El Castillo de Melchester era una construcción preciosa del siglo XIX, y desde el helicóptero se veía perfectamente. Cuando aterrizaron, un enjambre de criados se abalanzó sobre ellos y quedaron sorprendidos de que solo llevaran una maleta entre los dos.
—Creíamos que era usted la señorita Chaves —le comentó una doncella.
—Y lo soy —contestó Paula—. Isabella Chaves es mi hermana pequeña.
Su madre estaba en la recepción.
—Ah, eres tú, Paula. Me había parecido oír un helicóptero.
—Voy a necesitar una triple hamburguesa con queso —murmuró Paula apretando los dientes y mirando a Pedro, que estaba firmando el libro de registro—, pero creo que voy a tener algo mucho mejor —sonrió.
La ceremonia fue sencilla, sin pajes ni damitas de honor que le robaran protagonismo a la madrina. La novia estaba maravillosa y el novio la miraba embelesado. Marcos Gray, tan guapo como en las pantallas, se hizo cargo de los anillos y del discurso con aplomo y profesionalidad, como si llevara semanas ensayando el momento. Los recién casados bailaron ante la atenta mirada de los presentes y, entonces, llegó el gran momento. Marcos Gray se acercó a Paula y la invitó a bailar. Allí estaba su sueño hecho realidad, pero ella quería bailar con Pedro. Por desgracia, lo habían reconocido y estaba rodeado por un grupo de hombres, entre ellos su propio padre, que estaban reviviendo con él todos sus partidos. Lo miró, la miró y sonrió como diciéndole que disfrutara de su momento, que él se mantenía en segundo plano. Así que Paula bailó con Marcos Gray, que bailaba estupendamente y sonreía a las cámaras justo en los momentos apropiados. Al cabo de un rato, Pedro hizo su aparición en la pista de baile.
—Ahora —le dijo.
—Qué palabra más maravillosa —contestó Paula aceptando su mano.
Marcos Gray se quedó como si nunca lo hubieran dejado plantado en una pista de baile ni en ningún otro sitio, pero reaccionó con naturalidad, le dió un beso en la mejilla que se encargó de inmortalizar el fotógrafo de Celebrity y le dijo a Pedro lo afortunado que era, a lo que él respondió con una gran sonrisa que ya lo sabía.
—Paula, tu hermana va a subir a cambiarse —le dijo madre cuando ya se alejaban.
—¿Y? No creo que me necesite para desabrocharle el vestido teniendo a su marido, ¿No? —contestó Paula.
Al llegar a las escaleras, se encontraron con un montón de gente bloqueándolas porque Isabella iba a lanzar el ramo de novia.
—¡Paula! ¡Es para tí! —gritó su hermana viéndola.
El ramo habría pasado de largo sobre su cabeza si Pedro no lo hubiera agarrado al vuelo. Todos lo miraron y se hizo un gran silencio.
—¿Qué le parecería a usted, señorita Chaves, que esto tuviera continuación?
—¿Continuación? —dijo Paula confusa.
—Sí, como «La señorita Chaves se casa II» —dijo alguien.
Todos se rieron, pero Paula no los oyó. ¿Pedro le estaba pidiendo que se casara con él? No podía ser. Imposible. Docenas de personas la estaban mirando, esperando su contestación. Era el centro de atención. Sin embargo, la única persona que le importaba en aquellos momentos era la que tenía ante sí. Por una vez, Pedro Alfonso no sonreía. Estaba más serio que nunca.
—No quiero ser una estrella —dijo.
—Serás lo que quieras ser, Paula.
—Ya tengo lo que quiero —dijo echándole los brazos al cuello y besándolo apasionadamente mientras los presentes suspiraban emocionados.
—¿Mismo lugar? —murmuró Pedro mirándola a los ojos.
—Muy bien —contestó ella girándose y dándose cuenta de que todos los estaban mirando—. ¿Pedro?
—¿Sí, cariño?
—¡Ahora!
Sin dudarlo un momento, Pedro la tomó en brazos y la gente se apartó para dejarlos pasar en dirección a las escaleras.
A finales de junio, un día tranquilo y soleado, la familia Chaves se volvió a reunir en el Castillo de Melchester para celebrar su enlace. Paula le dió su ramo de novia a Jimena, que estaba tan embelesada con el padrino, que era un jugador de rugby amigo de Pedro, que estuvo a punto de no verlo. Él, por su parte, no dejaba de mirarla y tuvieron que preguntarle dos veces por los anillos. Aunque no había periodistas colgados de los árboles, como en la boda de su hermana, cuando Pedro le puso la alianza en el dedo anular y pronunció las palabras que los convertían en marido y mujer, fue el día más importante de la vida de Paula. De momento…
FIN
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