a los niños.
—Vengan adentro, está caliente —ofreció la mujer tras haberlos saludado a todos, incluida Paula, con un gran abrazo—. Ahora empieza a refrescar temprano, y tengo un calentador en la cocina.
El interior de la casa era acogedor y lleno de deliciosos aromas. Paula se alegró de que sus temores hubieran sido infundados. Por supuesto, las primeras impresiones podían ser engañosas. Sin duda, Jabiru Creek revelaría pronto sus desventajas. Algo había hecho huir a Lara de allí.
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