Le pareció que había transcurrido una eternidad desde entonces.
—¿Creías que ibas a conseguir un montón de publicidad a cambio?
—No me fui a vivir a tu casa por eso, Paula. Jimena me contó que querías que ella te vigilara y decidí hacerlo yo. Aquella primera noche me pusiste a mil y ya no pude irme. Te creías que lo hacía para hacerte sentir bien, ¿Verdad? Te equivocaste. Nunca he deseado tanto a una mujer.
—Pero eso fue antes de…
—Sí, antes de que adelgazaras y te pusieras reflejos en el pelo. Exacto.
—Ojalá lo hubiera sabido. Yo también te deseaba, Pedro. Cuando te fuiste, estuve a punto de desmayarme.
—Te aseguro que no fuiste la única. Cuántas veces he querido decirte lo mucho que significabas para mí, pero estabas baja anímicamente, no era el momento, no me habrías creído. Quería que supieras que iba en serio y quería saber que tú sentías lo mismo por mí.
—¿Que no me interesabas por el dinero? ¿Por qué? ¿Es lo que te han hecho otras?
—Efectivamente —contestó abrazándola.
—Ah.
—Anoche me dí cuenta de que quería y debía contarte la verdad, pero estaba seguro de que te ibas a enfadar por haberte mentido.
—No me has mentido nunca, Pedro —dijo Paula—. Yo saqué mis conclusiones y tú no me corregiste.
—Dicho así, incluso suena bien —sonrió mirándola a los ojos.
—Está bien. No me dijiste la verdad, pero no fue para hacerme daño.
—No, eso es lo último que haría en la vida. Necesitabas a alguien y decidí ser yo, pero creo que no te habría hecho mucha gracia que el jefe de Jimena se fuera a vivir contigo tres semanas.
—No —contestó—. No creo que hayas estado muy cómodo en esa cama incómoda y estrecha.
—He pasado varias noches en vela, pero no por la cama sino por la mujer que dormía al otro lado de la pared.
—Anoche…
—Anoche era demasiado pronto.
—¿Demasiado pronto?
—Sí, los dos teníamos que curarnos viejas heridas. Tú la de Damián y yo la amargura en general.
—Y yo, además, perder diez kilos.
—No has adelgazado diez kilos ni creo que los pierdas nunca —dijo acercándose a ella—. Nunca vas a ser delgada, pero te voy a decir una cosa —añadió dándole besos por el cuello en dirección a la boca—. Te quiero tal y como eres.
Paula lo miró anonadada. Le había dicho eso antes, pero entonces había dicho «me gustas», no «Te quiero». Sintió que el mundo se había parado y, al ver su sonrisa, comprendió que se lo estaba diciendo en serio. Aquella sonrisa le estaba diciendo también «Vámonos a un lugar más íntimo, donde te pueda desnudar y demostrarte cuánto te quiero».
—¿Ahora? —le preguntó Paula.
—Ahora —contestó él.
—¡Ah, estás aquí!
Paula dió un respingo al oír la voz de su madre.
—Te llevo buscando toda la mañana. Te he llamado mil veces al móvil. No sé para qué lo tienes si nunca lo contesta. ¿No escuchas los mensajes tampoco? —dijo como una ametralladora parándose ante ellos—. Menos mal que te has peinado. No te han dejado mal. No tan bien como a tu hermana porque a ella ya sabes que se lo corta… Bueno, da igual. Vamos, nos tenemos que ir ya. No hay tiempo.
—¿Tiempo para qué?
Su madre miró a Pedro de reojo.
—La boda —contestó en voz baja—. Es esta tarde. No queremos que se entere…
—¿La prensa? —preguntó Paula.
—¡Eso, grítalo! —exclamó Alejandra Chaves.
—Solo estamos nosotros tres, mamá. Por cierto, te presento a Pedro Alfonso. Pedro, ésta es mi madre.
Alejandra le estrechó la mano con premura.
—Muy bien, hala, vámonos ya.
—Mamá, Pedro va a venir a la boda.
—¡Paula! No te puedes dedicar a invitar a gente a última hora, de verdad.
—Jimena está todavía en Estados Unidos, así que no tengo acompañante —protestó Paula.
¿Y si Pedro no quería ir? Lo miró nerviosa.
—Su hija y yo tenemos asuntos pendientes —contestó él—, así que, donde vaya ella, voy yo.
—Muy bien, muy bien —dijo Alejandra—. Vámonos ya. La ceremonia es en el Castillo de Melchester a las seis en punto. No lleguen tarde, ¿De acuerdo? Por favor, Paula, no le estropees el día más importante de su vida a tu hermana.
—¿Y el mío, qué? —musitó Paula cuando su madre se alejó a toda prisa.
—Esto no ha terminado —dijo Pedro sacándose el móvil de bolsillo—. Me refiero a los asuntos que tenemos tú y yo pendientes. Espera a oír la palabra.
—¿Qué palabra?
Pedro se limitó a sonreír y, aquella vez, Dodie no supo qué quería decir aquella sonrisa.
—Vamos a casa a hacer la maleta —dijo pasándole las llaves de su coche—. Tú conduces y yo voy a ejercer un poco de empresario multimillonario por una vez en la vida, ¿De acuerdo? Tengo que reservar una suite en el Castillo de Melchester y creo que vamos a ir en un medio de transporte más rápido. Nos hemos portado bien y nos los merecemos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario