jueves, 31 de mayo de 2018

Mi Destino Eres Tú: Capítulo 24

Paula se dió la vuelta por la respuesta. Que admitiera que era un error lo hacía más tentador. Estaba detrás de ella, muy cerca, alto y fuerte con la fachada del hotel detrás de él.

—¿Entonces qué estamos haciendo?

—Te he traído aquí porque... —hizo una pausa.

—¿Sí? —dijo ella en un susurro.

—Lo siento —se dió la vuelta bruscamente—. Ha sido un error.

Decepcionada,  se  rodeó  con  los  brazos.  Las  noches  en  la  terraza  eran  muy  románticas,  excepto  cuando  sólo  estaban  a  unos  pocos  grados  de  la  helada  y  se  llevaba   un   vestido   de   tirantes.   Y   más   cuando   el   acompañante   se   alejaba.   La   sorprendió darse cuenta de que no quería que lo hiciera.

—Tienes  frío  —y  sin  dudarlo  Pedro se  quitó  la  chaqueta  y  se  la  echó  por  los  hombros.

—¿No me habías dicho que Caro tenía hijos y no podría venir? —dijo mirando su camisa blanca a la luz de la luna.

—Así es. Están en casa de nuestro padre con la niñera.

—Entiendo.

—¿Lo entiendes?

—En realidad, no —lo miró con la cabeza inclinada—. Lo que está claro es que tú  la  quieres.  Y  ella  a  tí.  Yo...  —se  quedó  callada  preguntándose  hasta  dónde  sería  seguro contarle—. Me das envidia. No tengo hermanos ni hermanas, ni siquiera una familia.

—¿Dónde está tu familia? ¿Tus padres? —se apoyó en la balaustrada a su lado y miraron juntos las sombras de las montañas.

—No conocí a mi padre. Y no he hablado con mi madre desde hace años.

—¿Tiene eso algo que ver con el miedo que te doy?

Se  mordió  el  labio.  No  podía  mirarlo.  No  entendería  lo  de  Fernando,  ni  lo  de  su  madre.  Además,  eso  sólo  enrarecería  las  cosas  entre  ellos.  Sus  sentimientos  podían  estar  cambiando  pero,  definitivamente,  Pedro no  estaría  interesado  en  alguien  con  tanto  equipaje.  Él  tenía  un  padre  y  una  hermana  y  todo  su  negocio  se  basaba  en  la  familia. Eran de mundos distintos.

—Da lo mismo, Pedro.

Enlazó  los  dedos  con  los  de  ella  y  Paula sintió  que  se  le  paraba  el  corazón.  En  diez minutos le había dado más ternura y cariño que el que había recibido en toda su vida.Sería demasiado fácil enamorarse de él.

—¿Y tú qué? Debes de tener una novia... o novias... en algún sitio.

—No.

—Oh,  eso  está  bien.  Te  gusta  ser  soltero.  ¿Crees  de  verdad  que  podrás  serlo  siempre?

Se apartó de ella y su mandíbula se tensó.

—No creo especialmente en el amor, Pau.

—Ya somos dos —dijo ella con una sonrisa contenida.

La miró con sus ojos profundos y oscuros.

—¿Por qué?

Él  se  marcharía,  pero  quizá  fuera  lo  mejor.  No  tenía  por  qué  saber  su  historia,  no estará allí lo bastante como para que eso fuera importante.

—Cuando la única persona que debería amarte no lo hace, eso te marca quieras o no. Así que vine aquí y me hice una vida. Es todo lo que tengo, Pedro.

—Y crees que yo te lo quitaré.

Ella lo confirmó limitándose a permanecer en silencio mirándolo.

—No lo haré.

—No te dejaré —eso le arrancó un atisbo de sonrisa—. ¿Y tú, Pedro? ¿Por qué no crees en el amor?

—Mi  madre  nos  abandonó  a  todos  cuando  yo  era  un  muchacho.  Oía  a  Caro llorar  antes  de  dormirse  cada  noche.  Veía  la  angustia  de  mi  padre,  pero  él  la  seguía  queriendo. Se divorció de él y llegaron a un acuerdo, pero ni una sola vez fue a ver a Caro, ni a mí. Ni a mi padre. Nos dejó por otra vida.

—¿No la has vuelto a ver?

—Ni una sola vez. Ni siquiera cuando Caro se casó o cuando nacieron sus hijos.

—Lo siento, Pedro—le dolió el corazón al pensarlo—. Pero tu padre...

—Hizo un trabajo maravilloso sacándonos adelante y dirigiendo Alfonso. Pero en ausencia de ella, Alfonso se convirtió en su novia. Mantiene férreamente el control.

—No confía en tí.

—Cree que lo hace.

Pedro quería más. Quería algo suyo. Quizá tuvieran más en común de lo que ella había pensado al principio.

—Así que has venido aquí para demostrar algo.

Él  asintió.  Quedó  hipnotizada  por  el  movimiento.  Toda  la  noche  se  había  sentido  como  despertándose  de  una  pesadilla.  Él  la  había  tocado  y  ella  no  había  brincado asustada. Estaría allí poco tiempo, pero estar con él ayudaba.

—Jamás querría estar en la posición que estuvo mi padre. No me hace falta un psicoanalista. No confío en el amor, no en el de a largo plazo.

—Así que te contentas con aventuras breves.

—He  intentado  otra  cosa  alguna  vez  y  siempre  hemos  acabado  haciéndonos  daño los dos. Es mejor así.

—¿Qué pasó?

Pedro dudó  y  ella  notó  su  dolor.  Quizá  no  debería  preguntar.  Pero  un  Pedro así  de  abierto...  quizá  no  volvería  a  suceder.  Quería  saber.  Era  algo  raro  en  ella,  pero  quería saber cosas de él.

Mi Destino Eres Tú: Capítulo 23

—Sabes que me gusta. ¿Además con quién si no voy a bailar? Hace meses que no nos vemos y este viaje va a ser realmente rápido.

Paula miró  a  Pedro y  en  su  rostro  se  dibujó  una  sonrisa  reacia  al  ver  su  necia  expresión.  Había  sonreído  más  ese  día  de  lo  que  podía  recordar  en  mucho  tiempo.  Ver  a  Pedro sometido  a  su  hermana  era  divertido.  Se  había  acostumbrado  tanto  a  verlo dar órdenes que estaba encantada de que supiera satisfacer a su hermana.

—Ah, la culpabilidad familiar —bromeó Paula—. Da lo mismo la nacionalidad.

—Oh, los italianos somos especialmente versados en eso —dijo Carolina—. Vamos, Pedro.

Paula los  miró  deseando  tener  la  misma  gracia  natural  que  parecían  poseer  los  Alfonso. Había insistido en que bailase con Carolina y era divertido verlos. Podía oír la risa de  la hermana de Pedro.  Era  un  hombre  que  podía  encandilar.  Como  le  había  pasado  a  ella  con  la  comida en el campo, la cena con Gina había parecido relajarlo. Eso lo hacía aún más atractivo. Se humedeció los labios. Ni en un millón de años habría esperado sentirse atraída  físicamente  por  un  hombre.  Menos  en  ese  momento,  sabiendo  que  Fernando  estaba fuera. Estaba   segura   de   que   su   madre   tenía   que   saber   que   estaba   en   libertad   condicional,  y  por  primera  vez  se  preguntó  qué  estaría  haciendo  Alejandra,  dónde  estaría. Después del juicio ella se había marchado y no había vuelto a mirar atrás. No podía.  Pero  a  pesar  de  los  años  de  incomunicación  entre  ellas,  estaba  claro  que  su  madre había tenido que enfrentarse a lo mismo que ella. Incluso a lo mejor más que ella. Por primera vez en mucho tiempo sintió lástima de su madre.

Sin aliento, Pedro  y Carolina volvieron a la mesa. Ésta se sentó, pero Pedro se quedó mirando a Paula. Ella forzó una sonrisa, pero supo que era demasiado tarde.

—Pau, ¿Bailas? —le tendió una mano.

Paula se  quedó  mirando  la  mano.  ¿Podría?  La  situación  era  inquietantemente  parecida a sus cavilaciones anteriores a quedarse dormida en la limusina. Pero en ese momento se enfrentaba a la realidad. Tenía un nudo en el estómago. Se dio cuenta de que  deseaba  bailar,  pero  no  confiaba  en  ser  capaz  de  manejarlo.  No  cuando  sólo  pensar  en  Robert  le  hacía  echarse  a  temblar.  Lo  último  que  quería  era  que  la  proximidad  de  su  cuerpo  hiciera  saltar  en  ella  el  pánico.  Por  una  vez  no  estaba  segura de su reacción y dudó.

—Vamos, Pau, baila. Pedro es un buen bailarín —Carolina miró a su hermano con los ojos entornados—, pero si se atreve a repetirlo, lo negaré.

Paula respiró hondo y con cuidado puso su mano en la de él y se levantó de la silla.

—Supongo que podría bailar una vez.

La llevó a la pista. Sus tacones resonaban en el parqué. La rodeó con los brazos y ella se sintió como en un sueño. El Pedro del flirteo había desaparecido y su lugar lo ocupaba un caballero. Parecía saber cómo se sentía ella cuando la tocaban y mantenía una distancia educada. Aun así tenía una mano en su cintura y le agarraba la mano derecha.Estaba  impresionante  esa  noche,  con  un  traje  negro,  la  corbata  perfectamente  anudada, el pelo hacia atrás. Una reminiscencia de los años dorados a los que quería devolver  al  hotel.  La  canción  era  lenta,  la  voz  que  la  interpretaba,  suave  como  elterciopelo.

—Relájate —le susurró él mientras empezaban a mover los pies.

A  diferencia  de  cuando  había  bailado  con  Carolina,  Pero no  dijo  ni  una  palabra.  Paula tragó, cerró los ojos y se dejó llevar por la música. Sus cuerpos estaban un poco más cerca y el temblor del suyo no era por temor. Quizá sí, pensó, pero no temor por su seguridad. Miedo de él y de cómo le hacía sentir. Porque le estaba haciendo sentir cosas que  nunca  había  querido  sentir.  Vulnerabilidad.  Anhelo.  Deseo  de  entregarle  una  parte de ella.Sus caderas se mecían con las de él y deseó apoyar la mejilla en la chaqueta. La mano de Pedro subió un poco por su espalda y notó su calor. Se sintió apreciada. El  aire  se  le  quedó  en  la  garganta.  Una  vez  se  había  sentido  segura  y  había  resultado  estar  muy  equivocada.  Por  mucho  que  su  corazón  le  decía  que  con  Pedro estaba  a  salvo,  no  podía  estar  segura.  No  podía  correr  ese  riesgo,  no  podría  sobrevivir otra vez a algo así.Era muy bueno que fuera sólo una complicación a corto plazo.

—Vamos a dar un paseo —dijo Pedro cuando acabó música.

—Pero Caro...

—Caro se ha ido a la cama.

