Tenía la sensación de que se iba a arrepentir toda su vida de no haber aprovechado aquella noche en el estudio, cuando él se había mostrado deseoso y dispuesto, pero… Pero su relación tocaba a su fin. Jimena volvía en breve y eso quería decir que Pedro pasaría a otra clienta. No había adelgazado una barbaridad, pero se encontraba mucho mejor tanto física como anímicamente. Había recuperado la confianza en sí misma, que era mucho más importante. Y si había descubierto demasiado tarde que lo que quería era a Pedro Alfonso, tendría que vivir con ello. Desde luego no estaba dispuesta a ahogar las penas en chocolate. La vida era corta y había que vivirla. Lo miró a los ojos y sonrió.
—Estoy preciosa gracias a tí, Pedro.
—¿Lo dices porque te han maquillado y peinado? No, lo importante es la percha. Estás igual de preciosa en chándal o recién levantada sin maquillaje y con un pijama de niña pequeña —sonrió— que en tí resulta de lo más sensual.
Le estaba subiendo el ánimo de verdad. Paula sintió que se sonrojaba y se le aceleraba el corazón.
—Esos conejitos… ¿Ves? Estás preciosa incluso sonrojada y sin aliento —continuó Pedro acariciándole la mejilla.
Paula estaba temblando, pero ya no era de miedo.
—¿Seguro que no eres psicólogo?
—¿Besaría un psicólogo a su paciente?
—No lo sé —contestó Paula—. ¿Me vas a besar?
Pedro la besó con cuidado.
—No queremos estropearte el maquillaje, ¿Verdad?
Paula sintió deseos de decirle que podía volver a pintarse los labios en un segundo, pero no lo hizo porque estaba claro que aquel había sido un beso de despedida.
—No, claro —contestó.
—Muy bien, ya ha esperado suficiente. Ve y dile a Jackson que no te interesa nada de lo que te pueda ofrecer —dijo abrazándola—. Yo tengo que enseñarle el club a un nuevo miembro muy importante.
Damián la observó mientras cruzaba el bar y se quedó anonadado. Sonrió encantado y Paula se dió cuenta de que creía que se había arreglado para él. Se creía que la tenía rendida a sus pies. Aquello fue suficiente para que Paula esperara a que se levantara y le apartara una silla para sentarse.
—No te reconozco —comentó Damián—. Te has cortado el pelo y has adelgazado. Estás increíble.
Patán embaucador.
—Agua mineral sin hielo —dijo ella.
Damián la miró confundido.
—¿No me habías preguntado qué quería beber?
Le había visto hacer aquello a Isabella en una película. Surtió efecto. Damián se sonrojó. ¿Cómo demonios podía haber estado enamorada de aquel hombre?
—Este sitio está muy bien —comentó Damián tras pedir las bebidas—. No me gusta nada hacer deporte, pero parece que viene gente de mucho dinero. Tal vez me apunte.
—Ya se lo diré a Jimena.
—¿Jimena?
—Es la directora de todo esto. Ahora mismo está en Los Ángeles. Una pena porque seguro que le gustaría darte la contestación personalmente.
Damián se rió sin ganas.
—Casi no, entonces.
—Ya me lo imaginaba.
—No me lo vas a poner difícil, ¿Verdad, Paula? Sé que estás enfadada conmigo, pero hace casi un año y las Conferencias Armstrong…
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