Paula se dió la vuelta por la respuesta. Que admitiera que era un error lo hacía más tentador. Estaba detrás de ella, muy cerca, alto y fuerte con la fachada del hotel detrás de él.
—¿Entonces qué estamos haciendo?
—Te he traído aquí porque... —hizo una pausa.
—¿Sí? —dijo ella en un susurro.
—Lo siento —se dió la vuelta bruscamente—. Ha sido un error.
Decepcionada, se rodeó con los brazos. Las noches en la terraza eran muy románticas, excepto cuando sólo estaban a unos pocos grados de la helada y se llevaba un vestido de tirantes. Y más cuando el acompañante se alejaba. La sorprendió darse cuenta de que no quería que lo hiciera.
—Tienes frío —y sin dudarlo Pedro se quitó la chaqueta y se la echó por los hombros.
—¿No me habías dicho que Caro tenía hijos y no podría venir? —dijo mirando su camisa blanca a la luz de la luna.
—Así es. Están en casa de nuestro padre con la niñera.
—Entiendo.
—¿Lo entiendes?
—En realidad, no —lo miró con la cabeza inclinada—. Lo que está claro es que tú la quieres. Y ella a tí. Yo... —se quedó callada preguntándose hasta dónde sería seguro contarle—. Me das envidia. No tengo hermanos ni hermanas, ni siquiera una familia.
—¿Dónde está tu familia? ¿Tus padres? —se apoyó en la balaustrada a su lado y miraron juntos las sombras de las montañas.
—No conocí a mi padre. Y no he hablado con mi madre desde hace años.
—¿Tiene eso algo que ver con el miedo que te doy?
Se mordió el labio. No podía mirarlo. No entendería lo de Fernando, ni lo de su madre. Además, eso sólo enrarecería las cosas entre ellos. Sus sentimientos podían estar cambiando pero, definitivamente, Pedro no estaría interesado en alguien con tanto equipaje. Él tenía un padre y una hermana y todo su negocio se basaba en la familia. Eran de mundos distintos.
—Da lo mismo, Pedro.
Enlazó los dedos con los de ella y Paula sintió que se le paraba el corazón. En diez minutos le había dado más ternura y cariño que el que había recibido en toda su vida.Sería demasiado fácil enamorarse de él.
—¿Y tú qué? Debes de tener una novia... o novias... en algún sitio.
—No.
—Oh, eso está bien. Te gusta ser soltero. ¿Crees de verdad que podrás serlo siempre?
Se apartó de ella y su mandíbula se tensó.
—No creo especialmente en el amor, Pau.
—Ya somos dos —dijo ella con una sonrisa contenida.
La miró con sus ojos profundos y oscuros.
—¿Por qué?
Él se marcharía, pero quizá fuera lo mejor. No tenía por qué saber su historia, no estará allí lo bastante como para que eso fuera importante.
—Cuando la única persona que debería amarte no lo hace, eso te marca quieras o no. Así que vine aquí y me hice una vida. Es todo lo que tengo, Pedro.
—Y crees que yo te lo quitaré.
Ella lo confirmó limitándose a permanecer en silencio mirándolo.
—No lo haré.
—No te dejaré —eso le arrancó un atisbo de sonrisa—. ¿Y tú, Pedro? ¿Por qué no crees en el amor?
—Mi madre nos abandonó a todos cuando yo era un muchacho. Oía a Caro llorar antes de dormirse cada noche. Veía la angustia de mi padre, pero él la seguía queriendo. Se divorció de él y llegaron a un acuerdo, pero ni una sola vez fue a ver a Caro, ni a mí. Ni a mi padre. Nos dejó por otra vida.
—¿No la has vuelto a ver?
—Ni una sola vez. Ni siquiera cuando Caro se casó o cuando nacieron sus hijos.
—Lo siento, Pedro—le dolió el corazón al pensarlo—. Pero tu padre...
—Hizo un trabajo maravilloso sacándonos adelante y dirigiendo Alfonso. Pero en ausencia de ella, Alfonso se convirtió en su novia. Mantiene férreamente el control.
—No confía en tí.
—Cree que lo hace.
Pedro quería más. Quería algo suyo. Quizá tuvieran más en común de lo que ella había pensado al principio.
—Así que has venido aquí para demostrar algo.
Él asintió. Quedó hipnotizada por el movimiento. Toda la noche se había sentido como despertándose de una pesadilla. Él la había tocado y ella no había brincado asustada. Estaría allí poco tiempo, pero estar con él ayudaba.
—Jamás querría estar en la posición que estuvo mi padre. No me hace falta un psicoanalista. No confío en el amor, no en el de a largo plazo.
—Así que te contentas con aventuras breves.
—He intentado otra cosa alguna vez y siempre hemos acabado haciéndonos daño los dos. Es mejor así.
—¿Qué pasó?
Pedro dudó y ella notó su dolor. Quizá no debería preguntar. Pero un Pedro así de abierto... quizá no volvería a suceder. Quería saber. Era algo raro en ella, pero quería saber cosas de él.
jueves, 31 de mayo de 2018
Mi Destino Eres Tú: Capítulo 23
—Sabes que me gusta. ¿Además con quién si no voy a bailar? Hace meses que no nos vemos y este viaje va a ser realmente rápido.
Paula miró a Pedro y en su rostro se dibujó una sonrisa reacia al ver su necia expresión. Había sonreído más ese día de lo que podía recordar en mucho tiempo. Ver a Pedro sometido a su hermana era divertido. Se había acostumbrado tanto a verlo dar órdenes que estaba encantada de que supiera satisfacer a su hermana.
—Ah, la culpabilidad familiar —bromeó Paula—. Da lo mismo la nacionalidad.
—Oh, los italianos somos especialmente versados en eso —dijo Carolina—. Vamos, Pedro.
Paula los miró deseando tener la misma gracia natural que parecían poseer los Alfonso. Había insistido en que bailase con Carolina y era divertido verlos. Podía oír la risa de la hermana de Pedro. Era un hombre que podía encandilar. Como le había pasado a ella con la comida en el campo, la cena con Gina había parecido relajarlo. Eso lo hacía aún más atractivo. Se humedeció los labios. Ni en un millón de años habría esperado sentirse atraída físicamente por un hombre. Menos en ese momento, sabiendo que Fernando estaba fuera. Estaba segura de que su madre tenía que saber que estaba en libertad condicional, y por primera vez se preguntó qué estaría haciendo Alejandra, dónde estaría. Después del juicio ella se había marchado y no había vuelto a mirar atrás. No podía. Pero a pesar de los años de incomunicación entre ellas, estaba claro que su madre había tenido que enfrentarse a lo mismo que ella. Incluso a lo mejor más que ella. Por primera vez en mucho tiempo sintió lástima de su madre.
Sin aliento, Pedro y Carolina volvieron a la mesa. Ésta se sentó, pero Pedro se quedó mirando a Paula. Ella forzó una sonrisa, pero supo que era demasiado tarde.
—Pau, ¿Bailas? —le tendió una mano.
Paula se quedó mirando la mano. ¿Podría? La situación era inquietantemente parecida a sus cavilaciones anteriores a quedarse dormida en la limusina. Pero en ese momento se enfrentaba a la realidad. Tenía un nudo en el estómago. Se dio cuenta de que deseaba bailar, pero no confiaba en ser capaz de manejarlo. No cuando sólo pensar en Robert le hacía echarse a temblar. Lo último que quería era que la proximidad de su cuerpo hiciera saltar en ella el pánico. Por una vez no estaba segura de su reacción y dudó.
—Vamos, Pau, baila. Pedro es un buen bailarín —Carolina miró a su hermano con los ojos entornados—, pero si se atreve a repetirlo, lo negaré.
Paula respiró hondo y con cuidado puso su mano en la de él y se levantó de la silla.
—Supongo que podría bailar una vez.
La llevó a la pista. Sus tacones resonaban en el parqué. La rodeó con los brazos y ella se sintió como en un sueño. El Pedro del flirteo había desaparecido y su lugar lo ocupaba un caballero. Parecía saber cómo se sentía ella cuando la tocaban y mantenía una distancia educada. Aun así tenía una mano en su cintura y le agarraba la mano derecha.Estaba impresionante esa noche, con un traje negro, la corbata perfectamente anudada, el pelo hacia atrás. Una reminiscencia de los años dorados a los que quería devolver al hotel. La canción era lenta, la voz que la interpretaba, suave como elterciopelo.
—Relájate —le susurró él mientras empezaban a mover los pies.
A diferencia de cuando había bailado con Carolina, Pero no dijo ni una palabra. Paula tragó, cerró los ojos y se dejó llevar por la música. Sus cuerpos estaban un poco más cerca y el temblor del suyo no era por temor. Quizá sí, pensó, pero no temor por su seguridad. Miedo de él y de cómo le hacía sentir. Porque le estaba haciendo sentir cosas que nunca había querido sentir. Vulnerabilidad. Anhelo. Deseo de entregarle una parte de ella.Sus caderas se mecían con las de él y deseó apoyar la mejilla en la chaqueta. La mano de Pedro subió un poco por su espalda y notó su calor. Se sintió apreciada. El aire se le quedó en la garganta. Una vez se había sentido segura y había resultado estar muy equivocada. Por mucho que su corazón le decía que con Pedro estaba a salvo, no podía estar segura. No podía correr ese riesgo, no podría sobrevivir otra vez a algo así.Era muy bueno que fuera sólo una complicación a corto plazo.
—Vamos a dar un paseo —dijo Pedro cuando acabó música.
—Pero Caro...
—Caro se ha ido a la cama.
Su voz era cálida y sintió que se le erizaba el vello. Miró la mesa y vió que tenía razón. Estaba vacía. La tomó de la mano y la llevó hacia las puertas de terraza. Al salir fuera sintió el frío de la noche de otoño y lo agradeció. Le aclararía la cabeza. Aquello era una locura.La música enmudeció cuando Pedro cerró la puerta tras ellos. Paula se acercó a la barandilla, se apoyó en la balaustrada y miró el valle. La luna se reflejaba en el río.
—¿Por qué se ha ido Caro? Creía que lo estaba pasando bien.
—Creo que ha pensado que querríamos estar solos —dijo él con voz suave.
—Pedro, creo que esto no es una buena idea —respondió con voz estrangulada y temblorosa.
—Sé que no lo es.
Paula miró a Pedro y en su rostro se dibujó una sonrisa reacia al ver su necia expresión. Había sonreído más ese día de lo que podía recordar en mucho tiempo. Ver a Pedro sometido a su hermana era divertido. Se había acostumbrado tanto a verlo dar órdenes que estaba encantada de que supiera satisfacer a su hermana.
—Ah, la culpabilidad familiar —bromeó Paula—. Da lo mismo la nacionalidad.
—Oh, los italianos somos especialmente versados en eso —dijo Carolina—. Vamos, Pedro.
Paula los miró deseando tener la misma gracia natural que parecían poseer los Alfonso. Había insistido en que bailase con Carolina y era divertido verlos. Podía oír la risa de la hermana de Pedro. Era un hombre que podía encandilar. Como le había pasado a ella con la comida en el campo, la cena con Gina había parecido relajarlo. Eso lo hacía aún más atractivo. Se humedeció los labios. Ni en un millón de años habría esperado sentirse atraída físicamente por un hombre. Menos en ese momento, sabiendo que Fernando estaba fuera. Estaba segura de que su madre tenía que saber que estaba en libertad condicional, y por primera vez se preguntó qué estaría haciendo Alejandra, dónde estaría. Después del juicio ella se había marchado y no había vuelto a mirar atrás. No podía. Pero a pesar de los años de incomunicación entre ellas, estaba claro que su madre había tenido que enfrentarse a lo mismo que ella. Incluso a lo mejor más que ella. Por primera vez en mucho tiempo sintió lástima de su madre.
Sin aliento, Pedro y Carolina volvieron a la mesa. Ésta se sentó, pero Pedro se quedó mirando a Paula. Ella forzó una sonrisa, pero supo que era demasiado tarde.
—Pau, ¿Bailas? —le tendió una mano.
Paula se quedó mirando la mano. ¿Podría? La situación era inquietantemente parecida a sus cavilaciones anteriores a quedarse dormida en la limusina. Pero en ese momento se enfrentaba a la realidad. Tenía un nudo en el estómago. Se dio cuenta de que deseaba bailar, pero no confiaba en ser capaz de manejarlo. No cuando sólo pensar en Robert le hacía echarse a temblar. Lo último que quería era que la proximidad de su cuerpo hiciera saltar en ella el pánico. Por una vez no estaba segura de su reacción y dudó.
—Vamos, Pau, baila. Pedro es un buen bailarín —Carolina miró a su hermano con los ojos entornados—, pero si se atreve a repetirlo, lo negaré.
Paula respiró hondo y con cuidado puso su mano en la de él y se levantó de la silla.
—Supongo que podría bailar una vez.
La llevó a la pista. Sus tacones resonaban en el parqué. La rodeó con los brazos y ella se sintió como en un sueño. El Pedro del flirteo había desaparecido y su lugar lo ocupaba un caballero. Parecía saber cómo se sentía ella cuando la tocaban y mantenía una distancia educada. Aun así tenía una mano en su cintura y le agarraba la mano derecha.Estaba impresionante esa noche, con un traje negro, la corbata perfectamente anudada, el pelo hacia atrás. Una reminiscencia de los años dorados a los que quería devolver al hotel. La canción era lenta, la voz que la interpretaba, suave como elterciopelo.
—Relájate —le susurró él mientras empezaban a mover los pies.
A diferencia de cuando había bailado con Carolina, Pero no dijo ni una palabra. Paula tragó, cerró los ojos y se dejó llevar por la música. Sus cuerpos estaban un poco más cerca y el temblor del suyo no era por temor. Quizá sí, pensó, pero no temor por su seguridad. Miedo de él y de cómo le hacía sentir. Porque le estaba haciendo sentir cosas que nunca había querido sentir. Vulnerabilidad. Anhelo. Deseo de entregarle una parte de ella.Sus caderas se mecían con las de él y deseó apoyar la mejilla en la chaqueta. La mano de Pedro subió un poco por su espalda y notó su calor. Se sintió apreciada. El aire se le quedó en la garganta. Una vez se había sentido segura y había resultado estar muy equivocada. Por mucho que su corazón le decía que con Pedro estaba a salvo, no podía estar segura. No podía correr ese riesgo, no podría sobrevivir otra vez a algo así.Era muy bueno que fuera sólo una complicación a corto plazo.
—Vamos a dar un paseo —dijo Pedro cuando acabó música.
—Pero Caro...
—Caro se ha ido a la cama.
Su voz era cálida y sintió que se le erizaba el vello. Miró la mesa y vió que tenía razón. Estaba vacía. La tomó de la mano y la llevó hacia las puertas de terraza. Al salir fuera sintió el frío de la noche de otoño y lo agradeció. Le aclararía la cabeza. Aquello era una locura.La música enmudeció cuando Pedro cerró la puerta tras ellos. Paula se acercó a la barandilla, se apoyó en la balaustrada y miró el valle. La luna se reflejaba en el río.
—¿Por qué se ha ido Caro? Creía que lo estaba pasando bien.
—Creo que ha pensado que querríamos estar solos —dijo él con voz suave.
—Pedro, creo que esto no es una buena idea —respondió con voz estrangulada y temblorosa.
—Sé que no lo es.
Mi Destino Eres Tú: Capítulo 22
Cuando ella entró en la sala fue como si alguien le hubiese dado un puñetazo en el plexo solar. Pau no era Paula esa noche. Se merecía su nombre completo. Era Paula. Cada centímetro de ella, desde la cabeza hasta los pies, era elegancia y tímida sexualidad. No tenía ni idea de que pudiera tener ese aspecto. Se había imaginado cómo estaría si se dejara el cabello suelto y los vestidos recatados en el armario, pero jamás habría imaginado que pudiera ser así.
—Es preciosa, Pedro.
La voz de Carolina interrumpió sus pensamientos mientras los dos miraban a Paula hablar un momento con uno de los clientes con una sonrisa en el rostro.
—La verdad es que me gusta.
—Hay algo entre ustedes, entonces —le apoyó la mano en el brazo.
—No, Caro. Es la directora y es buena en lo suyo. Trabamos juntos, eso es todo.
Paula dejó al huésped y se dirigió hacia ellos. Luca trató de ignorar su pulso desbocado al ver el suave balanceo de sus caderas. Tenía piernas, metros de ellas, parecía.
—He visto cómo la miras, Pedro. Créeme, te alegrarás de que haya venido para tener un poco de tiempo libre.
Pedro consiguió dejar de mirar a Paula y fijó la vista en su hermana.
—Si crees que vas a andar por aquí estorbándome todo el rato...
—Querido hermano —dijo con una sonrisa—, lo considero un deber familiar. Ella te mira igual a tí.
Paula se detuvo delante de ellos y sonrió, y por un momento a Pedro se le paró el corazón.
—Espero no haberlos hecho esperar.
Fue Carolina quien respondió al quedarse Pedro en silencio.
—En absoluto. Acabamos de llegar. Me he echado una siestecita y estoy lista para probar las delicias del chef.
Pedro acercó la silla de Paula.
—Gracias —murmuró ella y a él le llegó el aroma de su perfume.
—Ese vestido es impresionante. Tienes un gusto increíble, Pau —dijo Carolina con una sonrisa—. Espero que Pedro no te esté presionando para que aceptes todos sus cambios.
—Gracias —Paula sonrió—. Lo intenta, créeme.
—Tengo mucha suerte de compartir mesa con las dos mujeres más guapas del salón —dijo él sentándose.
—¿Sólo del salón? —dijo Carolina entre risas—. Paula, creo que eso es un insulto.
Pero los ojos de Pedro estaban clavados en los de Paula. Se había dejado el cabello suelto y sus dedos se morían por acariciarlo, por enterrarse en sus mechones caoba. Deseó tomarle la mano y besarla, pero sabía que ella no lo recibiría bien.