Su voz era cálida y sintió que se le erizaba el vello. Miró la mesa y vió que tenía razón. Estaba vacía. La tomó de la mano y la llevó hacia las puertas de terraza. Al salir fuera sintió el frío  de  la  noche  de  otoño  y  lo  agradeció.  Le aclararía  la  cabeza.  Aquello  era  una  locura.La música enmudeció cuando Pedro cerró la puerta tras ellos. Paula  se acercó a la barandilla, se apoyó en la balaustrada y miró el valle. La luna se reflejaba en el río.

—¿Por qué se ha ido Caro? Creía que lo estaba pasando bien.

—Creo que ha pensado que querríamos estar solos —dijo él con voz suave.

—Pedro, creo que esto no es una buena idea —respondió con voz estrangulada y temblorosa.

—Sé que no lo es.

Mi Destino Eres Tú: Capítulo 22

Cuando  ella  entró  en  la  sala  fue  como  si  alguien  le  hubiese  dado  un  puñetazo en el plexo solar. Pau no era Paula esa noche. Se merecía su nombre completo. Era Paula. Cada centímetro de ella, desde la cabeza hasta los pies, era elegancia y tímida sexualidad. No tenía ni idea de que pudiera tener ese aspecto. Se había imaginado cómo estaría si se  dejara  el  cabello  suelto  y  los  vestidos  recatados  en  el  armario,  pero  jamás  habría  imaginado que pudiera ser así.

—Es preciosa, Pedro.

La voz de Carolina interrumpió sus pensamientos mientras los dos miraban a Paula hablar un momento con uno de los clientes con una sonrisa en el rostro.

—La verdad es que me gusta.

—Hay algo entre ustedes, entonces —le apoyó la mano en el brazo.

—No, Caro. Es la directora y es buena en lo suyo. Trabamos juntos, eso es todo.

Paula dejó  al  huésped  y  se  dirigió  hacia  ellos.  Luca  trató  de  ignorar  su  pulso  desbocado  al  ver  el  suave  balanceo  de  sus  caderas.  Tenía  piernas,  metros  de  ellas,  parecía.

—He visto cómo la miras, Pedro. Créeme, te alegrarás de que haya venido para tener un poco de tiempo libre.

Pedro consiguió dejar de mirar a Paula y fijó la vista en su hermana.

—Si crees que vas a andar por aquí estorbándome todo el rato...

—Querido  hermano  —dijo  con  una  sonrisa—,  lo  considero  un  deber  familiar.  Ella te mira igual a tí.

Paula se detuvo delante de ellos y sonrió, y por un momento a Pedro se le paró el corazón.

—Espero no haberlos hecho esperar.

Fue Carolina quien respondió al quedarse Pedro en silencio.

—En  absoluto.  Acabamos  de  llegar.  Me  he  echado  una  siestecita  y  estoy  lista  para probar las delicias del chef.

Pedro acercó la silla de Paula.

—Gracias —murmuró ella y a él le llegó el aroma de su perfume.

—Ese vestido es impresionante. Tienes un gusto increíble, Pau —dijo Carolina con una  sonrisa—.  Espero  que  Pedro no  te  esté  presionando  para  que  aceptes  todos  sus  cambios.

—Gracias —Paula sonrió—. Lo intenta, créeme.

—Tengo  mucha  suerte  de  compartir  mesa  con  las  dos  mujeres  más  guapas  del  salón —dijo él sentándose.

—¿Sólo  del  salón?  —dijo  Carolina entre  risas—.  Paula,  creo  que  eso  es  un  insulto.

Pero los ojos de Pedro estaban clavados en los de Paula. Se había dejado el cabello suelto  y  sus  dedos  se  morían  por  acariciarlo,  por  enterrarse  en  sus  mechones  caoba.  Deseó tomarle la mano y besarla, pero sabía que ella no lo recibiría bien.

—Ya veo que con ustedes dos juntas no voy a poder.

—Creo que puedes de sobra —dijo Paula con una sonrisa.

Pedro pidió champán, se apoyó en el respaldo y se quedó viendo a Paula y Carolina hablar  como  si  se  conocieran  de  toda  la  vida.  Pero  Carolina siempre  había  sido  así,  abierta, tenía una cualidad que había sacado a Mari de su caparazón de un modo que él no había sido capaz. Y Paula relajada brillaba aún más. Estaban  a  medias  del  segundo  plato  cuando  alguien  del  personal  se  acercó  a  Paula con un problema.

—Yo me ocuparé, disfruten ustedes—dijo Pedro levantándose.

—No, lo haré yo —Paula sonrió—. Es mi trabajo. Vuelvo en un minuto.

Pedro se  levantó  mientras  ella  se  alejaba  y  volvió  a  sentarse.  Miró  luego  a  su  hermana, quien seguía diciendo que su matrimonio era feliz. ¿Era él el único que se daba  cuenta  de  lo  que  estaba  haciendo?  Seguía  diciendo  que  Rafael era  su  destino  feliz y que no haría añicos su ilusión. Eso era lo que él le deseaba después de lo que habían pasado de niños, cuando su madre los abandonó. Recordaba abrazarla por las noches  mientras  lloraba  llamando  a  su  madre  y  no  quería  que  la  oyera  su  padre.  Recordaba  el  verano  que  había  sospechado  que  había  algo  entre  Dante  y  ella.  Pero  después  Dante  se  había  ido  a  París  con  él  y,  cuando  habían  vuelto,  se  la  habían  encontrado prometida con Rafael. Había  estado  a  su  lado  durante  los  años  más  oscuros  de  su  vida.  Él  era  el  mayor. Había entendido las cosas mejor. Sinceramente, esperaba que a Carolina no se le volviera  a  romper  el  corazón.  Para  sí  mismo  no  era  muy  partidario  de  los  finales  felices tipo cuentos de hadas; tampoco las mujeres con las que solía salir.

Cuando  Paula volvió  se  dedicó  a  mirarla  mientras  Carolina y  ella  seguían  con  su  conversación. Paula era  diferente.  No  podía  explicarlo,  pero  por  alguna  razón  los  tristes  recuerdos del pasado casi desaparecían cuando ella estaba cerca. Nunca podría haber nada permanente entre ellos, pero su escepticismo habitual se disolvía cuando estaba con  ella.  Había  visto  brillar  sus  ojos  cuando  hablaba  con  Carolina,  reír  fácilmente  como  no la había visto antes. Era  hipnotizadora.  Así  era  Paula con  la  guardia  baja.  Se  había  preguntado  con  anterioridad si podría ser así. En ese momento se preguntaba si podría ser así con él.

—Pedro, deberías bailar conmigo —dijo Carolina en tono de mando.

—Caro... —suspiró.

Mi Destino Eres Tú: Capítulo 21

Una vez en la habitación, Pedro se acercó al mueble bar y abrió la puerta.

—¿Vino o brandy?

—Ninguna  de  las  dos  cosas  —respondió  ella  sonriendo—.  Me  alegro  de  verte.  Viajas demasiado y no te veo nunca.

Pedro la  llevó  al  sofá  y  después  se  sentó  en  el  brazo  de  un  sillón  que  había  al  lado.

—¿Te ha mandado papá?

—Papá ha mandado la escultura que le pediste. Yo la he acompañado.

Pedro contuvo su enfado. No había visto a Carolina desde hacía mucho y no quería discutir.

—Y tú, supongo, tenías que venir a ver cómo quedaba.

—Cariño —sonrió—, es lo que se me da mejor. Sería una hermana terrible si no ayudara sólo un poquito con nuestra nueva adquisición.

—Pensaba que estabas ocupada con tu nueva adquisición —cruzó las piernas—. ¿Cómo está mi sobrina?

—Creciendo. Y su hermano va a hacer que me salgan canas.

—Bien, te lo mereces.

—Te he echado de menos —dijo entre risas.

—Y yo a tí, pero tienes a Rafael y a los niños. No hacía falta que vinieras.

—Aún tengo interés en Alfonso, Pedro. Papá me mandó con la escultura y para ver si necesitabas un par de ojos más. Y recursos.

—Tienes que estar con tu familia.

—He dejado a los niños con Carmela, la niñera, en casa de papá. Viajar con dos niños  pequeños...  —sacudió  la  cabeza—.  Serán  unas  vacaciones  para  ellos,  con  Carmela para ponerles límites y papá para malcriarlos.

—¿Y Rafael?

—En Zúrich, echando un vistazo a un nuevo proyecto. Regresará en unos días y Carmela y los niños volverán a nuestra casa. Te preocupas demasiado, Pedro.

Pedro sonrió. Carolina trataba de ser la excepción. Insistía en que Rfael y ella eran felices  y  tenían  dos  hermosos  hijos.  Aunque  él  siempre  tenía  la  sensación  de  que  Rafael no era lo bastante bueno para ella. Le costaba pensar que aquello duraría. No podía  evitar  pensar  que  a  su  hermana  al  final  también  le  romperían  el  corazón.  Lo  mismo que a su padre.Quizá fuera sobreprotector. Carolina bostezó y se cubrió la boca con una mano.

—Lo siento, ha sido un vuelo muy largo.

—Estás agotada, ¿Por qué no duermes un rato? —se puso de pie e hizo un gesto hacia  el  sofá—.  No  querrás  tener  ojeras  esta  noche  o  pasarte  la  cena  bostezando.  Puedes  dormir  aquí  mientras  yo  acabo  el  trabajo  que  me  queda.  Cuando  termine,  vendré a despertarte y nos arreglaremos para cenar.

—Y para discutir del Cascade, no lo olvides —hizo un guiño—. Grazie, Pedro.

—Prego. Ahora, descansa —fue por una manta y se la echó por encima.

Al  tocar  la  manta  se  acordó  de  los  ojos  de  Paula cerrados  mientras  le  daba  la  crema y de su calor y suavidad en la limusina cuando se había quedado dormida.No  tenía  ni  idea  de  lo  que  lo  guiaba.  De  qué  intentaba  demostrar  trabajando  tanto. Lo que había dicho Carolina le había hecho pensar. Quería demostrarse a sí mismo que era capaz de asumir más responsabilidad en Alfonso. Su padre había llevado toda la carga  mientras  ellos  habían  crecido.  Pedro había  trabajado  para  librarlo  de  parte  de  esa carga y ya sólo quería lo que se le debía.Al principio había pensado que sería divertido hacer ver a Paula que la vida era algo más que un balance. Le había parecido un juego. Y era bueno en los juegos, pero se había quemado. No había contado con sentirse atraído por ella.

martes, 29 de mayo de 2018

Mi Destino Eres Tú: Capítulo 20

Eduardo había abierto la puerta con una mirada inexpresiva. Salió   al   refrescante   aire   de   las   montañas,   aunque   le   llevó   un   momento   despejarse. Pedro dijo algo a Eduardo, después le tocó el codo y caminaron juntos hacia el vestíbulo. Justo antes de llegar a la puerta, Pedro dijo:

—No  cuentes  por  ahí  que  mi  compañía  te  ha  hecho  quedarte  dormida.  Tengo  una reputación.

Mientras  ella  dejaba  escapar  una  inesperada  carcajada,  el  abrió  la  puerta  y  le  cedió el paso.

—Pedro.

