Paula tenía los labios hinchados de tantos besos y los ojos somnolientos. Él le acarició la boca, pensando que nunca se cansaría de ella. Estaba exhausto de hacer el amor, pero seguía queriendo tumbarse a su lado, abrazándola. Tal vez, Alfredo Chaves había encontrado, al fin, su punto débil. Un talón de Aquiles que él mismo había ignorado hasta ese momento.
—Supongo que tenemos que levantarnos —comentó ella.
—Estaba pensando en llevarte al dormitorio.
—¿Y a qué estás esperando?
Pedro la tomó en sus brazos. Paula le rodeó los hombros, rozándolo con el pelo mientras la llevaba escaleras abajo.Era una delicia estar así, entre sus brazos, en su yate, pensó ella.
—¿Qué estás pensando? —preguntó él, cuando se dió cuenta de que Paula lo estaba mirando.
—Que esto es exactamente lo que necesitaba.
Pedro sentía lo mismo, pero no estaba dispuesto a admitirlo en voz alta. Sabía que debía tener cuidado, si no quería perder las riendas. Y sabía que aquello no había hecho más que empezar. Quería seguir haciéndole el amor, pues de ninguna manera se había saciado aún. La contempló tumbada en el centro de su cama. Quería más de ella.
—Tengo que ir a lavarme —dijo él.
No era romántico, pero el sexo no tenía por qué ser romántico. Descalzo, se fue al baño, se lavó y volvió a la cama con una toalla húmeda ytemplada para limpiarla con suavidad entre las piernas. Después, ella se acurrucó a su lado bajo el edredón. Pedro la rodeó con sus brazos y sintió el cálido aliento de ella en el pecho. Hasta entonces, no se había dado cuenta de que ella no había dicho nada desde que la había llevado al dormitorio.
—¿Estás bien? —preguntó él, acariciándole la espalda.
Ella se encogió de hombros.
—¿Paula?
—¿Sí?
—Habla conmigo —pidió él.
Quería conocer sus secretos. Sabía que, en ese momento, los dos eran vulnerables.
—No estoy segura de qué decir. Creí que podía acostarme contigo y seguir manteniendo las distancias durante las negociaciones, pero ahora ya no estoy tan segura. Igual esto no ha sido buena idea.
Pedro la miró a los ojos.
—Yo tampoco lo sé, pero creo que ha sido inevitable. No podíamos seguir esperando.
—¿Por qué?
—La atracción que sentimos es demasiado intensa —señaló él, sin querer reconocer del todo lo mucho que la necesitaba.
—Así es.
—Durante todo el día, me he estado distrayendo con tu escote cada vez que te inclinabas hacia delante para señalar algo en el mapa.
Paula se rio con suavidad.
—Lo recordaré la próxima vez.
—Seguro que sí. No le demos más vueltas —sugirió él—. Ahora no estamos negociando. Solo somos dos personas, un hombre y una mujer.
—Lo dices como si fuera muy fácil. Pero yo sé que todo tiene sus consecuencias.
—¿Y las consecuencias tienen que ser siempre malas?
—No, claro. Pero temo lastimar a mis abuelos… otra vez.
Pedro se incorporó sobre el codo, para observarla mejor.
—Cuéntamelo. ¿Qué has hecho para lastimarlos antes?
Paula se abrazó a sí misma, con un gesto que a Pedro no le gustó. Ella no tenía por qué sentirse desprotegida a su lado.
—No creo que sea una historia adecuada para contártela esta noche. Ya te hablaré de ello otro día —dijo ella.
—¿Mañana? —preguntó él—. ¿Después de prepararme la cena?
—No seas tan directivo —replicó ella, sonriendo.
—Es parte de mi encanto.
—Creo que sobreestimas tu encanto.
—¿De verdad?
—Bueno, solo un poco —respondió ella, acariciándole el pecho.
Pedro dejó de tener ganas de hablar. Solo quería hacerle el amor y sostenerla entre sus brazos mientras los dos se rendían al sueño.
A la mañana siguiente, Pedro se duchó en el baño de invitados y le dejó a Paula el de la habitación principal. Antes, recogió le ropa de ella y se la extendió en la cama,para que la encontrara cuando saliera de la ducha. Desde la primera vez que la había visto, se había sentido fuera de combate.Aquello no estaba bien, pues él era un hombre de negocios y no podía dejarse embaucar por una mujer. Además, no debía olvidar que Paula no era solo una mujer hermosa. También era un poderoso adversario. Sin embargo, de alguna manera, sabía que algo había cambiado en sus planes. Y,por mucho que hubiera querido mantener separados los negocios y su vida personal,la frontera se había difuminado.
Su agenda electrónica sonó, sacándole de sus pensamientos. Era un aviso de la reunión que tenía a las diez de la mañana con Sergio Strong. Todavía le quedaba una hora para prepararse, pero no iba a poder ser puntual si tenía que llevar el barco al muelle y dejar a Paula en su hotel, pensó.
jueves, 28 de septiembre de 2017
Inevitable Atracción: Capítulo 23
Paula sintió que todo su cuerpo latía de gozo. Él la besó entre las piernas y jugó con los dedos en su parte más íntima. Arqueó el cuerpo, sintiendo cómo él la penetraba con su lengua, volviéndola loca de placer.
Acomodándose entre sus piernas, Pedro levantó la cabeza y la observó. Sus ojos seencontraron en un instante mágico e inexplicable, ella se sintió como si él hubiera descubierto su secreto más íntimo, que había permanecido oculto para todos, inclusopara ella misma. Pedro inclinó la cabeza de nuevo y siguió dedicándose a darle placer. Ella se estremeció, notando cómo los pezones se le endurecían Pensando que quería tenerlo dentro, lo agarró de los hombros para hacerlo subir.Pero él se quedó donde estaba. Con dientes y lengua, él la estaba llevando al clímax. Ella levantó los muslos y le apretó la cabeza, hasta que el orgasmo la envolvió con una fuerza arrolladora.
—Pedro, no pares —gritó ella.
Un mar de sensaciones la envolvió con un placer tanintenso que casi daba miedo. Él no apartó su boca de ella hasta que Paula dejó de temblar en sus brazos.Entonces, ella lo agarró de los hombros, haciéndolo subir. Sin embargo, él se sentósobre los talones y la observó.
Paula quería darle el mismo placer que él le había dado. Así que se incorporó y lo hizo tumbarse sobre las almohadas. Luego, le bajó la cremallera y sacó su potente erección. Tenía el miembro un poco húmedo en la punta. Estremeciéndose, ella tomó su fluido con el dedo y lo lamió. Sabía un poco salado, como sus besos, pensó, mientras lo acariciaba dearriba abajo, rozándole la punta con el dedo al mismo tiempo. Pedro se quedó sin aliento, cada vez más excitado. Cuando ella se inclinó y le rozó con el pelo, él se estremeció, la agarró y la acercó hasta que la punta de los labios deella tocaron su erección. Ella le lamió la punta y, a continuación, lo tomó con su boca. Él gimió. Era unasensación deliciosa, pensó ella. Su longitud era demasiada como para devorarlo entero, así que utilizó también la mano para acariciarlo, mientras deslizaba la lenguapor la punta. Pedro apretó las manos en el pelo de ella y la obligó a subir la cabeza.
—No sigas. Necesito estar dentro de tí. Ahora —afirmó él, tumbándola de espaldas y colocándose entre sus piernas.
Cuando encontró su entrada, ambos se estremecieron ante una sensación tan íntima.
—Eres deliciosa —dijo él—. ¿Voy a por un preservativo?
—Estoy tomando la píldora.
—Bien —repuso él y la penetró.
Paula llegó al orgasmo en ese momento, mientras él se abría camino a su interior. Pedro entró y salió y entró de nuevo con largas y profundas arremetidas, haciéndola gemir y retorcerse debajo de él.
—Me encanta —le susurró ella entre jadeos.
—Y a mí —respondió él, moviendo las caderas entre sus piernas.
Abrumada por tanto placer, Paula notó que su cuerpo se preparaba para abrazar de nuevo el éxtasis. Y parecía que iba a ser todavía más intenso que los dos anteriores. Pedro colocó las manos debajo de ella, agarrándole de los glúteos y haciéndole levantar las caderas para poder penetrarla más en profundidad. Y se inclinó,musitándole palabras calientes al oído, mientras ella temblaba, a punto de estallar.Cuando él comenzó a moverse más y más deprisa, ella gritó de placer con el orgasmo. La penetró una vez más y derramó su cálida semilla dentro de ella, hasta que dejó caer su cuerpo, jadeando y bañado y sudor. Ella lo rodeó con piernas y brazos,como si nunca quisiera dejarlo marchar. Mirando al cielo, entonces, Paula se dió cuenta de que así era. No quería dejarlo marchar.
Acomodándose entre sus piernas, Pedro levantó la cabeza y la observó. Sus ojos seencontraron en un instante mágico e inexplicable, ella se sintió como si él hubiera descubierto su secreto más íntimo, que había permanecido oculto para todos, inclusopara ella misma. Pedro inclinó la cabeza de nuevo y siguió dedicándose a darle placer. Ella se estremeció, notando cómo los pezones se le endurecían Pensando que quería tenerlo dentro, lo agarró de los hombros para hacerlo subir.Pero él se quedó donde estaba. Con dientes y lengua, él la estaba llevando al clímax. Ella levantó los muslos y le apretó la cabeza, hasta que el orgasmo la envolvió con una fuerza arrolladora.
—Pedro, no pares —gritó ella.
Un mar de sensaciones la envolvió con un placer tanintenso que casi daba miedo. Él no apartó su boca de ella hasta que Paula dejó de temblar en sus brazos.Entonces, ella lo agarró de los hombros, haciéndolo subir. Sin embargo, él se sentósobre los talones y la observó.
Paula quería darle el mismo placer que él le había dado. Así que se incorporó y lo hizo tumbarse sobre las almohadas. Luego, le bajó la cremallera y sacó su potente erección. Tenía el miembro un poco húmedo en la punta. Estremeciéndose, ella tomó su fluido con el dedo y lo lamió. Sabía un poco salado, como sus besos, pensó, mientras lo acariciaba dearriba abajo, rozándole la punta con el dedo al mismo tiempo. Pedro se quedó sin aliento, cada vez más excitado. Cuando ella se inclinó y le rozó con el pelo, él se estremeció, la agarró y la acercó hasta que la punta de los labios deella tocaron su erección. Ella le lamió la punta y, a continuación, lo tomó con su boca. Él gimió. Era unasensación deliciosa, pensó ella. Su longitud era demasiada como para devorarlo entero, así que utilizó también la mano para acariciarlo, mientras deslizaba la lenguapor la punta. Pedro apretó las manos en el pelo de ella y la obligó a subir la cabeza.
—No sigas. Necesito estar dentro de tí. Ahora —afirmó él, tumbándola de espaldas y colocándose entre sus piernas.
Cuando encontró su entrada, ambos se estremecieron ante una sensación tan íntima.
—Eres deliciosa —dijo él—. ¿Voy a por un preservativo?
—Estoy tomando la píldora.
—Bien —repuso él y la penetró.
Paula llegó al orgasmo en ese momento, mientras él se abría camino a su interior. Pedro entró y salió y entró de nuevo con largas y profundas arremetidas, haciéndola gemir y retorcerse debajo de él.
—Me encanta —le susurró ella entre jadeos.
—Y a mí —respondió él, moviendo las caderas entre sus piernas.
Abrumada por tanto placer, Paula notó que su cuerpo se preparaba para abrazar de nuevo el éxtasis. Y parecía que iba a ser todavía más intenso que los dos anteriores. Pedro colocó las manos debajo de ella, agarrándole de los glúteos y haciéndole levantar las caderas para poder penetrarla más en profundidad. Y se inclinó,musitándole palabras calientes al oído, mientras ella temblaba, a punto de estallar.Cuando él comenzó a moverse más y más deprisa, ella gritó de placer con el orgasmo. La penetró una vez más y derramó su cálida semilla dentro de ella, hasta que dejó caer su cuerpo, jadeando y bañado y sudor. Ella lo rodeó con piernas y brazos,como si nunca quisiera dejarlo marchar. Mirando al cielo, entonces, Paula se dió cuenta de que así era. No quería dejarlo marchar.
Inevitable Atracción: Capítulo 22
—Pues… hablar no me va a ayudar. ¿Por qué no pones tus labios sobre los míos y me haces olvidar?
—¿Tanto poder tengo sobre tí? —preguntó él, arqueando una ceja.
—Ni te lo imaginas.
Selena quería sentir su boca. Necesitaba que la tocara. Estaba cansada de ser una buena chica y vivir una vida recatada. Necesitaba la oportunidad de dejarse llevar, sin lastres, y Pedro se la estaba ofreciendo.
—Bésame.
—Sí —dijo él, y obedeció, mordisqueándole y chupándole el labio inferior.
Ella deslizó las manos bajo su camisa, palpando su calidez y la fortaleza de sus músculos. Le acarició el pecho y siguió el camino de vello que bajaba hacia la cintura. Entonces, Paula se apartó un poco para poder mirarlo. Pedro estaba recostado enlos cojines, con la camisa abierta. Parecía un poderoso sultán y ella se sintió como una esclava del sexo, ansiosa por complacerlo. Ella le quitó la camisa y él le desabrochó la blusa. Cuando esta se abrió, Pedro la sujetó de la cintura y la levantó, para colocarla sobre sus muslos. Luego, le metió lasmanos debajo de la blusa, acariciándole el vientre. A continuación, se la quitó y, despacio, le recorrió el sujetador con las manos,deteniéndose en la curva de sus pechos. A Paula se le puso la piel de gallina y se leendurecieron los pezones, ansiando ser tocados por aquellos fuertes dedos. Él le desabrochó el sujetador en la espalda y, con cuidado, se lo quitó, dejando sus pechos al descubierto. Dejó la prenda interior en el suelo, junto a la blusa. Tomando ambos pechos en las manos, Pedro le frotó los pezones con un movimiento circular. La sensación le provocó una deliciosa reacción en cadena.Dejándose llevar por el instinto, se apretó contra la erección de él para satisfacer eldeseo que le ardía entre las piernas. Pedro siguió prestando atención a sus pechos y, despacio, rodeó la areola de unode ellos con el índice. A continuación, agachó la cabeza, sujetando a Paula por la espalda. Ella sintió su aliento contra la piel y, después, la humedad de su lengua.
—Más —rogó ella, desesperada por sentir toda la boca de él rodeándole el pezón— Por favor.
Paula sintió el roce de su pelo cuando Pedro meneó la cabeza y siguió recorriéndole el pezón con la punta de la lengua. Desesperada por sentir su boca, ella notó que se le humedecían las braguitas.Intentó apretarlo contra sus pechos, pero él se resistió.
—No, hasta que yo lo decida —dijo él.
—Decídelo —ordenó ella.
—Todavía, no —replicó él con una sonrisa maliciosa.
Pedro aplicó la misma deliciosa tortura al otro pecho, haciéndola retorcerse de placer. Cuando él levantó la cabeza, Paula lo vió estremecerse y se alegró de comprobar que también ella tenía poder sobre él. Inclinándose hacia delante, enredó los dedos en su pelo y se frotó los pechos contra el torso de él. Pedro dejó escapar un gemido, ronco y grave.
—¿Te gusta? —le susurró ella al oído.
—Mucho —confesó él.
Sujetándola de la cintura, la echó hacia atrás, la colocó sobre los cojines y se posó sobre ella, apoyándose en los brazos. Paula gimió con suavidad al notar la erección de él en su parte más íntima.
—¿Te gusta esto?
—Sssí.
Él sonrió y agachó la cabeza para recorrerle el cuello con la lengua. Poco a poco, fue bajando hasta sus pechos. Cuando le envolvió ambos pechos en las manos, Paula se apretó contra él,pidiéndole más. Necesitaba a ese hombre. Ansiaba sentirlo desnudo y caliente dentrode ella.
Ella separó las piernas, rodeándolo por las caderas. Él pronunció su nombre conun suave rugido. Sin dejar de seducirla con su lengua, Pedro le levantó la falda. Ella arqueó las caderas y gimió, notando su erección entre los muslos. Entonces, él le sujetó de los glúteos y le bajó las braguitas, poniéndose de rodillasentre sus piernas. Después de tirar a un lado la ropa interior de ella, Pedro la miró. Su pecho se hinchaba y bajaba con cada respiración y tenía la piel sonrojada. La erección de él era notable bajo sus pantalones, observó Paula, orgullosa deprovocarle tan poderoso efecto. Entonces, ella se colocó las manos entrelazadas detrás de la cabeza, bajo la atentamirada de Pedro. Paula levantó la pierna izquierda y la dejó caer abierta, exponiendo su parte más íntima. Él le sujetó los tobillos y le separó las piernas todavía más.
—Eres la mujer más hermosa que he visto jamás —dijo él—. Quiero tomarme tiempo para explorar cada centímetro de ti, pero mi cuerpo quiere otra cosa.
—¿Y qué quieres tú, Pedro?
—Escucharte gemir mi nombre mientras me hundo en tu sedoso cuerpo.
—Y yo —afirmó ella. Había pasado mucho tiempo desde la última vez que había disfrutado de un hombre solo por el placer de hacerlo—. Ven a mí.
—No —repuso él—. Quiero que sea especial. Quiero que tu orgasmo sea tan fuerte que te haga olvidar a cualquier otro hombre que no sea yo.
Ella ladeó la cabeza, observándolo. Ya había borrado de su mente a los demás hombres. Solo soñaba con él… ¿Sería eso un error? Meneando la cabeza para dejar de pensar, se dijo que lo deseaba tanto que,en ese momento, no le importaba lo que pasara después. Ya se enfrentaría a las consecuencias cuando hiciera falta. Ella sintió el calor de su aliento en el estómago y cómo le acariciaba el ombligo con la punta del dedo. Poco a poco, él fue bajando hasta la cicatriz del muslo, para recorrérsela con el dedo y, luego, con la lengua.
—¿Tanto poder tengo sobre tí? —preguntó él, arqueando una ceja.
—Ni te lo imaginas.
Selena quería sentir su boca. Necesitaba que la tocara. Estaba cansada de ser una buena chica y vivir una vida recatada. Necesitaba la oportunidad de dejarse llevar, sin lastres, y Pedro se la estaba ofreciendo.
—Bésame.
—Sí —dijo él, y obedeció, mordisqueándole y chupándole el labio inferior.
