Luchando contra su cansancio, abrió un ojo y vió la luz de la luna entrando por una ventana desconocida. Por un instante, le invadió el pánico. ¿Dónde se encontraba? Lo recordó al instante y se incorporó de un salto, con el corazón desbocado. Tiritando de frío, pues allí era invierno, encendió la lámpara de su mesilla y se estremeció cuando sus pies tocaron el gélido suelo. No había tiempo para buscar una bata. Los gritos de Anna habían aumentado considerablemente. Paula se lanzó al pasillo, camino del dormitorio de los niños. Pedro ya estaba allí. Entre las sombras, lo vió sentado al borde de la cama de su hija, intentando tranquilizarla.
—Tranquila, pequeña —murmuró, abrazándola—. No pasa nada.
Pero ella siguió gritando.
Paula se acercó y, aunque no podía ver el rostro de Pedro, supo lo impotente que se sentía. Suavemente, acarició el cabello y la suave mejilla de la niña.
—Cami —comenzó, con su voz más tranquilizadora—. No pasa nada, cariño. Has tenido otra pesadilla, pero ya ha terminado. Estás bien. Estoy aquí contigo, y papá también.
Para alivio suyo, los gritos fueron sustituidos por fuertes sollozos. Paula notó que Pedro suspiraba pesadamente.
—Será mejor que me la lleve a mi cama —ofreció ella, sabedora de que el extraño entorno haría más difícil que la niña volviera a dormirse.
—De acuerdo. Gracias. La llevaré en brazos hasta allá —aceptó Pedro, sin dudarlo.
Paula asintió y se acercó a la cama de Nicolás.
—¿Estás bien, campeón?
—Sí —murmuró el niño, medio dormido.
—Voy a llevarme a Anna a mi habitación, ¿De acuerdo?
Paula lo abrazó, lo arropó y se marchó con Pedro por el gélido pasillo hasta su dormitorio. Tiritaba conforme se metió en la cama de nuevo. Tenía tanto frío que ni se preocupó de la intimidad de tener a Pedro Alfonso en pijama en su habitación. Al menos, Camila estaba más tranquila. Conforme Pedro la dejaba en su cama, sus brazos se rozaron, y Paula sintió una descarga eléctrica que la dejó casi temblando. Miró a Pedro, que estaba muy preocupado.
—Camila está bien ya —afirmó.
—¿Estás segura? —inquirió él, incapaz de ocultar su ansiedad.
—Sí, Pedro, ya ha pasado todo. Estoy segura.
El colchón se hundió cuando él se sentó en el borde. Paula vió que le temblaba la mano al acariciar el cabello de su hija.
—Lo siento mucho, pequeña —dijo tenso, como si él fuera responsable de su angustia.
Paula quiso asegurarle que estaba haciéndolo muy bien con sus hijos, pero no era el momento.
—Vas a dormirte, ¿Verdad, Cami? —preguntó a la pequeña, que se acurrucó contra ella y, sin abrir los ojos, asintió.
A pesar de todo, Pedro continuaba sentado, observándola. Paula se obligó a mantener la calma. Él estaba tan cerca que casi podía sentir el calor de su cuerpo. Era tan guapo, tan masculino… Lo vió inclinarse para besar a su hija y aspiró el aroma de su perfume.
—Buenas noches, tesoro —dijo él, y le brillaban los ojos cuando sonrió tristemente a Paula—. Gracias, Paula, eres maravillosa.
Y, antes de que ella se diera cuenta de lo que sucedía, sintió que la besaba en la mejilla. Se encendió toda entera al instante. No había sido más que un roce amistoso, pero muy cerca de su boca. Pedro se puso en pie y se estiró.
—¿Hay algo que pueda hacer por tí? ¿Algo que desees?
Paula se habría echado a reír de no estar tan excitada. Menos mal que Camila estaba allí, evitando que dijera alguna insensatez.
—Estoy bien, gracias —logró articular—. Cami y yo vamos a estar bien.
Pedro las miró muy serio.
—Entonces, buenas noches —dijo, y sonrió de medio lado, de lo más sexy—. Que duerman bien.
Incapaz de hablar, Paula asintió y le observó marcharse, con su cabello brillante, sus hombros anchos, su trasero perfecto y sus largas piernas.
—¿Nico? —susurró Pedro en la semioscuridad—. He venido para asegurarme de que estás bien.
La luz que llegaba del pasillo le permitió ver a su hijo acurrucado de lado, con las sábanas hasta la barbilla y el cabello oscuro enmarcando sus suaves mejillas. Sólo tenía seis años, pero a veces Pedro creía ver destellos del hombre que llegaría a ser. Cuidadosamente, se sentó en el borde de la cama, y notó que el pequeño le hacía sitio.
—Asusta bastante cuando Camila grita así, ¿Verdad?
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