Los dos se dieron la vuelta al oír la voz que lo llamaba. Paula se quedó mirando a la mujer más guapa que había visto jamás.

—Carolina.

Paula se quedó boquiabierta cuando Pedro dejó caer la cesta y fue hacia la mujer a  grandes  zancadas.  Cuando  llegó  a  ella  la  rodeó  con  los  brazos  y  le  dió  vueltas  levantándola del suelo. Cuando la dejó otra vez, ella reía a carcajadas.

 —Te echaba de menos —lo besó en las dos mejillas.

—Y yo a tí. ¿Qué haces aquí?

—He venido a verte, ¿No está permitido? —su sonrisa estaba llena de sorna.

El acento italiano era evidente. Paula no entendía la punzada de celos que sentía mientras  permanecía  de  pie  en  medio  del  vestíbulo  como  una  tonta.  Se  agachó  a  recoger  la  cesta.  La  comida  había  sido  de  trabajo,  no  de  amantes,  así  que  no  había  razón para los celos. Tenía trabajo. Dejaría la cesta en la cocina y volvería a la oficina.

—Pedro, preséntame a tu amiga —dijo la mujer.

Paula se irguió despacio.

—Por  supuesto  —llevando  a  la  mujer  de  la  mano  se  acercaron  donde  estaba  Paula.

Se  sentía  más  estúpida  cada  segundo  que  pasaba.  Allí  estaba  ella,  la  directora  del  hotel  en  vaqueros  y  suéter  con  el  pelo  revuelto  hablando  con  una  mujer  que  parecía  que  no  tendría  ese  aspecto  ni  muerta.  No  sólo  eso,  todo  lo  demás  era  absolutamente predecible. Luca tendría una novia. Debería haberlo pensado.

—Caro, ésta es Paula Chaves, la directora del hotel.

Carolina tendió  la  mano  y  Paula la  estrechó  y  después  bajó  la  vista.  Esperaba  unas  manos  perfectas,  de  manicura,  y  se  encontró  con  unas  normales  con  las  uñas  pintadas de un color claro.

—Paula, ésta es mi hermana, Carolina.

El rubor de Paula se incrementó. ¿Dejaría de sentirse estúpida alguna vez?Alzó la vista y en los ojos de Carolina sólo encontró buen humor.

—No ha dicho ni una palabra de su familia.

—Por supuesto que no —golpeó a su hermano en el brazo con su bolso—. Los hombres sólo hablan de trabajo.

—¿Qué haces aquí, Caro?

Pedro se  puso  al  lado  de  Paula mientras  planteaba  la  pregunta.  Esa  vez  se  dió  cuenta de que los ojos de la morena brillaban mientras decía algo en italiano y Luca le  respondía  con  las  mejillas  de  pronto  sin  color.  Paula arrugó  la  nariz.  ¿El  feliz  y  despreocupado Pedro? Parecía realmente enfadado.

—¿Hay algún problema?

—Un asunto de familia —dijo Pedro mirándola un instante.

—Lo siento. Los dejo solos —volvió a recoger la cesta.

—Paula.

Se  detuvo y Carolina dijo:

—Espero que cenes con Pedro y conmigo esta noche. Me encantaría escuchar tus planes  para  el  hotel.  Pedro piensa  que  es  el  único  que  tiene  ojo  para  la  decoración,  pero subestima a su hermana.

—Quizá necesites tiempo para adaptarte. No te sientas obligada.

—No  es  una  obligación  en  absoluto.  Díselo,  Pedro—sonrió  a  su  hermano,  que  fruncía el ceño.

—A los dos nos encantará —dijo él mirándola—. Ven, por favor.

—Lo haré.

—Estupendo —sonrió  Carolina—.  Me  dará  la  oportunidad  de  ponerme  el  vestido  que me he comprado en Milán.

Paula sintió  que  se  quedaba  sin  aire.  No  podía  ir  así.  No  era  la  cena  de  una  semana  antes  cuando  una  falda  y  una  chaqueta  habían  sido  lo  normal.  Sintió  que  igual no podía llegar al nuevo nivel.

—Cenaré  con  vosotros,  ahora  tendrán que  perdonarme,  tengo  mucho  que  hacer.  Disculpen.

Ni siquiera se atrevió a mirar a Pedro a los ojos. Se alejó recorriendo su armario mentalmente y pensando qué sería adecuado.

Pedro la  miró  alejarse.  Paula no  había  dicho  nada,  pero  por  su  rubor  sabía  que  había pensado que Carolina era su amante. Interesante. Quizá no fuera tan inmune como quería parecer.

—Es encantadora, Pedro. No puedo imaginarme por qué no me has hablado de ella.

La voz de Carolina lo distrajo.

—No  tengo  nada  que  contarte,  al  contrario  que  tú.  Así  que  vamos  a  mi  habitación para que me cuentes qué haces aquí.

Mi Destino Eres Tú: Capítulo 19

Era  una  locura  que  se  hubiese  dejado  llevar  por  la  situación,  sabía  lo  que  vendría  después.  Antes  de  que  se  diera  cuenta  se  estarían  besando.  La  sola  idea  le  hacía  temblar  de  anhelo  y  temor.  No  estaba  preparada  para  una  aventura  y  era  lo  bastante  inteligente  para  saber  que  una  aventura  sería  todo  lo  que  habría  con  Pedro.  Era un tiempo de fantasía limitado y no se lo podía permitir. Tenía  que  volver  al  tema  del  trabajo  de  alguna  manera.  Empezó  a  recoger  los platos para evitar que le diera más crema.

—Creo que deberíamos desarrollar una sección de picnic.

Pedro se  llevó  otra  cucharada  a  la  boca  y  Paula trató  el  no  mirar  sus  labios  rodeando la cuchara.

—Una  idea  interesante  —dijo  él  dejando  la  crema  y  recuperando  el  vino—. Quizá  deberíamos  ofrecer  una  selección  entre  la  que  elegir.  ¿No  quiere  las  delicias?  Un  poco  de  ensalada  de  arroz,  quizá.  Pollo  en  lugar  de  cordero.  Una  tarrina  de  chocolate en lugar de la crema tostada. ¿Qué te parece?

Lo que Paula pensaba era que probar un coche de competición no era lo mismo que ser su dueño, y hacer una prueba de una comida campestre romántica no era lo mismo que tener una. Pero el potencial seguía ahí y podía usar la imaginación. Sobre todo, después de esos momentos. Si hubiera  estado  enamorada  de  Pedro,  y  él  de  ella,  y  estuvieran  así,  comiendo  de un modo decadente, disfrutando perezosamente de un buen vino.Para una pareja enamorada sería romántico. Y terminarían la tarde de un modo muy  distinto  a  como  la  iba  a  terminar  ella  con  Pedro.  Y  eso  sería  parte  de  la  experiencia Cascade. ¿Cómo  terminaría  una  pareja  así  el  día?  La  mano  de  Paula se  detuvo  sobre  los  platos. Quizá volviendo al hotel y recurriendo al servicio de habitaciones. O vestidos con sus mejores galas y cenando en una de las mejores mesas del hotel, bailando en el reluciente parqué.

—¿Paula? —dijo él mirándola, sonriendo.

—Creo que suena maravilloso —respondió jugueteando con la manta.

Sopló una ráfaga de viento y se estremeció. Tenía que dejar de pensar así. Todo volvería a la normalidad y no había escapatoria. Si ni siquiera podía soportar que le tocara  el  hombro,  ¿Cómo  iba  a  relajarse  lo  bastante  como  para  que  hubiera  más?  Estaba cansada y había bajado las defensas. Estaba aturdida por el vino. Pero tendría que volver al hotel con Pedro, y pensar en pasar por el vestíbulo con él y la cesta de la comida hizo que le recorriera un escalofrío. No necesitaban rumores circulando   entre   el   personal.   Tenía   que   hacer   que   las   cosas   volvieran   a   lo   estrictamente laboral.

—Podríamos  hacer  una  variación  para  picnic  de  invierno.  Sopa  en  un  termo,  pan y queso, cacao caliente y un postre.

Pedro empezó a meter los platos en la cesta.

—Eso  es  brillante.  Podemos  hacer  algo  estacional.  Las  Rocosas  en  invierno.  Lo  pondrás de moda.

Quizá el concepto, pero no la ejecución. Enamorarse y ser romántica estaba bien para  algunas  personas,  pero  no  para  ella.  Ya  no.  Miró  el  perfil  de  Luca  mientras  envolvía  las  copas  de  vino  en  unas  servilletas  para  que  no  se  rompieran.  Nunca  volvería a permitirle a nadie hacerse con el control de su vida. Jamás. Además,  Pedro sólo  estaría  allí  unas  semanas,  para  Año  Nuevo  se  habría  marchado.  Cualquier  atracción  que  pudiera  sentir  daba  lo  mismo.  No  tendría  que  preocuparse  de  sentimientos  ni  cosas  difíciles.  Sólo  tenía  que  aguantar  hasta  que  se  marchara y después seguir con su vida. Una vida en la que nadie tuviera el poder de hacerle daño.

—¿Por qué no te tomas libre el resto de la tarde?

Pedro estaba de pie con la cesta en la mano. Paula se levantó, agarró la manta y la dobló.  Era  tentador,  pero  su  coche  seguía  en  el  hotel  y  ya  había  haraganeado  bastante.  Aún  tenía  trabajo  que  hacer  y  quería  acabar  el  día  con  una  relación  de  trabajo en la cabeza, no con esa intimidad da la comida.

—Gracias por la oferta, pero mi coche sigue en el hotel.

Bajaron  la  colina.  El  dolor  de  cabeza  por  el  estrés  que  había  estado  agazapado  detrás  de  los  ojos  había  desaparecido.  Quizá  él  tuviera  razón.  Necesitaba  relajarse  más. Si había relajado con él, quizá demasiado.

—Vuelvo  en  un  instante  —murmuró  cuando  llegaron  a  la  casita,  donde  dejó  a  Bobby después de comprobar que tenía agua.

Eduardo le abrió la puerta. Después entró Pedro y no pudo evitar fijarse en la tela de  sus  pantalones  tensa  sobre  sus  muslos.  Mientras  el  coche  bajaba  la  montaña,  se  recostó  en  el  respaldo  y  lo  estudió  sin  que  fuese  evidente.  Llevaba  la  ropa  con  confianza.  Parpadeó  despacio  deseando  tener  ella  esa  seguridad  en  sí  misma.  Agonizaba cada vez que tenía que pensar en qué ponerse. Pensó que estaría igual de guapo  con  cualquier  ropa.  Primero  en  el  campo,  después  en  una  cena  elegante...  pero no se lo imaginaba a él solo, sino con ella, bailando en una reluciente pista.

—Ya hemos llegado —Paula oyó las palabras, pero la sensación de la tela en sus mejillas era suave y cálida—. Paula, odio despertarte, pero no podemos quedarnos en el coche para siempre.Oyó  la  voz  de  nuevo  y  supo  que  era  Pedro. 