—Ya veo que con ustedes dos juntas no voy a poder.
—Creo que puedes de sobra —dijo Paula con una sonrisa.
Pedro pidió champán, se apoyó en el respaldo y se quedó viendo a Paula y Carolina hablar como si se conocieran de toda la vida. Pero Carolina siempre había sido así, abierta, tenía una cualidad que había sacado a Mari de su caparazón de un modo que él no había sido capaz. Y Paula relajada brillaba aún más. Estaban a medias del segundo plato cuando alguien del personal se acercó a Paula con un problema.
—Yo me ocuparé, disfruten ustedes—dijo Pedro levantándose.
—No, lo haré yo —Paula sonrió—. Es mi trabajo. Vuelvo en un minuto.
Pedro se levantó mientras ella se alejaba y volvió a sentarse. Miró luego a su hermana, quien seguía diciendo que su matrimonio era feliz. ¿Era él el único que se daba cuenta de lo que estaba haciendo? Seguía diciendo que Rafael era su destino feliz y que no haría añicos su ilusión. Eso era lo que él le deseaba después de lo que habían pasado de niños, cuando su madre los abandonó. Recordaba abrazarla por las noches mientras lloraba llamando a su madre y no quería que la oyera su padre. Recordaba el verano que había sospechado que había algo entre Dante y ella. Pero después Dante se había ido a París con él y, cuando habían vuelto, se la habían encontrado prometida con Rafael. Había estado a su lado durante los años más oscuros de su vida. Él era el mayor. Había entendido las cosas mejor. Sinceramente, esperaba que a Carolina no se le volviera a romper el corazón. Para sí mismo no era muy partidario de los finales felices tipo cuentos de hadas; tampoco las mujeres con las que solía salir.
Cuando Paula volvió se dedicó a mirarla mientras Carolina y ella seguían con su conversación. Paula era diferente. No podía explicarlo, pero por alguna razón los tristes recuerdos del pasado casi desaparecían cuando ella estaba cerca. Nunca podría haber nada permanente entre ellos, pero su escepticismo habitual se disolvía cuando estaba con ella. Había visto brillar sus ojos cuando hablaba con Carolina, reír fácilmente como no la había visto antes. Era hipnotizadora. Así era Paula con la guardia baja. Se había preguntado con anterioridad si podría ser así. En ese momento se preguntaba si podría ser así con él.
—Pedro, deberías bailar conmigo —dijo Carolina en tono de mando.
—Caro... —suspiró.
—Es preciosa, Pedro.
La voz de Carolina interrumpió sus pensamientos mientras los dos miraban a Paula hablar un momento con uno de los clientes con una sonrisa en el rostro.
—La verdad es que me gusta.
—Hay algo entre ustedes, entonces —le apoyó la mano en el brazo.
—No, Caro. Es la directora y es buena en lo suyo. Trabamos juntos, eso es todo.
Paula dejó al huésped y se dirigió hacia ellos. Luca trató de ignorar su pulso desbocado al ver el suave balanceo de sus caderas. Tenía piernas, metros de ellas, parecía.
—He visto cómo la miras, Pedro. Créeme, te alegrarás de que haya venido para tener un poco de tiempo libre.
Pedro consiguió dejar de mirar a Paula y fijó la vista en su hermana.
—Si crees que vas a andar por aquí estorbándome todo el rato...
—Querido hermano —dijo con una sonrisa—, lo considero un deber familiar. Ella te mira igual a tí.
Paula se detuvo delante de ellos y sonrió, y por un momento a Pedro se le paró el corazón.
—Espero no haberlos hecho esperar.
Fue Carolina quien respondió al quedarse Pedro en silencio.
—En absoluto. Acabamos de llegar. Me he echado una siestecita y estoy lista para probar las delicias del chef.
Pedro acercó la silla de Paula.
—Gracias —murmuró ella y a él le llegó el aroma de su perfume.
—Ese vestido es impresionante. Tienes un gusto increíble, Pau —dijo Carolina con una sonrisa—. Espero que Pedro no te esté presionando para que aceptes todos sus cambios.
—Gracias —Paula sonrió—. Lo intenta, créeme.
—Tengo mucha suerte de compartir mesa con las dos mujeres más guapas del salón —dijo él sentándose.
—¿Sólo del salón? —dijo Carolina entre risas—. Paula, creo que eso es un insulto.
Pero los ojos de Pedro estaban clavados en los de Paula. Se había dejado el cabello suelto y sus dedos se morían por acariciarlo, por enterrarse en sus mechones caoba. Deseó tomarle la mano y besarla, pero sabía que ella no lo recibiría bien.
—Ya veo que con ustedes dos juntas no voy a poder.
—Creo que puedes de sobra —dijo Paula con una sonrisa.
Pedro pidió champán, se apoyó en el respaldo y se quedó viendo a Paula y Carolina hablar como si se conocieran de toda la vida. Pero Carolina siempre había sido así, abierta, tenía una cualidad que había sacado a Mari de su caparazón de un modo que él no había sido capaz. Y Paula relajada brillaba aún más. Estaban a medias del segundo plato cuando alguien del personal se acercó a Paula con un problema.
—Yo me ocuparé, disfruten ustedes—dijo Pedro levantándose.
—No, lo haré yo —Paula sonrió—. Es mi trabajo. Vuelvo en un minuto.
Pedro se levantó mientras ella se alejaba y volvió a sentarse. Miró luego a su hermana, quien seguía diciendo que su matrimonio era feliz. ¿Era él el único que se daba cuenta de lo que estaba haciendo? Seguía diciendo que Rafael era su destino feliz y que no haría añicos su ilusión. Eso era lo que él le deseaba después de lo que habían pasado de niños, cuando su madre los abandonó. Recordaba abrazarla por las noches mientras lloraba llamando a su madre y no quería que la oyera su padre. Recordaba el verano que había sospechado que había algo entre Dante y ella. Pero después Dante se había ido a París con él y, cuando habían vuelto, se la habían encontrado prometida con Rafael. Había estado a su lado durante los años más oscuros de su vida. Él era el mayor. Había entendido las cosas mejor. Sinceramente, esperaba que a Carolina no se le volviera a romper el corazón. Para sí mismo no era muy partidario de los finales felices tipo cuentos de hadas; tampoco las mujeres con las que solía salir.
Cuando Paula volvió se dedicó a mirarla mientras Carolina y ella seguían con su conversación. Paula era diferente. No podía explicarlo, pero por alguna razón los tristes recuerdos del pasado casi desaparecían cuando ella estaba cerca. Nunca podría haber nada permanente entre ellos, pero su escepticismo habitual se disolvía cuando estaba con ella. Había visto brillar sus ojos cuando hablaba con Carolina, reír fácilmente como no la había visto antes. Era hipnotizadora. Así era Paula con la guardia baja. Se había preguntado con anterioridad si podría ser así. En ese momento se preguntaba si podría ser así con él.
—Pedro, deberías bailar conmigo —dijo Carolina en tono de mando.
—Caro... —suspiró.
Mi Destino Eres Tú: Capítulo 21
Una vez en la habitación, Pedro se acercó al mueble bar y abrió la puerta.
—¿Vino o brandy?
—Ninguna de las dos cosas —respondió ella sonriendo—. Me alegro de verte. Viajas demasiado y no te veo nunca.
Pedro la llevó al sofá y después se sentó en el brazo de un sillón que había al lado.
—¿Te ha mandado papá?
—Papá ha mandado la escultura que le pediste. Yo la he acompañado.
Pedro contuvo su enfado. No había visto a Carolina desde hacía mucho y no quería discutir.
—Y tú, supongo, tenías que venir a ver cómo quedaba.
—Cariño —sonrió—, es lo que se me da mejor. Sería una hermana terrible si no ayudara sólo un poquito con nuestra nueva adquisición.
—Pensaba que estabas ocupada con tu nueva adquisición —cruzó las piernas—. ¿Cómo está mi sobrina?
—Creciendo. Y su hermano va a hacer que me salgan canas.
—Bien, te lo mereces.
—Te he echado de menos —dijo entre risas.
—Y yo a tí, pero tienes a Rafael y a los niños. No hacía falta que vinieras.
—Aún tengo interés en Alfonso, Pedro. Papá me mandó con la escultura y para ver si necesitabas un par de ojos más. Y recursos.
—Tienes que estar con tu familia.
—He dejado a los niños con Carmela, la niñera, en casa de papá. Viajar con dos niños pequeños... —sacudió la cabeza—. Serán unas vacaciones para ellos, con Carmela para ponerles límites y papá para malcriarlos.
—¿Y Rafael?
—En Zúrich, echando un vistazo a un nuevo proyecto. Regresará en unos días y Carmela y los niños volverán a nuestra casa. Te preocupas demasiado, Pedro.
Pedro sonrió. Carolina trataba de ser la excepción. Insistía en que Rfael y ella eran felices y tenían dos hermosos hijos. Aunque él siempre tenía la sensación de que Rafael no era lo bastante bueno para ella. Le costaba pensar que aquello duraría. No podía evitar pensar que a su hermana al final también le romperían el corazón. Lo mismo que a su padre.Quizá fuera sobreprotector. Carolina bostezó y se cubrió la boca con una mano.
—Lo siento, ha sido un vuelo muy largo.
—Estás agotada, ¿Por qué no duermes un rato? —se puso de pie e hizo un gesto hacia el sofá—. No querrás tener ojeras esta noche o pasarte la cena bostezando. Puedes dormir aquí mientras yo acabo el trabajo que me queda. Cuando termine, vendré a despertarte y nos arreglaremos para cenar.
—Y para discutir del Cascade, no lo olvides —hizo un guiño—. Grazie, Pedro.
—Prego. Ahora, descansa —fue por una manta y se la echó por encima.
Al tocar la manta se acordó de los ojos de Paula cerrados mientras le daba la crema y de su calor y suavidad en la limusina cuando se había quedado dormida.No tenía ni idea de lo que lo guiaba. De qué intentaba demostrar trabajando tanto. Lo que había dicho Carolina le había hecho pensar. Quería demostrarse a sí mismo que era capaz de asumir más responsabilidad en Alfonso. Su padre había llevado toda la carga mientras ellos habían crecido. Pedro había trabajado para librarlo de parte de esa carga y ya sólo quería lo que se le debía.Al principio había pensado que sería divertido hacer ver a Paula que la vida era algo más que un balance. Le había parecido un juego. Y era bueno en los juegos, pero se había quemado. No había contado con sentirse atraído por ella.
—¿Vino o brandy?
—Ninguna de las dos cosas —respondió ella sonriendo—. Me alegro de verte. Viajas demasiado y no te veo nunca.
Pedro la llevó al sofá y después se sentó en el brazo de un sillón que había al lado.
—¿Te ha mandado papá?
—Papá ha mandado la escultura que le pediste. Yo la he acompañado.
Pedro contuvo su enfado. No había visto a Carolina desde hacía mucho y no quería discutir.
—Y tú, supongo, tenías que venir a ver cómo quedaba.
—Cariño —sonrió—, es lo que se me da mejor. Sería una hermana terrible si no ayudara sólo un poquito con nuestra nueva adquisición.
—Pensaba que estabas ocupada con tu nueva adquisición —cruzó las piernas—. ¿Cómo está mi sobrina?
—Creciendo. Y su hermano va a hacer que me salgan canas.
—Bien, te lo mereces.
—Te he echado de menos —dijo entre risas.
—Y yo a tí, pero tienes a Rafael y a los niños. No hacía falta que vinieras.
—Aún tengo interés en Alfonso, Pedro. Papá me mandó con la escultura y para ver si necesitabas un par de ojos más. Y recursos.
—Tienes que estar con tu familia.
—He dejado a los niños con Carmela, la niñera, en casa de papá. Viajar con dos niños pequeños... —sacudió la cabeza—. Serán unas vacaciones para ellos, con Carmela para ponerles límites y papá para malcriarlos.
—¿Y Rafael?
—En Zúrich, echando un vistazo a un nuevo proyecto. Regresará en unos días y Carmela y los niños volverán a nuestra casa. Te preocupas demasiado, Pedro.
Pedro sonrió. Carolina trataba de ser la excepción. Insistía en que Rfael y ella eran felices y tenían dos hermosos hijos. Aunque él siempre tenía la sensación de que Rafael no era lo bastante bueno para ella. Le costaba pensar que aquello duraría. No podía evitar pensar que a su hermana al final también le romperían el corazón. Lo mismo que a su padre.Quizá fuera sobreprotector. Carolina bostezó y se cubrió la boca con una mano.
—Lo siento, ha sido un vuelo muy largo.
—Estás agotada, ¿Por qué no duermes un rato? —se puso de pie e hizo un gesto hacia el sofá—. No querrás tener ojeras esta noche o pasarte la cena bostezando. Puedes dormir aquí mientras yo acabo el trabajo que me queda. Cuando termine, vendré a despertarte y nos arreglaremos para cenar.
—Y para discutir del Cascade, no lo olvides —hizo un guiño—. Grazie, Pedro.
—Prego. Ahora, descansa —fue por una manta y se la echó por encima.
Al tocar la manta se acordó de los ojos de Paula cerrados mientras le daba la crema y de su calor y suavidad en la limusina cuando se había quedado dormida.No tenía ni idea de lo que lo guiaba. De qué intentaba demostrar trabajando tanto. Lo que había dicho Carolina le había hecho pensar. Quería demostrarse a sí mismo que era capaz de asumir más responsabilidad en Alfonso. Su padre había llevado toda la carga mientras ellos habían crecido. Pedro había trabajado para librarlo de parte de esa carga y ya sólo quería lo que se le debía.Al principio había pensado que sería divertido hacer ver a Paula que la vida era algo más que un balance. Le había parecido un juego. Y era bueno en los juegos, pero se había quemado. No había contado con sentirse atraído por ella.
martes, 29 de mayo de 2018
Mi Destino Eres Tú: Capítulo 20
Eduardo había abierto la puerta con una mirada inexpresiva. Salió al refrescante aire de las montañas, aunque le llevó un momento despejarse. Pedro dijo algo a Eduardo, después le tocó el codo y caminaron juntos hacia el vestíbulo. Justo antes de llegar a la puerta, Pedro dijo:
—No cuentes por ahí que mi compañía te ha hecho quedarte dormida. Tengo una reputación.
Mientras ella dejaba escapar una inesperada carcajada, el abrió la puerta y le cedió el paso.
—Pedro.
Los dos se dieron la vuelta al oír la voz que lo llamaba. Paula se quedó mirando a la mujer más guapa que había visto jamás.
—Carolina.
Paula se quedó boquiabierta cuando Pedro dejó caer la cesta y fue hacia la mujer a grandes zancadas. Cuando llegó a ella la rodeó con los brazos y le dió vueltas levantándola del suelo. Cuando la dejó otra vez, ella reía a carcajadas.
—Te echaba de menos —lo besó en las dos mejillas.
—Y yo a tí. ¿Qué haces aquí?
—He venido a verte, ¿No está permitido? —su sonrisa estaba llena de sorna.
El acento italiano era evidente. Paula no entendía la punzada de celos que sentía mientras permanecía de pie en medio del vestíbulo como una tonta. Se agachó a recoger la cesta. La comida había sido de trabajo, no de amantes, así que no había razón para los celos. Tenía trabajo. Dejaría la cesta en la cocina y volvería a la oficina.
—Pedro, preséntame a tu amiga —dijo la mujer.
Paula se irguió despacio.
—Por supuesto —llevando a la mujer de la mano se acercaron donde estaba Paula.
Se sentía más estúpida cada segundo que pasaba. Allí estaba ella, la directora del hotel en vaqueros y suéter con el pelo revuelto hablando con una mujer que parecía que no tendría ese aspecto ni muerta. No sólo eso, todo lo demás era absolutamente predecible. Luca tendría una novia. Debería haberlo pensado.
—Caro, ésta es Paula Chaves, la directora del hotel.
Carolina tendió la mano y Paula la estrechó y después bajó la vista. Esperaba unas manos perfectas, de manicura, y se encontró con unas normales con las uñas pintadas de un color claro.
—Paula, ésta es mi hermana, Carolina.
El rubor de Paula se incrementó. ¿Dejaría de sentirse estúpida alguna vez?Alzó la vista y en los ojos de Carolina sólo encontró buen humor.
—No ha dicho ni una palabra de su familia.
—Por supuesto que no —golpeó a su hermano en el brazo con su bolso—. Los hombres sólo hablan de trabajo.
—¿Qué haces aquí, Caro?
Pedro se puso al lado de Paula mientras planteaba la pregunta. Esa vez se dió cuenta de que los ojos de la morena brillaban mientras decía algo en italiano y Luca le respondía con las mejillas de pronto sin color. Paula arrugó la nariz. ¿El feliz y despreocupado Pedro? Parecía realmente enfadado.
—¿Hay algún problema?
—Un asunto de familia —dijo Pedro mirándola un instante.
—Lo siento. Los dejo solos —volvió a recoger la cesta.
—Paula.
Se detuvo y Carolina dijo:
—Espero que cenes con Pedro y conmigo esta noche. Me encantaría escuchar tus planes para el hotel. Pedro piensa que es el único que tiene ojo para la decoración, pero subestima a su hermana.
—Quizá necesites tiempo para adaptarte. No te sientas obligada.
—No es una obligación en absoluto. Díselo, Pedro—sonrió a su hermano, que fruncía el ceño.
—A los dos nos encantará —dijo él mirándola—. Ven, por favor.
—Lo haré.
—Estupendo —sonrió Carolina—. Me dará la oportunidad de ponerme el vestido que me he comprado en Milán.
Paula sintió que se quedaba sin aire. No podía ir así. No era la cena de una semana antes cuando una falda y una chaqueta habían sido lo normal. Sintió que igual no podía llegar al nuevo nivel.
—Cenaré con vosotros, ahora tendrán que perdonarme, tengo mucho que hacer. Disculpen.
