martes, 22 de marzo de 2022

Secreto: Capítulo 13

 —Entonces, ¿Lo dices de veras? —le preguntó Pedro, serio de nuevo—. ¿Vendrás a Australia?


De pronto, Paula sintió como si aquello fuera algo inevitable. El destino. Como si, de siempre, él le fuera a hacer esa pregunta. Y como si la respuesta sólo pudiera ser…


—Sí. 


A Pedro le sorprendió lo feliz que le hizo saber que Paula les acompañaría en el viaje de regreso. El resto de los días, según terminaban de empaquetar todo, incluso Camila llegó a considerar el cambio como una gran aventura. Llegaron al aeropuerto JFK deseando despegar. Mientras esperaban en la cola del control de seguridad, sonó el móvil de Paula. Para oír mejor, ella se giró y se tapó el otro oído con la mano, al tiempo que fruncía el ceño y se concentraba totalmente en la llamada. Pedro se dió cuenta de que estaba observándola con demasiada atención, pero no podía evitarlo. Tal vez no fuera tan guapa como Lara, pero tenía algo especial y más duradero que la belleza. Vió que sonreía al contestar, con las mejillas encendidas, feliz. Al terminar, se giró hacia él exultante.


—¿Buenas noticias? —preguntó él.


—Sí. Al principio temí que fuera Dan… Alguien que me llamaba para despedirse. Pero es mejor que eso: he encontrado empleo.


Sorprendentemente, Pedro se alarmó. ¿Cómo afectaría aquello a sus planes? ¿Aún podía ayudarlos?


—¿Cuándo empiezas?


—Hasta agosto, nada —respondió ella, bailando de alegría—. No puedo creerlo, ¡Es el empleo de mis sueños! El colegio en el que siempre había querido enseñar.


Pedro deseó alegrarse. Seguro que había sido la mejor candidata. Entonces se dió cuenta de que apenas la conocía. Parecía una profesora de primera. Sus mellizos tenían mucha suerte de haber contado con ella unos pocos meses. Sí que se alegraba por ella. De hecho, se alegraba por los cuatro. Todo estaba saliendo a la perfección. En agosto, sus hijos ya se habrían adaptado a su nuevo entorno y, con ayuda de Paula, tendrían una nueva niñera. Y ella regresaría a casa para empezar su fabuloso empleo.


—Enhorabuena, es fantástico —afirmó, alargando la mano.


Y, por fin, sonrió.


Sídney resultó una sorpresa total para Paula. Durante el vuelo, se había preparado mentalmente para el outback, un entorno hostil de amplias llanuras, aislamiento, polvo y calor. Sin embargo, no había pensado mucho en Sídney: Ni en las fabulosas playas de arena dorada, ni en la enorme y moderna ciudad plagada de rascacielos. Tampoco esperaba encontrar a la madre de Pedro esperándolos a su llegada al aeropuerto. Ni que recibiera tan fríamente a su hijo. Nada de sonrisas y abrazos. Tan sólo:


—Hola, querido.


—Hola, madre.


Y ella ofreció su mejilla expertamente maquillada para que Pedro la besara. La tensión podía cortarse. Sin embargo, desapareció en cuanto Ana Zolezzi vió a sus nietos. Afortunadamente, los niños sonrieron y soportaron los achuchones sin quejarse.


—Vuestra abuela los ha echado mucho de menos —anunció, entregándoles varios regalos.


Paula se alegró al ver que Camila y Nicolás se acordaban de dar las gracias. Dió un respingo al notar una mano en su hombro. Era Pedro.


—Tal vez no recuerdes a mi madre, Ana Zolezzi.


Con el hombro aún cosquilleándole, Paula extendió la mano.


—Sí que la recuerdo, señora Zolezzi. ¿Cómo está?


La mujer le estrechó la mano con cautela, como si temiera que la manchara.


—Paula fue una de las damas de honor de Lara —recordó Pedro.


—Sí, y ahora es la niñera —señaló la mujer.


—Va a ayudamos con el Colegio del Aire —explicó Nicolás con orgullo.


Ana enarcó las cejas y lanzó una penetrante mirada a Pedro.


—¿Está debidamente preparada?


Molesta de que se hablara de ella como si no estuviera allí, Paula intervino:


—Tengo el título de profesora de Lengua.


La mujer sonrió levemente.


—Gracias al cielo por los pequeños regalos.


¿Qué demonios sucedía allí? Camila rompió la gélida tensión, porque necesitaba ir al servicio. Agradecida por la excusa para escapar, Paula la acompañó. Para cuando regresaron, Ana se había marchado.


—Mi madre tenía que atender a un evento —explicó Pedro, mucho más tranquilo, y sonrió—. En marcha, busquemos un taxi. 

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