Entonces  se  dió  cuenta  de  que  se  había  apoyado  en  su  brazo.  Se  incorporó  bruscamente  y  se  separó  de  él.  Su  último  pensamiento había sido de él con un esmoquin.

—Me he quedado dormida.

—Así es. Casi en cuanto el coche se puso en marcha.

—Lo siento mucho.

—No te preocupes. Está bien.La vergüenza le ardía en el rostro.

—Pero son diez minutos desde mi casa.

—Evidentemente, estabas cansada. Y relajada, ¿No?

Mi Destino Eres Tú: Capítulo 18

—Entonces, tenemos que aprovecharlo —empezó a vaciar la cesta—. Delicias de tomate  y  pimiento,  cordero  marinado  y  ensalada  de  patata,  y  no  te  digo  lo  que  he  traído  de  postre  porque  las  niñas  buenas  primero  se  comen  la  comida  —sacó  platos  de porcelana y cubiertos y añadió—: Si tú repartes la comida, yo abro el vino.Se  ocuparon  unos  minutos  de  colocar  la  comida. 

Paula estaba  sentada  con  las  piernas cruzadas. Se enfrentaba a un problema inesperado: estaba disfrutando de su compañía.  Se  alegraba  de  estar  allí  con  él  compartiendo  algo  tan  sencillo  como  una  comida campestre un día de otoño. Pero eso era todo lo lejos que llegaría. Tenía que recordar por qué había aceptado ir. No era capaz de nada más.

—El aire fresco y la buena comida hacen maravillas con el estrés —dijo y ella se volvió a mirarlo.

—Es  una  de  esas  veces  que  voy  a  tener  que  reconocer  que  tienes  razón  —le tendió  un  plato  sonriendo—.  No  era  consciente  de  lo  tensa  que  estaba.  He  estado  tratando  de  concentrarme  en  conseguir  que  todo  estuviera  hecho,  trabajando  el  mismo número de horas al día —Bobby se dejó caer en la hierba—. No lo he sacado lo bastante últimamente. Se va a poner gordo y perezoso.

—Todo  el  mundo  necesita  momentos  como  éste.  Aire  libre,  paz,  tranquilidad,  algo  sencillo  y  reconstituyente.  Es  lo  que  espero  que  la  gente  encuentre  en  el  Cascade.  Un  descanso  de...  ¿Cómo  se  dice?,  del  ajetreo.  Tiempo  para  oler  las  rosas.  Para algunos éste es un modo de vida.

—Para alguien como tú querrás decir.

—¿Alguien como yo? —sonrió. Ella le dedicó una mirada llena de significado—. Ah, te refieres a los ricos ociosos.

Paula bebió un sorbo del suave chardonnay.

—Reconoceré que no eres ocioso. Lo has demostrado esta semana.

—¿Pensabas que lo era?

—Oh,  vamos  —miró  al  valle—,  el  niño  mimado  de  Alfonso Resorts.  He  leído  las  revistas,  ¿Sabes?  La  vida  en  bandeja  de  plata.  Coches  espectaculares  y  mujeres rápidas... ¿O es coches rápidos y mujeres espectaculares?

—Da lo mismo —admitió seco.

—Eres incorregible —rió y se inclinó a un lado rozándole el hombro.

—¿He presionado demasiado entonces?

Lo  miró  con  cuidado.  ¿Lo  había  hecho?  Nunca  parecía  tenso,  ni  cansado,  pero  sabía que trabajaba desde que se levantaba hasta la hora de irse a dormir.

—No creo que hayas presionado a nadie más que a tí mismo. Pero puede que el personal del Cascade no esté acostumbrado a ese ritmo.

—¿Personal como tú?

—No he llegado donde estoy sin echarle horas —respondió.

Estaba  cansada,  no  era  un  secreto,  pero  una  parte  de  ese  cansancio  se  debía  a  que  las  cosas  estaban  cambiando  y  estaba  incómoda.  Estaba  sometida  a  un  gran  estrés  del  que  él  no  sabía  nada.  Se  despertaba  por  la  noche  más  de  lo  que  lo  hacía  normalmente.  Las  pesadillas  habían  vuelto.  Miraba  por  encima  del  hombro  y  eso  suponía que empezaba muchos días con un déficit de energía.

—No te habría pedido tanto si no hubiese sabido que podías afrontarlo, Paula.

—Te  lo  agradezco.  Lo  mismo  que  te  agradezco  que  te  dieras  cuenta  de  que  necesitaba respirar.Luca dejó el plato en la manta y se volvió a rebuscar en la cesta.

—Sé  que  seguramente  no  debería  haberlo  hecho,  pero  he  despistado  esto  de  postre —sacó un cuenco de cerámica y una cuchara.

—Has pensado en todo.

—En todo no. Sólo he traído una cuchara.

Paula miró  el  cubierto.  ¿A  qué  estaba  jugando?  Lo  vió  meter  la  cuchara  en  el  cuenco y sonreír.

—Te he dicho que había que encontrar la belleza en las cosas pequeñas. Que el Cascade  tiene  que  ser  más  una  experiencia  que  un  proveedor  de  servicios.  ¿Qué  pasaría si no fuésemos los directores del hotel? ¿Si fuésemos clientes? No estaríamos pensando  en  si  este  tiempo  puede  ser  beneficioso,  estaríamos  pensando  en  la  maravillosa   tarde   que   hace.   Abriríamos   nuestros   sentidos,   nuestras   mentes.   Estaríamos pensando en nosotros mismos y disfrutando sin preocuparnos de nada —le tendió la cuchara llena de crema tostada—. Cierra los ojos, Paula.

Oh,  Dios.  Aquello  superaba  todos  los  límites.  Esperó  con  la  cuchara  en  el  aire.  Ella se sintió atrapada por su cálida mirada, seductora como la crema que contenía la cuchara. Cerró los ojos.La  fría  cuchara  rozó  sus  labios  y  ella  los  abrió  de  forma  instintiva.  La  dulzura  fría del postre le inundó la lengua. Suave, deliciosa.La cuchara abandonó los labios y ella abrió los ojos. Pedro volvió a hundir la cuchara en el postre, pero esa vez lo probó él sin dejar de mirarla.

—Está bueno —murmuró ofreciéndole otra cucharada.

Con la cuchara que acababa de estar en su boca.

Era  una  tontería  que  algo  así  tuviera  ese  efecto  sobre  ella,  pero  lo  sentía  como  seducción. Abrió la boca y dejó que le diera de comer sintiéndose cada vez más fuera de control. No sabía cómo manejar el romanticismo. Y aquello claramente lo era.

—Está realmente exquisito —no sólo el postre, sino estar allí con él.

Mi Destino Eres Tú: Capítulo 17

Pasaron  unos  pocos  minutos  antes  de  que  el  coche  se  detuviera  frente  a  una  casita  de  piedra  en  la  ladera  de  una  colina,  rodeada  de  píceas  y  arbustos.  Eduardo le  abrió la puerta y salió.

—¿Sería mucho pedir que nos esperases?

—Usted es la jefa, señorita Chaves.

Paula sonrió.  Se  alegraba  de  que  Pedro lo  hubiese  elegido  a  él  como  chófer.  Eduardo era uno de los pocos hombres con quien se sentía cómoda.

—Puedes bajarte, Pedro. Iremos caminando desde aquí.

Recorrió el sendero empedrado que conducía a su casa mientras Pedro sacaba la cesta  del  coche.  En  cuanto  llegó  a  la  barandilla  empezaron  los  ladridos  y  sonrió.  Abrió la puerta y gritó:

—¡Soy yo! —y fue recibida por lametazos de alegría. Bobby, su compañero, su protector, su único amor incondicional.

—¿Quieres ir de paseo, chico?

Entonces el perro vió a Luca al final del sendero y salió por la puerta.

—¡Bobby! —gritó ella.

Por  una  vez  el  perro  ignoró  su  orden  y  corrió  hacia  Pedro,  a  quien  le  apoyó  las  patas en el pecho. Pedro acarició las rubias orejas del animal.

—Eres  precioso  —dijo  al  perro  y  después  añadió  dirigiéndose  a  Paula—:  ¡No  sabía que tenías un perro!

Al menos, no se había enfadado. Aunque la mortificaba un poco que el perro lo hubiera recibido tan bien.

—Bobby,  vamos  —el  labrador  corrió  hasta  el  porche—.  Échate  —el  perro  se  tumbó a sus pies.

—Si está así de bien enseñado, sólo puedo pensar que le has susurrado algo al oído y por eso ha salido corriendo hacia mí —dijo Pedro en tono de broma.

—Lo siento por tu suéter.

—Ni   siquiera   lo   ha   ensuciado.   Además,   ¿Para  qué  está   el   servicio   de   lavandería?

—Bobby,  quieto  —dejó  al  perro  en  el  porche  y  abrió  la  puerta  mosquitera—. Un momento.

—Así que a él es a quien querías que conociera.

—Sí.  Si  vamos  a  comer  fuera,  creo  que  será  un  buen  momento  para  dejarlo  correr. Es muy bueno. Se queda aquí y me espera todo el día —le acarició la cabeza—. Será una maravilla para él poder salir a mediodía.

—¿No lo dejas en el jardín?

—Sé  que  parece  cruel  —lo  miró—,  dejarlo  todo  el  día  encerrado.  Seguramente  podría  dejarlo  fuera,  pero  no  me  fío  de  los  osos  —apoyó  la  frente  en  el  cuello  de  Bobby—. No sé qué haría si algo le sucediera.

También  era  una  cierta  protección  para  ella.  Nada  le  haría  daño  mientras  Tommy estuviese cerca. Era grande y era fiel.

—Bueno, te espero —Pedro se sentó en una silla y dejó la cesta en el suelo para acariciar al perro.

Paula fue  a  su  dormitorio  y  se  puso  unos  vaqueros  y  un  suéter.  Le  pareció  extrañamente íntimo cambiarse de ropa sabiendo que Pedro estaba tan cerca. Aquello casi parecía una cita. Se sentó en la cama. No, era una comida de trabajo, eso era todo. Un descanso de la locura en que se había convertido el Cascade. Una tregua, eso era lo que había dicho él, ¿No? Que quería que fueran amigos. Se sentía dividida. Quería amigos, pero aún la idea de estar cerca de la gente la asustaba. Deseaba que fuera distinto. Poder dejar atrás el pasado. Poder olvidarse del dolor y del miedo y tener una vida normal. En lugar de eso, sentía un nudo en el estómago sólo de pensar en comer con su jefe. No  estaba  preparada  para  la  sensación  de  vacío  en  el  vientre  cuando  él  había entrado en la casa. Había pasado tanto tiempo sola, centrada en reconstruir su vida  que  para  ella  era  una  experiencia  nueva.  Llevarlo  allí  no  había  sido  un  accidente.  Saber  que  Bobby estaba  con  ellos,  entre  ellos,  ayudaría.  No  podía  estar  sola.  Y  quizá  con  ese  almuerzo,  llegaran  a  un  nivel  de  trato  aceptable.  Quizá  pudieran pactar cómo se iba a tratar las siguientes semanas. En eso él tenía razón.