Ni siquiera se atrevió a mirar a Pedro a los ojos. Se alejó recorriendo su armario mentalmente y pensando qué sería adecuado.
Pedro la miró alejarse. Paula no había dicho nada, pero por su rubor sabía que había pensado que Carolina era su amante. Interesante. Quizá no fuera tan inmune como quería parecer.
—Es encantadora, Pedro. No puedo imaginarme por qué no me has hablado de ella.
La voz de Carolina lo distrajo.
—No tengo nada que contarte, al contrario que tú. Así que vamos a mi habitación para que me cuentes qué haces aquí.
—No cuentes por ahí que mi compañía te ha hecho quedarte dormida. Tengo una reputación.
Mientras ella dejaba escapar una inesperada carcajada, el abrió la puerta y le cedió el paso.
—Pedro.
Los dos se dieron la vuelta al oír la voz que lo llamaba. Paula se quedó mirando a la mujer más guapa que había visto jamás.
—Carolina.
Paula se quedó boquiabierta cuando Pedro dejó caer la cesta y fue hacia la mujer a grandes zancadas. Cuando llegó a ella la rodeó con los brazos y le dió vueltas levantándola del suelo. Cuando la dejó otra vez, ella reía a carcajadas.
—Te echaba de menos —lo besó en las dos mejillas.
—Y yo a tí. ¿Qué haces aquí?
—He venido a verte, ¿No está permitido? —su sonrisa estaba llena de sorna.
El acento italiano era evidente. Paula no entendía la punzada de celos que sentía mientras permanecía de pie en medio del vestíbulo como una tonta. Se agachó a recoger la cesta. La comida había sido de trabajo, no de amantes, así que no había razón para los celos. Tenía trabajo. Dejaría la cesta en la cocina y volvería a la oficina.
—Pedro, preséntame a tu amiga —dijo la mujer.
Paula se irguió despacio.
—Por supuesto —llevando a la mujer de la mano se acercaron donde estaba Paula.
Se sentía más estúpida cada segundo que pasaba. Allí estaba ella, la directora del hotel en vaqueros y suéter con el pelo revuelto hablando con una mujer que parecía que no tendría ese aspecto ni muerta. No sólo eso, todo lo demás era absolutamente predecible. Luca tendría una novia. Debería haberlo pensado.
—Caro, ésta es Paula Chaves, la directora del hotel.
Carolina tendió la mano y Paula la estrechó y después bajó la vista. Esperaba unas manos perfectas, de manicura, y se encontró con unas normales con las uñas pintadas de un color claro.
—Paula, ésta es mi hermana, Carolina.
El rubor de Paula se incrementó. ¿Dejaría de sentirse estúpida alguna vez?Alzó la vista y en los ojos de Carolina sólo encontró buen humor.
—No ha dicho ni una palabra de su familia.
—Por supuesto que no —golpeó a su hermano en el brazo con su bolso—. Los hombres sólo hablan de trabajo.
—¿Qué haces aquí, Caro?
Pedro se puso al lado de Paula mientras planteaba la pregunta. Esa vez se dió cuenta de que los ojos de la morena brillaban mientras decía algo en italiano y Luca le respondía con las mejillas de pronto sin color. Paula arrugó la nariz. ¿El feliz y despreocupado Pedro? Parecía realmente enfadado.
—¿Hay algún problema?
—Un asunto de familia —dijo Pedro mirándola un instante.
—Lo siento. Los dejo solos —volvió a recoger la cesta.
—Paula.
Se detuvo y Carolina dijo:
—Espero que cenes con Pedro y conmigo esta noche. Me encantaría escuchar tus planes para el hotel. Pedro piensa que es el único que tiene ojo para la decoración, pero subestima a su hermana.
—Quizá necesites tiempo para adaptarte. No te sientas obligada.
—No es una obligación en absoluto. Díselo, Pedro—sonrió a su hermano, que fruncía el ceño.
—A los dos nos encantará —dijo él mirándola—. Ven, por favor.
—Lo haré.
—Estupendo —sonrió Carolina—. Me dará la oportunidad de ponerme el vestido que me he comprado en Milán.
Paula sintió que se quedaba sin aire. No podía ir así. No era la cena de una semana antes cuando una falda y una chaqueta habían sido lo normal. Sintió que igual no podía llegar al nuevo nivel.
—Cenaré con vosotros, ahora tendrán que perdonarme, tengo mucho que hacer. Disculpen.
Ni siquiera se atrevió a mirar a Pedro a los ojos. Se alejó recorriendo su armario mentalmente y pensando qué sería adecuado.
Pedro la miró alejarse. Paula no había dicho nada, pero por su rubor sabía que había pensado que Carolina era su amante. Interesante. Quizá no fuera tan inmune como quería parecer.
—Es encantadora, Pedro. No puedo imaginarme por qué no me has hablado de ella.
La voz de Carolina lo distrajo.
—No tengo nada que contarte, al contrario que tú. Así que vamos a mi habitación para que me cuentes qué haces aquí.
Mi Destino Eres Tú: Capítulo 19
Era una locura que se hubiese dejado llevar por la situación, sabía lo que vendría después. Antes de que se diera cuenta se estarían besando. La sola idea le hacía temblar de anhelo y temor. No estaba preparada para una aventura y era lo bastante inteligente para saber que una aventura sería todo lo que habría con Pedro. Era un tiempo de fantasía limitado y no se lo podía permitir. Tenía que volver al tema del trabajo de alguna manera. Empezó a recoger los platos para evitar que le diera más crema.
—Creo que deberíamos desarrollar una sección de picnic.
Pedro se llevó otra cucharada a la boca y Paula trató el no mirar sus labios rodeando la cuchara.
—Una idea interesante —dijo él dejando la crema y recuperando el vino—. Quizá deberíamos ofrecer una selección entre la que elegir. ¿No quiere las delicias? Un poco de ensalada de arroz, quizá. Pollo en lugar de cordero. Una tarrina de chocolate en lugar de la crema tostada. ¿Qué te parece?
Lo que Paula pensaba era que probar un coche de competición no era lo mismo que ser su dueño, y hacer una prueba de una comida campestre romántica no era lo mismo que tener una. Pero el potencial seguía ahí y podía usar la imaginación. Sobre todo, después de esos momentos. Si hubiera estado enamorada de Pedro, y él de ella, y estuvieran así, comiendo de un modo decadente, disfrutando perezosamente de un buen vino.Para una pareja enamorada sería romántico. Y terminarían la tarde de un modo muy distinto a como la iba a terminar ella con Pedro. Y eso sería parte de la experiencia Cascade. ¿Cómo terminaría una pareja así el día? La mano de Paula se detuvo sobre los platos. Quizá volviendo al hotel y recurriendo al servicio de habitaciones. O vestidos con sus mejores galas y cenando en una de las mejores mesas del hotel, bailando en el reluciente parqué.
—¿Paula? —dijo él mirándola, sonriendo.
—Creo que suena maravilloso —respondió jugueteando con la manta.
Sopló una ráfaga de viento y se estremeció. Tenía que dejar de pensar así. Todo volvería a la normalidad y no había escapatoria. Si ni siquiera podía soportar que le tocara el hombro, ¿Cómo iba a relajarse lo bastante como para que hubiera más? Estaba cansada y había bajado las defensas. Estaba aturdida por el vino. Pero tendría que volver al hotel con Pedro, y pensar en pasar por el vestíbulo con él y la cesta de la comida hizo que le recorriera un escalofrío. No necesitaban rumores circulando entre el personal. Tenía que hacer que las cosas volvieran a lo estrictamente laboral.
—Podríamos hacer una variación para picnic de invierno. Sopa en un termo, pan y queso, cacao caliente y un postre.
Pedro empezó a meter los platos en la cesta.
—Eso es brillante. Podemos hacer algo estacional. Las Rocosas en invierno. Lo pondrás de moda.
Quizá el concepto, pero no la ejecución. Enamorarse y ser romántica estaba bien para algunas personas, pero no para ella. Ya no. Miró el perfil de Luca mientras envolvía las copas de vino en unas servilletas para que no se rompieran. Nunca volvería a permitirle a nadie hacerse con el control de su vida. Jamás. Además, Pedro sólo estaría allí unas semanas, para Año Nuevo se habría marchado. Cualquier atracción que pudiera sentir daba lo mismo. No tendría que preocuparse de sentimientos ni cosas difíciles. Sólo tenía que aguantar hasta que se marchara y después seguir con su vida. Una vida en la que nadie tuviera el poder de hacerle daño.
—¿Por qué no te tomas libre el resto de la tarde?
Pedro estaba de pie con la cesta en la mano. Paula se levantó, agarró la manta y la dobló. Era tentador, pero su coche seguía en el hotel y ya había haraganeado bastante. Aún tenía trabajo que hacer y quería acabar el día con una relación de trabajo en la cabeza, no con esa intimidad da la comida.
—Gracias por la oferta, pero mi coche sigue en el hotel.
Bajaron la colina. El dolor de cabeza por el estrés que había estado agazapado detrás de los ojos había desaparecido. Quizá él tuviera razón. Necesitaba relajarse más. Si había relajado con él, quizá demasiado.
—Vuelvo en un instante —murmuró cuando llegaron a la casita, donde dejó a Bobby después de comprobar que tenía agua.
Eduardo le abrió la puerta. Después entró Pedro y no pudo evitar fijarse en la tela de sus pantalones tensa sobre sus muslos. Mientras el coche bajaba la montaña, se recostó en el respaldo y lo estudió sin que fuese evidente. Llevaba la ropa con confianza. Parpadeó despacio deseando tener ella esa seguridad en sí misma. Agonizaba cada vez que tenía que pensar en qué ponerse. Pensó que estaría igual de guapo con cualquier ropa. Primero en el campo, después en una cena elegante... pero no se lo imaginaba a él solo, sino con ella, bailando en una reluciente pista.
—Ya hemos llegado —Paula oyó las palabras, pero la sensación de la tela en sus mejillas era suave y cálida—. Paula, odio despertarte, pero no podemos quedarnos en el coche para siempre.Oyó la voz de nuevo y supo que era Pedro.
Entonces se dió cuenta de que se había apoyado en su brazo. Se incorporó bruscamente y se separó de él. Su último pensamiento había sido de él con un esmoquin.
—Me he quedado dormida.
—Así es. Casi en cuanto el coche se puso en marcha.
—Lo siento mucho.
—No te preocupes. Está bien.La vergüenza le ardía en el rostro.
—Pero son diez minutos desde mi casa.
—Evidentemente, estabas cansada. Y relajada, ¿No?
—Creo que deberíamos desarrollar una sección de picnic.
Pedro se llevó otra cucharada a la boca y Paula trató el no mirar sus labios rodeando la cuchara.
—Una idea interesante —dijo él dejando la crema y recuperando el vino—. Quizá deberíamos ofrecer una selección entre la que elegir. ¿No quiere las delicias? Un poco de ensalada de arroz, quizá. Pollo en lugar de cordero. Una tarrina de chocolate en lugar de la crema tostada. ¿Qué te parece?
Lo que Paula pensaba era que probar un coche de competición no era lo mismo que ser su dueño, y hacer una prueba de una comida campestre romántica no era lo mismo que tener una. Pero el potencial seguía ahí y podía usar la imaginación. Sobre todo, después de esos momentos. Si hubiera estado enamorada de Pedro, y él de ella, y estuvieran así, comiendo de un modo decadente, disfrutando perezosamente de un buen vino.Para una pareja enamorada sería romántico. Y terminarían la tarde de un modo muy distinto a como la iba a terminar ella con Pedro. Y eso sería parte de la experiencia Cascade. ¿Cómo terminaría una pareja así el día? La mano de Paula se detuvo sobre los platos. Quizá volviendo al hotel y recurriendo al servicio de habitaciones. O vestidos con sus mejores galas y cenando en una de las mejores mesas del hotel, bailando en el reluciente parqué.
—¿Paula? —dijo él mirándola, sonriendo.
—Creo que suena maravilloso —respondió jugueteando con la manta.
Sopló una ráfaga de viento y se estremeció. Tenía que dejar de pensar así. Todo volvería a la normalidad y no había escapatoria. Si ni siquiera podía soportar que le tocara el hombro, ¿Cómo iba a relajarse lo bastante como para que hubiera más? Estaba cansada y había bajado las defensas. Estaba aturdida por el vino. Pero tendría que volver al hotel con Pedro, y pensar en pasar por el vestíbulo con él y la cesta de la comida hizo que le recorriera un escalofrío. No necesitaban rumores circulando entre el personal. Tenía que hacer que las cosas volvieran a lo estrictamente laboral.
—Podríamos hacer una variación para picnic de invierno. Sopa en un termo, pan y queso, cacao caliente y un postre.
Pedro empezó a meter los platos en la cesta.
—Eso es brillante. Podemos hacer algo estacional. Las Rocosas en invierno. Lo pondrás de moda.
Quizá el concepto, pero no la ejecución. Enamorarse y ser romántica estaba bien para algunas personas, pero no para ella. Ya no. Miró el perfil de Luca mientras envolvía las copas de vino en unas servilletas para que no se rompieran. Nunca volvería a permitirle a nadie hacerse con el control de su vida. Jamás. Además, Pedro sólo estaría allí unas semanas, para Año Nuevo se habría marchado. Cualquier atracción que pudiera sentir daba lo mismo. No tendría que preocuparse de sentimientos ni cosas difíciles. Sólo tenía que aguantar hasta que se marchara y después seguir con su vida. Una vida en la que nadie tuviera el poder de hacerle daño.
—¿Por qué no te tomas libre el resto de la tarde?
Pedro estaba de pie con la cesta en la mano. Paula se levantó, agarró la manta y la dobló. Era tentador, pero su coche seguía en el hotel y ya había haraganeado bastante. Aún tenía trabajo que hacer y quería acabar el día con una relación de trabajo en la cabeza, no con esa intimidad da la comida.
—Gracias por la oferta, pero mi coche sigue en el hotel.
Bajaron la colina. El dolor de cabeza por el estrés que había estado agazapado detrás de los ojos había desaparecido. Quizá él tuviera razón. Necesitaba relajarse más. Si había relajado con él, quizá demasiado.
—Vuelvo en un instante —murmuró cuando llegaron a la casita, donde dejó a Bobby después de comprobar que tenía agua.
Eduardo le abrió la puerta. Después entró Pedro y no pudo evitar fijarse en la tela de sus pantalones tensa sobre sus muslos. Mientras el coche bajaba la montaña, se recostó en el respaldo y lo estudió sin que fuese evidente. Llevaba la ropa con confianza. Parpadeó despacio deseando tener ella esa seguridad en sí misma. Agonizaba cada vez que tenía que pensar en qué ponerse. Pensó que estaría igual de guapo con cualquier ropa. Primero en el campo, después en una cena elegante... pero no se lo imaginaba a él solo, sino con ella, bailando en una reluciente pista.
—Ya hemos llegado —Paula oyó las palabras, pero la sensación de la tela en sus mejillas era suave y cálida—. Paula, odio despertarte, pero no podemos quedarnos en el coche para siempre.Oyó la voz de nuevo y supo que era Pedro.
Entonces se dió cuenta de que se había apoyado en su brazo. Se incorporó bruscamente y se separó de él. Su último pensamiento había sido de él con un esmoquin.
—Me he quedado dormida.
—Así es. Casi en cuanto el coche se puso en marcha.
—Lo siento mucho.
—No te preocupes. Está bien.La vergüenza le ardía en el rostro.
—Pero son diez minutos desde mi casa.
—Evidentemente, estabas cansada. Y relajada, ¿No?
Mi Destino Eres Tú: Capítulo 18
—Entonces, tenemos que aprovecharlo —empezó a vaciar la cesta—. Delicias de tomate y pimiento, cordero marinado y ensalada de patata, y no te digo lo que he traído de postre porque las niñas buenas primero se comen la comida —sacó platos de porcelana y cubiertos y añadió—: Si tú repartes la comida, yo abro el vino.Se ocuparon unos minutos de colocar la comida.
Paula estaba sentada con las piernas cruzadas. Se enfrentaba a un problema inesperado: estaba disfrutando de su compañía. Se alegraba de estar allí con él compartiendo algo tan sencillo como una comida campestre un día de otoño. Pero eso era todo lo lejos que llegaría. Tenía que recordar por qué había aceptado ir. No era capaz de nada más.
—El aire fresco y la buena comida hacen maravillas con el estrés —dijo y ella se volvió a mirarlo.
—Es una de esas veces que voy a tener que reconocer que tienes razón —le tendió un plato sonriendo—. No era consciente de lo tensa que estaba. He estado tratando de concentrarme en conseguir que todo estuviera hecho, trabajando el mismo número de horas al día —Bobby se dejó caer en la hierba—. No lo he sacado lo bastante últimamente. Se va a poner gordo y perezoso.
—Todo el mundo necesita momentos como éste. Aire libre, paz, tranquilidad, algo sencillo y reconstituyente. Es lo que espero que la gente encuentre en el Cascade. Un descanso de... ¿Cómo se dice?, del ajetreo. Tiempo para oler las rosas. Para algunos éste es un modo de vida.
—Para alguien como tú querrás decir.
—¿Alguien como yo? —sonrió. Ella le dedicó una mirada llena de significado—. Ah, te refieres a los ricos ociosos.
Paula bebió un sorbo del suave chardonnay.
—Reconoceré que no eres ocioso. Lo has demostrado esta semana.
—¿Pensabas que lo era?
—Oh, vamos —miró al valle—, el niño mimado de Alfonso Resorts. He leído las revistas, ¿Sabes? La vida en bandeja de plata. Coches espectaculares y mujeres rápidas... ¿O es coches rápidos y mujeres espectaculares?
—Da lo mismo —admitió seco.
—Eres incorregible —rió y se inclinó a un lado rozándole el hombro.
—¿He presionado demasiado entonces?
