martes, 8 de marzo de 2022

A Mi Medida: Capítulo 50

 —Sí, ya sé que me vendría muy bien profesionalmente, pero, desgraciadamente, la respuesta es no.


Damián se rió nervioso.


—Bien, supongo que quieres hacerte rogar un poco. Ya le he dicho al organizador que ibas a dar la conferencia y está encantado con la publicidad.


—Espero que no le hayas dicho que mi hermana iba a ir porque se va a llevar doble decepción.


Damián dejó de sonreír al darse cuenta de que Paula hablaba en serio.


—Sería mucho mejor para todos que dijeras que sí.


¿La estaba amenazando? ¿Aquel hombre que le había arrebatado la autoestima la estaba amenazando? ¡Lo que faltaba! Menos mal que, en las últimas semanas y con ayuda de Pedro, la había recuperado.


—Los dos sabemos que a tí lo único que te preocupa es tu carrera, no la mía —sonrió a la camarera—. No pierdas el tiempo, Damián. Ya he tomado una decisión.


—Tal vez esto te haga cambiar de opinión —dijo Damián entregándole un sobre.


—¿Qué es? Una nota del organizador.


—Un pequeño incentivo para que te portes bien.


—Dejé hace un año de ser tu felpudo —le recordó sin rastro de amargura.


Aquel hombre no merecía ni eso ya. Abrió el sobre y vio la fotografía que Pedro le había hecho toda sudada y acalorada, la que había desaparecido de la nevera.


—¿Has entrado en mi casa? ¿Sigues teniendo llaves?


—Por si acaso —admitió sin atisbo de culpa—. ¿Tienes idea de cuánto pagaría la prensa por una foto de la hermana mayor de Isabella poniéndose en forma para la gran boda?


Claro que tenía idea. Los periodistas llevaban dos semanas apostados en casa de su madre para conseguir algo de Isabella. Tenía sus ventajas ser el miembro invisible de la familia.


—No, pero seguro que tú, sí, Damián —contestó.


Ni se molestó en hacer trizas la fotografía. Obviamente, Damián habría pensado en ello y habría hecho copias.


—Mi respuesta sigue siendo no —dijo poniéndose en pie y devolviéndole el sobre—. La comida queda cancelada. Espero que sepas llegar a la salida.


Se giró pensando en cambiar las cerraduras de toda la casa y vió a Pedro andando hacia ella con una mujer alta y elegante de su edad. ¿La nueva e importante clienta? Sí, obviamente, alguien que podía pagar sus elevadas tarifas… Siempre había sabido que no era suyo, que era un lujo temporal que ella no podía permitirse, pero su corazón todavía albergaba la esperanza de que eligiera quedarse con ella. Qué estupidez. De haber sido así, la noche anterior no le habría dado un beso en la mejilla al desearle buenas noches en la puerta de su dormitorio. Se dió cuenta de que la mujer se acercaba a ella con la mano extendida.


—Señorita Chaves, encantada de conocerla. Pedro me venía diciendo precisamente que iba usted a realizar un tapiz para el club…


¿Cómo sabía Pedro aquello? Lo miró, pero él ni se inmutó.


—… y, cuando me dijo que estaba usted comiendo aquí hoy, le he rogado que nos presentara.


—Paula, te presento a Diana Armstrong, directora del grupo Armstrong Media. Su marido, Enrique, es el diseñador de muebles y promotor de las Conferencias Armstrong.


—Tuvimos la suerte de que uno de nuestros primeros conferenciantes fuera Pedro, ¿Sabe? Sí, habló de la importancia del deporte en la educación —dijo Diana sonriente—. Todo el mundo sabe que ha salvado muchas instalaciones deportivas de la especulación inmobiliaria.


—Ah —dijo Paula en un hilo de voz.


—Por ejemplo, cuando sacaron a la venta los terrenos deportivos de un colegio, los compró para que nadie pudiera construir y los donó al propio colegio —le explicó Diana.


Paula sintió un nudo en la garganta y no pudo mirarlo a los ojos.


—No lo sabía —dijo por fin.


Por lo visto, no sabía muchas cosas sobre Pedro Alfonso.


—Me encanta su obra, señorita Chaves…


—Paula, por favor.


—Paula —dijo Diana—. Tengo un tapiz suyo titulado «Diente de león». Es impresionante. Cada vez que lo miro, le veo algo diferente.


—Gracias —contestó Paula.


—Pedro me ha dicho que va usted a declinar la invitación para dar una conferencia este año con nosotros. Espero que, si yo se lo pido personalmente, reconsidere usted su postura.


—¿Qué les parece si comen las dos solas y lo hablan? —propuso Pedro sin darle oportunidad de preguntarle el millón de cosas que se agolpaban en su cabeza—. Damián, hola, ya te acompaño yo a la salida.

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