Ella deslizó las manos bajo su camisa, palpando su calidez y la fortaleza de sus músculos. Le acarició el pecho y siguió el camino de vello que bajaba hacia la cintura. Entonces, Paula se apartó un poco para poder mirarlo. Pedro estaba recostado enlos cojines, con la camisa abierta. Parecía un poderoso sultán y ella se sintió como una esclava del sexo, ansiosa por complacerlo. Ella le quitó la camisa y él le desabrochó la blusa. Cuando esta se abrió, Pedro la sujetó de la cintura y la levantó, para colocarla sobre sus muslos. Luego, le metió lasmanos debajo de la blusa, acariciándole el vientre. A continuación, se la quitó y, despacio, le recorrió el sujetador con las manos,deteniéndose en la curva de sus pechos. A Paula se le puso la piel de gallina y se leendurecieron los pezones, ansiando ser tocados por aquellos fuertes dedos. Él le desabrochó el sujetador en la espalda y, con cuidado, se lo quitó, dejando sus pechos al descubierto. Dejó la prenda interior en el suelo, junto a la blusa. Tomando ambos pechos en las manos, Pedro le frotó los pezones con un movimiento circular. La sensación le provocó una deliciosa reacción en cadena.Dejándose llevar por el instinto, se apretó contra la erección de él para satisfacer eldeseo que le ardía entre las piernas. Pedro siguió prestando atención a sus pechos y, despacio, rodeó la areola de unode ellos con el índice. A continuación, agachó la cabeza, sujetando a Paula por la espalda. Ella sintió su aliento contra la piel y, después, la humedad de su lengua.
—Más —rogó ella, desesperada por sentir toda la boca de él rodeándole el pezón— Por favor.
Paula sintió el roce de su pelo cuando Pedro meneó la cabeza y siguió recorriéndole el pezón con la punta de la lengua. Desesperada por sentir su boca, ella notó que se le humedecían las braguitas.Intentó apretarlo contra sus pechos, pero él se resistió.
—No, hasta que yo lo decida —dijo él.
—Decídelo —ordenó ella.
—Todavía, no —replicó él con una sonrisa maliciosa.
Pedro aplicó la misma deliciosa tortura al otro pecho, haciéndola retorcerse de placer. Cuando él levantó la cabeza, Paula lo vió estremecerse y se alegró de comprobar que también ella tenía poder sobre él. Inclinándose hacia delante, enredó los dedos en su pelo y se frotó los pechos contra el torso de él. Pedro dejó escapar un gemido, ronco y grave.
—¿Te gusta? —le susurró ella al oído.
—Mucho —confesó él.
Sujetándola de la cintura, la echó hacia atrás, la colocó sobre los cojines y se posó sobre ella, apoyándose en los brazos. Paula gimió con suavidad al notar la erección de él en su parte más íntima.
—¿Te gusta esto?
—Sssí.
Él sonrió y agachó la cabeza para recorrerle el cuello con la lengua. Poco a poco, fue bajando hasta sus pechos. Cuando le envolvió ambos pechos en las manos, Paula se apretó contra él,pidiéndole más. Necesitaba a ese hombre. Ansiaba sentirlo desnudo y caliente dentrode ella.
Ella separó las piernas, rodeándolo por las caderas. Él pronunció su nombre conun suave rugido. Sin dejar de seducirla con su lengua, Pedro le levantó la falda. Ella arqueó las caderas y gimió, notando su erección entre los muslos. Entonces, él le sujetó de los glúteos y le bajó las braguitas, poniéndose de rodillasentre sus piernas. Después de tirar a un lado la ropa interior de ella, Pedro la miró. Su pecho se hinchaba y bajaba con cada respiración y tenía la piel sonrojada. La erección de él era notable bajo sus pantalones, observó Paula, orgullosa deprovocarle tan poderoso efecto. Entonces, ella se colocó las manos entrelazadas detrás de la cabeza, bajo la atentamirada de Pedro. Paula levantó la pierna izquierda y la dejó caer abierta, exponiendo su parte más íntima. Él le sujetó los tobillos y le separó las piernas todavía más.
—Eres la mujer más hermosa que he visto jamás —dijo él—. Quiero tomarme tiempo para explorar cada centímetro de ti, pero mi cuerpo quiere otra cosa.
—¿Y qué quieres tú, Pedro?
—Escucharte gemir mi nombre mientras me hundo en tu sedoso cuerpo.
—Y yo —afirmó ella. Había pasado mucho tiempo desde la última vez que había disfrutado de un hombre solo por el placer de hacerlo—. Ven a mí.
—No —repuso él—. Quiero que sea especial. Quiero que tu orgasmo sea tan fuerte que te haga olvidar a cualquier otro hombre que no sea yo.
Ella ladeó la cabeza, observándolo. Ya había borrado de su mente a los demás hombres. Solo soñaba con él… ¿Sería eso un error? Meneando la cabeza para dejar de pensar, se dijo que lo deseaba tanto que,en ese momento, no le importaba lo que pasara después. Ya se enfrentaría a las consecuencias cuando hiciera falta. Ella sintió el calor de su aliento en el estómago y cómo le acariciaba el ombligo con la punta del dedo. Poco a poco, él fue bajando hasta la cicatriz del muslo, para recorrérsela con el dedo y, luego, con la lengua.
Inevitable Atracción: Capítulo 21
A Pedro siempre le había gustado el mar. Era el único sitio donde sus hermanos y él habían estado a solas con su padre. Como su madre se mareaba, nunca salía en el barco con ellos. Su padre les había enseñado a los tres hermanos todo lo que necesitaban saber para navegar. Pero nunca les había dado ninguna lección útil sobe las mujeres. Y,cuando los tres se habían ido haciendo mayores, su padre les había advertido que no se enamoraran. «El amor es un dulce trampa, chicos», solía decirles. Sentado en cubierta bajo la luz de la luna, escuchando la melodiosa voz de Paula ,no le encajaban las palabras de su padre. Esa mujer era distinta, pensó.
—La cena estaba muy rica —comentó ella—. Aunque no me hayas mostrado tus talentos culinarios.
—Me han ayudado un poco en el restaurante, ¿Y qué?
—Nada. Pero mañana te voy a invitar yo a cenar.
—¿De verdad? —preguntó él.
Perfecto, pues lo que quería era pasar con ella todas las noches. Quería aprovechar cada minuto que tuvieran para estar juntos.
—De verdad. Hasta pienso cocinar para tí. El único plato que sé hacer.
—¿Y qué es? —quiso saber él, sospechando que debía cocinar mejor de lo que decía.
—Un plato tradicional cubano. No pienso decirte nada más. Quiero que sea una sorpresa.
—Ya me has sorprendido. Pensé que nunca ibas a invitarme a salir —señaló él con tono burlón.
—Hasta ahora, no había tenido oportunidad. No has dejado de perseguirme desde que nos conocimos. Siempre te me adelantabas.
—Es culpa tuya.
—¿Cómo es posible?
—¡Eres demasiado atractiva! No podía dejar que se me escapara ninguna oportunidad de estar contigo.
Paula dejó su vaso de vino y se acercó para sentarse a su lado. Cuando se movió,la blusa dejó entrever por el escote un ápice de su sujetador rosa.
—Me alegro de que así fuera —aseguró ella con voz suave y seductora.
Todas las hormonas de Pedro se dispararon al mismo tiempo. No podía seguir conteniéndose. La vida rara vez ofrecía una oportunidad como la que Paula representaba para él. Era todo lo que siempre había buscado en una mujer. Alargando la mano, Pedro la tocó, recorriéndole la blusa y la piel que asomaba porsu escote.
—Desabróchate la camisa —pidió ella—. Quiero verte el pecho.
—¿Ah, sí? Mordiéndose el labio inferior, Paula asintió.
—Hazlo tú.
—Debería haberme imaginado que tú querías llevar la batuta —señaló ella,arqueando una ceja.
—Siempre llevo la batuta —admitió él, llevándose las manos de ella a la boca para besarlas, antes de ponérselas sobre el pecho.
Paula se tomó su tiempo con los botones, acariciándole el pecho cada vez que le desabrochaba uno. Se detuvo en la cicatriz del esternón y se la tocó con el dedo índice.
—¿Cómo te la hiciste?
—Me gustaría poder contarte una historia llena de glamour… Pero me la hice en la universidad, cuando era joven e inquieto. No tiene nada de sensual, no hablemos de ello.
—Quiero saberlo. Yo tengo una larga cicatriz en el muslo que puede que te enseñe si me lo cuentas —insistió ella, recorriéndole la cicatriz con la punta de una uña.
Pedro se estremeció, disfrutando de su contacto. Además, le intrigó verle el muslo a ella.
—Una fiesta, muchas chicas y una necesidad impulsiva de hacerme el chulito. Eso fue lo que provocó esta cicatriz.
—No pensé que fueras de los chulitos —dijo ella, riendo.
—Hago todo lo posible por llamar la atención de una chica, por si no te habías dado cuenta.
Ella se acercó, poniéndose de rodillas, y le apoyó ambas manos en los hombros.
—Tiene toda mi atención, señor Alfonso. ¿Qué va a hacer con ella?
Él la sujetó de la cintura y la acercó más, hasta colocarla a horcajadas sobre sus caderas. Cuando ella se movió, sintió su centro más íntimo rozándose con su erección.
—Ahora tengo tu atención yo también —añadió ella.
—Sí. Cuéntame lo de tu cicatriz.
—No sé si me has contado lo suficiente como para que te la enseñe.
—Voy a verla —dijo él, y le deslizó las manos bajo la falda, tocándole cada milímetro de los muslos. No notó nada en el izquierdo, pero en el derecho encontróuna ligera abrasión—. Creo que la he encontrado.
—Sí —confirmó ella.
Entonces, se inclinó para besarlo y él la dejó tomar las riendasdel momento. Pedro le recorrió la espalda con las manos y ella trató de olvidarse de todo, menos de las sensaciones que la envolvían. Intentó no pensar y limitarse a gozar del instante, en aquella hermosa y cálida noche en medio del mar, con ese hombre que deseaba su cuerpo. Una novedosa sensación de libertad se apoderó de ella. Nunca se había sentido tan libre. Y era gracias a él. No le importaba que, después, pudiera lamentarlo. En el presente, estaba haciendo justo lo que necesitaba.
—¿Por qué has dejado de besarme? —preguntó él.
—Intento no pensar. Pero no lo consigo.
—Entonces, es que no lo estoy haciendo bien —señaló él—. Deberías dejar atrás todas tus preocupaciones entre mis brazos.
—La cena estaba muy rica —comentó ella—. Aunque no me hayas mostrado tus talentos culinarios.
—Me han ayudado un poco en el restaurante, ¿Y qué?
—Nada. Pero mañana te voy a invitar yo a cenar.
—¿De verdad? —preguntó él.
Perfecto, pues lo que quería era pasar con ella todas las noches. Quería aprovechar cada minuto que tuvieran para estar juntos.
—De verdad. Hasta pienso cocinar para tí. El único plato que sé hacer.
—¿Y qué es? —quiso saber él, sospechando que debía cocinar mejor de lo que decía.
—Un plato tradicional cubano. No pienso decirte nada más. Quiero que sea una sorpresa.
—Ya me has sorprendido. Pensé que nunca ibas a invitarme a salir —señaló él con tono burlón.
—Hasta ahora, no había tenido oportunidad. No has dejado de perseguirme desde que nos conocimos. Siempre te me adelantabas.
—Es culpa tuya.
—¿Cómo es posible?
—¡Eres demasiado atractiva! No podía dejar que se me escapara ninguna oportunidad de estar contigo.
Paula dejó su vaso de vino y se acercó para sentarse a su lado. Cuando se movió,la blusa dejó entrever por el escote un ápice de su sujetador rosa.
—Me alegro de que así fuera —aseguró ella con voz suave y seductora.
Todas las hormonas de Pedro se dispararon al mismo tiempo. No podía seguir conteniéndose. La vida rara vez ofrecía una oportunidad como la que Paula representaba para él. Era todo lo que siempre había buscado en una mujer. Alargando la mano, Pedro la tocó, recorriéndole la blusa y la piel que asomaba porsu escote.
—Desabróchate la camisa —pidió ella—. Quiero verte el pecho.
—¿Ah, sí? Mordiéndose el labio inferior, Paula asintió.
—Hazlo tú.
—Debería haberme imaginado que tú querías llevar la batuta —señaló ella,arqueando una ceja.
—Siempre llevo la batuta —admitió él, llevándose las manos de ella a la boca para besarlas, antes de ponérselas sobre el pecho.
Paula se tomó su tiempo con los botones, acariciándole el pecho cada vez que le desabrochaba uno. Se detuvo en la cicatriz del esternón y se la tocó con el dedo índice.
—¿Cómo te la hiciste?
—Me gustaría poder contarte una historia llena de glamour… Pero me la hice en la universidad, cuando era joven e inquieto. No tiene nada de sensual, no hablemos de ello.
—Quiero saberlo. Yo tengo una larga cicatriz en el muslo que puede que te enseñe si me lo cuentas —insistió ella, recorriéndole la cicatriz con la punta de una uña.
Pedro se estremeció, disfrutando de su contacto. Además, le intrigó verle el muslo a ella.
—Una fiesta, muchas chicas y una necesidad impulsiva de hacerme el chulito. Eso fue lo que provocó esta cicatriz.
—No pensé que fueras de los chulitos —dijo ella, riendo.
—Hago todo lo posible por llamar la atención de una chica, por si no te habías dado cuenta.
Ella se acercó, poniéndose de rodillas, y le apoyó ambas manos en los hombros.
—Tiene toda mi atención, señor Alfonso. ¿Qué va a hacer con ella?
Él la sujetó de la cintura y la acercó más, hasta colocarla a horcajadas sobre sus caderas. Cuando ella se movió, sintió su centro más íntimo rozándose con su erección.
—Ahora tengo tu atención yo también —añadió ella.
—Sí. Cuéntame lo de tu cicatriz.
—No sé si me has contado lo suficiente como para que te la enseñe.
—Voy a verla —dijo él, y le deslizó las manos bajo la falda, tocándole cada milímetro de los muslos. No notó nada en el izquierdo, pero en el derecho encontróuna ligera abrasión—. Creo que la he encontrado.
—Sí —confirmó ella.
Entonces, se inclinó para besarlo y él la dejó tomar las riendasdel momento. Pedro le recorrió la espalda con las manos y ella trató de olvidarse de todo, menos de las sensaciones que la envolvían. Intentó no pensar y limitarse a gozar del instante, en aquella hermosa y cálida noche en medio del mar, con ese hombre que deseaba su cuerpo. Una novedosa sensación de libertad se apoderó de ella. Nunca se había sentido tan libre. Y era gracias a él. No le importaba que, después, pudiera lamentarlo. En el presente, estaba haciendo justo lo que necesitaba.
—¿Por qué has dejado de besarme? —preguntó él.
—Intento no pensar. Pero no lo consigo.
—Entonces, es que no lo estoy haciendo bien —señaló él—. Deberías dejar atrás todas tus preocupaciones entre mis brazos.
martes, 26 de septiembre de 2017
Inevitable Atracción: Capítulo 20
Dos días después, Paula estaba en el yate de Pedro, navegando por la bahía Vizcaína. Él no había dejado de perseguirla. Al principio, a ella le había sorprendido que hubiera reservado una suite en su mismo hotel. Pero así era él, un hombre muy persistente.
—Había olvidado lo mucho que me gusta Miami —comentó ella.
—¿Y las noches aquí? ¿A que son preciosas? —preguntó él, al timón en la cabina de mandos, junto a ella.
—Me encantan las noches —contestó ella, acariciándole el hombro. Le gustaba sentir sus fuertes músculos bajo la camisa.
—La reunión de comité ha ido bien hoy, ¿No te parece? —señaló él.
Paula meneó la cabeza.
—Estamos de vacaciones, así que no podemos hablar de trabajo.
—¿Estás segura? —preguntó él, arqueando una ceja.
Ella asintió. Llevaba dos noches teniendo sueños ardientes con Pedro. Desde que lo había conocido, no había podido dejar de pensar en él. Y esa noche, con la brisa del mar en el pelo y el olor del océano, se dió cuenta de que no iba a poder olvidarlo nunca. Y reconoció que, aunque luego fuera a arrepentirse, estaba decidida a teneruna aventura con él. Quería conocerlo por dentro. Quería poseer al hombre que se ocultaba tras la superficie. ¿Poseerlo? ¿De veras quería poseerlo?, caviló Paula. Lo quería tener en su cama…¿Y algo más?
—Estoy segura. Pero esto solo puede ser una aventura, Pedro, nada más.
—Estoy de acuerdo. ¿Te importa ayudarme con la cena?
—Bueno, aunque te confieso que mi talento culinario deja mucho que desear — contestó ella—. Sobrevivo con platos precocinados.
—Pues te sientan muy bien —observó él, recorriéndole las curvas con la mirada.
—¿Qué quieres que haga?
—Tengo una cesta con un picnic preparado en la mesa de la cocina y una botella de vino enfriándose en la nevera. ¿Puedes subirlo?
—Sí. ¿Vamos a cenar en cubierta?
—Sí… en la popa, donde están los cojines para sentarse. Buscaré un buen sitio para echar el ancla y nos veremos allí.
Paula pasó delante de él para bajar las escaleras, pero Pedro la detuvo, tocándole la cintura con suavidad.
—¿Sí?
—Me alegro mucho de estar contigo aquí —confesó él.
A Paula le dió un brinco el corazón al escucharlo. Podía ser un hombre muy dulce
cuando no era arrogante.
—Y yo.
Pedro se inclinó y la besó. Paula lo saboreó, agarrándose a sus hombros, dándose cuenta de que aquello era justo lo que necesitaba. Había pasado demasiado tiempo sola, reflexionó. Se había refugiado en eltrabajo para olvidar sus penas y su temor a estar con otro hombre. En ese momento, le pareció que él sería el remedio perfecto. Entonces, una ola sacudió el barco, haciéndolos perder el equilibrio. Ella cayó sobre Pedro, que los sujetó a ambos.
—Es mejor que ponga atención en el rumbo —dijo él.
—Sí. Tengo planes para tí—indicó ella.
—¿Ah, sí? —preguntó él, arqueando las cejas.
—Sí… Has mencionado una botella de vino… Puede que necesite a un hombre fuerte para abrirla.