Lo miró con cuidado. ¿Lo había hecho? Nunca parecía tenso, ni cansado, pero sabía que trabajaba desde que se levantaba hasta la hora de irse a dormir.
—No creo que hayas presionado a nadie más que a tí mismo. Pero puede que el personal del Cascade no esté acostumbrado a ese ritmo.
—¿Personal como tú?
—No he llegado donde estoy sin echarle horas —respondió.
Estaba cansada, no era un secreto, pero una parte de ese cansancio se debía a que las cosas estaban cambiando y estaba incómoda. Estaba sometida a un gran estrés del que él no sabía nada. Se despertaba por la noche más de lo que lo hacía normalmente. Las pesadillas habían vuelto. Miraba por encima del hombro y eso suponía que empezaba muchos días con un déficit de energía.
—No te habría pedido tanto si no hubiese sabido que podías afrontarlo, Paula.
—Te lo agradezco. Lo mismo que te agradezco que te dieras cuenta de que necesitaba respirar.Luca dejó el plato en la manta y se volvió a rebuscar en la cesta.
—Sé que seguramente no debería haberlo hecho, pero he despistado esto de postre —sacó un cuenco de cerámica y una cuchara.
—Has pensado en todo.
—En todo no. Sólo he traído una cuchara.
Paula miró el cubierto. ¿A qué estaba jugando? Lo vió meter la cuchara en el cuenco y sonreír.
—Te he dicho que había que encontrar la belleza en las cosas pequeñas. Que el Cascade tiene que ser más una experiencia que un proveedor de servicios. ¿Qué pasaría si no fuésemos los directores del hotel? ¿Si fuésemos clientes? No estaríamos pensando en si este tiempo puede ser beneficioso, estaríamos pensando en la maravillosa tarde que hace. Abriríamos nuestros sentidos, nuestras mentes. Estaríamos pensando en nosotros mismos y disfrutando sin preocuparnos de nada —le tendió la cuchara llena de crema tostada—. Cierra los ojos, Paula.
Oh, Dios. Aquello superaba todos los límites. Esperó con la cuchara en el aire. Ella se sintió atrapada por su cálida mirada, seductora como la crema que contenía la cuchara. Cerró los ojos.La fría cuchara rozó sus labios y ella los abrió de forma instintiva. La dulzura fría del postre le inundó la lengua. Suave, deliciosa.La cuchara abandonó los labios y ella abrió los ojos. Pedro volvió a hundir la cuchara en el postre, pero esa vez lo probó él sin dejar de mirarla.
—Está bueno —murmuró ofreciéndole otra cucharada.
Con la cuchara que acababa de estar en su boca.
Era una tontería que algo así tuviera ese efecto sobre ella, pero lo sentía como seducción. Abrió la boca y dejó que le diera de comer sintiéndose cada vez más fuera de control. No sabía cómo manejar el romanticismo. Y aquello claramente lo era.
—Está realmente exquisito —no sólo el postre, sino estar allí con él.
Paula estaba sentada con las piernas cruzadas. Se enfrentaba a un problema inesperado: estaba disfrutando de su compañía. Se alegraba de estar allí con él compartiendo algo tan sencillo como una comida campestre un día de otoño. Pero eso era todo lo lejos que llegaría. Tenía que recordar por qué había aceptado ir. No era capaz de nada más.
—El aire fresco y la buena comida hacen maravillas con el estrés —dijo y ella se volvió a mirarlo.
—Es una de esas veces que voy a tener que reconocer que tienes razón —le tendió un plato sonriendo—. No era consciente de lo tensa que estaba. He estado tratando de concentrarme en conseguir que todo estuviera hecho, trabajando el mismo número de horas al día —Bobby se dejó caer en la hierba—. No lo he sacado lo bastante últimamente. Se va a poner gordo y perezoso.
—Todo el mundo necesita momentos como éste. Aire libre, paz, tranquilidad, algo sencillo y reconstituyente. Es lo que espero que la gente encuentre en el Cascade. Un descanso de... ¿Cómo se dice?, del ajetreo. Tiempo para oler las rosas. Para algunos éste es un modo de vida.
—Para alguien como tú querrás decir.
—¿Alguien como yo? —sonrió. Ella le dedicó una mirada llena de significado—. Ah, te refieres a los ricos ociosos.
Paula bebió un sorbo del suave chardonnay.
—Reconoceré que no eres ocioso. Lo has demostrado esta semana.
—¿Pensabas que lo era?
—Oh, vamos —miró al valle—, el niño mimado de Alfonso Resorts. He leído las revistas, ¿Sabes? La vida en bandeja de plata. Coches espectaculares y mujeres rápidas... ¿O es coches rápidos y mujeres espectaculares?
—Da lo mismo —admitió seco.
—Eres incorregible —rió y se inclinó a un lado rozándole el hombro.
—¿He presionado demasiado entonces?
Lo miró con cuidado. ¿Lo había hecho? Nunca parecía tenso, ni cansado, pero sabía que trabajaba desde que se levantaba hasta la hora de irse a dormir.
—No creo que hayas presionado a nadie más que a tí mismo. Pero puede que el personal del Cascade no esté acostumbrado a ese ritmo.
—¿Personal como tú?
—No he llegado donde estoy sin echarle horas —respondió.
Estaba cansada, no era un secreto, pero una parte de ese cansancio se debía a que las cosas estaban cambiando y estaba incómoda. Estaba sometida a un gran estrés del que él no sabía nada. Se despertaba por la noche más de lo que lo hacía normalmente. Las pesadillas habían vuelto. Miraba por encima del hombro y eso suponía que empezaba muchos días con un déficit de energía.
—No te habría pedido tanto si no hubiese sabido que podías afrontarlo, Paula.
—Te lo agradezco. Lo mismo que te agradezco que te dieras cuenta de que necesitaba respirar.Luca dejó el plato en la manta y se volvió a rebuscar en la cesta.
—Sé que seguramente no debería haberlo hecho, pero he despistado esto de postre —sacó un cuenco de cerámica y una cuchara.
—Has pensado en todo.
—En todo no. Sólo he traído una cuchara.
Paula miró el cubierto. ¿A qué estaba jugando? Lo vió meter la cuchara en el cuenco y sonreír.
—Te he dicho que había que encontrar la belleza en las cosas pequeñas. Que el Cascade tiene que ser más una experiencia que un proveedor de servicios. ¿Qué pasaría si no fuésemos los directores del hotel? ¿Si fuésemos clientes? No estaríamos pensando en si este tiempo puede ser beneficioso, estaríamos pensando en la maravillosa tarde que hace. Abriríamos nuestros sentidos, nuestras mentes. Estaríamos pensando en nosotros mismos y disfrutando sin preocuparnos de nada —le tendió la cuchara llena de crema tostada—. Cierra los ojos, Paula.
Oh, Dios. Aquello superaba todos los límites. Esperó con la cuchara en el aire. Ella se sintió atrapada por su cálida mirada, seductora como la crema que contenía la cuchara. Cerró los ojos.La fría cuchara rozó sus labios y ella los abrió de forma instintiva. La dulzura fría del postre le inundó la lengua. Suave, deliciosa.La cuchara abandonó los labios y ella abrió los ojos. Pedro volvió a hundir la cuchara en el postre, pero esa vez lo probó él sin dejar de mirarla.
—Está bueno —murmuró ofreciéndole otra cucharada.
Con la cuchara que acababa de estar en su boca.
Era una tontería que algo así tuviera ese efecto sobre ella, pero lo sentía como seducción. Abrió la boca y dejó que le diera de comer sintiéndose cada vez más fuera de control. No sabía cómo manejar el romanticismo. Y aquello claramente lo era.
—Está realmente exquisito —no sólo el postre, sino estar allí con él.
Mi Destino Eres Tú: Capítulo 17
Pasaron unos pocos minutos antes de que el coche se detuviera frente a una casita de piedra en la ladera de una colina, rodeada de píceas y arbustos. Eduardo le abrió la puerta y salió.
—¿Sería mucho pedir que nos esperases?
—Usted es la jefa, señorita Chaves.
Paula sonrió. Se alegraba de que Pedro lo hubiese elegido a él como chófer. Eduardo era uno de los pocos hombres con quien se sentía cómoda.
—Puedes bajarte, Pedro. Iremos caminando desde aquí.
Recorrió el sendero empedrado que conducía a su casa mientras Pedro sacaba la cesta del coche. En cuanto llegó a la barandilla empezaron los ladridos y sonrió. Abrió la puerta y gritó:
—¡Soy yo! —y fue recibida por lametazos de alegría. Bobby, su compañero, su protector, su único amor incondicional.
—¿Quieres ir de paseo, chico?
Entonces el perro vió a Luca al final del sendero y salió por la puerta.
—¡Bobby! —gritó ella.
Por una vez el perro ignoró su orden y corrió hacia Pedro, a quien le apoyó las patas en el pecho. Pedro acarició las rubias orejas del animal.
—Eres precioso —dijo al perro y después añadió dirigiéndose a Paula—: ¡No sabía que tenías un perro!
Al menos, no se había enfadado. Aunque la mortificaba un poco que el perro lo hubiera recibido tan bien.
—Bobby, vamos —el labrador corrió hasta el porche—. Échate —el perro se tumbó a sus pies.
—Si está así de bien enseñado, sólo puedo pensar que le has susurrado algo al oído y por eso ha salido corriendo hacia mí —dijo Pedro en tono de broma.
—Lo siento por tu suéter.
—Ni siquiera lo ha ensuciado. Además, ¿Para qué está el servicio de lavandería?
—Bobby, quieto —dejó al perro en el porche y abrió la puerta mosquitera—. Un momento.
—Así que a él es a quien querías que conociera.
—Sí. Si vamos a comer fuera, creo que será un buen momento para dejarlo correr. Es muy bueno. Se queda aquí y me espera todo el día —le acarició la cabeza—. Será una maravilla para él poder salir a mediodía.
—¿No lo dejas en el jardín?
—Sé que parece cruel —lo miró—, dejarlo todo el día encerrado. Seguramente podría dejarlo fuera, pero no me fío de los osos —apoyó la frente en el cuello de Bobby—. No sé qué haría si algo le sucediera.
También era una cierta protección para ella. Nada le haría daño mientras Tommy estuviese cerca. Era grande y era fiel.
—Bueno, te espero —Pedro se sentó en una silla y dejó la cesta en el suelo para acariciar al perro.
Paula fue a su dormitorio y se puso unos vaqueros y un suéter. Le pareció extrañamente íntimo cambiarse de ropa sabiendo que Pedro estaba tan cerca. Aquello casi parecía una cita. Se sentó en la cama. No, era una comida de trabajo, eso era todo. Un descanso de la locura en que se había convertido el Cascade. Una tregua, eso era lo que había dicho él, ¿No? Que quería que fueran amigos. Se sentía dividida. Quería amigos, pero aún la idea de estar cerca de la gente la asustaba. Deseaba que fuera distinto. Poder dejar atrás el pasado. Poder olvidarse del dolor y del miedo y tener una vida normal. En lugar de eso, sentía un nudo en el estómago sólo de pensar en comer con su jefe. No estaba preparada para la sensación de vacío en el vientre cuando él había entrado en la casa. Había pasado tanto tiempo sola, centrada en reconstruir su vida que para ella era una experiencia nueva. Llevarlo allí no había sido un accidente. Saber que Bobby estaba con ellos, entre ellos, ayudaría. No podía estar sola. Y quizá con ese almuerzo, llegaran a un nivel de trato aceptable. Quizá pudieran pactar cómo se iba a tratar las siguientes semanas. En eso él tenía razón.
—¿Paula? ¿Estás bien?Se sorprendió por el sonido de su voz. Había estado soñando despierta unos minutos y lo había dejado en el porche.
—¡Ya voy! —gritó levantándose.
Aquello no era más que una comida. Era ella la que estaba sacando todo de quicio. Volvió al porche.
—Venga. Bobby, vamos.
El perro le pisaba los talones mientras Pedro llevaba la cesta y el Cadillac negro esperaba al pie de la colina.Lo llevó por un sendero desde el que siempre se veía su casita. Cuando llegaron a la cima de la colina, se detuvo, se agachó por un palo y se lo lanzó a Bobby, que corrió por él. Desde allí se podía ver todo el valle. Su casa y el coche debajo de ella.
—¿Aquí está bien?
Pedro dejó la cesta en el suelo y sacó de ella una manta.
—Perfecto.
Paula se sentó en la manta y volvió a lanzarle el palo al perro.
—No tendremos muchos más días así —murmuró ella sintiendo el calor del sol en el rostro—. Incluso éste me sorprende.
—¿Sería mucho pedir que nos esperases?
—Usted es la jefa, señorita Chaves.
Paula sonrió. Se alegraba de que Pedro lo hubiese elegido a él como chófer. Eduardo era uno de los pocos hombres con quien se sentía cómoda.
—Puedes bajarte, Pedro. Iremos caminando desde aquí.
Recorrió el sendero empedrado que conducía a su casa mientras Pedro sacaba la cesta del coche. En cuanto llegó a la barandilla empezaron los ladridos y sonrió. Abrió la puerta y gritó:
—¡Soy yo! —y fue recibida por lametazos de alegría. Bobby, su compañero, su protector, su único amor incondicional.
—¿Quieres ir de paseo, chico?
Entonces el perro vió a Luca al final del sendero y salió por la puerta.
—¡Bobby! —gritó ella.
Por una vez el perro ignoró su orden y corrió hacia Pedro, a quien le apoyó las patas en el pecho. Pedro acarició las rubias orejas del animal.
—Eres precioso —dijo al perro y después añadió dirigiéndose a Paula—: ¡No sabía que tenías un perro!
Al menos, no se había enfadado. Aunque la mortificaba un poco que el perro lo hubiera recibido tan bien.
—Bobby, vamos —el labrador corrió hasta el porche—. Échate —el perro se tumbó a sus pies.
—Si está así de bien enseñado, sólo puedo pensar que le has susurrado algo al oído y por eso ha salido corriendo hacia mí —dijo Pedro en tono de broma.
—Lo siento por tu suéter.
—Ni siquiera lo ha ensuciado. Además, ¿Para qué está el servicio de lavandería?
—Bobby, quieto —dejó al perro en el porche y abrió la puerta mosquitera—. Un momento.
—Así que a él es a quien querías que conociera.
—Sí. Si vamos a comer fuera, creo que será un buen momento para dejarlo correr. Es muy bueno. Se queda aquí y me espera todo el día —le acarició la cabeza—. Será una maravilla para él poder salir a mediodía.
—¿No lo dejas en el jardín?
—Sé que parece cruel —lo miró—, dejarlo todo el día encerrado. Seguramente podría dejarlo fuera, pero no me fío de los osos —apoyó la frente en el cuello de Bobby—. No sé qué haría si algo le sucediera.
También era una cierta protección para ella. Nada le haría daño mientras Tommy estuviese cerca. Era grande y era fiel.
—Bueno, te espero —Pedro se sentó en una silla y dejó la cesta en el suelo para acariciar al perro.
Paula fue a su dormitorio y se puso unos vaqueros y un suéter. Le pareció extrañamente íntimo cambiarse de ropa sabiendo que Pedro estaba tan cerca. Aquello casi parecía una cita. Se sentó en la cama. No, era una comida de trabajo, eso era todo. Un descanso de la locura en que se había convertido el Cascade. Una tregua, eso era lo que había dicho él, ¿No? Que quería que fueran amigos. Se sentía dividida. Quería amigos, pero aún la idea de estar cerca de la gente la asustaba. Deseaba que fuera distinto. Poder dejar atrás el pasado. Poder olvidarse del dolor y del miedo y tener una vida normal. En lugar de eso, sentía un nudo en el estómago sólo de pensar en comer con su jefe. No estaba preparada para la sensación de vacío en el vientre cuando él había entrado en la casa. Había pasado tanto tiempo sola, centrada en reconstruir su vida que para ella era una experiencia nueva. Llevarlo allí no había sido un accidente. Saber que Bobby estaba con ellos, entre ellos, ayudaría. No podía estar sola. Y quizá con ese almuerzo, llegaran a un nivel de trato aceptable. Quizá pudieran pactar cómo se iba a tratar las siguientes semanas. En eso él tenía razón.
—¿Paula? ¿Estás bien?Se sorprendió por el sonido de su voz. Había estado soñando despierta unos minutos y lo había dejado en el porche.
—¡Ya voy! —gritó levantándose.
Aquello no era más que una comida. Era ella la que estaba sacando todo de quicio. Volvió al porche.
—Venga. Bobby, vamos.
El perro le pisaba los talones mientras Pedro llevaba la cesta y el Cadillac negro esperaba al pie de la colina.Lo llevó por un sendero desde el que siempre se veía su casita. Cuando llegaron a la cima de la colina, se detuvo, se agachó por un palo y se lo lanzó a Bobby, que corrió por él. Desde allí se podía ver todo el valle. Su casa y el coche debajo de ella.
—¿Aquí está bien?
Pedro dejó la cesta en el suelo y sacó de ella una manta.
—Perfecto.
Paula se sentó en la manta y volvió a lanzarle el palo al perro.
—No tendremos muchos más días así —murmuró ella sintiendo el calor del sol en el rostro—. Incluso éste me sorprende.
jueves, 24 de mayo de 2018
Mi Destino Eres Tú: Capítulo 16
—Tienes que hacer un descanso para estar fresca. Un poco de relajación incrementa la productividad. Además, tengo hambre y tú tienes que comer. Insisto.
—De acuerdo —dijo ella encogiéndose de hombros.
Pedro sonrió y su mente se puso a trabajar. Aún estaba tensa, los dos lo estaban. Aquello no había terminado. La mejor idea era alejarse del hotel. Quería que ella lo mirara sin la reserva que lo hacía siempre. Quería que confiara en él.
—Nos reunimos en el jardín. Y llévate un suéter.
—¿El jardín?
—En quince minutos, ¿Vale?
