—¿Qué tal va todo?
Era Jimena desde Estados Unidos, así que había que ser breve y concisa.
—Si te digo que no he comido ni una hamburguesa de queso desde que Pedro Alfonso vive conmigo, ¿Qué me dirías?
—Que cómo lo ha hecho.
—Sin piedad. Parece que no se da cuenta de las necesidades de una mujer.
Jimena se rió.
—Replantéate cuáles son esas necesidades y descubrirás que Pedro es mucho mejor que una hamburguesa.
—No sé a qué te refieres —mintió recordando la escena del chocolate en el estudio.
Cuando la había pillado con una hamburguesa de queso triple con extra de pepinillos, sin embargo, no se había mostrado tan sensual. Simplemente se la había arrebatado y la había tirado a la basura. Tras una semana de comida y vida sana, haciendo todo lo que Pedro Alfonso le decía, lo había visto claro. Sentía un gran vacío porque no podía comer comida basura. Y eso era culpa de él. Tras el incidente de la bicicleta no la había vuelto a tocar, no se había vuelto a quitar la camiseta ni había vuelto a entrar en su habitación. Cuando le había tocado medirla para ver los progresos realizados, había puesto una excusa y una compañera lo había hecho por él. Cuanto más se esforzaba ella en hacer las cosas bien, más se alejaba él, como si el momento en el que podría haber sucedido de todo en el estudio jamás hubiera existido. Ella no podía controlarse. Su cuerpo le recordaba una y otra vez aquel episodio, seguía deseando a Pedro. Su cerebro tampoco la ayudaba demasiado, pues tenía grabadas las imágenes y las repetía constantemente. Cuanto más se alejaba él, más quería ella que se acercara. Estaba tan sensibilizada a su presencia que estaba segura de que, si la tocara, sería como una descarga eléctrica. Tal vez él también lo supiera. Tal vez por eso le había pedido a su compañera que se encargara de medirla. Aquel día apenas le había hablado durante el trayecto de vuelta a casa.
—Me voy a cambiar —había dicho tras bajar la bici del jeep—. Si quieres, ponte a trabajar. Ya hago yo la cena —había añadido.
Eso, cada uno por un lado. Así que no estaba dispuesto a darle consuelo, ¿Eh? Muy bien, pues ya se buscaría ella dónde encontrarlo.
—Gracias —le había dicho oliendo ya la cebolla frita y pensando cómo escapar—. Esto del ejercicio me sienta muy bien físicamente, pero no le va muy bien a mi creatividad.
—¿Te apetece cenar algo en concreto?
—Cualquier cosa que no sea pollo —había contestado ella rezando para que subiera las escaleras cuanto antes—. Bueno, me da igual, pollo está bien —había añadido soñando ya con la triple hamburguesa—. Bueno, estoy en el estudio…
Pedro no se había movido del sitio, pero Paula se había girado y había hecho un esfuerzo para no salir corriendo sino andando tranquilamente. Había entrado, encendido las luces y arrancado el ordenador. Por fin, tras lo que se le había antojado como una eternidad, había visto luz en el baño. Salió como una centella, se subió en la bici y pedaleó hasta la hamburguesería.
—¿Quiere patatas o bebida? Tenemos una oferta que…
—No, no, gracias —había contestado.
Tenía que darse prisa para volver antes de que Pedro la echara en falta. Era como si le leyera la mente. Imposible. Si le leyera la mente, no necesitaría comida basura para consolarse.
No hay comentarios:
Publicar un comentario