Pedro echó la cabeza hacia atrás, riendo. Paula sonrió. Eso era lo que necesitaba,un respiro después de un largo día de negociaciones, pensó. Y no le importaba quefuera con el mismo hombre con el que había estado discutiendo todo el día. Paula bajó las escaleras y entró en la cocina. Había estado en algún yate antes y,aunque ese era muy lujoso, no la hacía sentir incómoda. Pedro lo había convertido en un lugar acogedor. Lo que más le gustaba era una foto de él con sus hermanos, todos sin camiseta y muy guapos, jugando voleibol en la playa. Cuando se acercó a la foto para verla mejor, se dió cuenta de que él tenía una cicatriz en el esternón. Tocándola con la punta del dedo, se preguntó cómo se la habría hecho. Había muchas cosas de él que le gustaría conocer, aunque sabía que debía sercautelosa en el terreno de lo personal. Si iban a compartir una aventura nada más, no debería saber mucho de él. ¿Cómo iba a hacerlo? Quería saberlo todo. Además, necesitaba adivinar cuáles eran suspuntos débiles para que Justin no tuviera ventaja sobre ella. ¿Podría hacerlo? Diablos, al menos, iba a intentarlo, se dijo ella. No pensaba alejarse de él, fuerao no sensato. Entonces, oyó que se paraban los motores y las hélices y cómo se boyaba el ancla.Saliendo de su ensimismamiento, se dió cuenta de que había estado embelesada mirando la foto en vez de hacer lo que él le había pedido. Abrió la nevera y sacó una botella de Coppola Pinot Grigio. Tomó también la cestade picnic, que era muy pesada. Justo cuando Pedro estaba bajando de la cabina de mandos, ella salió a cubierta.
—Deja que lleve la cesta —se ofreció él.
Paula se la tendió y lo siguió a la parte trasera del barco, donde había unos cojines preparados para sentarse. Pedro apretó un botón y una suave música comenzó asonar. Ella se estremeció, pensando que aquella noche era como una fantasía hecha realidad. De alguna manera, él había sabido ver dentro de su alma para saber que eso era lo a ella le gustaba.
—Había olvidado lo mucho que me gusta Miami —comentó ella.
—¿Y las noches aquí? ¿A que son preciosas? —preguntó él, al timón en la cabina de mandos, junto a ella.
—Me encantan las noches —contestó ella, acariciándole el hombro. Le gustaba sentir sus fuertes músculos bajo la camisa.
—La reunión de comité ha ido bien hoy, ¿No te parece? —señaló él.
Paula meneó la cabeza.
—Estamos de vacaciones, así que no podemos hablar de trabajo.
—¿Estás segura? —preguntó él, arqueando una ceja.
Ella asintió. Llevaba dos noches teniendo sueños ardientes con Pedro. Desde que lo había conocido, no había podido dejar de pensar en él. Y esa noche, con la brisa del mar en el pelo y el olor del océano, se dió cuenta de que no iba a poder olvidarlo nunca. Y reconoció que, aunque luego fuera a arrepentirse, estaba decidida a teneruna aventura con él. Quería conocerlo por dentro. Quería poseer al hombre que se ocultaba tras la superficie. ¿Poseerlo? ¿De veras quería poseerlo?, caviló Paula. Lo quería tener en su cama…¿Y algo más?
—Estoy segura. Pero esto solo puede ser una aventura, Pedro, nada más.
—Estoy de acuerdo. ¿Te importa ayudarme con la cena?
—Bueno, aunque te confieso que mi talento culinario deja mucho que desear — contestó ella—. Sobrevivo con platos precocinados.
—Pues te sientan muy bien —observó él, recorriéndole las curvas con la mirada.
—¿Qué quieres que haga?
—Tengo una cesta con un picnic preparado en la mesa de la cocina y una botella de vino enfriándose en la nevera. ¿Puedes subirlo?
—Sí. ¿Vamos a cenar en cubierta?
—Sí… en la popa, donde están los cojines para sentarse. Buscaré un buen sitio para echar el ancla y nos veremos allí.
Paula pasó delante de él para bajar las escaleras, pero Pedro la detuvo, tocándole la cintura con suavidad.
—¿Sí?
—Me alegro mucho de estar contigo aquí —confesó él.
A Paula le dió un brinco el corazón al escucharlo. Podía ser un hombre muy dulce
cuando no era arrogante.
—Y yo.
Pedro se inclinó y la besó. Paula lo saboreó, agarrándose a sus hombros, dándose cuenta de que aquello era justo lo que necesitaba. Había pasado demasiado tiempo sola, reflexionó. Se había refugiado en eltrabajo para olvidar sus penas y su temor a estar con otro hombre. En ese momento, le pareció que él sería el remedio perfecto. Entonces, una ola sacudió el barco, haciéndolos perder el equilibrio. Ella cayó sobre Pedro, que los sujetó a ambos.
—Es mejor que ponga atención en el rumbo —dijo él.
—Sí. Tengo planes para tí—indicó ella.
—¿Ah, sí? —preguntó él, arqueando las cejas.
—Sí… Has mencionado una botella de vino… Puede que necesite a un hombre fuerte para abrirla.
Pedro echó la cabeza hacia atrás, riendo. Paula sonrió. Eso era lo que necesitaba,un respiro después de un largo día de negociaciones, pensó. Y no le importaba quefuera con el mismo hombre con el que había estado discutiendo todo el día. Paula bajó las escaleras y entró en la cocina. Había estado en algún yate antes y,aunque ese era muy lujoso, no la hacía sentir incómoda. Pedro lo había convertido en un lugar acogedor. Lo que más le gustaba era una foto de él con sus hermanos, todos sin camiseta y muy guapos, jugando voleibol en la playa. Cuando se acercó a la foto para verla mejor, se dió cuenta de que él tenía una cicatriz en el esternón. Tocándola con la punta del dedo, se preguntó cómo se la habría hecho. Había muchas cosas de él que le gustaría conocer, aunque sabía que debía sercautelosa en el terreno de lo personal. Si iban a compartir una aventura nada más, no debería saber mucho de él. ¿Cómo iba a hacerlo? Quería saberlo todo. Además, necesitaba adivinar cuáles eran suspuntos débiles para que Justin no tuviera ventaja sobre ella. ¿Podría hacerlo? Diablos, al menos, iba a intentarlo, se dijo ella. No pensaba alejarse de él, fuerao no sensato. Entonces, oyó que se paraban los motores y las hélices y cómo se boyaba el ancla.Saliendo de su ensimismamiento, se dió cuenta de que había estado embelesada mirando la foto en vez de hacer lo que él le había pedido. Abrió la nevera y sacó una botella de Coppola Pinot Grigio. Tomó también la cestade picnic, que era muy pesada. Justo cuando Pedro estaba bajando de la cabina de mandos, ella salió a cubierta.
—Deja que lleve la cesta —se ofreció él.
Paula se la tendió y lo siguió a la parte trasera del barco, donde había unos cojines preparados para sentarse. Pedro apretó un botón y una suave música comenzó asonar. Ella se estremeció, pensando que aquella noche era como una fantasía hecha realidad. De alguna manera, él había sabido ver dentro de su alma para saber que eso era lo a ella le gustaba.
Inevitable Atracción: Capítulo 19
—Sí. Soy copropietario de un club nocturno, ¿Recuerdas? —replicó él—. ¿Has bailado con muchos hombres?
—¿Estás celoso?
—Mucho —confesó él, acercándose. La acorraló contra la pared, junto al ascensor,hasta que sus labios casi se tocaron—. ¿Con quién has bailado?
—Con mis primos y mi hermano, pero me imaginaba que eras tú —admitió ella con los ojos entrecerrados—. Aunque debería habérmelo callado.
—No, has hecho muy bien en decírmelo —aseguró él, sintiendo que su tensión se relajaba.
Con suavidad, Pedro la besó en los labios y ella le rodeó el cuello con las manos.
—¿Eres buen bailarín? —quiso saber él cuando sus bocas se separaron.
—No lo sé. Nadie se ha quejado nunca.
—Sabía que dirías algo así. ¿Te gusta tenerme entre tus brazos?
Pedro se dió cuenta de que estaba un poco pasada de copas. De otra manera, ella no estaría diciendo esas cosas.
—Sí. ¿Te gusta a tí estar entre mis brazos?
—Claro que sí. Pero solo eres un rollo de vacaciones, no lo olvides —repuso ella.
—No lo olvidaré. ¿Qué habitación tienes?
—La número 3106. ¿Por qué?
—Creo que sería mejor ir a tu habitación en vez de estar en medio del pasillo.
—Buena idea. Estoy cansada, Pedro.
—Lo sé, tesoro.
—¿Tesoro? ¿Me has llamado tesoro?
—Sí. ¿Alguna objeción?
—No. Me gusta, pero todavía no nos conocemos lo bastante como para que me llames así.
—Eso podemos arreglarlo.
—¿Ah, sí?
—Sin duda.
—¿Dices siempre lo que piensas?
—A veces. Contigo, no puedo evitarlo. Al parecer, algo en tí me hace decir siempre la verdad.
Ella rió con un sonido delicioso para los oídos de Pedro. La ayudó a abrir la puerta de su habitación.
—Me hubiera gustado que vinieras antes.
—No es verdad. Has estado rehuyéndome.
—Tienes razón —admitió ella—. Pero una parte de mí quería traerte aquí. Es mucho más fácil comenzar una aventura si no tienes tiempo para sopesar las consecuencias.
—Así es. Pero no vamos a empezar nada esta noche.
—¿No? ¿Por qué no?
Pedro se inclinó y la besó. Los labios de ella estaban llenos de pasión y dulzura y, almismo tiempo, del sabor mentolado de los mojitos que llevaba bebiendo toda la noche. Él quería que ella estuviera en plena posesión de sus facultades cuando se convirtieran en amantes. Paula lo rodeó con sus brazos y lo miró.
—Me gusta abrazarte.
—Y a mí. Nunca había conocido a una mujer que encajara tan bien entre mis brazos. Tu cabeza me llega justo a la altura del hombro, tus pechos se amoldan a la perfección sobre el mío —señaló él y le acarició la espalda, hasta las caderas—. Y tus caderas están justo donde deben estar.
—Sí, estoy de acuerdo —susurró ella, frotándose contra él—. ¿Estás seguro de queno quieres quedarte conmigo esta noche?
—No, no estoy seguro —repuso él.
De todos modos, no iba a quedarse. Deseaba Paula, pero quería poseerla a su manera. Tampoco quería que fuera un encuentro de una sola noche. La rodeó con sus brazos y la besó con intensidad. Luego, tuvo que hacer un esfuerzo titánico para apartarse de ella.
—Buenas noches, Paula—dijo él y salió de su habitación.
¿Una aventura de vacaciones? Eso no se lo creía ni él, pensó Pedro. Todavía no se había acostado con ella y ya le importaba más de lo que quería admitir.
—¿Estás celoso?
—Mucho —confesó él, acercándose. La acorraló contra la pared, junto al ascensor,hasta que sus labios casi se tocaron—. ¿Con quién has bailado?
—Con mis primos y mi hermano, pero me imaginaba que eras tú —admitió ella con los ojos entrecerrados—. Aunque debería habérmelo callado.
—No, has hecho muy bien en decírmelo —aseguró él, sintiendo que su tensión se relajaba.
Con suavidad, Pedro la besó en los labios y ella le rodeó el cuello con las manos.
—¿Eres buen bailarín? —quiso saber él cuando sus bocas se separaron.
—No lo sé. Nadie se ha quejado nunca.
—Sabía que dirías algo así. ¿Te gusta tenerme entre tus brazos?
Pedro se dió cuenta de que estaba un poco pasada de copas. De otra manera, ella no estaría diciendo esas cosas.
—Sí. ¿Te gusta a tí estar entre mis brazos?
—Claro que sí. Pero solo eres un rollo de vacaciones, no lo olvides —repuso ella.
—No lo olvidaré. ¿Qué habitación tienes?
—La número 3106. ¿Por qué?
—Creo que sería mejor ir a tu habitación en vez de estar en medio del pasillo.
—Buena idea. Estoy cansada, Pedro.
—Lo sé, tesoro.
—¿Tesoro? ¿Me has llamado tesoro?
—Sí. ¿Alguna objeción?
—No. Me gusta, pero todavía no nos conocemos lo bastante como para que me llames así.
—Eso podemos arreglarlo.
—¿Ah, sí?
—Sin duda.
—¿Dices siempre lo que piensas?
—A veces. Contigo, no puedo evitarlo. Al parecer, algo en tí me hace decir siempre la verdad.
Ella rió con un sonido delicioso para los oídos de Pedro. La ayudó a abrir la puerta de su habitación.
—Me hubiera gustado que vinieras antes.
—No es verdad. Has estado rehuyéndome.
—Tienes razón —admitió ella—. Pero una parte de mí quería traerte aquí. Es mucho más fácil comenzar una aventura si no tienes tiempo para sopesar las consecuencias.
—Así es. Pero no vamos a empezar nada esta noche.
—¿No? ¿Por qué no?
Pedro se inclinó y la besó. Los labios de ella estaban llenos de pasión y dulzura y, almismo tiempo, del sabor mentolado de los mojitos que llevaba bebiendo toda la noche. Él quería que ella estuviera en plena posesión de sus facultades cuando se convirtieran en amantes. Paula lo rodeó con sus brazos y lo miró.
—Me gusta abrazarte.
—Y a mí. Nunca había conocido a una mujer que encajara tan bien entre mis brazos. Tu cabeza me llega justo a la altura del hombro, tus pechos se amoldan a la perfección sobre el mío —señaló él y le acarició la espalda, hasta las caderas—. Y tus caderas están justo donde deben estar.
—Sí, estoy de acuerdo —susurró ella, frotándose contra él—. ¿Estás seguro de queno quieres quedarte conmigo esta noche?
—No, no estoy seguro —repuso él.
De todos modos, no iba a quedarse. Deseaba Paula, pero quería poseerla a su manera. Tampoco quería que fuera un encuentro de una sola noche. La rodeó con sus brazos y la besó con intensidad. Luego, tuvo que hacer un esfuerzo titánico para apartarse de ella.
—Buenas noches, Paula—dijo él y salió de su habitación.
¿Una aventura de vacaciones? Eso no se lo creía ni él, pensó Pedro. Todavía no se había acostado con ella y ya le importaba más de lo que quería admitir.
Inevitable Atracción: Capítulo 18
—Tuve una aventura el año pasado. Karina me perdonó por mi infidelidad, pero yo no creo que pueda perdonarme nunca a mí mismo.
—Karina es mucho mejor persona que yo —señaló Paula—. Yo nunca…
—Eso pensé yo también. Pero lo que siento por ella me ha dado fuerzas para luchar. No supe lo mucho que la quería hasta que estuve a punto de perderla para siempre.
—El amor es muy complicado —opinó Paula.
Fernando había podido manipularla porque ella había estado locamente enamorada de él. Algunas personas le habíandicho que no era el ángel que ella había creído, pero no había querido escucharlos. Su corazón le había hecho justificar todos los malos comportamientos de aquel hombre. Y no quería que le pasara lo mismo con Pedro.
—Sí, lo es —admitió Ezequiel—. Pero es lo mejor del mundo, también. No cambiaría mis sentimientos por Karina por nada del mundo.
—¿Alguien ha dicho mi nombre? —preguntó Karina, acercándose a ellos—. Te estaba buscando.
—Aquí estoy, con Paula—repuso Ezequiel—. Creo que no sabe lo mucho que la hemos echado de menos.
—Todos te echamos de menos —aseguró Karina.
—Voy a llamar a un taxi —dijo Paula, pensando que era mejor dejar a los dos a solas.
—No. Te llevaremos nosotros —ofreció Ezequiel—. Yo tengo ganas de irme ya con mi esposa.
Karina cerró los ojos cuando Ezequiel la abrazó. Para Paula, era casi doloroso verlos tan unidos, después de haber conocido su secreto. Se preguntó si todas las parejas tendrían un secreto, algo que los uniera y los hiciera más fuertes. Ella estaba segura de que el amor entre su primo y Karina sería más fuerte cada vez.
Ezequiel entró para despedirse del resto de sus primos.
—Ha sido una noche divertida —comentó Paula.
—Sí. Aunque la verdad es que no estoy acostumbrada a ello, me gusta más quedarme en casa. Pero a Ezequiel le gusta la vida nocturna y hemos llegado al acuerdo de salir juntos una vez al mes.
—¿Y funciona?
—Sí. Disfruto saliendo con él. Creí que iba a ser de otra manera. Además, ha aceptado dar clases de baile conmigo.
Paula no se imaginaba a su primo recibiendo clases de baile, pero supuso que él no tenía reparos en hacerlo, si así hacía feliz a su esposa.
—¿Dónde son las clases?
—En Luna Azul. Nadia Miller da clases de salsa y de bailes de salón.
—¿Crees que Luna Azul ha aportado algo al barrio? —preguntó Paula, poniendo cada vez más interés en la conversación.
—Sí lo creo. Su club tiene el sabor de la vieja Habana. Mi padre no quiere admitirlo,pero le gusta ir allí con sus amigos, porque le recuerda a las historias que su abuelo solía contarle de la Cuba prescastrista.
—Tengo que conocerlo y saber más sobre el enemigo.
—Te sorprenderá ver lo bien que encaja en la zona, a pesar de que sus dueños no sean de aquí.
Ezequiel salió de la discoteca y se fueron.
Durante el camino, Paula estuvo sentada en silencio en el asiento trasero. Pensó en Pedro y en cómo sería bailar con él. Intuyó que sería un buen bailarín. Cerrando los ojos, recordó todo lo que había descubierto esa noche. Había estado a punto de cometer un costoso error cuando había invitado a Pedro a subir a suhabitación. Pero vivir en el hotel le daba la distancia necesaria de su familia y, así,podría planear cómo tener una aventura con él. Coquetear con él le habíar esultado excitante. Lo deseaba y era algo que no quería negarse a sí misma.
Pedro entró en su habitación de hotel. Dejó un mensaje de voz para Paula, sorprendido porque ella estuviera fuera tan tarde. Era casi medianoche. ¿Dónde estaría? No le gustó la molesta sensación que le apretaba el pecho por no saber dónde estaba. No eran más que rivales en los negocios. Y no debía olvidarlo. Dando vueltas en su habitación como un tigre encerrado, no pudo evitar sospechar que ella estaría con otro hombre. ¿Por qué no iba a estarlo? Cualquier hombre de la ciudad sería menos complicado que él. Y Paula era la última mujer en la que debía haberse fijado. Pero la deseaba demasiado. No debía haberla dejado marchar cuando la había tenido entre sus brazos. Cansado de darle tantas vueltas a la cabeza, decidió salir de la habitación para tomar el aire. Cuando se abrió la puerta del ascensor, se encontró de frente con Paula.
—¿Qué estás haciendo aquí? —dijeron los dos al mismo tiempo.
—Yo tengo una habitación en este hotel —repuso ella.
—Y yo.
—¿Por qué? ¿Y qué haces en mi planta? ¿Me estás acosando?
—No. No tenía ni idea de que te quedaras en esta planta. Solo pedí una suite.
—De acuerdo. ¿Pero por qué estás aquí?
—Si vamos a tener una aventura de vacaciones, ambos deberíamos estar de vacaciones.