Salió al jardín y sus botas sonaron en el camino adoquinado. Él estaba de pie apoyado en un banco al lado de la rosaleda. Lo miró. No supo qué le costaba más, si enfrentarse a él o a la atracción que sentía por él. Esa mañana Pedro tenía razón y aun así se había disculpado. Nunca se había disculpado un hombre con ella. Maldición, estaba empezando a gustarle. Estaba hablando con una pareja. Los reconoció, eran los Townsend. Le supuso un gran esfuerzo no darse la vuelta y volver al interior. La discusión la había dejado exhausta. No sabía qué decir. Él se había disculpado con ella. Le había dicho que quería mejorar su relación de trabajo. Para Navidad estaría en Italia y todo volvería a la normalidad. Era sólo algo a corto plazo.
—Buenas tardes —dijo con una sonrisa.
—Ah, señorita Chaves. ¿Conoce al señor y la señora Townsend?
Apreció que Pedro la llamara por el apellido. Tendió la mano.
—Me alegro de volver a verlos. ¿Están disfrutando de su estancia?
—Así es —dijo la señora Townsend—. Es todo tan bonito... Y la cena de la otra noche... Qué manera más maravillosa de celebrar un aniversario. Muchísimas gracias.
—No hay de qué —sonrió Paula—. Semejante compromiso merece un tratamiento especial.
—Desde luego que sí —remarcó Pedro.
El señor Townsend se dio cuenta de la cesta de comida que llevaba él.
—Los estamos entreteniendo.
—En absoluto —dijo Pedro con una sonrisa—. Vamos a probar un nuevo programa que queremos poner en marcha y el día es demasiado hermoso como para desaprovecharlo.
—Que disfruten —dijo el señor Townsend haciendo un gesto de despedida con la mano—. Y gracias por una semana tan memorable.
—Enhorabuena —dijeron a dúo Paula y Pedro, y después se miraron y sonrieron mientras los Townsend se alejaban, Paula bajó la vista y se ruborizó ligeramente.
—Gracias por venir.—Pensaba que habías dicho que no te volviera a dar órdenes —dijo entre risas.
—Creo que no puedes evitarlo, es tu naturaleza. ¿Adónde vamos? Tengo hambre —no era así, pero su cuerpo necesitaba alimento.
—He pedido en la cocina que nos preparasen algo de comer. Y si me sigues... tengo el coche esperando para llevarnos a nuestro destino.
—Una comida campestre —no sabía si le hacía feliz o la molestaba.
—Compañeros de trabajo y amigos disfrutando de uno de los últimos días del otoño. No hay nada de extraño en ello.
—¿No podemos comer aquí? —miró a su alrededor.Los jardines estaban llenos de bancos y praderas de césped.
—Paula, estamos cambiando algo más que lo superficial. ¿Recuerdas lo que te dije la noche de la cena? —señaló los jardines con un movimiento del brazo—. «Recupera el romanticismo». Restaurar el Cascade es algo más que cosa de tejidos y muebles. También son servicios, toques especiales. Imagínate estar aquí con el hombre que amas. Disfrutando de un día de sol en una pradera de las montañas donde compartir una comida, una botella de vino.«Con el hombre que amas».
No podía imaginárselo No podía imaginarse enamorándose, dándole a alguien tanto poder. Ese magnetismo de Pedro era eso. Magnetismo. Miró su pecho, lo que fue un error porque no podía evitar preguntarse qué habría debajo de ese suéter.
—Mientras no se comparta la comida con los osos... o un alce. Eso puede pasar en esta época del año, ¿Lo sabes? Un alce.
—Muy bien, Paula—a Pedro no le pareció gracioso—. No vengas si no quieres —agarró la cesta.
—Espera, Pedro. Lo siento. Sólo encuentro esto... extraño. No estoy acostumbrada a las comidas campestres con mi jefe.Eso no era todo, la sola idea de estar sola, aislada, la hacía sentirse indefensa.
—Pensaba que podríamos pasar una hora lejos del hotel. Una oportunidad de ver otra cosa. Apenas he visto nada de por aquí. Pensaba que serías una buena guía.
La incomodidad de Paula se incrementó. No tenía ni idea de adónde iban.
—A lo mejor podría elegir yo el sitio entonces —dijo sin pensar. Se sentiría más cómoda—. Como dices, conozco la zona.
Se dirigieron al lujoso coche nuevo que Luca había comprado para el hotel. El más veterano de los conductores de autobús ahora ocupaba el puesto de chófer y les abrió la puerta.
—Señorita Chaves.
—Gracias, Eduardo—murmuró entrando en el coche.Luca se sentó a su lado.
—¿Adónde?
—A mi casa, ¿Recuerdas el camino?
—Claro, señorita Chaves.
—¿Tu casa?
Ella se limitó a asentir sin mirar a Pedro. Un pequeño elemento de protección.
—Sí, quiero cambiarme de ropa. Y presentarte a alguien.
—De acuerdo —dijo ella encogiéndose de hombros.
Pedro sonrió y su mente se puso a trabajar. Aún estaba tensa, los dos lo estaban. Aquello no había terminado. La mejor idea era alejarse del hotel. Quería que ella lo mirara sin la reserva que lo hacía siempre. Quería que confiara en él.
—Nos reunimos en el jardín. Y llévate un suéter.
—¿El jardín?
—En quince minutos, ¿Vale?
Salió al jardín y sus botas sonaron en el camino adoquinado. Él estaba de pie apoyado en un banco al lado de la rosaleda. Lo miró. No supo qué le costaba más, si enfrentarse a él o a la atracción que sentía por él. Esa mañana Pedro tenía razón y aun así se había disculpado. Nunca se había disculpado un hombre con ella. Maldición, estaba empezando a gustarle. Estaba hablando con una pareja. Los reconoció, eran los Townsend. Le supuso un gran esfuerzo no darse la vuelta y volver al interior. La discusión la había dejado exhausta. No sabía qué decir. Él se había disculpado con ella. Le había dicho que quería mejorar su relación de trabajo. Para Navidad estaría en Italia y todo volvería a la normalidad. Era sólo algo a corto plazo.
—Buenas tardes —dijo con una sonrisa.
—Ah, señorita Chaves. ¿Conoce al señor y la señora Townsend?
Apreció que Pedro la llamara por el apellido. Tendió la mano.
—Me alegro de volver a verlos. ¿Están disfrutando de su estancia?
—Así es —dijo la señora Townsend—. Es todo tan bonito... Y la cena de la otra noche... Qué manera más maravillosa de celebrar un aniversario. Muchísimas gracias.
—No hay de qué —sonrió Paula—. Semejante compromiso merece un tratamiento especial.
—Desde luego que sí —remarcó Pedro.
El señor Townsend se dio cuenta de la cesta de comida que llevaba él.
—Los estamos entreteniendo.
—En absoluto —dijo Pedro con una sonrisa—. Vamos a probar un nuevo programa que queremos poner en marcha y el día es demasiado hermoso como para desaprovecharlo.
—Que disfruten —dijo el señor Townsend haciendo un gesto de despedida con la mano—. Y gracias por una semana tan memorable.
—Enhorabuena —dijeron a dúo Paula y Pedro, y después se miraron y sonrieron mientras los Townsend se alejaban, Paula bajó la vista y se ruborizó ligeramente.
—Gracias por venir.—Pensaba que habías dicho que no te volviera a dar órdenes —dijo entre risas.
—Creo que no puedes evitarlo, es tu naturaleza. ¿Adónde vamos? Tengo hambre —no era así, pero su cuerpo necesitaba alimento.
—He pedido en la cocina que nos preparasen algo de comer. Y si me sigues... tengo el coche esperando para llevarnos a nuestro destino.
—Una comida campestre —no sabía si le hacía feliz o la molestaba.
—Compañeros de trabajo y amigos disfrutando de uno de los últimos días del otoño. No hay nada de extraño en ello.
—¿No podemos comer aquí? —miró a su alrededor.Los jardines estaban llenos de bancos y praderas de césped.
—Paula, estamos cambiando algo más que lo superficial. ¿Recuerdas lo que te dije la noche de la cena? —señaló los jardines con un movimiento del brazo—. «Recupera el romanticismo». Restaurar el Cascade es algo más que cosa de tejidos y muebles. También son servicios, toques especiales. Imagínate estar aquí con el hombre que amas. Disfrutando de un día de sol en una pradera de las montañas donde compartir una comida, una botella de vino.«Con el hombre que amas».
No podía imaginárselo No podía imaginarse enamorándose, dándole a alguien tanto poder. Ese magnetismo de Pedro era eso. Magnetismo. Miró su pecho, lo que fue un error porque no podía evitar preguntarse qué habría debajo de ese suéter.
—Mientras no se comparta la comida con los osos... o un alce. Eso puede pasar en esta época del año, ¿Lo sabes? Un alce.
—Muy bien, Paula—a Pedro no le pareció gracioso—. No vengas si no quieres —agarró la cesta.
—Espera, Pedro. Lo siento. Sólo encuentro esto... extraño. No estoy acostumbrada a las comidas campestres con mi jefe.Eso no era todo, la sola idea de estar sola, aislada, la hacía sentirse indefensa.
—Pensaba que podríamos pasar una hora lejos del hotel. Una oportunidad de ver otra cosa. Apenas he visto nada de por aquí. Pensaba que serías una buena guía.
La incomodidad de Paula se incrementó. No tenía ni idea de adónde iban.
—A lo mejor podría elegir yo el sitio entonces —dijo sin pensar. Se sentiría más cómoda—. Como dices, conozco la zona.
Se dirigieron al lujoso coche nuevo que Luca había comprado para el hotel. El más veterano de los conductores de autobús ahora ocupaba el puesto de chófer y les abrió la puerta.
—Señorita Chaves.
—Gracias, Eduardo—murmuró entrando en el coche.Luca se sentó a su lado.
—¿Adónde?
—A mi casa, ¿Recuerdas el camino?
—Claro, señorita Chaves.
—¿Tu casa?
Ella se limitó a asentir sin mirar a Pedro. Un pequeño elemento de protección.
—Sí, quiero cambiarme de ropa. Y presentarte a alguien.
Mi Destino Eres Tú: Capítulo 15
—Oh, Paula, ¿Estás celosa?
—Difícilmente —dijo con tanto desprecio que pensó que tendría que creerla. ¿Por qué demonios iba a estar celosa?—. Confía en mí, Pedro, no tengo ningún deseo de ser una muesca en la pata de tu cama.
La sonrisa de Pedro se esfumó.
—Eso está bastante claro. Y déjame a mí ser claro también: si tienes algún problema con algo de lo que ocurre aquí, tienes que hablarlo. Mi formación no incluye la lectura de pensamientos.
Pero ella no estaba acostumbrada a hablar. Estaba acostumbrada al orden y la rutina. Había llegado donde estaba por hacer bien su trabajo, no por pasar por encima de la gente. Sabía lo que pasaba cuando se movía el barco. Despacio, en el silencio, sintió que la rabia se disipaba.
—No me gusta discutir.
—A mí me encanta —sonrió y le brillaron los ojos.
Ella lo miró. ¿Le encantaba? Ella tenía un nudo en el estómago sólo de pensarlo y él decía que le gustaba.
—¿Cómo puedes decir eso?
—¿No te sientes mejor?
—No te entiendo.
Él se puso de pie y se apoyó en la mesa.
—Tener una discusión abierta y sincera es mucho mejor que mantener dentro la frustración y el resentimiento. Limpia el aire. Es refrescante. Saludable.
—Lo siento, no capto el concepto de la confrontación saludable. Para mí no hay nada saludable en gritarse, en insultarse. Al final alguien siempre acaba herido porque una persona no sabe parar —dijo sin mirarlo, porque no podía ver sus ojos, y esperó el temblor que la sacudía cada vez que pensaba en Fernando.
Sabía que estaba fuera, libre en algún sitio. Algo hizo clic en la cabeza de Pedro. El germen de una idea que de pronto fue tan clara que pensó cómo no se le había ocurrido antes. Quizá porque había estado tan concentrado en su trabajo que no le había dado prioridad a eso. Ella había sufrido. Alguien le había hecho daño y tenía miedo.Tenía sentido. No se había dado cuenta de las señales, pero en ese momento las veía. Su aversión al contacto, a la discusión. Cómo se había puesto en el ático, cómo estaba de pie en ese momento al lado de la puerta, lista para huir. Cómo no lo miraba a los ojos y mantenía la distancia. En su familia discutir era algo que se hacía siempre apasionadamente, lo mismo que amar. Una cosa no negaba la otra. No podría vivir con su padre y su hermana sin discutir, era parte de lo que eran. Pero también se querían Por mucho que le enfureciera el control de su padre en Alfonso, no dejaba de quererlo. Era el cariño lo que les había hecho sentirse seguros. Podía ver en Paula que alguien le había enseñado justo lo contrario. Alguien le había enseñado que el amor hacía daño. Pero no podía abordar el tema. Apenas se conocían. Era su jefe y sería meterse en un terreno muy personal, pero no podía evitar preguntarse qué o quién le había hecho tener tanto miedo. Lo último que quería era que tuviera miedo de él.
—Paula, lo siento. Realmente ha tenido que molestarte. Los dos hemos soportado mucho estrés —decidió que un poco de introspección no iría mal para que ella se sintiera mejor. Sonrió—. Soy italiano. En mi familia discutimos apasionadamente, tanto como nos queremos apasionadamente. Sabemos que siempre estaremos ahí para cuando se nos necesite, no importa lo mucho que disintamos. No se me había ocurrido que no todo el mundo es igual.
Se lo quedó mirando atrapada un instante. Lo mismo que el día del ático, sus ojos brillaban como un amanecer y vió que en ella había mucho más de lo que imaginaba. Podía ver el dolor. El dolor que ella pensaba que mantenía oculto en su interior tras un muro que había levantado para esconderlo. Había visto antes esa clase de dolor. En los ojos de su padre y en los de su hermana Carolina. Era, se dió cuenta, el aspecto que tenía la pérdida de la esperanza. Por mucho que se había esforzado, nunca había conseguido quitárselo de los ojos por completo.
—Lo siento —volvió a decir.
—Y yo antes he perdido los papeles y te debo una disculpa —dijo ella en tono suave.
—Aceptada.
No podían pasarse todo el tiempo enfrentados. No sería bueno para el hotel, ni para el personal, ni siquiera para ellos. Pensó en un almuerzo de paz.
—Hace un día precioso y, por lo que he oído, uno de los últimos. Déjame tentarte con un almuerzo ahora que hemos aclarado las cosas.
—No creo que sea buena idea.
Movió la mano hacia ella, pero de inmediato la retiró, recordó su aversión a que la tocasen.
—Te estoy ofreciendo una tregua, Paula. Me gustaría que fuésemos amigos. Me gustaría que te sintieras lo bastante cómoda conmigo como para expresar libremente cualquier opinión. Conoces la zona. Conoces al personal mejor que yo. Eres un activo importante en el Cascade, Paula, y no será bueno para nadie si no somos capaces de trabajar juntos. No podemos tener más discusiones como la de hoy, es contraproducente.
—Pedro, aprecio el gesto, pero tengo un montón de llamadas que hacer, por no mencionar dirigir el hotel. Estamos sometidos a demasiados cambios y tengo que ajustarlo todo.
—Difícilmente —dijo con tanto desprecio que pensó que tendría que creerla. ¿Por qué demonios iba a estar celosa?—. Confía en mí, Pedro, no tengo ningún deseo de ser una muesca en la pata de tu cama.
La sonrisa de Pedro se esfumó.
—Eso está bastante claro. Y déjame a mí ser claro también: si tienes algún problema con algo de lo que ocurre aquí, tienes que hablarlo. Mi formación no incluye la lectura de pensamientos.
Pero ella no estaba acostumbrada a hablar. Estaba acostumbrada al orden y la rutina. Había llegado donde estaba por hacer bien su trabajo, no por pasar por encima de la gente. Sabía lo que pasaba cuando se movía el barco. Despacio, en el silencio, sintió que la rabia se disipaba.
—No me gusta discutir.
—A mí me encanta —sonrió y le brillaron los ojos.
Ella lo miró. ¿Le encantaba? Ella tenía un nudo en el estómago sólo de pensarlo y él decía que le gustaba.
—¿Cómo puedes decir eso?
—¿No te sientes mejor?
—No te entiendo.
Él se puso de pie y se apoyó en la mesa.
—Tener una discusión abierta y sincera es mucho mejor que mantener dentro la frustración y el resentimiento. Limpia el aire. Es refrescante. Saludable.
—Lo siento, no capto el concepto de la confrontación saludable. Para mí no hay nada saludable en gritarse, en insultarse. Al final alguien siempre acaba herido porque una persona no sabe parar —dijo sin mirarlo, porque no podía ver sus ojos, y esperó el temblor que la sacudía cada vez que pensaba en Fernando.
Sabía que estaba fuera, libre en algún sitio. Algo hizo clic en la cabeza de Pedro. El germen de una idea que de pronto fue tan clara que pensó cómo no se le había ocurrido antes. Quizá porque había estado tan concentrado en su trabajo que no le había dado prioridad a eso. Ella había sufrido. Alguien le había hecho daño y tenía miedo.Tenía sentido. No se había dado cuenta de las señales, pero en ese momento las veía. Su aversión al contacto, a la discusión. Cómo se había puesto en el ático, cómo estaba de pie en ese momento al lado de la puerta, lista para huir. Cómo no lo miraba a los ojos y mantenía la distancia. En su familia discutir era algo que se hacía siempre apasionadamente, lo mismo que amar. Una cosa no negaba la otra. No podría vivir con su padre y su hermana sin discutir, era parte de lo que eran. Pero también se querían Por mucho que le enfureciera el control de su padre en Alfonso, no dejaba de quererlo. Era el cariño lo que les había hecho sentirse seguros. Podía ver en Paula que alguien le había enseñado justo lo contrario. Alguien le había enseñado que el amor hacía daño. Pero no podía abordar el tema. Apenas se conocían. Era su jefe y sería meterse en un terreno muy personal, pero no podía evitar preguntarse qué o quién le había hecho tener tanto miedo. Lo último que quería era que tuviera miedo de él.
