jueves, 10 de marzo de 2022

Secreto: Capítulo 4

 —Cerca de casa hay una presa donde es posible bañarse —respondió en su lugar.


«Cuando no hace demasiado calor ni está embarrado». Acarició el brazo de su hija y le dió un vuelco el corazón. Detestaba la idea de que se ensuciara de barro, o se quemara, o se viera sometida a alguno de los múltiples peligros del difícil entorno que era su hogar. ¿Sería capaz de cuidarla adecuadamente? Intentó decir algo positivo.


—¿Te gustan los cachorros, Cami? Tengo una perrita que, para cuando lleguemos a casa, habrá parido unos tres o cuatro.


Camila abrió mucho los ojos.


—¿Y todos están en la tripa de su mamá? ¿Como hicimos Nico y yo?


Pedro se tensó, creyendo que su hija se echaría a llorar al mencionar a su madre. ¿Qué debía hacer y decir? Paula habló por él.


—Eso es, Cami. Los cachorros están juntos en la tripa de su mamá —contestó con tranquilidad, como si no hubiera sucedido nada extraño o peligroso—. Si hay tres cachorros, serán trillizos. Y cuatro, cuatrillizos.


Para sorpresa de Pedro, Camila sonrió, claramente encantada con la respuesta de Paula.


—¿Qué tal si van a jugar un rato mientras papá se toma un café? —sugirió Paula—. Lleven las cartas a su habitación. Les avisaré en cuanto la comida esté preparada.


—¿Papá va a comer con nosotros? —inquirió Nicolás.


—Por supuesto. Va a quedarse aquí unos cuantos días.


Satisfecho, el chico recogió las cartas y ambos trotaron felices hacia su dormitorio. Pedro miró a Paula con una sonrisa de sorpresa.


—Han hecho justo lo que les has pedido. ¿Siempre son tan obedientes?


Ella rió.


—Ni mucho menos. Aunque van mejorando cada vez más —respondió, y le tendió una taza—. Bébetelo mientras esté caliente.


Pedro le dió las gracias y bebió un trago. El café era fuerte y de muy buena calidad. Observó disimuladamente a Paula. Se habían visto pocas veces, pero aseguraría que ella estaba diferente. ¿Acaso se le había afilado el rostro? ¿Por eso sus ojos parecían más grandes, su boca más carnosa y sus pómulos más marcados? ¿O lo diferente era su expresión?  No sabría decirlo, pero percibía una profundidad en la que no había reparado antes. Los últimos tres meses debían de haber sido muy duros para ella, sin duda había tenido que madurar rápido. Fuera lo que fuera, le sentaba muy bien. Y era evidente que había cuidado de maravilla a los mellizos.


—Espero que sepas lo agradecido que te estoy por cuidar de los niños — comentó—. No debió de ser fácil encontrarte con todo esto después de que Lara…


Paula asintió.


—Ha habido momentos duros, pero cada día es mejor que el anterior.


Pedro se preguntó con cierta ansiedad qué momentos duros habría superado. Se quedó en silencio, sumido en su preocupación, mientras se bebían el café.


—¿Cómo está tu tobillo? —inquirió Paula.


Pedro recordó su ira ante las inundaciones, y su frustración tras el accidente.


—Ahora está bien. No te imaginas lo exasperante que ha sido no poder llegar aquí antes.


—Reconozco que tampoco fue fácil intentar convencer a Camila y Nicolás de que estabas retenido por las inundaciones.


—Lo siento.


—No podías evitarlo —replicó ella—. Y fue buena idea el pedirme que no les dijera nada. Acababan de perder a su madre, se habrían derrumbado al saber que su padre también se encontraba herido.


Pedro se inclinó hacia delante, deseoso de hacerle la pregunta que le corroía:


—¿Qué tal crees que les sentará regresar a Australia conmigo?


Esperaba una respuesta tranquilizadora, del tipo: «Bien, ya han pasado lo peor». Para su desgracia, vió que ella clavaba la vista en su taza. Se le hizo un nudo en la garganta.


—Creí que mi casa, al ser un lugar completamente distinto, los ayudaría a salir adelante. Pero conoces a mis hijos mejor que yo.


Paula sonrió levemente.


—Deseo que lleven bien el cambio, pero no puedo prometer que vaya a ser fácil, Pedro. No soy ninguna experta, pero según lo que he leído…


—¿Según lo que has leído? —le interrumpió él, tenso.


Como ranchero, confiaba en las habilidades prácticas, y le costaba aceptar que los libros pudieran enseñar algo. Paula se ruborizó, pero elevó la barbilla y entrecerró los ojos.


—Nunca había experimentado este dolor, y menos aún ayudado a unos niños tras la muerte de su madre. Así que consulté a un médico, a una psicóloga, y además he investigado por mi cuenta. Después de todo, los libros están escritos por expertos. 


Pedro notó que le quemaba la nuca. Sin mirar a Paula a los ojos, le preguntó:


—¿Y qué dicen los expertos?


—Según parece, a los niños que han sufrido una pérdida les ayuda tener una rutina, una vida predecible. Así se sienten más seguros.


A él se le encogió el corazón. Una vida segura y predecible era casi impensable en el outback, donde se vivía a merced de los elementos, o de los cambiantes mercados. A diario surgían problemas relativos al aislamiento y las enormes distancias. Recordó todo lo que su exesposa detestaba de su estilo de vida, y lo que él mismo había vivido en los últimos tres meses: retenido por las inundaciones, a punto de quedarse desabastecido, con un pie roto por la crecida de un río. Las dudas se apoderaron de él. ¿Cómo iba a apartar a sus hijos de aquel mundo que conocían y adoraban?


No hay comentarios:

Publicar un comentario