—Supongo que tiene sentido. Pero… lo que me gustaba de estar en este hotel era que nadie me conociera.
—Acabamos de conocernos —señaló él.
—Es verdad, pero ya estás intentando socavar mis defensas.
—¿Dónde has estado esta noche? —inquirió él, sin poder evitarlo.
—Bailando con mis primos —le informó ella—. Es la primera vez que voy a discotecas. ¿Tú sueles hacerlo?
—Karina es mucho mejor persona que yo —señaló Paula—. Yo nunca…
—Eso pensé yo también. Pero lo que siento por ella me ha dado fuerzas para luchar. No supe lo mucho que la quería hasta que estuve a punto de perderla para siempre.
—El amor es muy complicado —opinó Paula.
Fernando había podido manipularla porque ella había estado locamente enamorada de él. Algunas personas le habíandicho que no era el ángel que ella había creído, pero no había querido escucharlos. Su corazón le había hecho justificar todos los malos comportamientos de aquel hombre. Y no quería que le pasara lo mismo con Pedro.
—Sí, lo es —admitió Ezequiel—. Pero es lo mejor del mundo, también. No cambiaría mis sentimientos por Karina por nada del mundo.
—¿Alguien ha dicho mi nombre? —preguntó Karina, acercándose a ellos—. Te estaba buscando.
—Aquí estoy, con Paula—repuso Ezequiel—. Creo que no sabe lo mucho que la hemos echado de menos.
—Todos te echamos de menos —aseguró Karina.
—Voy a llamar a un taxi —dijo Paula, pensando que era mejor dejar a los dos a solas.
—No. Te llevaremos nosotros —ofreció Ezequiel—. Yo tengo ganas de irme ya con mi esposa.
Karina cerró los ojos cuando Ezequiel la abrazó. Para Paula, era casi doloroso verlos tan unidos, después de haber conocido su secreto. Se preguntó si todas las parejas tendrían un secreto, algo que los uniera y los hiciera más fuertes. Ella estaba segura de que el amor entre su primo y Karina sería más fuerte cada vez.
Ezequiel entró para despedirse del resto de sus primos.
—Ha sido una noche divertida —comentó Paula.
—Sí. Aunque la verdad es que no estoy acostumbrada a ello, me gusta más quedarme en casa. Pero a Ezequiel le gusta la vida nocturna y hemos llegado al acuerdo de salir juntos una vez al mes.
—¿Y funciona?
—Sí. Disfruto saliendo con él. Creí que iba a ser de otra manera. Además, ha aceptado dar clases de baile conmigo.
Paula no se imaginaba a su primo recibiendo clases de baile, pero supuso que él no tenía reparos en hacerlo, si así hacía feliz a su esposa.
—¿Dónde son las clases?
—En Luna Azul. Nadia Miller da clases de salsa y de bailes de salón.
—¿Crees que Luna Azul ha aportado algo al barrio? —preguntó Paula, poniendo cada vez más interés en la conversación.
—Sí lo creo. Su club tiene el sabor de la vieja Habana. Mi padre no quiere admitirlo,pero le gusta ir allí con sus amigos, porque le recuerda a las historias que su abuelo solía contarle de la Cuba prescastrista.
—Tengo que conocerlo y saber más sobre el enemigo.
—Te sorprenderá ver lo bien que encaja en la zona, a pesar de que sus dueños no sean de aquí.
Ezequiel salió de la discoteca y se fueron.
Durante el camino, Paula estuvo sentada en silencio en el asiento trasero. Pensó en Pedro y en cómo sería bailar con él. Intuyó que sería un buen bailarín. Cerrando los ojos, recordó todo lo que había descubierto esa noche. Había estado a punto de cometer un costoso error cuando había invitado a Pedro a subir a suhabitación. Pero vivir en el hotel le daba la distancia necesaria de su familia y, así,podría planear cómo tener una aventura con él. Coquetear con él le habíar esultado excitante. Lo deseaba y era algo que no quería negarse a sí misma.
Pedro entró en su habitación de hotel. Dejó un mensaje de voz para Paula, sorprendido porque ella estuviera fuera tan tarde. Era casi medianoche. ¿Dónde estaría? No le gustó la molesta sensación que le apretaba el pecho por no saber dónde estaba. No eran más que rivales en los negocios. Y no debía olvidarlo. Dando vueltas en su habitación como un tigre encerrado, no pudo evitar sospechar que ella estaría con otro hombre. ¿Por qué no iba a estarlo? Cualquier hombre de la ciudad sería menos complicado que él. Y Paula era la última mujer en la que debía haberse fijado. Pero la deseaba demasiado. No debía haberla dejado marchar cuando la había tenido entre sus brazos. Cansado de darle tantas vueltas a la cabeza, decidió salir de la habitación para tomar el aire. Cuando se abrió la puerta del ascensor, se encontró de frente con Paula.
—¿Qué estás haciendo aquí? —dijeron los dos al mismo tiempo.
—Yo tengo una habitación en este hotel —repuso ella.
—Y yo.
—¿Por qué? ¿Y qué haces en mi planta? ¿Me estás acosando?
—No. No tenía ni idea de que te quedaras en esta planta. Solo pedí una suite.
—De acuerdo. ¿Pero por qué estás aquí?
—Si vamos a tener una aventura de vacaciones, ambos deberíamos estar de vacaciones.
—Supongo que tiene sentido. Pero… lo que me gustaba de estar en este hotel era que nadie me conociera.
—Acabamos de conocernos —señaló él.
—Es verdad, pero ya estás intentando socavar mis defensas.
—¿Dónde has estado esta noche? —inquirió él, sin poder evitarlo.
—Bailando con mis primos —le informó ella—. Es la primera vez que voy a discotecas. ¿Tú sueles hacerlo?
Inevitable Atracción: Capítulo 17
Pedro entró en su casa y se detuvo delante del retrato que habían hecho de su familia cuando Federico se había graduado en el instituto. Todos sonreían. En apariencia,siempre habían jugado a ser la familia feliz y eso los había convertido en la envidia de los demás. Su padre, jugador profesional de golf, había viajado a los torneos en su jet privado.Su madre, estrella de la alta sociedad, se había asegurado de que sus hijos se codearan con gente importante y salieran con las mujeres adecuadas. Miró a su madre en la foto, una mujer rubia con un peinado perfecto, y se preguntó por qué ella nunca había sido feliz. Por muy buenas notas que él hubiera sacado y por muy bien que Diego hubiera jugado al béisbol, nunca había parecido satisfecha. Y nunca les había dado muestras de afecto. Había creído que todas las mujeres eran así, pero cuando su hermano se había enamorado de Nadia, había comprobado que había estado equivocado. Al ver lo mucho que Diego y Nadia se estaban esforzando en hacer funcionar su relación, se preguntaba por qué su madre no había intentando llevarse un poco mejor con su padre.
—¿Señor Alfonsp?
Él giró la cabeza. Era su mayordomo.
—¿Sí, Juan?
—Tengo listas sus maletas. ¿Quiere que lo lleve al Ritz?
—No. Iré en el Porsche.
—Lo traeré a la puerta. ¿Necesita algo más?
—No. Puedes tomarte las dos semanas próximas libres.
Cuando Juan salió, Pedro siguió sumido en sus pensamientos. ¿Estaría haciendo lo correcto o se estaba comportando como un acosador? Si Paula y él iban a tener una aventura, tenía sentido que estuvieran los dos en el hotel. Así era como tenían lugarlas aventuras veraniegas. Él lo sabía por propia experiencia. Y le gustaba el anonimato que les proporcionaría estar en el hotel. Si la llevara a su casa, ella vería a su familia y a sus amigos y suaventura se haría pública. Y, cuando ella regresara a Nueva York, dejaría su casa llena de recuerdos. No quería que eso sucediera. Quería que su relación fuera lo más sencilla posible. Yque ninguno de los dos saliera lastimado. Sería un tonto si pensara que Selena no tenía el potencial para hacerle daño,reconoció para sus adentros. No tenía ni idea de qué consecuencias podía traerle tener una aventura con ella, pero tampoco podía resistirse a la tentación de tenerla entre sus brazos. La deseaba. Era algo que no podía ignorar e iba a hacer lo que fuera necesario para tenerla. No le importaba tener que pagar un precio después. No estaba acostumbrado a fracasar y no fracasaría. Había triunfado en los negocio sy, por primera vez, quería algo solo para sí mismo. Paula.
Paula estaba pasándolo en grande. No recordaba la última vez que se había divertido tanto. No solía salir a bailar. Siempre había sido una chica estudiosa y,cuando había conocido a Fernando, él la había mantenido aislada del resto del mundo. En parte, por eso su estafa le había salido tan bien. Pero, esa noche, no quería pensar en eso. Ezequiel salió del club y se sentó con ella en un banco.
—¿Te estás escondiendo?
—No. Solo estaba tomando el aire. Hacía años que no bailaba tanto —contestó ella.
—¿Qué haces para divertirte en Nueva York?
—Nada. No me divierto. Solo trabajo y voy a mi casa.
—Vaya vida tan aburrida.
—No me lo parecía hasta esta noche —confesó ella—. Es una vida tranquila, sin complicaciones.
Ezerquiel la abrazó.
—Necesitas relajarte.
—Creo que tienes razón. Esta noche lo he pasado muy bien. No pensé que bailar fuera tan liberador. Te hace olvidarte de todo.
Ezequiel sonrió. Su sonrisa le recordaba a Paula a la de su padre y, al pensar en él, se le encogió el corazón. Echaba mucho de menos a sus padres.
—Para eso se sale. Creo que tenemos que sacarte más.
—Puede que acepte —repuso ella—. Pero ahora estoy cansada. Llamaré a un taxi para que me lleve a mi hotel.
—¿Hotel? ¿Por qué no te quedas en tu casa? —inquirió Ezequiel.
—Demasiados recuerdos.
Él asintió.
—¿Y por qué no la vendes?
—A veces, obtengo ingresos de alquilarla —contestó ella, encogiéndose de hombros—. Y le doy el dinero al abuelo. Es lo menos que puedo hacer.
—Pau, tienes que desenredarte de una vez del pasado.
—Ya lo hice, ¿Recuerdas? Vivo en Nueva York.
—Eso no era desenredarse, sino huir —comentó Ezequiel—. Te castigas a tí misma estando apartada de la familia. Aquí nadie te culpa por lo que pasó. Debes perdonartea tí misma.
—Es más fácil decirlo que hacerlo.
—Lo sé muy bien.
—¿Cómo lo sabes?
—¿Señor Alfonsp?
Él giró la cabeza. Era su mayordomo.
—¿Sí, Juan?
—Tengo listas sus maletas. ¿Quiere que lo lleve al Ritz?
—No. Iré en el Porsche.
—Lo traeré a la puerta. ¿Necesita algo más?
—No. Puedes tomarte las dos semanas próximas libres.
Cuando Juan salió, Pedro siguió sumido en sus pensamientos. ¿Estaría haciendo lo correcto o se estaba comportando como un acosador? Si Paula y él iban a tener una aventura, tenía sentido que estuvieran los dos en el hotel. Así era como tenían lugarlas aventuras veraniegas. Él lo sabía por propia experiencia. Y le gustaba el anonimato que les proporcionaría estar en el hotel. Si la llevara a su casa, ella vería a su familia y a sus amigos y suaventura se haría pública. Y, cuando ella regresara a Nueva York, dejaría su casa llena de recuerdos. No quería que eso sucediera. Quería que su relación fuera lo más sencilla posible. Yque ninguno de los dos saliera lastimado. Sería un tonto si pensara que Selena no tenía el potencial para hacerle daño,reconoció para sus adentros. No tenía ni idea de qué consecuencias podía traerle tener una aventura con ella, pero tampoco podía resistirse a la tentación de tenerla entre sus brazos. La deseaba. Era algo que no podía ignorar e iba a hacer lo que fuera necesario para tenerla. No le importaba tener que pagar un precio después. No estaba acostumbrado a fracasar y no fracasaría. Había triunfado en los negocio sy, por primera vez, quería algo solo para sí mismo. Paula.
Paula estaba pasándolo en grande. No recordaba la última vez que se había divertido tanto. No solía salir a bailar. Siempre había sido una chica estudiosa y,cuando había conocido a Fernando, él la había mantenido aislada del resto del mundo. En parte, por eso su estafa le había salido tan bien. Pero, esa noche, no quería pensar en eso. Ezequiel salió del club y se sentó con ella en un banco.
—¿Te estás escondiendo?
—No. Solo estaba tomando el aire. Hacía años que no bailaba tanto —contestó ella.
—¿Qué haces para divertirte en Nueva York?
—Nada. No me divierto. Solo trabajo y voy a mi casa.
—Vaya vida tan aburrida.
—No me lo parecía hasta esta noche —confesó ella—. Es una vida tranquila, sin complicaciones.
Ezerquiel la abrazó.
—Necesitas relajarte.
—Creo que tienes razón. Esta noche lo he pasado muy bien. No pensé que bailar fuera tan liberador. Te hace olvidarte de todo.
Ezequiel sonrió. Su sonrisa le recordaba a Paula a la de su padre y, al pensar en él, se le encogió el corazón. Echaba mucho de menos a sus padres.
—Para eso se sale. Creo que tenemos que sacarte más.
—Puede que acepte —repuso ella—. Pero ahora estoy cansada. Llamaré a un taxi para que me lleve a mi hotel.
—¿Hotel? ¿Por qué no te quedas en tu casa? —inquirió Ezequiel.
—Demasiados recuerdos.
Él asintió.
—¿Y por qué no la vendes?
—A veces, obtengo ingresos de alquilarla —contestó ella, encogiéndose de hombros—. Y le doy el dinero al abuelo. Es lo menos que puedo hacer.
—Pau, tienes que desenredarte de una vez del pasado.
—Ya lo hice, ¿Recuerdas? Vivo en Nueva York.
—Eso no era desenredarse, sino huir —comentó Ezequiel—. Te castigas a tí misma estando apartada de la familia. Aquí nadie te culpa por lo que pasó. Debes perdonartea tí misma.
—Es más fácil decirlo que hacerlo.
—Lo sé muy bien.
—¿Cómo lo sabes?
jueves, 21 de septiembre de 2017
Inevitable Atracción: Capítulo 16
—No podemos hacer eso —protestó Pedro, tras darle un trago a su cerveza en la zona VIP de la azotea de Luna Azul.
—Lo sé, pero así me sentiría mejor. Dime qué otra cosa podemos hacer.
—Voy a ir a jugar al golf con el secretario de urbanismo. Espero que eso acelere el proceso. No hemos transgredido ninguna ley, ni hemos hecho nada que justifique las medidas cautelares que han interpuesto contra nosotros. No tenemos por qué preocuparnos. En urbanismo, hay una ordenanza que prevé mantener el mercado como parte de la comunidad. Creo que, con la creación del comité, podemos satisfacerese requisito.
—Bien. Entonces, no hay de qué preocuparnos.
—Fede, la burocracia siempre es lenta. Y tú quieres tenerlo todo para ahora mismo.Tendremos suerte si podemos empezar con las obras cuando habíamos previsto.
—Pues pienso estar en ese comité contigo y conseguir que los comerciantes localesparticipen en la ceremonia de colocación de la primera piedra —señaló Federico—. Así,lograremos ganamos su interés.
—Estoy de acuerdo —repuso Pedro—. Y tengo a un joven DJ que quiere pinchar música en la fiesta… es el nieto de Alfredo Chaves.
—Estoy orgulloso de tí. Sigue poniéndonos al día de tus progresos — dijo Federico.
—Lo haré. ¿Cómo van las demás cosas en el club? —quiso saber Pedro—.¿Necesitan algo?
—Tú consigue el permiso para empezar las obras y nosotros nos encargaremos del resto.
—Muy bien. He decidido irme a pasar unos días a un hotel.
—¿Qué? No puedes tomarte vacaciones —se quejó Federico—. Ahora, no.
—Supongo que no me he expresado bien. Trabajaré todos los días, pero por la noche voy a quedarme en el Ritz.
—¿Por qué? —preguntó Diego—. ¿Por qué no te quedas en tu casa?
Pedro no pensaba contarles a sus hermanos que la razón era una mujer.
—Hace mucho tiempo que no me tomo un respiro y quedarme en el Ritz me servirá para relajarme.
—Siempre que no dejes de trabajar, me parece bien —señaló Federico.
—Igual te mando saludos para algunos amigos que se quedan allí —indicó Diego.—No quiero tener que saludar a tus amigos famosos.
Diego se mezclaba siempre con celebridades, amigos que había hecho cuando había sido jugador de los Yankees. Y seguía usando sus contactos para el club. Sin embargo,había dejado de comportarse como un playboy cuando se había prometido con Nadia Miller, una guapa instructora de baile. Hacían buena pareja y parecían felices. Pero aunque Pedro se alegraba de que su hermano mantuviera contacto con el mundo de los famosos, no le apetecía tener que socializar con ellos. No tenía nada en común con la clase de gente que disfrutaba de ser famosa por su aspecto o su talento. Él siempre había preferido trabajar duro y pasar desapercibido.
—Al menos, podemos tomarnos algo mañana por la noche, he quedado en el Ritz—dijo Diego.
—¿Por qué? —replicó Pedro, solo para picar a su hermano.
—¡Porque sí! Además, pagarás tú —advirtió Diego y se excusó para responder una llamada del móvil.
—Me gusta este sitio —comentó Pedro, mientras la suave brisa le acariciaba la cara.
Federico arqueó una ceja.
—Me alegro. Tú ayudaste a construirlo.
—Lo sé. Me pregunto cómo sería si tuviéramos el apoyo de la comunidad — aventuró Pedro.
Federico se frotó el cuello y le dió un trago a su whisky.
—En los comienzos, se habría notado mucho la diferencia. Si no hubiera sido porque Diego se lesionó y tuvo que volver a casa, tal vez, el club no se habría hecho famoso. ¿Recuerdas aquel primer verano, cuando se sentaba en el fondo del cluby todos sus colegas del béisbol venían a verlo?
—Sí. Estuviste a punto de cambiar la sala de fiestas por un bar deportivo.
—Oye, en su momento, me pareció buena idea —se defendió Federico.
—Era buena idea. Pero me alegro de que no lo hiciéramos. Quiero traer aquí a Paula para que lo conozca.
—¿Quién es Paula?
Aunque Federico y él tenían el mismo poder en la compañía, Federico siempre sería su hermano mayor, protector y paternalista con él.
—Es la abogada que ha contratado Alfredo Chaves, y su nieta.
—¿Es guapa?
—Muy guapa.
—¿Y eso no te afecta? Si crees que sí, podemos utilizar a uno de nuestros ejecutivos para encargarse de las negociaciones.
