martes, 29 de marzo de 2022

Secreto: Capítulo 24

Obviamente, un ranchero tenía que levantarse temprano y pasarse el día fuera de casa, trabajando en su propiedad. Pero cada noche, después de contarles un cuento a sus hijos antes de dormir, Pedro se metía en uno de los cobertizos, aduciendo que tenía un problema con un tractor roto. Paula se decía a sí misma que arreglar tractores era lo que hacían los hombres del outback por las tardes, en lugar de leer el periódico o ver la televisión. No le habría importado la ausencia de él si no estuviera casi segura de que estaba evitándola. ¿Acaso le preocupaba que lo abordara con más preguntas? Al final de toda una semana arreglando tractores, deseó saber si le había dicho algo que realmente le había molestado, o si estaba haciendo una montaña de un grano de arena. Su mente se tranquilizaría tras una breve charla. Mientras cortaba zanahorias, decidió que se acercaría al cobertizo aquella tarde en son de paz.


Sin luna que alumbrara el camino, Paula bajó con cautela la escalera de la casa. Eran las ocho y media, y los niños estaban dormidos. Se dirigió al cobertizo, iluminando su camino con una linterna. Una sombra se elevó del césped a su lado, extendiendo unas largas alas y haciéndola saltar del susto. Con una mano en el pecho, se planteó volver atrás, pero se dijo que seguramente se trataba de un búho y que cruzar un prado de Jabiru Creek no era diferente de cuando jugaba al escondite entre los cobertizos con sus hermanos. Le pareció una eternidad hasta que alcanzó la luz que se colaba por la puerta de la nave con tejado de zinc. Del interior llegaba un martilleo. ¿O era su corazón? Entró y vió neumáticos de todos los tamaños apilados contra una pared, piezas de maquinaria… Y un tractor intacto. Pedro estaba trabajando sobre un banco de madera. No llevaba el clásico mono, sino sus vaqueros de siempre y un suéter de lana arremangado, con un agujero en un codo. Había dejado de martillear y estaba cepillando los bordes de un gran objeto de madera. Se giró levemente y Paula apreció la fuerza de sus manos y antebrazos. Podía incluso sentir el movimiento de sus fuertes hombros bajo el gordo jersey de lana. Apagó la linterna y se la guardó en el bolsillo del abrigo. Le sudaban las manos, así que se las metió en los bolsillos también. Luego, sintiéndose como una intrusa, inspiró hondo y dio tres pasos más. Estaba muy nerviosa. En cualquier momento, él la vería y le preguntaría qué hacía allí. Intentó recordar lo que había ensayado decirle, algo acerca del tractor. Pero él no estaba trabajando en el tractor. Con la vista clavada en Pedro, dió otro paso… Y se tropezó con una tubería de metal, que salió rodando por el suelo de cemento. Pedro elevó la cabeza al instante, y la miró atónito.


—Lo siento —exclamó ella, frotándose el tobillo dolorido. 


—¿Estás bien? —inquirió él, acercándose rápidamente, mientras se limpiaba las manos polvorientas en un viejo trapo.


—Sólo ha sido un golpe.


—Espero que no te salga un moratón —dijo él, y frunció el ceño—. ¿Qué haces aquí? ¿Ha ocurrido algo? ¿Es Camila?


—No, no ha pasado nada. Los mellizos están profundamente dormidos.


—Me alegra oírlo —dijo él, y la observó desconcertado—. ¿Qué te trae por aquí a estas horas de la noche? Creí que estarías acurrucada delante de un libro.


Paula se sentía una tonta. Él no parecía molesto con su presencia allí, así que, ¿Cómo decirle que tenían un problema que debían solucionar?


—¿Has acabado con el tractor? —preguntó.


—¿Qué tractor?


—Creí que estabas arreglando uno.


—Me has descubierto —dijo él guiñándole un ojo, y se giró hacia el banco donde estaba trabajando—. La verdad es que he estado haciendo algo para Camila y Nicolás. Casi está terminado. ¿Te gustaría verlo? Aún tengo que pintarlo.


Sin esperar respuesta, Pedro regresó al banco y agarró el armazón, que parecía una enorme caja. Orgulloso, lo depositó en el suelo.


—¡Es un teatro de marionetas! —exclamó Paula con un hilo de voz.


—He hecho el escenario lo suficientemente alto como para que Camila y Nicolás puedan colocarse detrás.


—Es perfecto —alabó ella, realmente maravillada—. Les encantará. ¡Hasta has hecho el tejado en punta!


—Y Cecilia está cosiendo el telón de terciopelo rojo.


—¡Es fantástico!


¿Así que Cecilia también lo sabía? Paula se sentía totalmente descolocada. Había pasado toda la semana creyendo que él la evitaba, cuando en realidad había estado creando una maravillosa sorpresa para sus hijos.


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