—Paula, lo siento. Realmente ha tenido que molestarte. Los dos hemos soportado mucho estrés —decidió que un poco de introspección no iría mal para que ella se sintiera mejor. Sonrió—. Soy italiano. En mi familia discutimos apasionadamente, tanto como nos queremos apasionadamente. Sabemos que siempre estaremos ahí para cuando se nos necesite, no importa lo mucho que disintamos. No se me había ocurrido que no todo el mundo es igual.
Se lo quedó mirando atrapada un instante. Lo mismo que el día del ático, sus ojos brillaban como un amanecer y vió que en ella había mucho más de lo que imaginaba. Podía ver el dolor. El dolor que ella pensaba que mantenía oculto en su interior tras un muro que había levantado para esconderlo. Había visto antes esa clase de dolor. En los ojos de su padre y en los de su hermana Carolina. Era, se dió cuenta, el aspecto que tenía la pérdida de la esperanza. Por mucho que se había esforzado, nunca había conseguido quitárselo de los ojos por completo.
—Lo siento —volvió a decir.
—Y yo antes he perdido los papeles y te debo una disculpa —dijo ella en tono suave.
—Aceptada.
No podían pasarse todo el tiempo enfrentados. No sería bueno para el hotel, ni para el personal, ni siquiera para ellos. Pensó en un almuerzo de paz.
—Hace un día precioso y, por lo que he oído, uno de los últimos. Déjame tentarte con un almuerzo ahora que hemos aclarado las cosas.
—No creo que sea buena idea.
Movió la mano hacia ella, pero de inmediato la retiró, recordó su aversión a que la tocasen.
—Te estoy ofreciendo una tregua, Paula. Me gustaría que fuésemos amigos. Me gustaría que te sintieras lo bastante cómoda conmigo como para expresar libremente cualquier opinión. Conoces la zona. Conoces al personal mejor que yo. Eres un activo importante en el Cascade, Paula, y no será bueno para nadie si no somos capaces de trabajar juntos. No podemos tener más discusiones como la de hoy, es contraproducente.
—Pedro, aprecio el gesto, pero tengo un montón de llamadas que hacer, por no mencionar dirigir el hotel. Estamos sometidos a demasiados cambios y tengo que ajustarlo todo.
Mi Destino Eres Tú: Capítulo 14
Como si ella no lo supiera. Parecía no comprender que los constantes cambios estaban alterando su rutina normal de trabajo. Él no tenía ni idea de las otras fuentes de estrés a las que estaba sometida, que la mantenían despierta por la noche.
—No necesito que me digas cómo tengo que hacer mi trabajo.
—Deja los cristales y ven conmigo.
—Dios, Pedro, ¡Deja de darme órdenes! —lo miró con los ojos encendidos—. Me cansa. Llevas una semana dándome órdenes.
Los ojos de él se oscurecieron y Paula se dió cuenta de que había pulsado el botón de la ira. Había cruzado la línea de la insubordinación. Sintió un nudo en el estómago. ¿Cuántas veces se había permitido algo así? ¿Cuántas veces se había dejado llevar por los nervios? Todo lo que había aprendido volaba de su cabeza cuando él la miraba.
—En mi despacho, por favor —dijo él con los dientes apretados.
—No —dijo y dió unos pasos atrás.
Ser llamada a su despacho para que la reprendiera era más de lo que podía soportar. Lloraría. Rogaría como había hecho tantas veces antes. Y lo odiaría por eso.
—Señorita Chaves, a menos que quiera que esto suceda delante de todo el personal, vendrá conmigo ahora —la voz resultaba peligrosamente suave y grave.
Se incorporó y se limpió las manos en el pantalón. Podría manejarlo. Podría. Pedro no era Fernando. No podía ser Fernando. Lo siguió hasta su despacho y, mientras él se sentaba, ella se quedó de pie al lado de la puerta. Podría escapar si era necesario. Sabía que aquello sería sólo una discusión, pero no podía evitar la reacción física. Era cuestión de huir o luchar. Y su elección siempre era huir.
—Paula, ¿Qué te está pasando?
—No sé a qué te refieres.
—Llevas fuera de control toda la semana. Tensa, irritada, desagradable con el personal. Lo que ha sucedido hoy ha sido un accidente y lo has sacado de quicio. Lo mismo que hiciste cuando Rodrigo puso el Maxwells en la sala equivocada. Se arregló fácilmente.
—Lo que ha pasado hoy es que el personal no tiene cuidado. Sé que he sido dura con ella y me he disculpado.
—La Paula que conocí hace una semana, la que estaba tan preocupada por su gente, no lo habría manejado a gritos.
Apartó la mirada. Tenía razón. Estaba tan cansada de que tuviera razón... Pero decirle la verdad, que el hombre que la había aterrorizado estaba en libertad condicional, no era una opción.
—Tenemos que ser capaces de trabajar juntos, Paula. Tenemos que estar en sintonía.
—Quizá sí, Pedro—sintió alivio por el cambio de tema—, no tengo la sensación de que estemos trabajando juntos. Tú das órdenes y esperas que se cumplan. No he tenido otra intervención en todo lo que está ocurriendo aquí más que escribir la circular para el personal.
—Has estado en todas las reuniones que hemos mantenido Esteban y yo.
—Si, pero ¿Para qué molestarse? Nunca consigo decir nada de peso en la discusión. Los dos van a lo de ustedes y me dejan afuera. Todo lo que haces es dar órdenes sobre lo que hacer y cuándo. No importa el incremento de la carga de trabajo o los ajustes que hay que hacer. ¿Cómo es estar en la cima? No tienes que enfrentarte con cosas como hacer pequeños cambios para que todo siga funcionando con fluidez.
—Te ruego que me perdones —dijo con voz formal—. Creía que decías que ése era tu trabajo.
—Lo es —dijo sintiendo que le hervía la sangre—, pero sigo siendo sólo una persona y el volumen de trabajo se ha incrementado considerablemente. Y también dijiste que querías mis aportaciones.
—¿Hay algo de lo que hayamos hecho con lo que no estés de acuerdo?
Se quedó callada. La verdad era que le gustaba todo lo que se había hecho.
—Ésa no es la cuestión. Me has puesto de guardia de tráfico, dirijo a la gente de un sitio a otro. Siete cosas imposibles de hacer antes de que se sirva el desayuno.
—Si no puedes con el trabajo...
El pánico la invadió. Eso era lo que no quería que pasase y había trabajado noche y día para evitarlo. Necesitaba ese trabajo. Quería ese trabajo y la vida que se había construido alrededor. Había pensado que sólo sería un periodo con trabajo extra y luego todo iría bien. Y sólo había pasado una semana y ya estaban hartos el uno del otro.
—Puedo con el trabajo. Mi trabajo. Pero sólo soy una persona, Pedro.
—Así que estás enfadada conmigo y no con Jimena. Tú no eres la única que echa muchas horas, Paula. No le pido a mi gente nada que no me pida a mí mismo.
—Entonces quizás es que esperas demasiado.
—Pues es lo que hay. Y no soy yo quien ha tenido una rabieta.
—¡Eres insufrible!
—Eso me han dicho —dijo con una sonrisa.
—Seguramente una legión de mujeres dóciles —dijo con tono mordaz.
—¿Legión? —volvió a sonreír.
—¿Puedes dejar de sonreír? Leo las revistas.
Pedro se echó a reír a carcajadas y ella sintió que tenía su efecto. No podía ser, quería odiarlo. Verlo trabajar la última semana le había hecho estar peligrosamente cerca de la admiración por su entusiasmo y dedicación.
—No necesito que me digas cómo tengo que hacer mi trabajo.
—Deja los cristales y ven conmigo.
—Dios, Pedro, ¡Deja de darme órdenes! —lo miró con los ojos encendidos—. Me cansa. Llevas una semana dándome órdenes.
Los ojos de él se oscurecieron y Paula se dió cuenta de que había pulsado el botón de la ira. Había cruzado la línea de la insubordinación. Sintió un nudo en el estómago. ¿Cuántas veces se había permitido algo así? ¿Cuántas veces se había dejado llevar por los nervios? Todo lo que había aprendido volaba de su cabeza cuando él la miraba.
—En mi despacho, por favor —dijo él con los dientes apretados.
—No —dijo y dió unos pasos atrás.
Ser llamada a su despacho para que la reprendiera era más de lo que podía soportar. Lloraría. Rogaría como había hecho tantas veces antes. Y lo odiaría por eso.
—Señorita Chaves, a menos que quiera que esto suceda delante de todo el personal, vendrá conmigo ahora —la voz resultaba peligrosamente suave y grave.
Se incorporó y se limpió las manos en el pantalón. Podría manejarlo. Podría. Pedro no era Fernando. No podía ser Fernando. Lo siguió hasta su despacho y, mientras él se sentaba, ella se quedó de pie al lado de la puerta. Podría escapar si era necesario. Sabía que aquello sería sólo una discusión, pero no podía evitar la reacción física. Era cuestión de huir o luchar. Y su elección siempre era huir.
—Paula, ¿Qué te está pasando?
—No sé a qué te refieres.
—Llevas fuera de control toda la semana. Tensa, irritada, desagradable con el personal. Lo que ha sucedido hoy ha sido un accidente y lo has sacado de quicio. Lo mismo que hiciste cuando Rodrigo puso el Maxwells en la sala equivocada. Se arregló fácilmente.
—Lo que ha pasado hoy es que el personal no tiene cuidado. Sé que he sido dura con ella y me he disculpado.
—La Paula que conocí hace una semana, la que estaba tan preocupada por su gente, no lo habría manejado a gritos.
Apartó la mirada. Tenía razón. Estaba tan cansada de que tuviera razón... Pero decirle la verdad, que el hombre que la había aterrorizado estaba en libertad condicional, no era una opción.
—Tenemos que ser capaces de trabajar juntos, Paula. Tenemos que estar en sintonía.
—Quizá sí, Pedro—sintió alivio por el cambio de tema—, no tengo la sensación de que estemos trabajando juntos. Tú das órdenes y esperas que se cumplan. No he tenido otra intervención en todo lo que está ocurriendo aquí más que escribir la circular para el personal.
—Has estado en todas las reuniones que hemos mantenido Esteban y yo.
—Si, pero ¿Para qué molestarse? Nunca consigo decir nada de peso en la discusión. Los dos van a lo de ustedes y me dejan afuera. Todo lo que haces es dar órdenes sobre lo que hacer y cuándo. No importa el incremento de la carga de trabajo o los ajustes que hay que hacer. ¿Cómo es estar en la cima? No tienes que enfrentarte con cosas como hacer pequeños cambios para que todo siga funcionando con fluidez.
—Te ruego que me perdones —dijo con voz formal—. Creía que decías que ése era tu trabajo.
—Lo es —dijo sintiendo que le hervía la sangre—, pero sigo siendo sólo una persona y el volumen de trabajo se ha incrementado considerablemente. Y también dijiste que querías mis aportaciones.
—¿Hay algo de lo que hayamos hecho con lo que no estés de acuerdo?
Se quedó callada. La verdad era que le gustaba todo lo que se había hecho.
—Ésa no es la cuestión. Me has puesto de guardia de tráfico, dirijo a la gente de un sitio a otro. Siete cosas imposibles de hacer antes de que se sirva el desayuno.
—Si no puedes con el trabajo...
El pánico la invadió. Eso era lo que no quería que pasase y había trabajado noche y día para evitarlo. Necesitaba ese trabajo. Quería ese trabajo y la vida que se había construido alrededor. Había pensado que sólo sería un periodo con trabajo extra y luego todo iría bien. Y sólo había pasado una semana y ya estaban hartos el uno del otro.
—Puedo con el trabajo. Mi trabajo. Pero sólo soy una persona, Pedro.
—Así que estás enfadada conmigo y no con Jimena. Tú no eres la única que echa muchas horas, Paula. No le pido a mi gente nada que no me pida a mí mismo.
—Entonces quizás es que esperas demasiado.
—Pues es lo que hay. Y no soy yo quien ha tenido una rabieta.
—¡Eres insufrible!
—Eso me han dicho —dijo con una sonrisa.
—Seguramente una legión de mujeres dóciles —dijo con tono mordaz.
—¿Legión? —volvió a sonreír.
—¿Puedes dejar de sonreír? Leo las revistas.
Pedro se echó a reír a carcajadas y ella sintió que tenía su efecto. No podía ser, quería odiarlo. Verlo trabajar la última semana le había hecho estar peligrosamente cerca de la admiración por su entusiasmo y dedicación.
Mi Destino Eres Tú: Capítulo 13
—Pensaba que estábamos almacenando los muebles en la sala verde y, el resto, en los almacenes del corredor sur.
Paula alzó la vista. Sabía que parecía acelerada porque lo estaba. El día anterior había recibido otra carta. Apenas había dormido esa noche pensando en lo que decía. Aborreciendo cómo el pasado aún le pesaba.En ese momento, era la segunda vez que Luca había interferido en el modo de vaciar el salón de cócteles. Estaba de pie al lado de ella sin una gota de sudor ni un cabello fuera de su sitio o una mota de polvo en los pantalones.
—Dijiste la otra sala de conferencias, la Mount Baker —sabía que para Pedro era difícil de recordar, pero todas las salas tenían nombres de picos de las Rocosas y estaba decidida a usar sus nombres y no identificarlas por el color.
—La Mount Baker se está utilizando para reuniones.
—¿Cuándo ha sido eso?
—Cuando las programé.
Respiró hondo para controlarse. Todo estaba en continuo cambio y eso estaba empezando a afectarla. Pedro había vuelto a cambiar de opinión y se suponía que ella tenía que adaptarse.
—Las programaste. ¿Por qué no usaste otra sala?
—Porque la empresa que he contratado para renovar el spa quería una sala donde poder utilizar un proyector.
La cabeza le daba vueltas. ¿El spa? Tenían que discutir eso, pero no en ese momento. En ese momento tenía una docena de trabajadores moviendo muebles y colocándolos en el lugar equivocado.
—Pedro, ¿Crees que podrás dejarme tranquila el tiempo suficiente como para que pueda hacer mi trabajo?
—Seguro, tengo llamadas que hacer.Parecía tan fresco...
Paula frunció el ceño detrás de él. Era desesperante. Nada parecía afectarlo mientras ella apenas podía mantener el equilibrio.Puso los brazos en jarras y se tomó un momento para redirigir, otra vez, al personal que estaba vaciando el salón Athabasca de muebles. Una vez todos de vuelta al trabajo, suspiró y se apartó el pelo de la cara. Cuanto más conocía a Luca, menos sabía qué hacer con él. La imagen de playboy que tenía de él había sido reconfigurada y una nueva versión ocupaba su lugar. El encanto seguía muy presente, por mucho que tratara de ignorarlo, pero estaba empezando a descubrir que estaba acostumbrado a seguir su propio camino. Sólo había pasado una semana desde su llegada y las cosas ya estaban cambiando, había trabajadores por todas partes y ella no hacía nada más que firmar albaranes.
Definitivamente Pedro se había puesto al mando. Desde luego, no podía decirse que fuera apático con el trabajo. Parecía muy comprometido con el Cascade.Tenía que reconocer que las cosas nunca eran aburridas. Todos los días había algún nuevo descubrimiento que hacer. Ajustes de última hora. La falta de rutina la tenía un poco alterada. Y cuando él se hacía cargo de algo lo hacía hasta el final. Eso incluía irritarla a ella ordenándole cosas todo el tiempo como si él fuera el director del hotel.Sonó un fuerte golpe y dio un brinco llevándose una mano al corazón. Volvió la cabeza en dirección al ruido, mientras el destello de un recuerdo le pasó por delante de los ojos. Vaso tras vaso, estrellados contra la pared de la cocina mientras ella se refugiaba en un rincón. El corazón la latía contra las costillas mientras trataba de recuperar la compostura. Nadie le estaba tirando nada. Se había caído una mesa con cristalería, eso era todo. Con un suspiro agarró una caja vacía y se puso a recoger los trozos. Entonces una empleada pasó a su lado y dijo:
—Lo siento, señorita Chaves.
Ella perdió el control.
—¿Lo siento? ¿Por qué no miras por dónde vas? —hizo un sonido de disgusto—. ¡Mira qué desastre! —de repente se sintió mortificada. ¿Cuántas veces había oído ella esas palabras? Se arrepintió al momento.
—La ayudaré a recogerlo —dijo la chica con voz temblorosa.
—¿Hay algún problema?
Paula alzó la vista y vió a Pedro de pie con su sonrisa habitual.
—¿Además de empleados descuidados rompiendo cientos de dólares de cristal? No.
Los ojos de la muchacha se llenaron de lágrimas y Pedro miró a Paula con desaprobación. Paula sintió una punzada de culpa; sabía que se había pasado con el tono. Era la directora del Cascade. El personal tenía que saber que seguía al mando, pero eso no significaba que tuviera que ser intimidatoria. La vergüenza le pintó las mejillas.
—Jimena, lo siento mucho —miró a la joven—. Sé que ha sido un accidente. Por favor... mi tono ha sido inexcusable.
—Lo siento, señorita Chaves. ¡Por favor déjeme hacerlo a mí, ha sido culpa mía!
—Vuelve al trabajo, Jimena. Y no te preocupes, nosotros recogeremos esto —la voz de Pedro era calmada y razonable, completamente falta de emotividad, y lo odió por ello.Trató de ignorar su cuerpo justo detrás de ella y se concentró en los cristales.
—Gritar al personal no es la forma de que trabajen mejor.