—No —negó Pedro—. Lo tengo bajo control.
—¿Se queda en el Ritz?
Pedro asintió.
—No estoy tan seguro de que lo tengas bajo control —comentó Federico.
—No voy a decepcionarte ni a hacer nada que haga daño a Luna Azul.
—Lo sé —afirmó Federico—. ¿Y qué me dices de tí? ¿Vas a hacer algo que te haga daño a tí?
Pedro se terminó la bebida y se puso en pie.
—Soy el hombre de acero, Fede. No tengo corazón. Así que Paula no puede hacerme daño.
Pedro salió del club, deseando que no fuera cierto. Pero había aprendido hacía mucho que ni las mujeres ni el amor lograban llegar a su corazón. La atracción que sentía hacia Paula era poderosa, pero se consumiría por sí misma en poco tiempo, pensó.
—Lo sé, pero así me sentiría mejor. Dime qué otra cosa podemos hacer.
—Voy a ir a jugar al golf con el secretario de urbanismo. Espero que eso acelere el proceso. No hemos transgredido ninguna ley, ni hemos hecho nada que justifique las medidas cautelares que han interpuesto contra nosotros. No tenemos por qué preocuparnos. En urbanismo, hay una ordenanza que prevé mantener el mercado como parte de la comunidad. Creo que, con la creación del comité, podemos satisfacerese requisito.
—Bien. Entonces, no hay de qué preocuparnos.
—Fede, la burocracia siempre es lenta. Y tú quieres tenerlo todo para ahora mismo.Tendremos suerte si podemos empezar con las obras cuando habíamos previsto.
—Pues pienso estar en ese comité contigo y conseguir que los comerciantes localesparticipen en la ceremonia de colocación de la primera piedra —señaló Federico—. Así,lograremos ganamos su interés.
—Estoy de acuerdo —repuso Pedro—. Y tengo a un joven DJ que quiere pinchar música en la fiesta… es el nieto de Alfredo Chaves.
—Estoy orgulloso de tí. Sigue poniéndonos al día de tus progresos — dijo Federico.
—Lo haré. ¿Cómo van las demás cosas en el club? —quiso saber Pedro—.¿Necesitan algo?
—Tú consigue el permiso para empezar las obras y nosotros nos encargaremos del resto.
—Muy bien. He decidido irme a pasar unos días a un hotel.
—¿Qué? No puedes tomarte vacaciones —se quejó Federico—. Ahora, no.
—Supongo que no me he expresado bien. Trabajaré todos los días, pero por la noche voy a quedarme en el Ritz.
—¿Por qué? —preguntó Diego—. ¿Por qué no te quedas en tu casa?
Pedro no pensaba contarles a sus hermanos que la razón era una mujer.
—Hace mucho tiempo que no me tomo un respiro y quedarme en el Ritz me servirá para relajarme.
—Siempre que no dejes de trabajar, me parece bien —señaló Federico.
—Igual te mando saludos para algunos amigos que se quedan allí —indicó Diego.—No quiero tener que saludar a tus amigos famosos.
Diego se mezclaba siempre con celebridades, amigos que había hecho cuando había sido jugador de los Yankees. Y seguía usando sus contactos para el club. Sin embargo,había dejado de comportarse como un playboy cuando se había prometido con Nadia Miller, una guapa instructora de baile. Hacían buena pareja y parecían felices. Pero aunque Pedro se alegraba de que su hermano mantuviera contacto con el mundo de los famosos, no le apetecía tener que socializar con ellos. No tenía nada en común con la clase de gente que disfrutaba de ser famosa por su aspecto o su talento. Él siempre había preferido trabajar duro y pasar desapercibido.
—Al menos, podemos tomarnos algo mañana por la noche, he quedado en el Ritz—dijo Diego.
—¿Por qué? —replicó Pedro, solo para picar a su hermano.
—¡Porque sí! Además, pagarás tú —advirtió Diego y se excusó para responder una llamada del móvil.
—Me gusta este sitio —comentó Pedro, mientras la suave brisa le acariciaba la cara.
Federico arqueó una ceja.
—Me alegro. Tú ayudaste a construirlo.
—Lo sé. Me pregunto cómo sería si tuviéramos el apoyo de la comunidad — aventuró Pedro.
Federico se frotó el cuello y le dió un trago a su whisky.
—En los comienzos, se habría notado mucho la diferencia. Si no hubiera sido porque Diego se lesionó y tuvo que volver a casa, tal vez, el club no se habría hecho famoso. ¿Recuerdas aquel primer verano, cuando se sentaba en el fondo del cluby todos sus colegas del béisbol venían a verlo?
—Sí. Estuviste a punto de cambiar la sala de fiestas por un bar deportivo.
—Oye, en su momento, me pareció buena idea —se defendió Federico.
—Era buena idea. Pero me alegro de que no lo hiciéramos. Quiero traer aquí a Paula para que lo conozca.
—¿Quién es Paula?
Aunque Federico y él tenían el mismo poder en la compañía, Federico siempre sería su hermano mayor, protector y paternalista con él.
—Es la abogada que ha contratado Alfredo Chaves, y su nieta.
—¿Es guapa?
—Muy guapa.
—¿Y eso no te afecta? Si crees que sí, podemos utilizar a uno de nuestros ejecutivos para encargarse de las negociaciones.
—No —negó Pedro—. Lo tengo bajo control.
—¿Se queda en el Ritz?
Pedro asintió.
—No estoy tan seguro de que lo tengas bajo control —comentó Federico.
—No voy a decepcionarte ni a hacer nada que haga daño a Luna Azul.
—Lo sé —afirmó Federico—. ¿Y qué me dices de tí? ¿Vas a hacer algo que te haga daño a tí?
Pedro se terminó la bebida y se puso en pie.
—Soy el hombre de acero, Fede. No tengo corazón. Así que Paula no puede hacerme daño.
Pedro salió del club, deseando que no fuera cierto. Pero había aprendido hacía mucho que ni las mujeres ni el amor lograban llegar a su corazón. La atracción que sentía hacia Paula era poderosa, pero se consumiría por sí misma en poco tiempo, pensó.
Inevitable Atracción: Capítulo 15
—¿Qué haces aquí escondida? —le preguntó Gonzalo, sentándose a su lado en el banco que había bajo unos hibiscos.
—No estoy escondida. Solo estaba descansando.
—¿De la familia? —inquirió su hermano—. Supongo que, si no estás acostumbrada,pueden ser un poco agotadores.
Paula estaba de acuerdo. Había pasado mucho tiempo desde la última vez que había asistido a una reunión familiar y no estaba segura de encajar. Le parecía una fiesta demasiado ruidosa y abarrotada.
—¿Tú sí estás acostumbrado?
—Es lo único que conozco —repuso Gonzalo, encogiéndose de hombros.
—¿Qué te parecería venir a Nueva York y vivir un tiempo conmigo?
Paula quería que su hermano conociera mundo y viera otras cosas aparte de su barrio, pero hasta entonces Gonzalo siempre se había negado a ir con ella a la gran ciudad.
—Lo he pensado, Pau, pero no creo que quiera hacerlo. Me gusta Miami y la familia y todo esto. No quiero irme de aquí.
Paula asintió. Comprendía lo que Gonzalo sentía. Cuando ella se había marchado,lo había pasado fatal. Había sufrido mucho por estar lejos de su hogar. Aquel primer mes de octubre en Nueva York le había parecido tan frío que había estado a punto de regresar. Solo la vergüenza por lo que había pasado se lo había impedido. Y había necesitado mucho tiempo para armarse de valor y convertirse en la mujer fuerte que era.
—Si cambias de idea, sabes que siempre serás bienvenido.
—Lo sé, hermana. ¿Qué te parece mi música?
—Me encanta. Eres un excelente DJ.
—Lo sé —repuso su hermano con una sonrisa arrogante—. Voy a utilizar a Pedro Alfonso para pinchar en Luna Azul.
—¿Cómo? No es un hombre que se deje utilizar fácilmente —señaló Paula.
Además, ella prefería que su hermano y Justin no pasaran mucho tiempo juntos.
—Él quiere algo de nosotros y yo le ayudaré a obtenerlo si él me ayuda a mí — afirmó Gonzalo.
—Ten cuidado. Pedro no tiene un pelo de tonto.
—Lo sé. Pero creo que podría funcionar.
—Dime si puedo ayudarte en algo —ofreció ella—. Pedro va a formar un comité para hablar del mercado. Tal vez, podría contratarte para pinchar en la fiesta de colocación de la primera piedra, si es que llegamos a un acuerdo.
—¡Genial! Me encanta la idea, Pau.
Paula lo abrazó con fuerza.
—Sabía que te gustaría.
Gonzalo era la persona que Selena más había echado de menos cuando se había ido. Su hermano tenía diez años entonces. Y solo había pasado un año desde que sus padres habían muerto. Pero no había podido quedarse a ayudar a criarlo, no después de que Fernando los hubiera timado a su familia y a ella. Se había sentido demasiado avergonzada.
—Ojalá pudieras volver a vivir aquí, pocha.
—No puedo.
Gonzlo asintió.
—Vamos a ir a tomar algo, ¿Quieres venir?
—Sí, gracias.
—Va a ser divertido. Además, mañana no tienes que trabajar —insistió su hermano.
—Es verdad. Estoy de vacaciones… más o menos —dijo ella, recordando la propuesta de Pedro de tener una aventura de vacaciones. Tal vez, no era tan mala idea… ¿En qué diablos estaba pensando?, se reprendió a sí misma.
—Vamos, disfruta un poco de la vida.
—De acuerdo —aceptó ella—. ¿Voy bien vestida así?
—Estás perfecta —aseguró Gonzalo—. Eh, chicos, Paula viene con nosotros.
—Estupendo, vamos.
Paula siguió a Gonzalo para unirse a Ezequiel, a Rodrigo y a unos cuantos primos suyos más. Había platos sucios por todas partes.
—Tengo que ayudar a recoger —dijo ella.
No quería dejarles todo el trabajo sucio asus abuelos.
—Nada de eso —protestó su abuela, rodeándola de la cintura—. Ve a divertirte con tus primos.
—Te queremos. Te llamaré por la mañana —se despidió su abuela.
—No voy a dormir en mi casa, abuelita.
—¿Y dónde vas a quedarte?
—En el Ritz. Llámame al móvil, ¿De acuerdo?
—Estoy preocupada por tí.
—El hotel es bonito y es un buen sitio para relajarse —señaló Paula.
—Bueno, entonces, está bien —dijo su abuela y la abrazó.
—No la llames demasiado temprano, abuelita —aconsejó Ezequiel—. Vamos a pasarnos toda la noche de fiesta. No pasa todos los días que la hija pródiga vuelva acasa.
Ezequiel la rodeó con el brazo mientras salían de la casa. Los dos habían crecidojuntos, sus madres eran gemelas y ellos habían nacido con ocho días de diferencia. Era más que un primo para ella. Era como un hermano mayor y su mejor amigo de la infancia.
—Es triste, pocha, que no te das cuenta de lo importante que eres para nosotros y de lo mucho que te hemos echado de menos.
—Pero yo tuve la culpa de…
—No tuviste la culpa de nada. Hiciste lo que pudiste para arreglar las cosas. Y eso pasó hace mucho tiempo. Deja de castigarte a tí misma.
—No me castigo.
—Sí lo haces. Y es hora de que pares. A Diego y Federico no les gustó la noticia de tener que retrasar las obras. Sobre todo, a Federico, que parecía dispuesto a utilizar todos sus contactos para hacer sufrir a la familia Chaves.
—No estoy escondida. Solo estaba descansando.
—¿De la familia? —inquirió su hermano—. Supongo que, si no estás acostumbrada,pueden ser un poco agotadores.
Paula estaba de acuerdo. Había pasado mucho tiempo desde la última vez que había asistido a una reunión familiar y no estaba segura de encajar. Le parecía una fiesta demasiado ruidosa y abarrotada.
—¿Tú sí estás acostumbrado?
—Es lo único que conozco —repuso Gonzalo, encogiéndose de hombros.
—¿Qué te parecería venir a Nueva York y vivir un tiempo conmigo?
Paula quería que su hermano conociera mundo y viera otras cosas aparte de su barrio, pero hasta entonces Gonzalo siempre se había negado a ir con ella a la gran ciudad.
—Lo he pensado, Pau, pero no creo que quiera hacerlo. Me gusta Miami y la familia y todo esto. No quiero irme de aquí.
Paula asintió. Comprendía lo que Gonzalo sentía. Cuando ella se había marchado,lo había pasado fatal. Había sufrido mucho por estar lejos de su hogar. Aquel primer mes de octubre en Nueva York le había parecido tan frío que había estado a punto de regresar. Solo la vergüenza por lo que había pasado se lo había impedido. Y había necesitado mucho tiempo para armarse de valor y convertirse en la mujer fuerte que era.
—Si cambias de idea, sabes que siempre serás bienvenido.
—Lo sé, hermana. ¿Qué te parece mi música?
—Me encanta. Eres un excelente DJ.
—Lo sé —repuso su hermano con una sonrisa arrogante—. Voy a utilizar a Pedro Alfonso para pinchar en Luna Azul.
—¿Cómo? No es un hombre que se deje utilizar fácilmente —señaló Paula.
Además, ella prefería que su hermano y Justin no pasaran mucho tiempo juntos.
—Él quiere algo de nosotros y yo le ayudaré a obtenerlo si él me ayuda a mí — afirmó Gonzalo.
—Ten cuidado. Pedro no tiene un pelo de tonto.
—Lo sé. Pero creo que podría funcionar.
—Dime si puedo ayudarte en algo —ofreció ella—. Pedro va a formar un comité para hablar del mercado. Tal vez, podría contratarte para pinchar en la fiesta de colocación de la primera piedra, si es que llegamos a un acuerdo.
—¡Genial! Me encanta la idea, Pau.
Paula lo abrazó con fuerza.
—Sabía que te gustaría.
Gonzalo era la persona que Selena más había echado de menos cuando se había ido. Su hermano tenía diez años entonces. Y solo había pasado un año desde que sus padres habían muerto. Pero no había podido quedarse a ayudar a criarlo, no después de que Fernando los hubiera timado a su familia y a ella. Se había sentido demasiado avergonzada.
—Ojalá pudieras volver a vivir aquí, pocha.
—No puedo.
Gonzlo asintió.
—Vamos a ir a tomar algo, ¿Quieres venir?
—Sí, gracias.
—Va a ser divertido. Además, mañana no tienes que trabajar —insistió su hermano.
—Es verdad. Estoy de vacaciones… más o menos —dijo ella, recordando la propuesta de Pedro de tener una aventura de vacaciones. Tal vez, no era tan mala idea… ¿En qué diablos estaba pensando?, se reprendió a sí misma.
—Vamos, disfruta un poco de la vida.
—De acuerdo —aceptó ella—. ¿Voy bien vestida así?
—Estás perfecta —aseguró Gonzalo—. Eh, chicos, Paula viene con nosotros.
—Estupendo, vamos.
Paula siguió a Gonzalo para unirse a Ezequiel, a Rodrigo y a unos cuantos primos suyos más. Había platos sucios por todas partes.
—Tengo que ayudar a recoger —dijo ella.
No quería dejarles todo el trabajo sucio asus abuelos.
—Nada de eso —protestó su abuela, rodeándola de la cintura—. Ve a divertirte con tus primos.
—Te queremos. Te llamaré por la mañana —se despidió su abuela.
—No voy a dormir en mi casa, abuelita.
—¿Y dónde vas a quedarte?
—En el Ritz. Llámame al móvil, ¿De acuerdo?
—Estoy preocupada por tí.
—El hotel es bonito y es un buen sitio para relajarse —señaló Paula.
—Bueno, entonces, está bien —dijo su abuela y la abrazó.
—No la llames demasiado temprano, abuelita —aconsejó Ezequiel—. Vamos a pasarnos toda la noche de fiesta. No pasa todos los días que la hija pródiga vuelva acasa.
Ezequiel la rodeó con el brazo mientras salían de la casa. Los dos habían crecidojuntos, sus madres eran gemelas y ellos habían nacido con ocho días de diferencia. Era más que un primo para ella. Era como un hermano mayor y su mejor amigo de la infancia.
—Es triste, pocha, que no te das cuenta de lo importante que eres para nosotros y de lo mucho que te hemos echado de menos.
—Pero yo tuve la culpa de…
—No tuviste la culpa de nada. Hiciste lo que pudiste para arreglar las cosas. Y eso pasó hace mucho tiempo. Deja de castigarte a tí misma.
—No me castigo.
—Sí lo haces. Y es hora de que pares. A Diego y Federico no les gustó la noticia de tener que retrasar las obras. Sobre todo, a Federico, que parecía dispuesto a utilizar todos sus contactos para hacer sufrir a la familia Chaves.
Inevitable Atracción: Capítulo 14
A Pedro le cayeron bien los primos de Paula, Rodrigo y Ezequiel. Se reía con ellos y se entendían bien, pues los tres eran hombres de negocios acostumbrados a hacer lo necesario para triunfar. Si Alfredo se pareciera un poco más a sus nietos, las cosas serían mucho más fáciles, pensó.
—Me gustaría mucho teneros en el comité que voy a formar para que la renovación del mercado cubano sea rentable y beneficioso para Pequeña Habana.
—Lo pensaré. Pero estoy bastante ocupado —contestó Ezequiel.
—Yo sí quiero estar —señaló Rodrigo—. Necesitamos captar inversores y me gusta el trabajo que has hecho con Luna Azul. Es la clase de sala de fiestas que necesitamos por aquí. Y atrae clientes a mi restaurante.
—Esa es la clase de sinergia que quiero conseguir con el mercado.
—Yo creo que es importante conservar su aire latino —comentó Paula,acercándose a ellos.
—Eso es —dijo Ezequiel—. Y estaría bien que tuviera una tienda de música latina. Mis hijos tienen que atravesar toda la ciudad para encontrar la música y los instrumentos que necesitan. A las bandas que acuden a tocar en Luna Azul seguro que les interesaría…
—Me gusta la idea —admitió Pedro.
Pero hablar de negocios teniendo a Paula tan cerca no era productivo. Apenas podía pensar y la sangre se le agolpaba en las venas.
—¿Los has invitado a formar parte del comité de la comunidad?
—Sí.
—Bien, ¿Ya has terminado de hablar de negocios?
—No —contestó Justin.
—Es como nosotros, pocha. Nunca deja de hablar de negocios —comentó Rodrigo.
Pedro rio. Paula sonrió, aunque él adivinó que las palabras de su primo la habían preocupado. Pocos minutos después, la comida estuvo lista y los hombres se fueron apreparar sus platos. El tomó a su acompañante del brazo y la apartó un poco de la multitud.
