Pedro agradeció enormemente que Paula quisiera tomarse algo con él a medianoche. Aunque Camila se había tranquilizado rápidamente en sus brazos, sus gritos lo habían conmocionado. Más que nunca, era consciente de su falta de habilidades al respecto. Desconocía tanto de sus hijos… Y no sería capaz de leer libros de expertos psicólogos cuando, dentro de poco, se hiciera cargo él solo de Camila y Nicolás. De pronto, la ilusión de tenerlos de nuevo en su vida se empañó con terror. Le acosaron todos sus fracasos, esos problemas que acarreaba desde su infancia y que le habían costado el matrimonio. ¿Cómo iba a ser un modelo para los niños? Había decepcionado a sus padres y a su esposa. ¿Decepcionaría también a sus hijos? Las preguntas le agobiaban, conforme Paula y él se sentaron en unos sofás con vistas a la ciudad. Encendieron una luz tenue, y dejaron las cortinas abiertas para contemplar los rascacielos salpicados de luces. De la calle llegaba el rumor del tráfico. Nueva York, la ciudad que nunca dormía. ¿Cómo iba a hacerlo con aquel ruido constante?, pensó Pedro con ironía. Paula se sentó con los pies recogidos bajo ella, de lado, y la copa de vino en sus delgadas manos.
—Es un Margaret River, debería ser bueno —comentó Pedro—. Salud.
—Salud —contestó ella con una leve sonrisa, elevando su copa.
Lo probaron y sonrieron satisfechos. Era un vino extraordinario. Comenzaron hablando de cosas prácticas, como la ropa que necesitarían los niños al llegar a Australia, y la que podía enviarse por correo. También tenían que decidir sobre los juguetes: Los favoritos se los quedarían y otros los regalarían a organizaciones sociales.
—¿Qué tal llevarán el dejar atrás a sus amigos? —preguntó Pedro.
—No creo que eso sea un problema. Cuando eres un niño, los amigos entran y salen de tu vida —respondió Holly, y sonrió—. No te preocupes tanto, Pedro. Nico está como loco por llegar a tu rancho.
Sintiéndose un poco más seguro, él formuló lo que más le preocupaba.
—En cuanto a las pesadillas de Cami… ¿Sabes a qué se deben? ¿Podría ser porque se encontraba con Laura cuando… El aneurisma?
—Es muy posible —contestó Paula, clavando la vista en su copa—. Lara estaba preparándole un sándwich cuando se desmayó.
Era demasiado terrible hasta imaginarlo. Qué impotente y aterrada debía de haberse sentido Camila. Y seguramente, también culpable. Pedro suspiró pesadamente.
—¿Nico también tiene pesadillas?
Paula negó con la cabeza.
—Creo que Nico es más fuerte que Cami. Él telefoneó a la ambulancia, hizo todo lo que pudo. Seguro que eso le ha ayudado a superarlo, aunque sea a nivel subconsciente.
Pedro se sintió orgulloso de su hijo.
—Aún necesito aprender tanto… ¿Hay algo más que deba tener en cuenta?
Paula frunció el ceño y tomó otro sorbo de vino antes de contestar.
—Me gustaría que Nico mostrara más su dolor. Lo ha estado almacenando, y estoy segura de que llorar le haría bien.
—Probablemente crea que llorar es de chicas.
—Es posible. Mis hermanos así lo creían —dijo Paula y suspiró—. Seguramente necesita que se le anime a hablar de ello.
Pedro hizo una mueca. Hablar de sentimientos no era su terreno. Toda su vida, había sido un hombre de acción, no de palabras. Viendo su reacción, Paula cambió de tema.
—Dirigir el rancho debe de tenerte muy ocupado. Supongo que has contratado a una niñera para que te ayude con los niños.
Pedro inspiró hondo.
—Hasta ahora, he organizado un equipo para que se ocupe de reunir al ganado, lo cual me ha liberado bastante. Mi plan era esperar hasta ver cómo eran Camila y Nicolás. Había pensado ayudarlos a que se habituaran al cambio primero, y luego buscar a alguien. No tendría sentido contratar a una niñera que no les gustara — añadió, dejando su copa vacía en la mesa.
—Cierto, tendría que ser alguien apropiado —dijo ella, apartando la mirada.
Pedro creyó ver lágrimas en sus ojos, y se le hizo un nudo en la garganta. Había creído que ella estaría deseando verse libre de los niños, pero parecía que le apenaba separarse de ellos.
—¿Cami y Nico podrán decidir cuando elijas a su nueva niñera? —inquirió ella, de pronto.
—Serán consultados. ¿Alguna recomendación por tu parte? —respondió él, queriendo ser diplomático.
—Antes debo reflexionar sobre el asunto —dijo ella, bajando las piernas al suelo.
Pedro no pudo evitar contemplar aquellas piernas largas, torneadas y con las uñas pintadas de un rojo muy sexy. Con la bata de seda verde y el cabello oscuro, Paula resultaba una imagen encantadora, como un cuadro. Chica a medianoche. Pensó en lo perfecto que sería, para los niños, por supuesto, que ella continuara siendo su niñera. Los comprendía a la perfección, y ellos la adoraban. Además, poseía grandes dotes didácticas. Con su ayuda, la transición a Australia apenas sería traumática. Aunque eso no sucedería nunca, claro. Ella estaba a punto de empezar su nueva carrera profesional allí. ¿Por qué iba a renunciar a todo eso y marcharse al outback? Era una chica urbana, prima de su ex mujer, igual de cultivada que ella. Si detestara el rancho igual que Lara, podría influir en los niños.
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