Paula alzó la vista. Sabía que parecía acelerada porque lo estaba. El día anterior había recibido otra carta. Apenas había dormido esa noche pensando en lo que decía. Aborreciendo cómo el pasado aún le pesaba.En ese momento, era la segunda vez que Luca había interferido en el modo de vaciar el salón de cócteles. Estaba de pie al lado de ella sin una gota de sudor ni un cabello fuera de su sitio o una mota de polvo en los pantalones.
—Dijiste la otra sala de conferencias, la Mount Baker —sabía que para Pedro era difícil de recordar, pero todas las salas tenían nombres de picos de las Rocosas y estaba decidida a usar sus nombres y no identificarlas por el color.
—La Mount Baker se está utilizando para reuniones.
—¿Cuándo ha sido eso?
—Cuando las programé.
Respiró hondo para controlarse. Todo estaba en continuo cambio y eso estaba empezando a afectarla. Pedro había vuelto a cambiar de opinión y se suponía que ella tenía que adaptarse.
—Las programaste. ¿Por qué no usaste otra sala?
—Porque la empresa que he contratado para renovar el spa quería una sala donde poder utilizar un proyector.
La cabeza le daba vueltas. ¿El spa? Tenían que discutir eso, pero no en ese momento. En ese momento tenía una docena de trabajadores moviendo muebles y colocándolos en el lugar equivocado.
—Pedro, ¿Crees que podrás dejarme tranquila el tiempo suficiente como para que pueda hacer mi trabajo?
—Seguro, tengo llamadas que hacer.Parecía tan fresco...
Paula frunció el ceño detrás de él. Era desesperante. Nada parecía afectarlo mientras ella apenas podía mantener el equilibrio.Puso los brazos en jarras y se tomó un momento para redirigir, otra vez, al personal que estaba vaciando el salón Athabasca de muebles. Una vez todos de vuelta al trabajo, suspiró y se apartó el pelo de la cara. Cuanto más conocía a Luca, menos sabía qué hacer con él. La imagen de playboy que tenía de él había sido reconfigurada y una nueva versión ocupaba su lugar. El encanto seguía muy presente, por mucho que tratara de ignorarlo, pero estaba empezando a descubrir que estaba acostumbrado a seguir su propio camino. Sólo había pasado una semana desde su llegada y las cosas ya estaban cambiando, había trabajadores por todas partes y ella no hacía nada más que firmar albaranes.
Definitivamente Pedro se había puesto al mando. Desde luego, no podía decirse que fuera apático con el trabajo. Parecía muy comprometido con el Cascade.Tenía que reconocer que las cosas nunca eran aburridas. Todos los días había algún nuevo descubrimiento que hacer. Ajustes de última hora. La falta de rutina la tenía un poco alterada. Y cuando él se hacía cargo de algo lo hacía hasta el final. Eso incluía irritarla a ella ordenándole cosas todo el tiempo como si él fuera el director del hotel.Sonó un fuerte golpe y dio un brinco llevándose una mano al corazón. Volvió la cabeza en dirección al ruido, mientras el destello de un recuerdo le pasó por delante de los ojos. Vaso tras vaso, estrellados contra la pared de la cocina mientras ella se refugiaba en un rincón. El corazón la latía contra las costillas mientras trataba de recuperar la compostura. Nadie le estaba tirando nada. Se había caído una mesa con cristalería, eso era todo. Con un suspiro agarró una caja vacía y se puso a recoger los trozos. Entonces una empleada pasó a su lado y dijo:
—Lo siento, señorita Chaves.
Ella perdió el control.
—¿Lo siento? ¿Por qué no miras por dónde vas? —hizo un sonido de disgusto—. ¡Mira qué desastre! —de repente se sintió mortificada. ¿Cuántas veces había oído ella esas palabras? Se arrepintió al momento.
—La ayudaré a recogerlo —dijo la chica con voz temblorosa.
—¿Hay algún problema?
Paula alzó la vista y vió a Pedro de pie con su sonrisa habitual.
—¿Además de empleados descuidados rompiendo cientos de dólares de cristal? No.
Los ojos de la muchacha se llenaron de lágrimas y Pedro miró a Paula con desaprobación. Paula sintió una punzada de culpa; sabía que se había pasado con el tono. Era la directora del Cascade. El personal tenía que saber que seguía al mando, pero eso no significaba que tuviera que ser intimidatoria. La vergüenza le pintó las mejillas.
—Jimena, lo siento mucho —miró a la joven—. Sé que ha sido un accidente. Por favor... mi tono ha sido inexcusable.
—Lo siento, señorita Chaves. ¡Por favor déjeme hacerlo a mí, ha sido culpa mía!
—Vuelve al trabajo, Jimena. Y no te preocupes, nosotros recogeremos esto —la voz de Pedro era calmada y razonable, completamente falta de emotividad, y lo odió por ello.Trató de ignorar su cuerpo justo detrás de ella y se concentró en los cristales.
—Gritar al personal no es la forma de que trabajen mejor.
martes, 22 de mayo de 2018
Mi Destino Eres Tú: Capítulo 12
Pareció como si la escena de arriba no hubiera sucedido nunca. Su traje estaba impoluto. Había recuperado el color, se había retocado los labios y su pelo estaba perfecto.Lo sucedido le decía que por alguna razón Paula tenía miedo de él.
—Quería asegurarme de que estabas bien.
Ella alzó la vista de lo que estaba escribiendo y fingió una sonrisa de relaciones públicas.
—Estoy bien, gracias. Un poco retrasada por la excursión —siguió escribiendo.
La mujer que tenía delante era toda frialdad y control. Un contraste muy fuerte con la mujer a la que había agarrado del codo. Una mujer que tenía mucha práctica en ocultar sus sentimientos pero que había tenido un ligero momento de debilidad. Debería asentir y marcharse, aquello no era de su incumbencia, pero recordó la expresión de desnudez que había visto en su rostro cuando habían hablado de las antigüedades. Había parecido una mujer a la que hubieran desnudado. No podía ignorar eso aunque quisiera. Si lo dejaba pasar, quedaría pendiendo entre ellos todo el tiempo que trabajaran juntos. Sería mejor abordarlo.
—¿Quieres hablar de ello, Paula?
Con un suspiro dejó el bolígrafo en la mesa, apoyó las manos y cruzó las piernas.
—¿Hablar de qué, Pedro?
—De lo que ha pasado en el ático.
—No, no quiero.
—Estabas asustada. Quiero saber por qué.
—No estaba asustada. Tengo... tengo claustrofobia.
—No me ha parecido eso cuando te he agarrado del brazo.
—Pedro—lo miró a los ojos—, soy una persona a la que no le gusta que invadan su espacio. No soy de tocarse. Eso es todo. Lo siento si he sido brusca o grosera.
—Eres sincera y lo aprecio. Así que no es que no quieras que te toque yo, es que no quieres que te toque nadie.
—Exacto —se ruborizó.
—No es nada personal.
—Nada personal —repitió Paula.
—Me alegro, porque vamos a trabajar juntos muy de cerca y sería difícil si hubiese animosidad entre nosotros.
¿Animosidad? Paula tragó y se obligó a mantener el control. No tenía ni idea de lo que había pasado en el ático. Cómo sus palabras la habían tocado, devuelto muchas de sus emociones. Cómo se había sentido extraña de pronto y había tenido que salir de allí. La había tocado. Odiaba que la tocasen. Y cuando la había agarrado del codo había sentido terror en su interior.Pero no era un recuerdo. Era anhelo. Algo que no había sentido en mucho tiempo. Le había gustado la sensación de su mano en el codo, tanto que había deseado que la rodeara con sus brazos y la protegiera. Había jurado que ningún hombre volvería a tocarla y hasta ese momento lo había conseguido, pero ahora nada tenía sentido. Tenía que escapar, rehacerse. Se arriesgó a alzar la vista. Él la miraba tranquilo y supo que había algo muy personal entre los dos, le gustase o no. Algo que rechazaba reconocer. No estaba preparada para aceptar que había más que una cierta atracción. Algo más no tema sentido.
—Te aseguro que no tiene nada que ver contigo —tenía que ver con Fernando, eso era todo.
—Entonces no me lo tomaré como algo personal. Sólo quería asegurarme de que estabas bien.
—Lo estoy, gracias por preguntar.
La sonrisa esa vez fue más natural. Él aceptó lo que había dicho con educación, se sentía afectada porque él fuera capaz de preocuparse por ella. Nadie se preocupaba de ella y había reinventado su vida de ese modo. Pero sin ella saberlo, parecía importarle a Pedro. Era algo inesperado y, aunque habría pensado que lo aborrecería, resultaba agradable.
—He pensado que querrías recuperar esto —dejó la llave en la mesa.
Paula no la movió de donde él la había dejado mientras Pedro se alejaba. Cerca de la puerta se dió la vuelta.
—Oh, y Paula, me gustaría que estuvieras en la reunión con Esteban una vez que le haya enseñado el hotel y explicado las ideas iniciales. Haremos una agenda preliminar y primer esquema y ése es tu fuerte. También me gustaría que le mandásemos una circular a todo el personal. Algo que diga que los próximos meses habrá cambios, pero ninguno perderá su puesto. Que todos los esfuerzos que se harán serán en beneficio del personal y de los clientes. Mantengo mi promesa, espero que lo recuerdes.
Mantenía su palabra y le agradaba. Cuando menos lo esperaba, mostraba consideración por los que lo rodeaban. Quizá fuera mejor de lo que había sospechado. Quizá el playboy tuviera un poco más de sustancia de la que ella había pensado.
—Voy a preparar una y te la mando por correo electrónico.
—Gracias, Paula.
Se levantó de la mesa sabiendo que le debía algo.
Tomó la llave y se la tendió. Él la aceptó.
—Guárdala, debo de tener otra en algún sitio.
—¿Seguro?
Paula recordó su gesto cuando había entrado en el ático. Había tenido que levantar un muro porque había visto su alegría en los ojos y ella no quería permitirse sentir esas cosas.
—Estoy segura, Pedro. Y cuando llegue el señor Shiffling, nos reuniremos y discutiremos cómo afrontar mejor los cambios que se avecinan.
—Hablaremos luego —se guardó la llave en el bolsillo y salió del despacho.
Paula se quedó de pie en medio del despacho preguntándose cómo iba a manejar la montaña rusa en que se había convertido su vida. Pedro Alfonso le gustaba. En todos los sentidos.
—Quería asegurarme de que estabas bien.
Ella alzó la vista de lo que estaba escribiendo y fingió una sonrisa de relaciones públicas.
—Estoy bien, gracias. Un poco retrasada por la excursión —siguió escribiendo.
La mujer que tenía delante era toda frialdad y control. Un contraste muy fuerte con la mujer a la que había agarrado del codo. Una mujer que tenía mucha práctica en ocultar sus sentimientos pero que había tenido un ligero momento de debilidad. Debería asentir y marcharse, aquello no era de su incumbencia, pero recordó la expresión de desnudez que había visto en su rostro cuando habían hablado de las antigüedades. Había parecido una mujer a la que hubieran desnudado. No podía ignorar eso aunque quisiera. Si lo dejaba pasar, quedaría pendiendo entre ellos todo el tiempo que trabajaran juntos. Sería mejor abordarlo.
—¿Quieres hablar de ello, Paula?
Con un suspiro dejó el bolígrafo en la mesa, apoyó las manos y cruzó las piernas.
—¿Hablar de qué, Pedro?
—De lo que ha pasado en el ático.
—No, no quiero.
—Estabas asustada. Quiero saber por qué.
—No estaba asustada. Tengo... tengo claustrofobia.
—No me ha parecido eso cuando te he agarrado del brazo.
—Pedro—lo miró a los ojos—, soy una persona a la que no le gusta que invadan su espacio. No soy de tocarse. Eso es todo. Lo siento si he sido brusca o grosera.
—Eres sincera y lo aprecio. Así que no es que no quieras que te toque yo, es que no quieres que te toque nadie.
—Exacto —se ruborizó.
—No es nada personal.
—Nada personal —repitió Paula.
—Me alegro, porque vamos a trabajar juntos muy de cerca y sería difícil si hubiese animosidad entre nosotros.
¿Animosidad? Paula tragó y se obligó a mantener el control. No tenía ni idea de lo que había pasado en el ático. Cómo sus palabras la habían tocado, devuelto muchas de sus emociones. Cómo se había sentido extraña de pronto y había tenido que salir de allí. La había tocado. Odiaba que la tocasen. Y cuando la había agarrado del codo había sentido terror en su interior.Pero no era un recuerdo. Era anhelo. Algo que no había sentido en mucho tiempo. Le había gustado la sensación de su mano en el codo, tanto que había deseado que la rodeara con sus brazos y la protegiera. Había jurado que ningún hombre volvería a tocarla y hasta ese momento lo había conseguido, pero ahora nada tenía sentido. Tenía que escapar, rehacerse. Se arriesgó a alzar la vista. Él la miraba tranquilo y supo que había algo muy personal entre los dos, le gustase o no. Algo que rechazaba reconocer. No estaba preparada para aceptar que había más que una cierta atracción. Algo más no tema sentido.
—Te aseguro que no tiene nada que ver contigo —tenía que ver con Fernando, eso era todo.
—Entonces no me lo tomaré como algo personal. Sólo quería asegurarme de que estabas bien.
—Lo estoy, gracias por preguntar.
La sonrisa esa vez fue más natural. Él aceptó lo que había dicho con educación, se sentía afectada porque él fuera capaz de preocuparse por ella. Nadie se preocupaba de ella y había reinventado su vida de ese modo. Pero sin ella saberlo, parecía importarle a Pedro. Era algo inesperado y, aunque habría pensado que lo aborrecería, resultaba agradable.
—He pensado que querrías recuperar esto —dejó la llave en la mesa.
Paula no la movió de donde él la había dejado mientras Pedro se alejaba. Cerca de la puerta se dió la vuelta.
—Oh, y Paula, me gustaría que estuvieras en la reunión con Esteban una vez que le haya enseñado el hotel y explicado las ideas iniciales. Haremos una agenda preliminar y primer esquema y ése es tu fuerte. También me gustaría que le mandásemos una circular a todo el personal. Algo que diga que los próximos meses habrá cambios, pero ninguno perderá su puesto. Que todos los esfuerzos que se harán serán en beneficio del personal y de los clientes. Mantengo mi promesa, espero que lo recuerdes.
Mantenía su palabra y le agradaba. Cuando menos lo esperaba, mostraba consideración por los que lo rodeaban. Quizá fuera mejor de lo que había sospechado. Quizá el playboy tuviera un poco más de sustancia de la que ella había pensado.
—Voy a preparar una y te la mando por correo electrónico.
—Gracias, Paula.
Se levantó de la mesa sabiendo que le debía algo.
Tomó la llave y se la tendió. Él la aceptó.
—Guárdala, debo de tener otra en algún sitio.
—¿Seguro?
Paula recordó su gesto cuando había entrado en el ático. Había tenido que levantar un muro porque había visto su alegría en los ojos y ella no quería permitirse sentir esas cosas.
—Estoy segura, Pedro. Y cuando llegue el señor Shiffling, nos reuniremos y discutiremos cómo afrontar mejor los cambios que se avecinan.
—Hablaremos luego —se guardó la llave en el bolsillo y salió del despacho.
Paula se quedó de pie en medio del despacho preguntándose cómo iba a manejar la montaña rusa en que se había convertido su vida. Pedro Alfonso le gustaba. En todos los sentidos.
Mi Destino Eres Tú: Capítulo 11
—¿Por qué está todo esto aquí oculto?
—Sólo se me ocurre que, con las reformas a lo largo de los años, a estas cosas las han relegado al banquillo.
—¿El banquillo?
—Ya sabes, donde se sientan los jugadores que no salen al campo.
—Ya —rodeó un buró cubierto de polvo sabiendo que era de nogal—. Siéntelo, Paula. Hay historia en este almacén. Mucha historia —si llegara pronto Esteban... pensó. Harían un inventario y decidirían qué piezas emplearían en la decoración. Pedro quería empezar ya, pero quizá no fuera el momento de explorar.
Miró a Paula. Estaba tan tiesa como siempre, pero diría que estaba disfrutando. Le brillaban los ojos mientras con los dedos acariciaba una silla. Se movía con cuidado para no levantar polvo. Era cuidadosa, estaba empezando a entender. Siempre se movía deliberadamente. Siempre con un propósito. Se preguntó por qué. ¿Qué la hacía tan cautelosa?
—Aquí está.
Echó un vistazo a un diván de color vino mientras se dirigía a donde estaba ella. La encontró de pie al lado de una gigantesca araña de cristal oculta entre dos armarios.
—Habrá visto días mejores, pero creía recodar que estaba aquí. Luca se agachó y tocó una lágrima de cristal tallado.
—Es asombrosa, perfecta.
—Es preciosa.
Pedro la miró. Así que la magia de la araña no la dejaba indiferente. El gesto de sus labios se lo decía así. Un mechón de cabello había escapado del moño y le acariciaba la mejilla. Se miraron a los ojos. Ya se imaginaba la araña colgada del salón de baile, los destellos de luz de los cristales sobre el suelo de pulida tarima. Podía imaginarse a Mari en el medio con un elegante traje de noche dorado sonriéndole. Tenía, se dio cuenta, una clase fría y elegante. Intemporal.
—A tí también te encanta, puedo verlo en tu rostro.
Algo cambió debido a sus palabras, algo que rompió el momento. Sus ojos se enfriaron y cuadró los hombros. Apartó la mirada.
—Tiene sentido utilizar estas cosas si se adaptan a tu reforma. Será mucho más barato que comprarlas.
—Oh, no es por el dinero, no es por eso. Mira este sitio —se dió la vuelta riendo para liberar la tensión que sentía en ese momento.
Ella cada vez lo intrigaba más, pero también cada vez era más consciente de que no era la clase de mujer que quería parecer. Se obligó a volver a concentrarse en la tarea.
—Cada una de estas piezas tiene historia, ¿No lo sientes? —se puso delante de un espejo y limpió el cristal con la mano—. Oh, Paula, ¡Qué cosas más hermosas! Tanto tiempo, abandonadas, olvidadas, esperando a que alguien las descubra y las haga nuevas otra vez. A que las haga brillar.