—¿Por qué te ha molestado lo que ha dicho Rodrigo?
—Porque confirma mi miedo a que me utilices para acercarte a mi familia — confesó ella.
Una respuesta honesta y directa, pensó él.
—Me gustas —afirmó él—. Fin de la historia. Si ahora mismo me dijeras que vas a mantener ahí las medidas cautelares hasta que ambos muramos, seguirías gustándome. Seguiría queriendo tenerte desnuda contra mi cuerpo.
—Simple atracción física.
—Ya hemos hablado de eso.
—Lo sé. Y creía que yo había encontrado una solución.
—¿Fingir una aventura de vacaciones?
—Es mejor no engañarnos pensando que podría ser otra cosa —repuso ella.
Pedro sabía a lo que ella se refería. Él había vivido cómo su padre había amado a una mujer que no lo había correspondido. Y siempre había temido que le sucediera lo mismo. Por eso, había huido siempre del amor y se había limitado a buscar placer físico en sus relaciones. Nunca había querido conocer a la familia ni a los amigos de las mujeres con las que se acostaba.
—No voy a mentirte, Paula. Haré todo lo que esté en mi mano para sacar adelante ese mercado, pero eso no cambiará lo que siento por tí. Y yo siempre persigo lo que quiero.
—Apuesto a que estás acostumbrado a ganar.
—Sí. Hoy me has abierto los ojos a muchas cosas —reconoció él.
—¿Por el vestido que llevaba antes? —se burló ella.
—En parte, sí. Todavía no me he recuperado del todo.
Ella rió.
—Es agradable saber que tengo un poco de poder sobre tí.
—Más de lo que crees. Invitarme a la fiesta ha sido un movimiento muy certero por tu parte. Al hablar con tus primos, me he dado cuenta de que deberíamos establecer alianzas. Si Luna Azul ha tenido éxito sin el apoyo de la comunidad, imagina lo que conseguiría con su respaldo.
—Ya lo había pensado. Por eso es importante que mis abuelos no queden fuera del negocio.
—Lo entiendo. Estoy deseando acudir a la primera reunión del comité de la comunidad.
—Y yo —dijo ella.
—Ahora, hablemos de nosotros —propuso él tras unos minutos de silencio.
—No hay nosotros.
—Todavía, no. Pero los dos lo queremos, así que es una tontería ignorarlo.
—¿Te refieres a una aventura pasajera?
—Estoy abierto a sugerencias. Pero no puedo olvidar que vives en la otra punta del país y que piensas volver allí.
—Eres muy honesto al admitirlo.
—No tengo por qué ocultar que pienso que puedes romperme el corazón. Nunca he conocido a ninguna mujer como tú, Paula.
Todo el mundo llenó sus platos y se sentó a comer y, aunque Pedro sabía que aquella gente lo consideraba un enemigo, se sintió como si pudiera ser parte de su familia.
Después de la cena, Paula estuvo hablando con unos y con otros, esforzándose en estar todo lo alejada posible de él. Cuando Pedro se despidió de ella con la mano, sin acercarse, intentó no sentirse decepcionada. Después de todo, había sido ella quien había querido mantener las distancias.
—Me gustaría mucho teneros en el comité que voy a formar para que la renovación del mercado cubano sea rentable y beneficioso para Pequeña Habana.
—Lo pensaré. Pero estoy bastante ocupado —contestó Ezequiel.
—Yo sí quiero estar —señaló Rodrigo—. Necesitamos captar inversores y me gusta el trabajo que has hecho con Luna Azul. Es la clase de sala de fiestas que necesitamos por aquí. Y atrae clientes a mi restaurante.
—Esa es la clase de sinergia que quiero conseguir con el mercado.
—Yo creo que es importante conservar su aire latino —comentó Paula,acercándose a ellos.
—Eso es —dijo Ezequiel—. Y estaría bien que tuviera una tienda de música latina. Mis hijos tienen que atravesar toda la ciudad para encontrar la música y los instrumentos que necesitan. A las bandas que acuden a tocar en Luna Azul seguro que les interesaría…
—Me gusta la idea —admitió Pedro.
Pero hablar de negocios teniendo a Paula tan cerca no era productivo. Apenas podía pensar y la sangre se le agolpaba en las venas.
—¿Los has invitado a formar parte del comité de la comunidad?
—Sí.
—Bien, ¿Ya has terminado de hablar de negocios?
—No —contestó Justin.
—Es como nosotros, pocha. Nunca deja de hablar de negocios —comentó Rodrigo.
Pedro rio. Paula sonrió, aunque él adivinó que las palabras de su primo la habían preocupado. Pocos minutos después, la comida estuvo lista y los hombres se fueron apreparar sus platos. El tomó a su acompañante del brazo y la apartó un poco de la multitud.
—¿Por qué te ha molestado lo que ha dicho Rodrigo?
—Porque confirma mi miedo a que me utilices para acercarte a mi familia — confesó ella.
Una respuesta honesta y directa, pensó él.
—Me gustas —afirmó él—. Fin de la historia. Si ahora mismo me dijeras que vas a mantener ahí las medidas cautelares hasta que ambos muramos, seguirías gustándome. Seguiría queriendo tenerte desnuda contra mi cuerpo.
—Simple atracción física.
—Ya hemos hablado de eso.
—Lo sé. Y creía que yo había encontrado una solución.
—¿Fingir una aventura de vacaciones?
—Es mejor no engañarnos pensando que podría ser otra cosa —repuso ella.
Pedro sabía a lo que ella se refería. Él había vivido cómo su padre había amado a una mujer que no lo había correspondido. Y siempre había temido que le sucediera lo mismo. Por eso, había huido siempre del amor y se había limitado a buscar placer físico en sus relaciones. Nunca había querido conocer a la familia ni a los amigos de las mujeres con las que se acostaba.
—No voy a mentirte, Paula. Haré todo lo que esté en mi mano para sacar adelante ese mercado, pero eso no cambiará lo que siento por tí. Y yo siempre persigo lo que quiero.
—Apuesto a que estás acostumbrado a ganar.
—Sí. Hoy me has abierto los ojos a muchas cosas —reconoció él.
—¿Por el vestido que llevaba antes? —se burló ella.
—En parte, sí. Todavía no me he recuperado del todo.
Ella rió.
—Es agradable saber que tengo un poco de poder sobre tí.
—Más de lo que crees. Invitarme a la fiesta ha sido un movimiento muy certero por tu parte. Al hablar con tus primos, me he dado cuenta de que deberíamos establecer alianzas. Si Luna Azul ha tenido éxito sin el apoyo de la comunidad, imagina lo que conseguiría con su respaldo.
—Ya lo había pensado. Por eso es importante que mis abuelos no queden fuera del negocio.
—Lo entiendo. Estoy deseando acudir a la primera reunión del comité de la comunidad.
—Y yo —dijo ella.
—Ahora, hablemos de nosotros —propuso él tras unos minutos de silencio.
—No hay nosotros.
—Todavía, no. Pero los dos lo queremos, así que es una tontería ignorarlo.
—¿Te refieres a una aventura pasajera?
—Estoy abierto a sugerencias. Pero no puedo olvidar que vives en la otra punta del país y que piensas volver allí.
—Eres muy honesto al admitirlo.
—No tengo por qué ocultar que pienso que puedes romperme el corazón. Nunca he conocido a ninguna mujer como tú, Paula.
Todo el mundo llenó sus platos y se sentó a comer y, aunque Pedro sabía que aquella gente lo consideraba un enemigo, se sintió como si pudiera ser parte de su familia.
Después de la cena, Paula estuvo hablando con unos y con otros, esforzándose en estar todo lo alejada posible de él. Cuando Pedro se despidió de ella con la mano, sin acercarse, intentó no sentirse decepcionada. Después de todo, había sido ella quien había querido mantener las distancias.
Inevitable Atracción: Capítulo 13
Paula se quedó impresionada al ver lo bien que encajaba Pedro en su familia. El estaba de pie junto a la barbacoa, hablando con los hombres de béisbol.
—¿Qué pasa, pocha? ¿No lo estás pasando bien?
Su abuela se sentó a su lado y le rodeó los hombros con el brazo. Durante un minuto, Paula se sintió como si tuviera otra vez doce años y un abrazo de su abuela pudiera resolver todos sus problemas. Apoyó al cabeza en el hombro de la otra mujer y se quedó callada un momento, disfrutando de la sensación de seguridad que leproporcionaba.
—No. Me siento como si todo el mundo me observara —admitió Paula.
—Así es. Te han echado mucho de menos.
—No quiero que todo el mundo recuerde lo que pasó. Lo siento, abuela. ¿Te he dicho alguna vez lo mucho que lo siento?
Su abuela le colocó un mechón de pelo detrás de la oreja y la besó en la mejilla.
—Sí. Deja de darle vueltas al pasado. Eso quedó atrás y ahora estamos mejor que antes.
—¿Mejor? Si no hubiera sido por mí, no estarías en esta situación con Pedro Alfredo.
—Y tú no lo habrías conocido. Me he dado cuenta de que miras mucho al señor Alfonso.
Paula se ruborizó.
—Teniendo en cuenta lo mala que soy para elegir a los hombres, eso debería alarmarte, abuelita, no hacerte sonreír.
Su abuela rió.
—El corazón no tiene nada que ver con el cerebro. Mi propia hermana, Elena, se enamoró de un gringo y, cuando nuestro padre la prohibió verlo, ¿Sabes lo que hizo ella?
—Se escapó y se casó con él y fueron felices. Al final, se reconcilió con la familia — respondió Paula. Había escuchado esa historia muchas veces, pero por primera vez,entendió lo que su abuela estaba intentando decirle—. ¿Por qué hizo eso la tía Elena?—preguntó—. Vivir lejos de la familia es muy duro.
—No estaba sola, pocha, no como tú en Nueva York. Todo sucede por una razón.Otro hombre te hizo separarte de tu familia y este hombre —señaló mirando hacia Pedro— te ha hecho volver.
—No estoy segura de que sea buena idea ver a Pedro como un caballero andante.
—Es muy guapo.
—Abuelita, no deberías fijarte en eso.
—¿Por qué no? No he dicho que tuviera un buen trasero —añadió su abuela, guiñándole un ojo.
—Pero lo tiene, ¿Verdad? —dijo Paula y se sonrojó, recordando la sensación del cuerpo de él apretado contra el suyo.
—Claro que sí.
—¿Qué diría el abuelo si te oyera hablar así?
—Él sabe que mi corazón le pertenece —afirmó su abuela—. ¿Puedo decirte algo, pochi?
—Por supuesto.
—Tú nunca has sabido adonde pertenece tu corazón. Siempre has estado obsesionada con hacer cosas, con conseguir triunfar en tu profesión, pero no creo que comprendas el precio que estás pagando.
Su abuela tenía razón. Era algo que Paula nunca había querido pensar demasiado,pero sabía que era hora de hacerlo.
—Creo que tienes razón.
—Sé que sí —repuso su abuela, riendo—. ¿Tienes sed? Yo necesito otro mojito.
—¿Mi chica ha pedido un mojito? —preguntó Alfredo, acercándose hacia ellas.
—Sí —contestó su esposa, levantándose para darle un beso.
Paula los observó juntos y el corazón se le encogió. Sus padres también se habían casado jóvenes y habían llenado su hogar de amor y de felicidad. Ella quería tener lo mismo. Aunque también le gustaba su trabajo y su departamento de Manhattan.
—Vamos, ven a bailar con tu abuelo —invitó Alfredo, tirando de ella.
—¿No prefieres bailar con la abuela?
—Después. Ahora, quiero bailar con mi hermosa nieta. Estoy tan contento de que estés aquí, pocha…
Gonzalo estaba pinchando música de artistas latinos contemporáneos, mezclados con otros clásicos. En ese momento, estaba sonando una samba y Paula bailó con su abuelo, olvidándose de todas sus preocupaciones, riéndose con sus primos y tíos cada vez que se chocaban y se tropezaban en la pista. Cerró los ojos y, durante unos instantes, se permitió disfrutar de estar de vuelta en su hogar. Saboreó la sonrisa de su abuelo y la cara de concentración de su hermano mientras pinchaba música. Su familia. Entonces, sus ojos se encontraron con los de Pedro y el pulso se le aceleró. Deseaba a ese hombre. Pero no era posible tener a Pedro y a su familia al mismo tiempo. Sus objetivos eran incompatibles. A él solo le importaba el dinero y, a ella, la felicidad de su familia y su comunidad. Apartó la mirada. Quiso ser una mujer capaz de tener una corta aventura sin mirar atrás. Pero no estaba segura de poder hacerlo. Al estar entre su gente, era más que nunca como las mujeres de su tierra, con un fuerte sentido de la pertenencia y la pareja. Quería de Pedro Alfonso mucho más que sexo. Y él nunca podría dárselo.
—¿Qué pasa, pocha? ¿No lo estás pasando bien?
Su abuela se sentó a su lado y le rodeó los hombros con el brazo. Durante un minuto, Paula se sintió como si tuviera otra vez doce años y un abrazo de su abuela pudiera resolver todos sus problemas. Apoyó al cabeza en el hombro de la otra mujer y se quedó callada un momento, disfrutando de la sensación de seguridad que leproporcionaba.
—No. Me siento como si todo el mundo me observara —admitió Paula.
—Así es. Te han echado mucho de menos.
—No quiero que todo el mundo recuerde lo que pasó. Lo siento, abuela. ¿Te he dicho alguna vez lo mucho que lo siento?
Su abuela le colocó un mechón de pelo detrás de la oreja y la besó en la mejilla.
—Sí. Deja de darle vueltas al pasado. Eso quedó atrás y ahora estamos mejor que antes.
—¿Mejor? Si no hubiera sido por mí, no estarías en esta situación con Pedro Alfredo.
—Y tú no lo habrías conocido. Me he dado cuenta de que miras mucho al señor Alfonso.
Paula se ruborizó.
—Teniendo en cuenta lo mala que soy para elegir a los hombres, eso debería alarmarte, abuelita, no hacerte sonreír.
Su abuela rió.
—El corazón no tiene nada que ver con el cerebro. Mi propia hermana, Elena, se enamoró de un gringo y, cuando nuestro padre la prohibió verlo, ¿Sabes lo que hizo ella?
—Se escapó y se casó con él y fueron felices. Al final, se reconcilió con la familia — respondió Paula. Había escuchado esa historia muchas veces, pero por primera vez,entendió lo que su abuela estaba intentando decirle—. ¿Por qué hizo eso la tía Elena?—preguntó—. Vivir lejos de la familia es muy duro.
—No estaba sola, pocha, no como tú en Nueva York. Todo sucede por una razón.Otro hombre te hizo separarte de tu familia y este hombre —señaló mirando hacia Pedro— te ha hecho volver.
—No estoy segura de que sea buena idea ver a Pedro como un caballero andante.
—Es muy guapo.
—Abuelita, no deberías fijarte en eso.
—¿Por qué no? No he dicho que tuviera un buen trasero —añadió su abuela, guiñándole un ojo.
—Pero lo tiene, ¿Verdad? —dijo Paula y se sonrojó, recordando la sensación del cuerpo de él apretado contra el suyo.
—Claro que sí.
—¿Qué diría el abuelo si te oyera hablar así?
—Él sabe que mi corazón le pertenece —afirmó su abuela—. ¿Puedo decirte algo, pochi?
—Por supuesto.
—Tú nunca has sabido adonde pertenece tu corazón. Siempre has estado obsesionada con hacer cosas, con conseguir triunfar en tu profesión, pero no creo que comprendas el precio que estás pagando.
Su abuela tenía razón. Era algo que Paula nunca había querido pensar demasiado,pero sabía que era hora de hacerlo.
—Creo que tienes razón.
—Sé que sí —repuso su abuela, riendo—. ¿Tienes sed? Yo necesito otro mojito.
—¿Mi chica ha pedido un mojito? —preguntó Alfredo, acercándose hacia ellas.
—Sí —contestó su esposa, levantándose para darle un beso.
Paula los observó juntos y el corazón se le encogió. Sus padres también se habían casado jóvenes y habían llenado su hogar de amor y de felicidad. Ella quería tener lo mismo. Aunque también le gustaba su trabajo y su departamento de Manhattan.
—Vamos, ven a bailar con tu abuelo —invitó Alfredo, tirando de ella.
—¿No prefieres bailar con la abuela?
—Después. Ahora, quiero bailar con mi hermosa nieta. Estoy tan contento de que estés aquí, pocha…
Gonzalo estaba pinchando música de artistas latinos contemporáneos, mezclados con otros clásicos. En ese momento, estaba sonando una samba y Paula bailó con su abuelo, olvidándose de todas sus preocupaciones, riéndose con sus primos y tíos cada vez que se chocaban y se tropezaban en la pista. Cerró los ojos y, durante unos instantes, se permitió disfrutar de estar de vuelta en su hogar. Saboreó la sonrisa de su abuelo y la cara de concentración de su hermano mientras pinchaba música. Su familia. Entonces, sus ojos se encontraron con los de Pedro y el pulso se le aceleró. Deseaba a ese hombre. Pero no era posible tener a Pedro y a su familia al mismo tiempo. Sus objetivos eran incompatibles. A él solo le importaba el dinero y, a ella, la felicidad de su familia y su comunidad. Apartó la mirada. Quiso ser una mujer capaz de tener una corta aventura sin mirar atrás. Pero no estaba segura de poder hacerlo. Al estar entre su gente, era más que nunca como las mujeres de su tierra, con un fuerte sentido de la pertenencia y la pareja. Quería de Pedro Alfonso mucho más que sexo. Y él nunca podría dárselo.
martes, 19 de septiembre de 2017
Inevitable Atracción: Capítulo 12
—Lo siento. Me vuelves un poco… loca.
—Eso es bueno. Ese era mi objetivo… distraerte —reconoció él.
—Bueno, pues lo has hecho muy bien. Pero no me afectará cuando estemos en la mesa de negociaciones.
—No esperaba que te afectara. Si te soy sincero, solo quería nivelar la balanza. No hago más que pensar en tu exuberante cuerpo y en besarte, en vez de en los negocios,y quería que a tí te pasara lo mismo conmigo.
—¿Quiere decir eso que, en realidad, no quieres que tengamos una aventura?
—Claro que no. Te deseo con toda mi alma. Pero quiero que tú me desees por las razones adecuadas… no porque pienses que tener una aventura te ayudará a conseguir tus propósitos. Creo que podemos mantener en secreto esta atracción que sentimos y explorarla.
Paula sopesó sus palabras. Lo deseaba y no podía negarlo.
—No estoy… Miami es para mí más que mi hogar. Es el lugar donde me convertí en lo que soy y volver aquí está removiendo cosas en mi interior.