—¿Paula? ¿Estás bien?Se  sorprendió  por  el  sonido  de  su  voz.  Había  estado  soñando  despierta  unos  minutos y lo había dejado en el porche.

—¡Ya voy! —gritó levantándose.

Aquello  no  era  más  que  una  comida.  Era  ella  la  que  estaba  sacando  todo  de  quicio. Volvió al porche.

—Venga. Bobby, vamos.

El perro le pisaba los talones mientras Pedro llevaba la cesta y el Cadillac negro esperaba al pie de la colina.Lo llevó por un sendero desde el que siempre se veía su casita. Cuando llegaron a la cima de la colina, se detuvo, se agachó por un palo y se lo lanzó a Bobby, que corrió por él. Desde allí se podía ver todo el valle. Su casa y el coche debajo de ella.

—¿Aquí está bien?

Pedro dejó la cesta en el suelo y sacó de ella una manta.

—Perfecto.

Paula se sentó en la manta y volvió a lanzarle el palo al perro.

—No tendremos muchos más días así —murmuró ella sintiendo el calor del sol en el rostro—. Incluso éste me sorprende.

jueves, 24 de mayo de 2018

Mi Destino Eres Tú: Capítulo 16

—Tienes  que  hacer  un  descanso  para  estar  fresca.  Un  poco  de  relajación  incrementa la productividad. Además, tengo hambre y tú tienes que comer. Insisto.

—De acuerdo —dijo ella encogiéndose de hombros.

Pedro sonrió y su mente se puso a trabajar. Aún estaba tensa, los dos lo estaban. Aquello  no  había  terminado.  La  mejor  idea  era  alejarse  del  hotel.  Quería  que  ella  lo  mirara sin la reserva que lo hacía siempre. Quería que confiara en él.

—Nos reunimos en el jardín. Y llévate un suéter.

—¿El jardín?

—En quince minutos, ¿Vale?

Salió  al  jardín  y  sus  botas  sonaron  en  el  camino  adoquinado.  Él  estaba  de  pie  apoyado en un banco al lado de la rosaleda. Lo miró. No supo qué le costaba más, si enfrentarse a él o a la atracción que sentía por él. Esa mañana Pedro tenía razón y aun así  se  había  disculpado.  Nunca  se  había  disculpado  un  hombre  con  ella.  Maldición,  estaba empezando a gustarle. Estaba  hablando  con  una  pareja.  Los  reconoció,  eran  los  Townsend.  Le  supuso  un gran esfuerzo no darse la vuelta y volver al interior. La discusión la había dejado exhausta. No sabía qué decir. Él  se  había  disculpado  con  ella.  Le  había  dicho  que  quería  mejorar  su  relación  de  trabajo.  Para  Navidad  estaría  en  Italia  y  todo  volvería  a  la  normalidad.  Era  sólo  algo a corto plazo.

—Buenas tardes —dijo con una sonrisa.

—Ah, señorita Chaves. ¿Conoce al señor y la señora Townsend?

Apreció que Pedro la llamara por el apellido. Tendió la mano.

—Me alegro de volver a verlos. ¿Están disfrutando de su estancia?

—Así es —dijo la señora Townsend—. Es todo tan bonito... Y la cena de la otra noche...  Qué  manera  más  maravillosa  de  celebrar  un  aniversario.  Muchísimas  gracias.

—No hay de qué   —sonrió Paula—.   Semejante  compromiso   merece   un   tratamiento especial.

—Desde luego que sí —remarcó Pedro.

El señor Townsend se dio cuenta de la cesta de comida que llevaba él.

—Los estamos entreteniendo.

—En  absoluto  —dijo  Pedro con  una  sonrisa—.  Vamos  a  probar  un  nuevo  programa que queremos poner en marcha y el día es demasiado hermoso como para desaprovecharlo.

—Que disfruten —dijo el señor Townsend haciendo un gesto de despedida con la mano—. Y gracias por una semana tan memorable.

—Enhorabuena —dijeron a dúo Paula y Pedro, y después se miraron y sonrieron mientras los Townsend se alejaban, Paula bajó la vista y se ruborizó ligeramente.

—Gracias por venir.—Pensaba que habías dicho que no te volviera a dar órdenes —dijo entre risas.

—Creo  que  no  puedes  evitarlo,  es  tu  naturaleza.  ¿Adónde  vamos?  Tengo  hambre —no era así, pero su cuerpo necesitaba alimento.

—He  pedido  en  la  cocina  que  nos  preparasen  algo  de  comer.  Y  si  me  sigues...  tengo el coche esperando para llevarnos a nuestro destino.

—Una comida campestre —no sabía si le hacía feliz o la molestaba.

—Compañeros  de  trabajo  y  amigos  disfrutando  de  uno  de  los  últimos  días  del  otoño. No hay nada de extraño en ello.

—¿No podemos comer aquí? —miró a su alrededor.Los jardines estaban llenos de bancos y praderas de césped.

—Paula,  estamos  cambiando  algo  más  que  lo  superficial.  ¿Recuerdas  lo  que  te  dije  la  noche  de  la  cena?  —señaló  los  jardines  con  un  movimiento  del  brazo—. «Recupera el romanticismo». Restaurar el Cascade es algo más que cosa de tejidos y muebles.  También  son  servicios,  toques  especiales.  Imagínate  estar  aquí  con  el  hombre  que  amas.  Disfrutando  de  un  día  de  sol  en  una  pradera  de  las  montañas  donde compartir una comida, una botella de vino.«Con  el  hombre  que  amas».

 No  podía  imaginárselo  No  podía  imaginarse  enamorándose,  dándole  a  alguien  tanto  poder.  Ese  magnetismo  de  Pedro era  eso.  Magnetismo. Miró su pecho, lo que fue un error porque no podía evitar preguntarse qué habría debajo de ese suéter.

—Mientras no se comparta la comida con los osos... o un alce. Eso puede pasar en esta época del año, ¿Lo sabes? Un alce.

—Muy bien, Paula—a Pedro no le pareció gracioso—. No vengas si no quieres —agarró la cesta.

—Espera,  Pedro. Lo  siento.    Sólo  encuentro    esto...    extraño.    No  estoy    acostumbrada a las comidas campestres con mi jefe.Eso no era todo, la sola idea de estar sola, aislada, la hacía sentirse indefensa.

—Pensaba  que  podríamos  pasar  una  hora  lejos  del  hotel.  Una  oportunidad  de  ver otra cosa. Apenas he visto nada de por aquí. Pensaba que serías una buena guía.

 La incomodidad de Paula se incrementó. No tenía ni idea de adónde iban.

—A lo mejor podría elegir yo el sitio entonces —dijo sin pensar. Se sentiría más cómoda—. Como dices, conozco la zona.

Se  dirigieron  al  lujoso  coche  nuevo  que  Luca  había  comprado  para  el  hotel.  El  más veterano de los conductores de autobús ahora ocupaba el puesto de chófer y les abrió la puerta.

—Señorita Chaves.

—Gracias, Eduardo—murmuró entrando en el coche.Luca se sentó a su lado.

—¿Adónde?

—A mi casa, ¿Recuerdas el camino?

—Claro, señorita Chaves.

—¿Tu casa?

Ella se limitó a asentir sin mirar a Pedro. Un pequeño elemento de protección.

—Sí, quiero cambiarme de ropa. Y presentarte a alguien.

Mi Destino Eres Tú: Capítulo 15

—Oh, Paula, ¿Estás celosa?

—Difícilmente —dijo  con  tanto  desprecio  que  pensó  que  tendría  que  creerla.  ¿Por qué demonios iba a estar celosa?—. Confía en mí, Pedro, no tengo ningún deseo de ser una muesca en la pata de tu cama.

La sonrisa de Pedro se esfumó.

—Eso  está  bastante  claro.  Y  déjame  a  mí  ser  claro  también:  si  tienes  algún  problema  con  algo  de  lo  que  ocurre  aquí,  tienes  que  hablarlo.  Mi  formación  no  incluye la lectura de pensamientos.

Pero  ella  no  estaba  acostumbrada  a  hablar.  Estaba  acostumbrada  al  orden  y  la  rutina.  Había  llegado  donde  estaba  por  hacer  bien  su  trabajo,  no  por  pasar  por  encima  de  la  gente.  Sabía  lo  que  pasaba  cuando  se  movía  el  barco.  Despacio,  en  el  silencio, sintió que la rabia se disipaba.

—No me gusta discutir.

—A mí me encanta —sonrió y le brillaron los ojos.

Ella lo miró. ¿Le encantaba? Ella tenía un nudo en el estómago sólo de pensarlo y él decía que le gustaba.

—¿Cómo puedes decir eso?

—¿No te sientes mejor?

 —No te entiendo.

Él se puso de pie y se apoyó en la mesa.

—Tener una discusión abierta y sincera es mucho mejor que mantener dentro la frustración y el resentimiento. Limpia el aire. Es refrescante. Saludable.

—Lo siento, no capto el concepto de la confrontación saludable. Para mí no hay nada  saludable  en  gritarse,  en  insultarse.  Al  final  alguien  siempre  acaba  herido  porque una persona no sabe parar —dijo sin mirarlo, porque no podía ver sus ojos, y esperó el temblor que la sacudía cada vez que pensaba en Fernando.

Sabía que estaba fuera, libre en algún sitio. Algo  hizo  clic  en  la  cabeza  de  Pedro.  El  germen  de  una  idea  que  de  pronto  fue  tan  clara  que  pensó  cómo  no  se  le  había  ocurrido  antes.  Quizá  porque  había  estado  tan concentrado en su trabajo que no le había dado prioridad a eso. Ella había sufrido. Alguien le había hecho daño y tenía miedo.Tenía sentido. No se había dado cuenta de las señales, pero en ese momento las veía. Su aversión al contacto, a la discusión. Cómo se había puesto en el ático, cómo estaba de pie en ese momento al lado de la puerta, lista para huir. Cómo no lo miraba a los ojos y mantenía la distancia. En su familia discutir era algo que se hacía siempre apasionadamente,  lo  mismo  que  amar.  Una  cosa  no  negaba  la  otra.  No  podría  vivir  con  su  padre  y  su  hermana  sin  discutir,  era  parte  de  lo  que  eran.  Pero  también  se  querían  Por  mucho  que  le  enfureciera  el  control  de  su  padre  en  Alfonso,  no  dejaba  de  quererlo. Era el cariño lo que les había hecho sentirse seguros. Podía ver en Paula que alguien le había enseñado justo lo contrario. Alguien le había enseñado que el amor hacía daño. Pero no podía abordar el tema. Apenas se conocían. Era su jefe y sería meterse en  un  terreno  muy  personal,  pero  no  podía  evitar  preguntarse  qué  o  quién  le  había  hecho tener tanto miedo. Lo último que quería era que tuviera miedo de él.

—Paula,  lo  siento.   Realmente  ha tenido que  molestarte.   Los dos hemos  soportado mucho estrés —decidió que un poco de introspección no iría mal para que ella    se    sintiera    mejor.    Sonrió—.    Soy   italiano.    En  mi  familia  discutimos  apasionadamente,   tanto   como   nos   queremos   apasionadamente.   Sabemos   que   siempre  estaremos  ahí  para  cuando  se  nos  necesite,  no  importa  lo  mucho  que  disintamos. No se me había ocurrido que no todo el mundo es igual.