Como ella no decía nada, se volvió a mirarla. Estaba entre la araña y unos armarios y él bloqueaba su salida hacia la puerta. Estaba de pie en silencio y no sabía por qué. Tuvo la sensación de que estaba llorando, pero eso era ridículo porque sus ojos estaban secos. Por alguna extraña razón deseó rodearla con sus brazos. En cuanto lo pensó, dio un paso atrás. Disfrutar de jugar al ratón y al gato era una cosa. Tener pensamientos descabellados estaba bien, pero pasar a la acción era otra cosa. Y la situación ya era bastante complicada como para complicarla más liándose con la directora del hotel. No estaría bien. Sería un problema. Y él no quería relaciones complicadas. No quería relaciones de ninguna clase. Había decidido hacía mucho tiempo que no se implicaría con ninguna mujer. No quería darle a ninguna el poder que su padre le había dado a su madre de destruirlo. Como Laura lo había destruido a él.
—Por favor, perdóname, tengo que volver. Si cierras la puerta al salir...
Caminó indecisa hacia él haciendo un gesto para que se apartara y la dejara pasar, pero no pudo, no tras oír esa voz fría y seca. No sabía la causa de esa reacción, pero sabía que no estaba bien.Se detuvo a menos de un metro de él.
—Por favor —repitió muy pálida.
Él empezó a echarse a un lado, pero en el último momento no pudo dejarla marchar sin saber si estaba bien. La agarró de un codo.
—Quítame las manos de encima.
Lo dijo con tranquilidad, pero por debajo había veneno y eso lo conmocionó tanto que dió un paso atrás y la soltó de inmediato. Ella se puso aún más pálida.
—No me toques nunca —dijo estridente mientras rodeaba a toda prisa los muebles y salía por la puerta sin cerrarla.
Un segundo después se oyó el ascensor.Pedro se sentó en una silla levantando una nube de polvo. Sólo había tratado de ser un caballero. Era evidente que cualquier atracción que él hubiera sentido no era mutua. Era fría, irritante, dictatorial. Sólo una complicación. Debería despedirla y convertir el Cascade en el hotel que quería, pero no podía hacer eso. Era buena en lo suyo y él había prometido que nadie perdería su trabajo. Eso la incluía a ella. Y él era un hombre de palabra. Cuando volvió a la zona de oficinas, la puerta de ella estaba cerrada. Llamó y abrió.
—Sólo se me ocurre que, con las reformas a lo largo de los años, a estas cosas las han relegado al banquillo.
—¿El banquillo?
—Ya sabes, donde se sientan los jugadores que no salen al campo.
—Ya —rodeó un buró cubierto de polvo sabiendo que era de nogal—. Siéntelo, Paula. Hay historia en este almacén. Mucha historia —si llegara pronto Esteban... pensó. Harían un inventario y decidirían qué piezas emplearían en la decoración. Pedro quería empezar ya, pero quizá no fuera el momento de explorar.
Miró a Paula. Estaba tan tiesa como siempre, pero diría que estaba disfrutando. Le brillaban los ojos mientras con los dedos acariciaba una silla. Se movía con cuidado para no levantar polvo. Era cuidadosa, estaba empezando a entender. Siempre se movía deliberadamente. Siempre con un propósito. Se preguntó por qué. ¿Qué la hacía tan cautelosa?
—Aquí está.
Echó un vistazo a un diván de color vino mientras se dirigía a donde estaba ella. La encontró de pie al lado de una gigantesca araña de cristal oculta entre dos armarios.
—Habrá visto días mejores, pero creía recodar que estaba aquí. Luca se agachó y tocó una lágrima de cristal tallado.
—Es asombrosa, perfecta.
—Es preciosa.
Pedro la miró. Así que la magia de la araña no la dejaba indiferente. El gesto de sus labios se lo decía así. Un mechón de cabello había escapado del moño y le acariciaba la mejilla. Se miraron a los ojos. Ya se imaginaba la araña colgada del salón de baile, los destellos de luz de los cristales sobre el suelo de pulida tarima. Podía imaginarse a Mari en el medio con un elegante traje de noche dorado sonriéndole. Tenía, se dio cuenta, una clase fría y elegante. Intemporal.
—A tí también te encanta, puedo verlo en tu rostro.
Algo cambió debido a sus palabras, algo que rompió el momento. Sus ojos se enfriaron y cuadró los hombros. Apartó la mirada.
—Tiene sentido utilizar estas cosas si se adaptan a tu reforma. Será mucho más barato que comprarlas.
—Oh, no es por el dinero, no es por eso. Mira este sitio —se dió la vuelta riendo para liberar la tensión que sentía en ese momento.
Ella cada vez lo intrigaba más, pero también cada vez era más consciente de que no era la clase de mujer que quería parecer. Se obligó a volver a concentrarse en la tarea.
—Cada una de estas piezas tiene historia, ¿No lo sientes? —se puso delante de un espejo y limpió el cristal con la mano—. Oh, Paula, ¡Qué cosas más hermosas! Tanto tiempo, abandonadas, olvidadas, esperando a que alguien las descubra y las haga nuevas otra vez. A que las haga brillar.
Como ella no decía nada, se volvió a mirarla. Estaba entre la araña y unos armarios y él bloqueaba su salida hacia la puerta. Estaba de pie en silencio y no sabía por qué. Tuvo la sensación de que estaba llorando, pero eso era ridículo porque sus ojos estaban secos. Por alguna extraña razón deseó rodearla con sus brazos. En cuanto lo pensó, dio un paso atrás. Disfrutar de jugar al ratón y al gato era una cosa. Tener pensamientos descabellados estaba bien, pero pasar a la acción era otra cosa. Y la situación ya era bastante complicada como para complicarla más liándose con la directora del hotel. No estaría bien. Sería un problema. Y él no quería relaciones complicadas. No quería relaciones de ninguna clase. Había decidido hacía mucho tiempo que no se implicaría con ninguna mujer. No quería darle a ninguna el poder que su padre le había dado a su madre de destruirlo. Como Laura lo había destruido a él.
—Por favor, perdóname, tengo que volver. Si cierras la puerta al salir...
Caminó indecisa hacia él haciendo un gesto para que se apartara y la dejara pasar, pero no pudo, no tras oír esa voz fría y seca. No sabía la causa de esa reacción, pero sabía que no estaba bien.Se detuvo a menos de un metro de él.
—Por favor —repitió muy pálida.
Él empezó a echarse a un lado, pero en el último momento no pudo dejarla marchar sin saber si estaba bien. La agarró de un codo.
—Quítame las manos de encima.
Lo dijo con tranquilidad, pero por debajo había veneno y eso lo conmocionó tanto que dió un paso atrás y la soltó de inmediato. Ella se puso aún más pálida.
—No me toques nunca —dijo estridente mientras rodeaba a toda prisa los muebles y salía por la puerta sin cerrarla.
Un segundo después se oyó el ascensor.Pedro se sentó en una silla levantando una nube de polvo. Sólo había tratado de ser un caballero. Era evidente que cualquier atracción que él hubiera sentido no era mutua. Era fría, irritante, dictatorial. Sólo una complicación. Debería despedirla y convertir el Cascade en el hotel que quería, pero no podía hacer eso. Era buena en lo suyo y él había prometido que nadie perdería su trabajo. Eso la incluía a ella. Y él era un hombre de palabra. Cuando volvió a la zona de oficinas, la puerta de ella estaba cerrada. Llamó y abrió.
Mi Destino Eres Tú: Capítulo 10
—Suéltame, estoy bien —sacudió la mano y cuadró los hombros.Esa mujer tenía más espinas que un cactus.
Pedro dió un paso atrás. Casi lo había derribado y lo miraba como si s fuera culpa de él.
—Me alegro de oírlo.
—Perdona —dijo ella suavizando un poco el gesto—. Ha sido culpa mía.
—No importa. Venía a verte.
La miró relajarse lentamente. Primero una inspiración profunda, después bajó los hombros y después se relajó el gesto de su rostro. Sonrió de un modo bonito, pero no sincero. Era una fachada. ¿Pero qué ocultaba? Nunca había conocido a una mujer tan estirada y rígida. Tenía la sensación de que, si él decía negro, ella diría blanco sólo para llevarle la contraria. En ese sentido, no era muy diferente de su padre. El Cascade era su bebé, había exigido todo el poder. Y cuando terminara podría tener crédito y salir de la compañía por derecho propio. Quería a su padre, pero eso no significaba que quisiera estar bajo su mando el resto de la vida. Era eso lo que hacía que las cosas entre los dos estuvieran tensas.
—¿Necesitabas algo?
Al oír su voz dejó de mirarla a los labios.
—¿Necesitar? Me ha llamado el diseñador, Esteban Shiffling —no pudo disimular la frustración—. No puede esta: aquí antes de pasado mañana. Le he dicho que le enviaríamos un coche al aeropuerto.
Habían dado una docena de pasos por el corredor cuando Paula se detuvo en seco.
—Pedro, no tenemos un coche, tenemos una furgoneta de carga.
—Alfonso no transporta a sus huéspedes en ¿Cómo lo ha llamado? Una furgoneta de carga —murmuró algo entre dientes. Tenían que cambiar muchas cosas en ese hotel—. Me ocuparé de conseguir un transporte adecuado.
Echó a andar sabiendo que ella no tendría otra opción que seguirlo. Podía ver cómo la cabeza de ella había empezado a darle vueltas a la situación. Sonrió. Tenía que reconocer que disfrutaba sacándola de sus casillas. Hacía mucho que no se enfrentaba con una oponente que mereciera la pena y tenía la sensación de que Mari iba a se todo un reto. Llegaron al vestíbulo.
—¿Para qué querías verme? —preguntó él contemplando el vestíbulo, el suelo, las alfombras.
Era cómodo, pero desordenado, le hacía falta luz y espacio.
—Yo no quería. Chocaste conmigo, ¿Recuerdas?
—Ah, sí. Un feliz accidente —hizo un guiño—. Y tú ibas corriendo a hacer algo.
—Pensé en algo que podría ser útil para la redecoración.
—¿Sí? —tenía toda su atención.
—Y tú estabas notablemente agitado porque tu diseñador no estuviera a tu entera disposición.
Pedro alzó una ceja. Iba a mantenerlo siempre en estado de alerta. Ella tenía razón. Quería haber empezado y tendría que esperar.
—Quizá.
—La gente siempre hace lo que tú dices.
—Normalmente, sí. Con una notable excepción —la miró con intención.
Paula le mostró una llave. Estaba jugando con él y le divertía tanto como lo molestaba. En sus reuniones ella jamás había mostrado un lado divertido.
—Supongo que es de una puerta. Una puerta de la que me vas a hablar.
Algo parecido a una sonrisa apareció en su rostro. Resultaba muy distinta cuando se quitaba esa fachada de frialdad. Sus ojos brillaban y parecía casi una niña preciosa. Miró el recatado traje que llevaba y se preguntó cómo sería quitárselo. Se preguntó si sería suave y maleable. Como su piel. Recordó la sensación de su casi translúcida piel cerca de la mano. ¿Sería el resto de ella tan frágil y suave? En ese momento no sería muy inteligente. Pero no podía evitar preguntárselo.
—Iba a revisarlo primero, pero supongo que querrás venir. Es el ático.
—¿Tienen un ático?
—Así es —sonrió más ampliamente—. Y si encontramos lo que creo que debe de estar ahí, vas a ser feliz. A lo mejor así puedes dejar de obsesionarte con tu diseñador y concentrarte en otra cosa.
—Entonces, vamos.
Subieron hasta el último piso en el ascensor de servicio y salieron a un pasillo sin ventanas. Paula se detuvo delante de una enorme puerta doble.
—Ésta es nuestra zona de almacenes. Lo recordé esta mañana. Algo que dijiste ayer sobre el romanticismo me ha estado rondando por la cabeza —giró la llave y abrió la puerta.
Lo que vieron fue como un tesoro enterrado. Una capa de polvo lo cubría todo: sillas, mesas, escritorios, divanes, incluso pinturas y esculturas. Una sala llena de potencial esperando a ser redescubierto. El hotel debía de haber sido glorioso en sus inicios, pensó Pedro; antes de que alguien llegara y decidiera cambiarlo. Sus ojos se detuvieron en una cómoda especialmente bonita. Quien fuera que la hubiera relegado al ático merecía ser azotado. Era demasiado fina y valiosa para estar allí escondida.
—Dios bendito —Pedro entró sabiendo que Paula había descubierto una mina de oro.
No iba a cambiar el hotel, iba a restaurarlo. La idea lo emocionó. Disfrutaba de la parte creativa de su trabajo tanto como de la dirección. Era la mayor razón por la que quería salir de la sombra de su padre.
Pedro dió un paso atrás. Casi lo había derribado y lo miraba como si s fuera culpa de él.
—Me alegro de oírlo.
—Perdona —dijo ella suavizando un poco el gesto—. Ha sido culpa mía.
—No importa. Venía a verte.
La miró relajarse lentamente. Primero una inspiración profunda, después bajó los hombros y después se relajó el gesto de su rostro. Sonrió de un modo bonito, pero no sincero. Era una fachada. ¿Pero qué ocultaba? Nunca había conocido a una mujer tan estirada y rígida. Tenía la sensación de que, si él decía negro, ella diría blanco sólo para llevarle la contraria. En ese sentido, no era muy diferente de su padre. El Cascade era su bebé, había exigido todo el poder. Y cuando terminara podría tener crédito y salir de la compañía por derecho propio. Quería a su padre, pero eso no significaba que quisiera estar bajo su mando el resto de la vida. Era eso lo que hacía que las cosas entre los dos estuvieran tensas.
—¿Necesitabas algo?
Al oír su voz dejó de mirarla a los labios.
—¿Necesitar? Me ha llamado el diseñador, Esteban Shiffling —no pudo disimular la frustración—. No puede esta: aquí antes de pasado mañana. Le he dicho que le enviaríamos un coche al aeropuerto.
Habían dado una docena de pasos por el corredor cuando Paula se detuvo en seco.
—Pedro, no tenemos un coche, tenemos una furgoneta de carga.
—Alfonso no transporta a sus huéspedes en ¿Cómo lo ha llamado? Una furgoneta de carga —murmuró algo entre dientes. Tenían que cambiar muchas cosas en ese hotel—. Me ocuparé de conseguir un transporte adecuado.
Echó a andar sabiendo que ella no tendría otra opción que seguirlo. Podía ver cómo la cabeza de ella había empezado a darle vueltas a la situación. Sonrió. Tenía que reconocer que disfrutaba sacándola de sus casillas. Hacía mucho que no se enfrentaba con una oponente que mereciera la pena y tenía la sensación de que Mari iba a se todo un reto. Llegaron al vestíbulo.
—¿Para qué querías verme? —preguntó él contemplando el vestíbulo, el suelo, las alfombras.
Era cómodo, pero desordenado, le hacía falta luz y espacio.
—Yo no quería. Chocaste conmigo, ¿Recuerdas?
—Ah, sí. Un feliz accidente —hizo un guiño—. Y tú ibas corriendo a hacer algo.
—Pensé en algo que podría ser útil para la redecoración.
—¿Sí? —tenía toda su atención.
—Y tú estabas notablemente agitado porque tu diseñador no estuviera a tu entera disposición.
Pedro alzó una ceja. Iba a mantenerlo siempre en estado de alerta. Ella tenía razón. Quería haber empezado y tendría que esperar.
—Quizá.
—La gente siempre hace lo que tú dices.
—Normalmente, sí. Con una notable excepción —la miró con intención.
Paula le mostró una llave. Estaba jugando con él y le divertía tanto como lo molestaba. En sus reuniones ella jamás había mostrado un lado divertido.
—Supongo que es de una puerta. Una puerta de la que me vas a hablar.
Algo parecido a una sonrisa apareció en su rostro. Resultaba muy distinta cuando se quitaba esa fachada de frialdad. Sus ojos brillaban y parecía casi una niña preciosa. Miró el recatado traje que llevaba y se preguntó cómo sería quitárselo. Se preguntó si sería suave y maleable. Como su piel. Recordó la sensación de su casi translúcida piel cerca de la mano. ¿Sería el resto de ella tan frágil y suave? En ese momento no sería muy inteligente. Pero no podía evitar preguntárselo.
—Iba a revisarlo primero, pero supongo que querrás venir. Es el ático.
—¿Tienen un ático?
—Así es —sonrió más ampliamente—. Y si encontramos lo que creo que debe de estar ahí, vas a ser feliz. A lo mejor así puedes dejar de obsesionarte con tu diseñador y concentrarte en otra cosa.
—Entonces, vamos.
Subieron hasta el último piso en el ascensor de servicio y salieron a un pasillo sin ventanas. Paula se detuvo delante de una enorme puerta doble.
—Ésta es nuestra zona de almacenes. Lo recordé esta mañana. Algo que dijiste ayer sobre el romanticismo me ha estado rondando por la cabeza —giró la llave y abrió la puerta.
Lo que vieron fue como un tesoro enterrado. Una capa de polvo lo cubría todo: sillas, mesas, escritorios, divanes, incluso pinturas y esculturas. Una sala llena de potencial esperando a ser redescubierto. El hotel debía de haber sido glorioso en sus inicios, pensó Pedro; antes de que alguien llegara y decidiera cambiarlo. Sus ojos se detuvieron en una cómoda especialmente bonita. Quien fuera que la hubiera relegado al ático merecía ser azotado. Era demasiado fina y valiosa para estar allí escondida.
—Dios bendito —Pedro entró sabiendo que Paula había descubierto una mina de oro.
No iba a cambiar el hotel, iba a restaurarlo. La idea lo emocionó. Disfrutaba de la parte creativa de su trabajo tanto como de la dirección. Era la mayor razón por la que quería salir de la sombra de su padre.
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