—¿Como cuáles? —quiso saber él.
Pedro era peligroso, pensó Selena. La hacía sentir tan cómoda y segura que tenía ganas de contarle casi cualquier cosa.
—El vestido, para empezar. Lo he comprado para quedar contigo.
—Me gusta.
—Esa era mi intención, pero en Manhattan… nunca me pondría algo así.
—Bien —respondió él, encaminándose con ella al hotel—. Sé tú misma conmigo, Paula. Quiero conocer a la mujer que ocultas al resto del mundo. No quiero ser como los demás hombres para tí.
—Eso no podría ser de ninguna manera. Tu familia me ha advertido de que eres el diablo.
Él rio. Era un sonido fuerte y masculino que la hizo sonreír. Se le puso la piel de gallina al sentir el aire acondicionado cuando entraron al hotel.
—¿Te encuentras bien? —preguntó él.
—Eso creo —contestó ella—. Nos vemos en…
—Te espero aquí. Quiero que conozcas el Luna Azul.
—¿Por qué?
—Quiero presentarte a mi familia.
—Después —repuso ella—. Necesito estar un tiempo a solas antes de ir a cenar con mis abuelos.
—¿De verdad? Esperaba que fueras conmigo. No quiero ir solo.
—¿Desde cuándo tiene miedo el diablo?
—No tengo idea, pues yo no soy el diablo.
—¿Y qué eres? —quiso saber ella.
—Solo un hombre a quien le gustan las chicas bonitas y no quiere meter la pata.
Paula lo observó marchar, preguntándose si lo habría subestimado y si estaría corriendo más peligro con él del que creía.
Cuando Pedro llegó a casa de los Chaves, cabizbajo porque no había podido convencer a Paula para que se quedara con él, salía música del patio y el olor a barbacoa y carne asada impregnaba el aire. Aquel era un barrio modesto. ¿Se habría referido a eso Paula cuando había dicho que Pequeña Habana no era lugar para Luna Azul?
—Amigo, ¿Entras?
El tipo que se acercó a él tenía unos veinte años, el pelo corto y moreno y piel aceitunada. Su expresión era amistosa.
—Sí —contestó Pedro, que llevaba un paquete de cervezas en una mano y un ramo de flores para la abuela de Paula.
—¿De qué conoces a Alfredo? —inquirió el joven.
—Tenemos negocios en común —replicó Pedro.
Era la verdad. De hecho, a juzgarpor cómo había salido su encuentro con Paula, con ella tampoco tenía mucho más en común que los negocios. ¿Qué le ocurría a la familia Chaves? ¿Por qué eran todostan duros de pelar?
—¿De veras? —dijo el muchacho—. Mi abuelo siempre dice que él no hace negocios con… espera un momento. ¿No serás Pedro Alfonso?
—El mismo —repuso él.
Apenas estaba llegando y ya tenía una reputación a sus espaldas, pensó. Y, al parecer, no demasiado buena.
—Vaya, sí que tienes agallas por venir aquí —observó el muchacho.
—Me han invitado. Y no soy un mal tipo —afirmó Pedro—. Estoy tratando de encontrar la forma de que el mercado sea rentable. No pretendo echar a tus abuelos.
El joven lo miró, ladeando la cabeza.
—Te estaré vigilando.
—Bien. La familia debe cuidarse entre sí.
Entonces, vió a Paula caminando hacia la casa. Se había cambiado de ropa y se había puesto unos pantalones cortos color caqui y una blusa sin mangas. Estaba preciosa. Al verla, Pedro se olvidó de lo incómodo que aquel muchacho le estaba haciendo sentir.
—Déjalo en paz, Gonzalo. No es un mal tipo —dijo Paula, acercándose a ellos.
—Lo mismo dice él —contestó Gonzalo—. ¿Estás segura?
—No al cien por cien, pero casi.
—Si haces negocios con mi familia, quiero proponerte pinchar música en Luna Azul —señaló Gonzalo, volviéndose hacia Pedro—. ¿Por qué solo llevas DJ de Nueva York y Los Angeles?
Pedro no se ocupada de esos asuntos en el club nocturno.
—No lo sé, pero puedo enterarme. Si puedes enviarme una maqueta…
—No creo que Gonzalo quiera trabajar para tí…
—Yo tomaré mis propias decisiones, pocha—indicó Gonzalo.
Luego, abrazó a su hermana.
—Gonzalo es mi hermano pequeño.
—Soy más alto que tú, hermana. Creo que eso de pequeño ya no me queda bien — replicó Gonzalo con una amplia sonrisa.
—Para mí, siempre serás mi hermanito chiquitín —afirmó ella, rodeándolo con un brazo por los hombros.
Los dos hermanos caminaron juntos hacia la casa, seguidos por Pedro. Él tuvo la sensación de que siempre sería un extraño entre esa gente. Era una pena que su hermano menor no estuviera allí. Diego sí que sabía encajar en las fiestas. Pero él había asistido para conseguir dos objetivos: primero, que Alfredo retirara la petición de medidas cautelares y, segundo, que Paula se comportara con él como había hecho en la playa. Entonces, la tomó del brazo que tenía libre. Ella dió un traspié,sorprendida.
—¿Qué estás haciendo?
—Quiero asegurarme de que todo el mundo sepa que tú me has invitado a la fiesta.
Gonzalo rió.
—Nadie va a dudarlo. Esta es la fiesta de bienvenida de Pau. ¿Sabías que no había vuelto desde que cumplí diez años?
¿Por qué no?, se preguntó Pedro.
—No, no lo sabía. Es un honor que me haya invitado, entonces.
—No lo olvides —advirtió Gonzalo y soltó el brazo de su hermana para abrir la puerta principal de la casa.
Los sonidos de la fiesta los envolvieron.
—Pau está en casa —gritó el joven y recibió un aplauso como respuesta.
—No estoy segura de que esto haya sido buena idea —murmuró ella.
—Yo, sí. Quiero conocer a tu familia —repuso Pedro.
—¿Para qué? —preguntó ella, mirándolo a los ojos—. ¿Para poder utilizarlo en tu provecho?
—No, para poder comprenderte mejor.
Pedro posó la mano en la espalda de ella y la guió al salón. Todo el mundo la rodeó y le dió la bienvenida. A su lado, él se dió cuenta de que Paula no se sentía del todoparte ese mundo. Parecía mantener cierta reserva. Y él quería saber por qué.
—Eso es bueno. Ese era mi objetivo… distraerte —reconoció él.
—Bueno, pues lo has hecho muy bien. Pero no me afectará cuando estemos en la mesa de negociaciones.
—No esperaba que te afectara. Si te soy sincero, solo quería nivelar la balanza. No hago más que pensar en tu exuberante cuerpo y en besarte, en vez de en los negocios,y quería que a tí te pasara lo mismo conmigo.
—¿Quiere decir eso que, en realidad, no quieres que tengamos una aventura?
—Claro que no. Te deseo con toda mi alma. Pero quiero que tú me desees por las razones adecuadas… no porque pienses que tener una aventura te ayudará a conseguir tus propósitos. Creo que podemos mantener en secreto esta atracción que sentimos y explorarla.
Paula sopesó sus palabras. Lo deseaba y no podía negarlo.
—No estoy… Miami es para mí más que mi hogar. Es el lugar donde me convertí en lo que soy y volver aquí está removiendo cosas en mi interior.
—¿Como cuáles? —quiso saber él.
Pedro era peligroso, pensó Selena. La hacía sentir tan cómoda y segura que tenía ganas de contarle casi cualquier cosa.
—El vestido, para empezar. Lo he comprado para quedar contigo.
—Me gusta.
—Esa era mi intención, pero en Manhattan… nunca me pondría algo así.
—Bien —respondió él, encaminándose con ella al hotel—. Sé tú misma conmigo, Paula. Quiero conocer a la mujer que ocultas al resto del mundo. No quiero ser como los demás hombres para tí.
—Eso no podría ser de ninguna manera. Tu familia me ha advertido de que eres el diablo.
Él rio. Era un sonido fuerte y masculino que la hizo sonreír. Se le puso la piel de gallina al sentir el aire acondicionado cuando entraron al hotel.
—¿Te encuentras bien? —preguntó él.
—Eso creo —contestó ella—. Nos vemos en…
—Te espero aquí. Quiero que conozcas el Luna Azul.
—¿Por qué?
—Quiero presentarte a mi familia.
—Después —repuso ella—. Necesito estar un tiempo a solas antes de ir a cenar con mis abuelos.
—¿De verdad? Esperaba que fueras conmigo. No quiero ir solo.
—¿Desde cuándo tiene miedo el diablo?
—No tengo idea, pues yo no soy el diablo.
—¿Y qué eres? —quiso saber ella.
—Solo un hombre a quien le gustan las chicas bonitas y no quiere meter la pata.
Paula lo observó marchar, preguntándose si lo habría subestimado y si estaría corriendo más peligro con él del que creía.
Cuando Pedro llegó a casa de los Chaves, cabizbajo porque no había podido convencer a Paula para que se quedara con él, salía música del patio y el olor a barbacoa y carne asada impregnaba el aire. Aquel era un barrio modesto. ¿Se habría referido a eso Paula cuando había dicho que Pequeña Habana no era lugar para Luna Azul?
—Amigo, ¿Entras?
El tipo que se acercó a él tenía unos veinte años, el pelo corto y moreno y piel aceitunada. Su expresión era amistosa.
—Sí —contestó Pedro, que llevaba un paquete de cervezas en una mano y un ramo de flores para la abuela de Paula.
—¿De qué conoces a Alfredo? —inquirió el joven.
—Tenemos negocios en común —replicó Pedro.
Era la verdad. De hecho, a juzgarpor cómo había salido su encuentro con Paula, con ella tampoco tenía mucho más en común que los negocios. ¿Qué le ocurría a la familia Chaves? ¿Por qué eran todostan duros de pelar?
—¿De veras? —dijo el muchacho—. Mi abuelo siempre dice que él no hace negocios con… espera un momento. ¿No serás Pedro Alfonso?
—El mismo —repuso él.
Apenas estaba llegando y ya tenía una reputación a sus espaldas, pensó. Y, al parecer, no demasiado buena.
—Vaya, sí que tienes agallas por venir aquí —observó el muchacho.
—Me han invitado. Y no soy un mal tipo —afirmó Pedro—. Estoy tratando de encontrar la forma de que el mercado sea rentable. No pretendo echar a tus abuelos.
El joven lo miró, ladeando la cabeza.
—Te estaré vigilando.
—Bien. La familia debe cuidarse entre sí.
Entonces, vió a Paula caminando hacia la casa. Se había cambiado de ropa y se había puesto unos pantalones cortos color caqui y una blusa sin mangas. Estaba preciosa. Al verla, Pedro se olvidó de lo incómodo que aquel muchacho le estaba haciendo sentir.
—Déjalo en paz, Gonzalo. No es un mal tipo —dijo Paula, acercándose a ellos.
—Lo mismo dice él —contestó Gonzalo—. ¿Estás segura?
—No al cien por cien, pero casi.
—Si haces negocios con mi familia, quiero proponerte pinchar música en Luna Azul —señaló Gonzalo, volviéndose hacia Pedro—. ¿Por qué solo llevas DJ de Nueva York y Los Angeles?
Pedro no se ocupada de esos asuntos en el club nocturno.
—No lo sé, pero puedo enterarme. Si puedes enviarme una maqueta…
—No creo que Gonzalo quiera trabajar para tí…
—Yo tomaré mis propias decisiones, pocha—indicó Gonzalo.
Luego, abrazó a su hermana.
—Gonzalo es mi hermano pequeño.
—Soy más alto que tú, hermana. Creo que eso de pequeño ya no me queda bien — replicó Gonzalo con una amplia sonrisa.
—Para mí, siempre serás mi hermanito chiquitín —afirmó ella, rodeándolo con un brazo por los hombros.
Los dos hermanos caminaron juntos hacia la casa, seguidos por Pedro. Él tuvo la sensación de que siempre sería un extraño entre esa gente. Era una pena que su hermano menor no estuviera allí. Diego sí que sabía encajar en las fiestas. Pero él había asistido para conseguir dos objetivos: primero, que Alfredo retirara la petición de medidas cautelares y, segundo, que Paula se comportara con él como había hecho en la playa. Entonces, la tomó del brazo que tenía libre. Ella dió un traspié,sorprendida.
—¿Qué estás haciendo?
—Quiero asegurarme de que todo el mundo sepa que tú me has invitado a la fiesta.
Gonzalo rió.
—Nadie va a dudarlo. Esta es la fiesta de bienvenida de Pau. ¿Sabías que no había vuelto desde que cumplí diez años?
¿Por qué no?, se preguntó Pedro.
—No, no lo sabía. Es un honor que me haya invitado, entonces.
—No lo olvides —advirtió Gonzalo y soltó el brazo de su hermana para abrir la puerta principal de la casa.
Los sonidos de la fiesta los envolvieron.
—Pau está en casa —gritó el joven y recibió un aplauso como respuesta.
—No estoy segura de que esto haya sido buena idea —murmuró ella.
—Yo, sí. Quiero conocer a tu familia —repuso Pedro.
—¿Para qué? —preguntó ella, mirándolo a los ojos—. ¿Para poder utilizarlo en tu provecho?
—No, para poder comprenderte mejor.
Pedro posó la mano en la espalda de ella y la guió al salón. Todo el mundo la rodeó y le dió la bienvenida. A su lado, él se dió cuenta de que Paula no se sentía del todoparte ese mundo. Parecía mantener cierta reserva. Y él quería saber por qué.
Inevitable Atracción: Capítulo 11
—Así, podremos actuar como has dicho, como dos personas que se sienten atraídas.
—¿Y tener una aventura sin consecuencias?
—Exacto. No tenemos por qué hablar de nuestras familias ni de sus intereses empresariales. Podemos actuar solo como dos personas que se han conocido y tienenuna historia juntas.
—¿Que termina cuando yo vuelva a casa?
A Pedro no le gustaba pensar que ella iba a volver a Nueva York, pero trató de responder de forma lógica y racional.
—Si eso es lo que los dos queremos, sí.
Ella se soltó de su mano, dejó de caminar y se giró para contemplar el mar. Pedro deseó conocerla lo suficiente para poder adivinar sus pensamientos.
—Ojalá pudiera ser tan sencillo —comentó ella—. Pero los dos sabemos que no es posible…
—No acepto un no por respuesta.
Paula lo miró y vio en sus ojos una chispa de determinación. Lo suyo no podía ser más que una aventura, sin compromiso. Pero él quería tenerla en su cama antes de tener que negociar con ella en la sala de juntas.
—No voy a dejar que me obligues a tomar una decisión como esta.
—¿Es eso lo que estoy haciendo o es lo que quieres pensar?
Ella se acercó, meneando las caderas. Pedro se quedó en blanco; necesitaba que esa mujer fuera suya. Y no iba a dejar que nada se interpusiera.
—Sé bien lo que pienso, Pedro Alfonso—aseguró ella, deteniéndose a unos milímetros de él—. Y sé muy bien lo que quiero.
Entonces, Paula se puso de puntillas, le agarró de la nuca y le plantó un beso que hizo que él se olvidara del mundo. Pedro se dejó embriagar por las sensaciones que lo recorrían. Tenía los pechos de ella pegados contra el torso. Su suave pelo le rozaba la mejilla. En ese momento, sintió su cálida lengua en la boca, deslizándose despacio, saboreándolo. Y él se dejó hacer. Diablos, aquella mujer era imparable. Había tomado las riendas y lo había dejado anonadado. Pedro la sujetó de la cintura, apretándola contra sí. Cuando ella iba a retirar la lengua, él se la sujetó con los labios. Un gemido escapó de su dulce boca. Pedro frotó su erección contra los muslos de ella, haciéndola gemir de nuevo. Aquella era la clase de negociación que él quería. Los dos. A solas. Un hombre contra una mujer. Y que el ganara el mejor. Paula había olvidado lo que era tomar las riendas en el terreno sexual. Solía hacerlo a todas horas en el trabajo, pero aquello era privado. Y le gustaba. Una embriagadora mezcla de pasión y poder la consumían. Había dado rienda suelta a su yo más oculto, más apasionado. No solo por la excitación que sentía por él, también porque necesitaba liberar su verdadera feminidad. Lo tomó de la mano y lo guió de regreso al hotel.
—¿Por qué perder el tiempo aquí cuando podemos estar en mi habitación?
—¿Tu habitación? Pensé que tenías dudas…
—Piensas demasiado —repuso ella. Tomar el control de la situación jugaría a su favor a la hora de negociar, se dijo—. Me gusta la idea de fingir una aventura de vacaciones. Hace mucho tiempo que no lo hago y estar contigo… bueno, digamos que eres el entretenimiento perfecto.
Pedro frunció el ceño, pero a ella no le importó. No era una tonta. Sabía que,aunque él también la deseaba, estaría calibrando de qué manera iba a utilizar su atracción en propio beneficio. Pero Paula no iba a permitirle hacerlo. Solo necesitaba una distracción, algo que lehiciera olvidar el pasado mientras estaba en Miami. Y Pedro era perfecto para el papel.
—Si estuviéramos de vacaciones, ahora iríamos a mi habitación —susurró ella,besándole el cuello.
Pedro asintió.
—Pero no estamos de vacaciones.
—¿Has cambiado de idea?
—No. Pero no me gusta la rapidez con que has cambiado de idea tú. ¿Qué está pasando por esa hermosa cabecita?
Ella se apartó. No podía seguir adelante. No estaba bien invitar a su habitación a un hombre de forma tan impulsiva. Él tenía razón. ¿En qué estaba pensando?, se reprendió a sí misma.
—Nada —negó ella—. Creo que ha sido un momento de locura transitoria, pero ya se me está pasando.
Paula se sintió pequeña y rechazada. Nunca antes había sido tan directa con un hombre. El vestido y la forma en que Pedro la había tratado le habían hecho sentir sexy, una tigresa. Pero, en ese momento, comenzó a darse cuenta de que seguía siendo solo Paula.
—Creo que deberíamos volver al hotel. Tengo que refrescarme antes de la cena.Nos veremos allí.
Ella se giró para irse. Quería, cuanto antes, refugiarse en la soledad de su habitación para poder pensar con calma.
—No. No voy a dejarte escapar —señaló él, tomándole de la mano—. ¿Qué te pasa?
Paula meneó la cabeza y tragó saliva.
—¿Y tener una aventura sin consecuencias?
—Exacto. No tenemos por qué hablar de nuestras familias ni de sus intereses empresariales. Podemos actuar solo como dos personas que se han conocido y tienenuna historia juntas.
—¿Que termina cuando yo vuelva a casa?