Se  lo  quedó  mirando  atrapada  un  instante.  Lo  mismo  que  el  día  del  ático,  sus ojos  brillaban  como  un  amanecer  y  vió  que  en  ella  había  mucho  más  de  lo  que  imaginaba.  Podía  ver  el  dolor.  El  dolor  que  ella  pensaba  que  mantenía  oculto  en  su  interior  tras  un  muro  que  había  levantado  para  esconderlo.  Había  visto  antes  esa  clase  de  dolor.  En  los  ojos  de  su  padre  y  en  los  de  su  hermana  Carolina.  Era,  se  dió  cuenta,  el  aspecto  que  tenía  la  pérdida  de  la  esperanza.  Por  mucho  que  se  había  esforzado, nunca había conseguido quitárselo de los ojos por completo.

—Lo siento —volvió a decir.

—Y yo antes he perdido los papeles y te debo una disculpa —dijo ella en tono suave.

—Aceptada.

No podían pasarse todo el tiempo enfrentados. No sería bueno para el hotel, ni para el personal, ni siquiera para ellos. Pensó en un almuerzo de paz.

—Hace  un  día  precioso  y,  por  lo  que  he  oído,  uno  de  los  últimos.  Déjame  tentarte con un almuerzo ahora que hemos aclarado las cosas.

—No creo que sea buena idea.

Movió la mano hacia ella, pero de inmediato la retiró, recordó su aversión a que la tocasen.

—Te estoy ofreciendo una tregua, Paula. Me gustaría que fuésemos amigos. Me gustaría que te sintieras lo bastante cómoda conmigo como para expresar libremente cualquier opinión. Conoces la zona. Conoces al personal mejor que yo. Eres un activo importante  en  el  Cascade,  Paula,  y  no  será  bueno  para  nadie  si  no  somos  capaces  de  trabajar    juntos. No podemos  tener  más  discusiones  como   la de  hoy,  es  contraproducente.

—Pedro, aprecio el gesto, pero tengo un montón de llamadas que hacer, por no mencionar  dirigir  el  hotel.  Estamos  sometidos  a  demasiados  cambios  y  tengo  que  ajustarlo todo.

Mi Destino Eres Tú: Capítulo 14

Como  si  ella  no  lo  supiera.  Parecía  no  comprender  que  los  constantes  cambios  estaban alterando su rutina normal de trabajo. Él no tenía ni idea de las otras fuentes de estrés a las que estaba sometida, que la mantenían despierta por la noche.

—No necesito que me digas cómo tengo que hacer mi trabajo.

—Deja los cristales y ven conmigo.

—Dios, Pedro, ¡Deja de darme órdenes! —lo miró con los ojos encendidos—. Me cansa. Llevas una semana dándome órdenes.

Los  ojos  de  él  se  oscurecieron  y  Paula se  dió  cuenta  de  que  había  pulsado  el  botón  de  la  ira.  Había  cruzado  la  línea  de  la  insubordinación.  Sintió  un  nudo  en  el  estómago.  ¿Cuántas  veces  se  había  permitido  algo  así?  ¿Cuántas  veces  se  había  dejado  llevar  por  los  nervios?  Todo  lo  que  había  aprendido  volaba  de  su  cabeza  cuando él la miraba.

—En mi despacho, por favor —dijo él con los dientes apretados.

—No —dijo y dió unos pasos atrás.

Ser  llamada  a  su  despacho  para  que  la  reprendiera  era  más  de  lo  que  podía  soportar. Lloraría. Rogaría como había hecho tantas veces antes. Y lo odiaría por eso.

—Señorita  Chaves,  a  menos  que  quiera  que  esto  suceda  delante  de  todo  el  personal, vendrá conmigo ahora —la voz resultaba peligrosamente suave y grave.

Se  incorporó  y  se  limpió  las  manos  en  el  pantalón.  Podría  manejarlo.  Podría.  Pedro no era Fernando. No podía ser Fernando. Lo  siguió  hasta  su  despacho  y,  mientras  él  se  sentaba,  ella  se  quedó  de  pie  al  lado  de  la  puerta.  Podría  escapar  si  era  necesario.  Sabía  que  aquello  sería  sólo  una  discusión, pero no podía evitar la reacción física. Era cuestión de huir o luchar. Y su elección siempre era huir.

—Paula, ¿Qué te está pasando?

—No sé a qué te refieres.

—Llevas  fuera  de  control  toda  la  semana.  Tensa,  irritada,  desagradable  con  el  personal. Lo que ha sucedido hoy ha sido un accidente y lo has sacado de quicio. Lo mismo  que  hiciste  cuando  Rodrigo puso  el  Maxwells  en  la  sala  equivocada.  Se  arregló fácilmente.

—Lo  que  ha  pasado  hoy  es  que  el  personal  no  tiene  cuidado.  Sé  que  he  sido  dura con ella y me he disculpado.

—La Paula que  conocí  hace  una  semana,  la  que  estaba  tan  preocupada  por  su  gente, no lo habría manejado a gritos.

Apartó la mirada. Tenía razón. Estaba tan cansada de que tuviera razón... Pero decirle  la  verdad,  que  el  hombre  que  la  había  aterrorizado  estaba  en  libertad condicional, no era una opción.

—Tenemos  que  ser  capaces  de  trabajar  juntos,  Paula.  Tenemos  que  estar  en  sintonía.

—Quizá sí, Pedro—sintió alivio por el cambio de tema—, no tengo la sensación de que estemos trabajando juntos. Tú das órdenes y esperas que se cumplan. No he tenido  otra  intervención  en  todo  lo  que  está  ocurriendo  aquí  más  que  escribir  la  circular para el personal.

—Has estado en todas las reuniones que hemos mantenido Esteban y yo.

—Si,  pero  ¿Para  qué  molestarse?  Nunca  consigo  decir  nada  de  peso  en  la  discusión.  Los  dos  van a  lo  de ustedes y  me  dejan  afuera.  Todo  lo  que  haces  es  dar  órdenes sobre lo que hacer y cuándo. No importa el incremento de la carga de trabajo o los ajustes que hay que hacer. ¿Cómo es estar en la cima? No tienes que enfrentarte con cosas como hacer pequeños cambios para que todo siga funcionando con fluidez.

—Te ruego que me perdones —dijo con voz formal—. Creía que decías que ése era tu trabajo.

 —Lo  es  —dijo  sintiendo  que  le  hervía  la  sangre—,  pero  sigo  siendo  sólo  una  persona  y  el  volumen  de  trabajo  se  ha  incrementado  considerablemente.  Y  también  dijiste que querías mis aportaciones.

—¿Hay algo de lo que hayamos hecho con lo que no estés de acuerdo?

Se quedó callada. La verdad era que le gustaba todo lo que se había hecho.

—Ésa no es la cuestión. Me has puesto de guardia de tráfico, dirijo a la gente de un sitio a otro. Siete cosas imposibles de hacer antes de que se sirva el desayuno.

—Si no puedes con el trabajo...

El  pánico  la  invadió.  Eso  era  lo  que  no  quería  que  pasase  y  había  trabajado  noche y día para evitarlo. Necesitaba ese trabajo. Quería ese trabajo y la vida que se había  construido  alrededor.  Había  pensado  que  sólo  sería  un  periodo  con  trabajo  extra  y  luego  todo  iría  bien.  Y  sólo  había  pasado  una  semana  y  ya  estaban  hartos  el  uno del otro.

—Puedo con el trabajo. Mi trabajo. Pero sólo soy una persona, Pedro.

—Así que estás enfadada conmigo y no con Jimena. Tú no eres la única que echa muchas horas, Paula. No le pido a mi gente nada que no me pida a mí mismo.

—Entonces quizás es que esperas demasiado.

—Pues es lo que hay. Y no soy yo quien ha tenido una rabieta.

—¡Eres insufrible!

—Eso me han dicho —dijo con una sonrisa.

—Seguramente una legión de mujeres dóciles —dijo con tono mordaz.

—¿Legión? —volvió a sonreír.

—¿Puedes dejar de sonreír? Leo las revistas.

Pedro se  echó  a  reír  a  carcajadas  y  ella  sintió  que  tenía  su  efecto.  No  podía  ser,  quería  odiarlo.  Verlo  trabajar  la  última  semana  le  había  hecho  estar  peligrosamente  cerca de la admiración por su entusiasmo y dedicación.

Mi Destino Eres Tú: Capítulo 13

—Pensaba que estábamos almacenando los muebles en la sala verde y, el resto, en los almacenes del corredor sur.

Paula alzó la vista. Sabía que parecía acelerada porque lo estaba. El día anterior había recibido otra carta. Apenas había dormido esa noche pensando en lo que decía. Aborreciendo cómo el pasado aún le pesaba.En ese momento, era la segunda vez que Luca había interferido en el modo de vaciar el salón de cócteles. Estaba de pie al lado de ella sin una gota de sudor ni un cabello fuera de su sitio o una mota de polvo en los pantalones.

—Dijiste la otra sala de conferencias, la Mount Baker —sabía que para Pedro era difícil  de  recordar,  pero  todas  las  salas  tenían  nombres  de  picos  de  las  Rocosas  y  estaba decidida a usar sus nombres y no identificarlas por el color.

—La Mount Baker se está utilizando para reuniones.

—¿Cuándo ha sido eso?

—Cuando las programé.

Respiró  hondo  para  controlarse.  Todo  estaba  en  continuo  cambio  y  eso  estaba  empezando a afectarla. Pedro había vuelto a cambiar de opinión y se suponía que ella tenía que adaptarse.

—Las programaste. ¿Por qué no usaste otra sala?

—Porque  la  empresa  que  he  contratado  para  renovar  el  spa  quería  una  sala  donde poder utilizar un proyector.

La  cabeza  le  daba  vueltas.  ¿El  spa?  Tenían  que  discutir  eso,  pero  no  en  ese  momento.  En  ese  momento  tenía  una  docena  de  trabajadores  moviendo  muebles  y  colocándolos en el lugar equivocado.

—Pedro, ¿Crees que podrás dejarme tranquila el tiempo suficiente como para que pueda hacer mi trabajo?

—Seguro, tengo llamadas que hacer.Parecía  tan  fresco... 

Paula frunció  el  ceño  detrás  de  él.  Era  desesperante.  Nada  parecía afectarlo mientras ella apenas podía mantener el equilibrio.Puso  los  brazos  en  jarras  y  se  tomó  un  momento  para  redirigir,  otra  vez,  al  personal  que  estaba  vaciando  el  salón  Athabasca  de  muebles.  Una  vez  todos  de  vuelta al trabajo, suspiró y se apartó el pelo de la cara. Cuanto más conocía a Luca, menos sabía qué hacer con él. La imagen de playboy que  tenía  de  él  había  sido  reconfigurada  y  una  nueva  versión  ocupaba  su  lugar.  El  encanto  seguía  muy  presente,  por  mucho  que  tratara  de  ignorarlo,  pero  estaba  empezando  a  descubrir  que  estaba  acostumbrado  a  seguir  su  propio  camino.  Sólo  había pasado una semana desde su llegada y las cosas ya estaban cambiando, había trabajadores  por  todas  partes  y  ella  no  hacía  nada  más  que  firmar  albaranes. 

Definitivamente  Pedro   se  había  puesto  al  mando.  Desde  luego,  no  podía  decirse  que  fuera apático con el trabajo. Parecía muy comprometido con el Cascade.Tenía  que  reconocer  que  las  cosas  nunca  eran  aburridas.  Todos  los  días  había  algún nuevo descubrimiento que hacer. Ajustes de última hora. La falta de rutina la tenía un poco alterada. Y cuando él se hacía cargo de algo lo hacía hasta el final. Eso incluía  irritarla  a  ella  ordenándole  cosas  todo  el  tiempo  como  si  él  fuera  el  director  del hotel.Sonó un fuerte golpe y dio un brinco llevándose una mano al corazón. Volvió la cabeza en dirección al ruido, mientras el destello de un recuerdo le pasó por delante de  los  ojos.  Vaso  tras  vaso,  estrellados  contra  la  pared  de  la  cocina  mientras  ella  se  refugiaba  en  un  rincón.  El  corazón  la  latía  contra  las  costillas  mientras  trataba  de  recuperar la compostura. Nadie le estaba tirando nada. Se había caído una mesa con cristalería, eso era todo. Con  un  suspiro  agarró  una  caja  vacía  y  se  puso  a  recoger  los  trozos.  Entonces  una empleada pasó a su lado y dijo:

—Lo siento, señorita Chaves.

Ella perdió el control.

—¿Lo   siento?   ¿Por qué  no  miras por dónde vas?   —hizo  un sonido  de   disgusto—.  ¡Mira  qué  desastre!  —de  repente  se  sintió  mortificada.  ¿Cuántas  veces  había oído ella esas palabras? Se arrepintió al momento.

—La ayudaré a recogerlo —dijo la chica con voz temblorosa.

—¿Hay algún problema?

Paula alzó la vista y vió a Pedro de pie con su sonrisa habitual.

—¿Además de empleados descuidados rompiendo cientos de dólares de cristal? No.

Los  ojos  de  la  muchacha  se  llenaron  de  lágrimas  y  Pedro miró  a  Paula con  desaprobación.  Paula sintió  una  punzada  de  culpa;  sabía  que  se  había  pasado  con  el  tono. Era la directora del Cascade. El personal tenía que saber que seguía al mando, pero  eso  no  significaba  que  tuviera  que  ser  intimidatoria.  La  vergüenza  le  pintó  las  mejillas.

—Jimena,  lo  siento  mucho  —miró  a  la  joven—.  Sé  que  ha  sido  un  accidente.  Por  favor... mi tono ha sido inexcusable.

—Lo siento, señorita Chaves. ¡Por favor déjeme hacerlo a mí, ha sido culpa mía!

—Vuelve al trabajo, Jimena. Y no te preocupes, nosotros recogeremos esto —la voz de Pedro era calmada y razonable, completamente falta de emotividad, y lo odió por ello.Trató de ignorar su cuerpo justo detrás de ella y se concentró en los cristales.

—Gritar al personal no es la forma de que trabajen mejor.

martes, 22 de mayo de 2018

Mi Destino Eres Tú: Capítulo 12

Pareció  como  si  la  escena  de  arriba  no  hubiera  sucedido  nunca.  Su  traje  estaba  impoluto.  Había  recuperado  el  color,  se  había  retocado  los  labios  y  su  pelo  estaba  perfecto.Lo sucedido le decía que por alguna razón Paula tenía miedo de él.

—Quería asegurarme de que estabas bien.

Ella alzó la vista de lo que estaba escribiendo y fingió una sonrisa de relaciones públicas.

—Estoy bien, gracias. Un poco retrasada por la excursión —siguió escribiendo.

La mujer que tenía delante era toda frialdad y control. Un contraste muy fuerte con  la  mujer  a  la  que  había  agarrado  del  codo.  Una  mujer  que  tenía  mucha  práctica  en ocultar sus sentimientos pero que había tenido un ligero momento de debilidad. Debería asentir y marcharse, aquello no era de su incumbencia, pero recordó la expresión  de  desnudez  que  había  visto  en  su  rostro  cuando  habían  hablado  de  las  antigüedades.  Había  parecido  una  mujer  a  la  que  hubieran  desnudado.  No  podía  ignorar eso aunque quisiera. Si lo dejaba pasar, quedaría pendiendo entre ellos todo el tiempo que trabajaran juntos. Sería mejor abordarlo.

—¿Quieres hablar de ello, Paula?

Con  un  suspiro  dejó  el  bolígrafo  en  la  mesa,  apoyó  las  manos  y  cruzó  las  piernas.

—¿Hablar de qué, Pedro?

—De lo que ha pasado en el ático.

—No, no quiero.

—Estabas asustada. Quiero saber por qué.

—No estaba asustada. Tengo... tengo claustrofobia.

—No me ha parecido eso cuando te he agarrado del brazo.

—Pedro—lo miró a los ojos—, soy una persona a la que no le gusta que invadan su espacio. No soy de tocarse. Eso es todo. Lo siento si he sido brusca o grosera.

—Eres sincera y lo aprecio. Así que no es que no quieras que te toque yo, es que no quieres que te toque nadie.

—Exacto —se ruborizó.

—No es nada personal.

—Nada personal —repitió Paula.

—Me  alegro,  porque  vamos  a  trabajar  juntos  muy  de  cerca  y  sería  difícil  si  hubiese animosidad entre nosotros.

¿Animosidad? Paula tragó y se obligó a mantener el control. No tenía ni idea de lo  que  había  pasado  en  el  ático.  Cómo  sus  palabras  la  habían  tocado,  devuelto  muchas  de  sus  emociones.  Cómo  se  había  sentido  extraña  de  pronto  y  había  tenido  que salir de allí. La había tocado. Odiaba que la tocasen. Y cuando la había agarrado del codo había sentido terror en su interior.Pero  no  era  un  recuerdo.  Era  anhelo.  Algo  que  no  había  sentido  en  mucho  tiempo.  Le  había  gustado  la  sensación  de  su  mano  en  el  codo,  tanto  que  había  deseado que la rodeara con sus brazos y la protegiera. Había  jurado  que  ningún  hombre  volvería  a  tocarla  y  hasta  ese  momento  lo  había conseguido, pero ahora nada tenía sentido. Tenía que escapar, rehacerse. Se  arriesgó  a  alzar  la  vista.  Él  la  miraba  tranquilo  y  supo  que  había  algo  muy  personal  entre  los  dos,  le  gustase  o  no.  Algo  que  rechazaba  reconocer.  No  estaba  preparada  para  aceptar  que  había  más  que  una  cierta  atracción.  Algo  más  no  tema  sentido.

—Te aseguro que no tiene nada que ver contigo —tenía que ver con Fernando, eso era todo.

—Entonces  no  me  lo  tomaré  como  algo  personal.  Sólo  quería  asegurarme  de  que estabas bien.

—Lo estoy, gracias por preguntar.

La sonrisa esa vez fue más natural. Él aceptó lo que había dicho con educación, se   sentía   afectada   porque   él   fuera   capaz   de   preocuparse   por   ella.   Nadie   se   preocupaba  de  ella  y  había  reinventado  su  vida  de  ese  modo.  Pero  sin  ella  saberlo,  parecía  importarle  a  Pedro.  Era  algo  inesperado  y,  aunque  habría  pensado  que  lo  aborrecería, resultaba agradable.

—He pensado que querrías recuperar esto —dejó la llave en la mesa.

Paula no la movió de donde él la había dejado mientras Pedro se alejaba. Cerca de la puerta se dió la vuelta.

—Oh, y Paula, me gustaría que estuvieras en la reunión con Esteban una vez que le haya   enseñado  el   hotel   y   explicado   las   ideas   iniciales.   Haremos una  agenda  preliminar  y  primer  esquema  y  ése  es  tu  fuerte.  También  me  gustaría  que  le  mandásemos una circular a todo el personal. Algo que diga que los próximos meses habrá  cambios,  pero  ninguno  perderá  su  puesto.  Que  todos  los  esfuerzos  que  se  harán serán en beneficio del personal y de los clientes. Mantengo mi promesa, espero que lo recuerdes.

Mantenía  su  palabra  y  le  agradaba.  Cuando  menos  lo  esperaba,  mostraba  consideración   por   los   que   lo   rodeaban.   Quizá   fuera   mejor   de   lo  que   había   sospechado.  Quizá  el  playboy  tuviera  un  poco  más  de  sustancia  de  la  que  ella  había  pensado.

—Voy a preparar una y te la mando por correo electrónico.

—Gracias, Paula.

Se levantó de la mesa sabiendo que le debía algo.

Tomó la llave y se la tendió. Él la aceptó.

—Guárdala, debo de tener otra en algún sitio.

—¿Seguro?

Paula recordó  su  gesto  cuando  había  entrado  en  el  ático.  Había  tenido  que  levantar un muro porque había visto su alegría en los ojos y ella no quería permitirse sentir esas cosas.

—Estoy  segura,  Pedro.  Y  cuando  llegue  el  señor  Shiffling,  nos  reuniremos  y  discutiremos cómo afrontar mejor los cambios que se avecinan.

—Hablaremos luego —se guardó la llave en el bolsillo y salió del despacho.

Paula se  quedó  de  pie  en  medio  del  despacho  preguntándose  cómo  iba  a  manejar  la  montaña  rusa  en  que  se  había  convertido  su  vida.  Pedro Alfonso le  gustaba.  En todos los sentidos.

Mi Destino Eres Tú: Capítulo 11

—¿Por qué está todo esto aquí oculto?

—Sólo se me ocurre que, con las reformas a lo largo de los años, a estas cosas las han relegado al banquillo.

—¿El banquillo?

—Ya sabes, donde se sientan los jugadores que no salen al campo.

—Ya —rodeó un buró cubierto de polvo sabiendo que era de nogal—. Siéntelo, Paula. Hay historia en este almacén. Mucha historia —si llegara pronto Esteban... pensó. Harían un inventario y decidirían qué piezas emplearían en la decoración. Pedro quería empezar ya, pero quizá no fuera el momento de explorar.

Miró a Paula. Estaba tan tiesa como siempre, pero diría que estaba disfrutando. Le  brillaban  los  ojos  mientras  con  los  dedos  acariciaba  una  silla.  Se  movía  con  cuidado  para  no  levantar  polvo.  Era  cuidadosa,  estaba  empezando  a  entender.  Siempre se movía deliberadamente. Siempre con un propósito. Se preguntó por qué. ¿Qué la hacía tan cautelosa?

—Aquí está.

Echó  un  vistazo  a  un  diván  de  color  vino  mientras  se  dirigía  a  donde  estaba  ella.  La  encontró  de  pie  al  lado  de  una  gigantesca  araña  de  cristal  oculta  entre  dos  armarios.

—Habrá visto días mejores, pero creía recodar que estaba aquí. Luca se agachó y tocó una lágrima de cristal tallado.

—Es asombrosa, perfecta.

—Es preciosa.

Pedro la miró. Así que la magia de la araña no la dejaba indiferente. El gesto de sus  labios  se  lo  decía  así.  Un  mechón  de  cabello  había  escapado  del  moño  y  le  acariciaba la mejilla. Se miraron a los ojos. Ya se imaginaba la araña colgada del salón de  baile,  los  destellos  de  luz  de  los  cristales  sobre  el  suelo  de  pulida  tarima.  Podía  imaginarse  a  Mari  en  el  medio  con  un  elegante  traje  de  noche  dorado  sonriéndole.  Tenía, se dio cuenta, una clase fría y elegante. Intemporal.

—A tí también te encanta, puedo verlo en tu rostro.

Algo  cambió  debido  a  sus  palabras,  algo  que  rompió  el  momento.  Sus  ojos  se  enfriaron y cuadró los hombros. Apartó la mirada.

—Tiene sentido utilizar estas cosas si se adaptan a tu reforma. Será mucho más barato que comprarlas.

—Oh, no es por el dinero, no es por eso. Mira este sitio —se dió la vuelta riendo para liberar la tensión que sentía en ese momento.

Ella cada vez lo intrigaba más, pero también cada vez era más consciente de que no  era  la  clase  de  mujer  que  quería  parecer.  Se  obligó  a  volver  a  concentrarse  en  la  tarea.

—Cada  una  de  estas  piezas  tiene  historia,  ¿No  lo  sientes?  —se  puso  delante  de  un  espejo  y  limpió  el  cristal  con  la  mano—.  Oh,  Paula,  ¡Qué  cosas  más  hermosas!  Tanto  tiempo,  abandonadas,  olvidadas,  esperando  a  que  alguien  las  descubra  y  las  haga nuevas otra vez. A que las haga brillar.

Como  ella  no  decía  nada,  se  volvió  a  mirarla.  Estaba  entre  la  araña  y  unos  armarios y él bloqueaba su salida hacia la puerta. Estaba de pie en silencio y no sabía por qué. Tuvo la sensación de que estaba llorando, pero eso era ridículo porque sus ojos  estaban  secos.  Por  alguna  extraña  razón  deseó  rodearla  con  sus  brazos.  En  cuanto lo pensó, dio un paso atrás. Disfrutar   de   jugar   al   ratón   y   al   gato   era   una   cosa.   Tener   pensamientos   descabellados  estaba  bien,  pero  pasar  a  la  acción  era  otra  cosa.  Y  la  situación  ya  era  bastante  complicada  como  para  complicarla  más  liándose  con  la  directora  del  hotel.  No estaría bien. Sería un problema. Y él no quería relaciones complicadas. No quería relaciones   de   ninguna   clase.   Había   decidido   hacía   mucho   tiempo   que   no   se   implicaría  con  ninguna  mujer.  No  quería  darle  a  ninguna  el  poder  que  su  padre  le  había dado a su madre de destruirlo. Como Laura lo había destruido a él.

—Por favor, perdóname, tengo que volver. Si cierras la puerta al salir...

Caminó  indecisa  hacia  él  haciendo  un  gesto  para  que  se  apartara  y  la  dejara  pasar, pero no pudo, no tras oír esa voz fría y seca. No sabía la causa de esa reacción, pero sabía que no estaba bien.Se detuvo a menos de un metro de él.

—Por favor —repitió muy pálida.

Él  empezó  a  echarse  a  un  lado,  pero  en  el  último  momento  no  pudo  dejarla marchar sin saber si estaba bien. La agarró de un codo.

—Quítame las manos de encima.

Lo  dijo  con  tranquilidad,  pero  por  debajo  había  veneno  y  eso  lo  conmocionó  tanto que dió un paso atrás y la soltó de inmediato. Ella se puso aún más pálida.

—No  me  toques  nunca  —dijo  estridente  mientras  rodeaba  a  toda  prisa  los  muebles y salía por la puerta sin cerrarla.

 Un segundo después se oyó el ascensor.Pedro se sentó en una silla levantando una nube de polvo. Sólo había tratado de ser  un  caballero.  Era  evidente  que  cualquier  atracción  que  él  hubiera  sentido  no  era  mutua.  Era  fría,  irritante,  dictatorial.  Sólo  una  complicación.  Debería  despedirla  y  convertir el Cascade en el hotel que quería, pero no podía hacer eso. Era buena en lo suyo y él había prometido que nadie perdería su trabajo. Eso la incluía a ella. Y él era un hombre de palabra. Cuando  volvió  a  la  zona  de  oficinas,  la  puerta  de  ella  estaba  cerrada.  Llamó  y  abrió.

Mi Destino Eres Tú: Capítulo 10

—Suéltame, estoy bien —sacudió la mano y cuadró los hombros.Esa mujer tenía más espinas que un cactus.

Pedro dió un paso atrás. Casi lo había derribado y lo miraba como si s fuera culpa de él.

—Me alegro de oírlo.

—Perdona —dijo ella suavizando un poco el gesto—. Ha sido culpa mía.

—No importa. Venía a verte.

La  miró  relajarse  lentamente.  Primero  una  inspiración  profunda,  después  bajó  los hombros y después se relajó el gesto de su rostro. Sonrió de un modo bonito, pero no sincero. Era una fachada. ¿Pero qué ocultaba? Nunca había conocido a una mujer tan  estirada  y  rígida.  Tenía  la  sensación  de  que,  si  él  decía  negro,  ella  diría  blanco  sólo  para  llevarle  la  contraria.  En  ese  sentido,  no  era  muy  diferente  de  su  padre.  El  Cascade  era  su  bebé,  había exigido  todo  el  poder.  Y  cuando  terminara  podría  tener  crédito  y  salir  de  la  compañía  por  derecho  propio.  Quería  a  su  padre,  pero  eso  no  significaba que quisiera estar bajo su mando el resto de la vida. Era eso lo que hacía que las cosas entre los dos estuvieran tensas.

—¿Necesitabas algo?

Al oír su voz dejó de mirarla a los labios.

—¿Necesitar? Me ha llamado el diseñador, Esteban Shiffling —no pudo disimular la  frustración—.  No  puede  esta:  aquí  antes  de  pasado  mañana.  Le  he  dicho  que  le  enviaríamos un coche al aeropuerto.

Habían  dado  una  docena  de  pasos  por  el  corredor  cuando  Paula se  detuvo  en  seco.

—Pedro, no tenemos un coche, tenemos una furgoneta de carga.

—Alfonso  no  transporta  a  sus  huéspedes  en  ¿Cómo  lo  ha  llamado?  Una  furgoneta  de  carga  —murmuró  algo  entre  dientes.  Tenían  que  cambiar  muchas  cosas  en  ese  hotel—. Me ocuparé de conseguir un transporte adecuado.

Echó  a  andar  sabiendo  que  ella  no  tendría  otra  opción  que  seguirlo.  Podía  ver  cómo  la  cabeza  de  ella  había  empezado  a  darle  vueltas  a  la  situación.  Sonrió.  Tenía  que  reconocer  que  disfrutaba  sacándola  de  sus  casillas.  Hacía  mucho  que  no  se  enfrentaba con una oponente que mereciera la pena y tenía la sensación de que Mari iba a se todo un reto. Llegaron al vestíbulo.

—¿Para qué querías verme? —preguntó él contemplando el vestíbulo, el suelo, las alfombras.

Era cómodo, pero desordenado, le hacía falta luz y espacio.

—Yo no quería. Chocaste conmigo, ¿Recuerdas?

—Ah, sí. Un feliz accidente —hizo un guiño—. Y tú ibas corriendo a hacer algo.

—Pensé en algo que podría ser útil para la redecoración.

—¿Sí? —tenía toda su atención.

—Y  tú  estabas  notablemente  agitado  porque  tu  diseñador  no  estuviera  a  tu  entera disposición.

Pedro alzó  una  ceja.  Iba  a  mantenerlo  siempre  en  estado  de  alerta.  Ella  tenía  razón. Quería haber empezado y tendría que esperar.

—Quizá.

—La gente siempre hace lo que tú dices.

—Normalmente, sí. Con una notable excepción —la miró con intención.

Paula le mostró una llave. Estaba  jugando  con  él  y  le  divertía  tanto  como  lo  molestaba.  En  sus  reuniones  ella jamás había mostrado un lado divertido.

—Supongo que es de una puerta. Una puerta de la que me vas a hablar.

Algo  parecido  a  una  sonrisa  apareció  en  su  rostro.  Resultaba  muy  distinta  cuando se quitaba esa fachada de frialdad. Sus ojos brillaban y parecía casi una niña preciosa.  Miró  el  recatado  traje  que  llevaba  y  se  preguntó  cómo  sería  quitárselo.  Se  preguntó  si  sería  suave  y  maleable.  Como  su  piel.  Recordó  la  sensación  de  su  casi  translúcida  piel  cerca  de  la  mano.  ¿Sería  el  resto  de  ella  tan  frágil  y  suave?  En  ese  momento no sería muy inteligente. Pero no podía evitar preguntárselo.

—Iba a revisarlo primero, pero supongo que querrás venir. Es el ático.

—¿Tienen un ático?

—Así  es  —sonrió  más  ampliamente—.  Y  si  encontramos  lo  que  creo  que  debe  de  estar  ahí,  vas  a  ser  feliz.  A  lo  mejor  así  puedes  dejar  de  obsesionarte  con  tu  diseñador y concentrarte en otra cosa.

—Entonces, vamos.

Subieron  hasta  el  último  piso  en  el  ascensor  de  servicio  y  salieron  a  un  pasillo  sin ventanas. Paula se detuvo delante de una enorme puerta doble.

—Ésta es nuestra zona de almacenes. Lo recordé esta mañana. Algo que dijiste ayer  sobre  el  romanticismo  me  ha  estado  rondando  por  la  cabeza  —giró  la  llave  y  abrió la puerta.

Lo que vieron fue como un tesoro enterrado. Una capa de polvo lo cubría todo: sillas,  mesas,  escritorios,  divanes,  incluso  pinturas  y  esculturas.  Una  sala  llena  de  potencial esperando a ser redescubierto. El hotel debía de haber sido glorioso en sus inicios,  pensó  Pedro;  antes  de  que  alguien  llegara  y  decidiera  cambiarlo.  Sus  ojos  se  detuvieron   en   una   cómoda   especialmente   bonita.   Quien fuera que la hubiera   relegado  al  ático  merecía  ser  azotado.  Era  demasiado  fina  y  valiosa  para  estar  allí  escondida.

—Dios bendito —Pedro entró sabiendo que Paula había descubierto una mina de oro.

No iba a cambiar el hotel, iba a restaurarlo. La idea lo emocionó. Disfrutaba de la parte creativa de su trabajo tanto como de la dirección. Era la mayor razón por la que quería salir de la sombra de su padre.