A Pedro no le gustaba pensar que ella iba a volver a Nueva York, pero trató de responder de forma lógica y racional.
—Si eso es lo que los dos queremos, sí.
Ella se soltó de su mano, dejó de caminar y se giró para contemplar el mar. Pedro deseó conocerla lo suficiente para poder adivinar sus pensamientos.
—Ojalá pudiera ser tan sencillo —comentó ella—. Pero los dos sabemos que no es posible…
—No acepto un no por respuesta.
Paula lo miró y vio en sus ojos una chispa de determinación. Lo suyo no podía ser más que una aventura, sin compromiso. Pero él quería tenerla en su cama antes de tener que negociar con ella en la sala de juntas.
—No voy a dejar que me obligues a tomar una decisión como esta.
—¿Es eso lo que estoy haciendo o es lo que quieres pensar?
Ella se acercó, meneando las caderas. Pedro se quedó en blanco; necesitaba que esa mujer fuera suya. Y no iba a dejar que nada se interpusiera.
—Sé bien lo que pienso, Pedro Alfonso—aseguró ella, deteniéndose a unos milímetros de él—. Y sé muy bien lo que quiero.
Entonces, Paula se puso de puntillas, le agarró de la nuca y le plantó un beso que hizo que él se olvidara del mundo. Pedro se dejó embriagar por las sensaciones que lo recorrían. Tenía los pechos de ella pegados contra el torso. Su suave pelo le rozaba la mejilla. En ese momento, sintió su cálida lengua en la boca, deslizándose despacio, saboreándolo. Y él se dejó hacer. Diablos, aquella mujer era imparable. Había tomado las riendas y lo había dejado anonadado. Pedro la sujetó de la cintura, apretándola contra sí. Cuando ella iba a retirar la lengua, él se la sujetó con los labios. Un gemido escapó de su dulce boca. Pedro frotó su erección contra los muslos de ella, haciéndola gemir de nuevo. Aquella era la clase de negociación que él quería. Los dos. A solas. Un hombre contra una mujer. Y que el ganara el mejor. Paula había olvidado lo que era tomar las riendas en el terreno sexual. Solía hacerlo a todas horas en el trabajo, pero aquello era privado. Y le gustaba. Una embriagadora mezcla de pasión y poder la consumían. Había dado rienda suelta a su yo más oculto, más apasionado. No solo por la excitación que sentía por él, también porque necesitaba liberar su verdadera feminidad. Lo tomó de la mano y lo guió de regreso al hotel.
—¿Por qué perder el tiempo aquí cuando podemos estar en mi habitación?
—¿Tu habitación? Pensé que tenías dudas…
—Piensas demasiado —repuso ella. Tomar el control de la situación jugaría a su favor a la hora de negociar, se dijo—. Me gusta la idea de fingir una aventura de vacaciones. Hace mucho tiempo que no lo hago y estar contigo… bueno, digamos que eres el entretenimiento perfecto.
Pedro frunció el ceño, pero a ella no le importó. No era una tonta. Sabía que,aunque él también la deseaba, estaría calibrando de qué manera iba a utilizar su atracción en propio beneficio. Pero Paula no iba a permitirle hacerlo. Solo necesitaba una distracción, algo que lehiciera olvidar el pasado mientras estaba en Miami. Y Pedro era perfecto para el papel.
—Si estuviéramos de vacaciones, ahora iríamos a mi habitación —susurró ella,besándole el cuello.
Pedro asintió.
—Pero no estamos de vacaciones.
—¿Has cambiado de idea?
—No. Pero no me gusta la rapidez con que has cambiado de idea tú. ¿Qué está pasando por esa hermosa cabecita?
Ella se apartó. No podía seguir adelante. No estaba bien invitar a su habitación a un hombre de forma tan impulsiva. Él tenía razón. ¿En qué estaba pensando?, se reprendió a sí misma.
—Nada —negó ella—. Creo que ha sido un momento de locura transitoria, pero ya se me está pasando.
Paula se sintió pequeña y rechazada. Nunca antes había sido tan directa con un hombre. El vestido y la forma en que Pedro la había tratado le habían hecho sentir sexy, una tigresa. Pero, en ese momento, comenzó a darse cuenta de que seguía siendo solo Paula.
—Creo que deberíamos volver al hotel. Tengo que refrescarme antes de la cena.Nos veremos allí.
Ella se giró para irse. Quería, cuanto antes, refugiarse en la soledad de su habitación para poder pensar con calma.
—No. No voy a dejarte escapar —señaló él, tomándole de la mano—. ¿Qué te pasa?
Paula meneó la cabeza y tragó saliva.
Inevitable Atracción: Capítulo 10
—No busco pareja —dijo ella—. Estoy centrada en mi carrera.
—Ya veo —respondió él—. Pero, a menos que quieras engañarte, tienes que admitir que hay cierta atracción entre nosotros.
Paula podía admitirlo. Había una poderosa atracción entre los dos. Algo más intenso de lo que ella había experimentado nunca. Aquello era más que suficiente para que fuera precavida. Pedro era diferente de los demás y eso lo convertía en alguien más peligroso.
—Atracción física —afirmó ella—. Pero eso no es más que una ilusión pasajera.
—¿Una ilusión? No lo creo. La atracción física nos dice que debemos estar alerta.Podrías ser una buena pareja para mí.
Paula dejó de caminar y se volvió para mirarlo a la cara. Pedro se había puesto unas gafas de aviador y llevaba la chaqueta colgada al hombro. Y daba toda la sensación de ser un hombre acostumbrado a conseguir lo que quería.
—¿Qué? —preguntó ella—. No hay manera de que tú y yo podamos ser pareja.Además, no sé si debería creerte o no. Solo buscas una aventura de una noche,¿Verdad?
—Normalmente, sí. Pero, por lo que estoy sintiendo contigo, creo que mi forma habitual de actuar se me ha quedado anticuada. Para empezar, me estás haciendo olvidar mi regla de oro: no mezclar los negocios con el placer.
Ella negó con la cabeza.
—No puedo permitirme correr ese riesgo contigo, Pedro.
—¿A causa de Alfredo?
Paula deseó que fuera tan sencillo.
—Si mis abuelos no estuvieran implicados…
—¿Qué quieres decir?
—Imagínate que nos hubiéramos conocido de vacaciones. No habría dudado en tener una aventura contigo. Pero se trata de mi familia y mi hogar y no puedo permitirme ponerlos en peligro.
—No tienes por qué poner nada en peligro —señaló Pedro, posando la mano en la parte baja de la espalda de ella para que siguiera caminando.
Paula meneó la cabeza, haciendo que su perfume a gardenia lo envolviera. ¿Porqué todo en ella le resultaba tan excitante?, se preguntó Pedro.
—No voy a aceptar un no por respuesta —insistió él—. A los dos se nos dan bien las negociaciones.
—Esto no es fácil para mí. Mis abuelos se merecen mi lealtad. Estoy en deuda con ellos.
—¿Por qué estás en deuda? —quiso saber él.
Quería averiguar lo que había pasadohacía diez años y estaba decidido a obtener respuestas.
—Porque sí.
—Bueno, yo estoy en deuda con mis hermanos y mi compañía se merece mi lealtad, pero no puedo pensar en negocios cuando estoy contigo. Ahora mismo, solo puedo pensar en tu boca y en lo mucho que me gustaría besarla.
—Diciendo esas cosas no me ayudas mucho —replicó ella, cerrando los ojos y rodeándose la cintura con los brazos.
Si insistía un poco más, podía tenerla. Pedro lo sabía. Pero no quería acosarla, ni derribar sus defensas. La atrajo a su lado y salieron juntos del camino, alejándose de los demás paseantes.
—¿Lo habías pensado tú también?
Ella se mordisqueó el labio y levantó la vista hacia él.
—Sí, pero no voy a lanzarme a tus brazos con tanta facilidad.
Pedro inclinó la cabeza, deseando besarla y, al mismo tiempo, deseando que ella quisiera besarlo. Ansiaba que ella sintiera la misma atracción, que se olvidara de las reglas, de sus miedos… y de todo.
—Pedro, deja de manipularme.
—No lo estoy haciendo. Quiero saber qué necesitas para dejar de lado el trabajo y verme solo como a un hombre.
—Deja de jugar conmigo —pidió ella—. Sé tú mismo, sin más.
—Creo que no confías en mí.
—No confío en tí —admitió ella—. Y la sensación de que estás jugando conmigo no ayuda mucho. Te deseo, pero no quiero ser tu marioneta.
Su honestidad le llegó al alma a Pedro. Él tampoco quería utilizarla como una marioneta. Quería tenerla como a una mujer. Eso era todo. La deseaba, sin importarle las circunstancias. E iba a hacer lo que fueranecesario para tenerla. No podía rendirse.
—Lo siento. Estaba tratando de…
—Sé lo que estabas intentando —le interrumpió ella, levantando una mano para tocarle los labios—. Lo entiendo, porque yo tampoco quiero ser quien esté en desventaja. No me gusta que des tú el primer paso.
Cuando lo acarició, Pedro apenas pudo pensar. La rodeó de la cintura y la apretó contra su cuerpo. Durante un instante, frotó sus caderas con las de ella. Luego, dió un paso atrás, para no caer en la tentación de devorarle la boca.
—Tenemos que… caminar —suplicó él.
Pedro le dió la mano y la guió de vuelta.
—No podemos hacer la vista gorda a lo que sentimos —opinó él.
—Lo sé —afirmó ella—. Pero no voy a dejar que esta clase de atracción tome el control de mi vida.
Pedro podía comprender su punto de vista. Como hombre, él se alegraba de que ella lo deseara. Como empresario, también era una buena noticia, pues significaba que podía utilizar sus sentimientos para conseguir lo que quería de ella. Mientras caminaban, logró concentrarse en algo más, aparte de en la idea delevantarle la falda y tocarle entre los muslos.
—¿Y si fingimos estar de vacaciones?
—¿Por qué?
—Ya veo —respondió él—. Pero, a menos que quieras engañarte, tienes que admitir que hay cierta atracción entre nosotros.
Paula podía admitirlo. Había una poderosa atracción entre los dos. Algo más intenso de lo que ella había experimentado nunca. Aquello era más que suficiente para que fuera precavida. Pedro era diferente de los demás y eso lo convertía en alguien más peligroso.
—Atracción física —afirmó ella—. Pero eso no es más que una ilusión pasajera.
—¿Una ilusión? No lo creo. La atracción física nos dice que debemos estar alerta.Podrías ser una buena pareja para mí.
Paula dejó de caminar y se volvió para mirarlo a la cara. Pedro se había puesto unas gafas de aviador y llevaba la chaqueta colgada al hombro. Y daba toda la sensación de ser un hombre acostumbrado a conseguir lo que quería.
—¿Qué? —preguntó ella—. No hay manera de que tú y yo podamos ser pareja.Además, no sé si debería creerte o no. Solo buscas una aventura de una noche,¿Verdad?
—Normalmente, sí. Pero, por lo que estoy sintiendo contigo, creo que mi forma habitual de actuar se me ha quedado anticuada. Para empezar, me estás haciendo olvidar mi regla de oro: no mezclar los negocios con el placer.
Ella negó con la cabeza.
—No puedo permitirme correr ese riesgo contigo, Pedro.
—¿A causa de Alfredo?
Paula deseó que fuera tan sencillo.
—Si mis abuelos no estuvieran implicados…
—¿Qué quieres decir?
—Imagínate que nos hubiéramos conocido de vacaciones. No habría dudado en tener una aventura contigo. Pero se trata de mi familia y mi hogar y no puedo permitirme ponerlos en peligro.
—No tienes por qué poner nada en peligro —señaló Pedro, posando la mano en la parte baja de la espalda de ella para que siguiera caminando.
Paula meneó la cabeza, haciendo que su perfume a gardenia lo envolviera. ¿Porqué todo en ella le resultaba tan excitante?, se preguntó Pedro.
—No voy a aceptar un no por respuesta —insistió él—. A los dos se nos dan bien las negociaciones.
—Esto no es fácil para mí. Mis abuelos se merecen mi lealtad. Estoy en deuda con ellos.
—¿Por qué estás en deuda? —quiso saber él.
Quería averiguar lo que había pasadohacía diez años y estaba decidido a obtener respuestas.
—Porque sí.
—Bueno, yo estoy en deuda con mis hermanos y mi compañía se merece mi lealtad, pero no puedo pensar en negocios cuando estoy contigo. Ahora mismo, solo puedo pensar en tu boca y en lo mucho que me gustaría besarla.
—Diciendo esas cosas no me ayudas mucho —replicó ella, cerrando los ojos y rodeándose la cintura con los brazos.
Si insistía un poco más, podía tenerla. Pedro lo sabía. Pero no quería acosarla, ni derribar sus defensas. La atrajo a su lado y salieron juntos del camino, alejándose de los demás paseantes.
—¿Lo habías pensado tú también?
Ella se mordisqueó el labio y levantó la vista hacia él.
—Sí, pero no voy a lanzarme a tus brazos con tanta facilidad.
Pedro inclinó la cabeza, deseando besarla y, al mismo tiempo, deseando que ella quisiera besarlo. Ansiaba que ella sintiera la misma atracción, que se olvidara de las reglas, de sus miedos… y de todo.
—Pedro, deja de manipularme.
—No lo estoy haciendo. Quiero saber qué necesitas para dejar de lado el trabajo y verme solo como a un hombre.
—Deja de jugar conmigo —pidió ella—. Sé tú mismo, sin más.
—Creo que no confías en mí.
—No confío en tí —admitió ella—. Y la sensación de que estás jugando conmigo no ayuda mucho. Te deseo, pero no quiero ser tu marioneta.
Su honestidad le llegó al alma a Pedro. Él tampoco quería utilizarla como una marioneta. Quería tenerla como a una mujer. Eso era todo. La deseaba, sin importarle las circunstancias. E iba a hacer lo que fueranecesario para tenerla. No podía rendirse.
—Lo siento. Estaba tratando de…
—Sé lo que estabas intentando —le interrumpió ella, levantando una mano para tocarle los labios—. Lo entiendo, porque yo tampoco quiero ser quien esté en desventaja. No me gusta que des tú el primer paso.
Cuando lo acarició, Pedro apenas pudo pensar. La rodeó de la cintura y la apretó contra su cuerpo. Durante un instante, frotó sus caderas con las de ella. Luego, dió un paso atrás, para no caer en la tentación de devorarle la boca.
—Tenemos que… caminar —suplicó él.
Pedro le dió la mano y la guió de vuelta.
—No podemos hacer la vista gorda a lo que sentimos —opinó él.
—Lo sé —afirmó ella—. Pero no voy a dejar que esta clase de atracción tome el control de mi vida.
Pedro podía comprender su punto de vista. Como hombre, él se alegraba de que ella lo deseara. Como empresario, también era una buena noticia, pues significaba que podía utilizar sus sentimientos para conseguir lo que quería de ella. Mientras caminaban, logró concentrarse en algo más, aparte de en la idea delevantarle la falda y tocarle entre los muslos.
—¿Y si fingimos estar de vacaciones?
—¿Por qué?
Inevitable Atracción: Capítulo 9
—De acuerdo. Puedo entenderlo. Solo pensaba que, si no hubieran vendido el mercado, tal vez, ahora no estaría tan descuidado —opinó él.
Pedro tenía razón. Vender la finca había sido un error y era la razón por la que ella estaba allí. Para arreglar los daños que había causado cuando se había dejado engatusar por un mentiroso hacía diez años. Paula nunca había sospechado cómo era Fernando en realidad. Había caído en su trampa y él se había aprovechado de ella. La había timado con facilidad. Fernando había empezado su propia empresa, un negocio de yates de lujo, y necesitaba inversores.Ella había puesto toda la herencia de sus padres en ello y, siguiendo las indicaciones de él, había convencido a sus abuelos para que hipotecaran el mercado y lo invirtieran todo también. Pero él había huido con el dinero.
Las investigaciones que habían seguido a la desaparición de Fernando habían supuesto un duro golpe para ellos. Les habían llevado casi dos años y, con los honorarios de los abogados y el detective privado, sus abuelos habían perdido el resto de su fortuna. Se habían visto forzados a vender el mercado y convertirse en arrendatarios. Fernando había sido capturado a fin y llevado ante la justicia, pero ellos nunca habían recuperado su dinero. Había sido una de las épocas más humillantes de la vida de Paula y había deseado escapar de Miami a Fordham, donde nadie la conocía. Allí, había empezado desde cero. Y había tenido mucho cuidado, desde entonces, en no dejar que sus sentimientostomaran las riendas de su vida.
—Tienes mucha razón —aceptó ella y le dió un trago a su mojito.
El sabor a ron y amenta era muy relajante. Sabía que Pedro la estaba observando cuando bebía y sabía,también, que llevaba distrayéndose con ella toda la tarde. A Paula le gustaba la sensación de poder que le daba saber que podía manipularlo.Se preguntó qué habría sentido Fernando mientras la había conducido a su trampa. ¿Se habría sentido poderoso? Ella no lo había pensado durante años pero, después de su experiencia con los hombres y en el trabajo, había aprendido que todo se reducía aquién tenía algo que el otro quería. Y, en ese momento, ella tenía algo que Pedro quería.
—Lo sé —repuso él con arrogancia.
Pedro parecía tenerlo todo bajo control, observó Paula. Era la misma sensación que ella solía causar en los demás, aunque dentro de su corazón todo fuera un caos. ¿Le sucedería a él lo mismo? Sin embargo, no conseguía descubrir su verdadero talón de Aquiles.
Cuando Paula se inclinó hacia delante para dejar la bebida, se dió cuenta de que los ojos de él se posaban en sus pechos. Irguiéndose para que la tela del vestido se le ajustara a las curvas, se echó hacia atrás.
—¿Has pensado en venderles la propiedad de nuevo a mis abuelos? —preguntó ella—. Creo que esa sería la mejor solución —añadió.
Así, podría dar por zanjada sumisión y tomar el primer vuelo de regreso a Nueva York, pensó. Allí, todos losejecutivos que conocía era hombres grises y aburridos, en vez de bronceados, calientes y llenos de vida.
—No lo creo —contestó él, levantando la vista a los ojos de ella—. Tus abuelos no…
—¿Qué?
—No tienen los recursos necesarios para hacer que el mercado sea rentable y mi compañía sí los tiene. Hace falta mucho capital para revitalizar toda la zona. Y eso soloserá posible atrayendo a nuevos clientes, además de manteniendo a los habituales.
Él tenía razón, pero a Paula no le gustaba la idea de que un extraño fuera propietario del mercado. También la irritaba ser la culpable de la situación en que se encontraban sus abuelos. Si no se hubiera enamorado de Fernando hacía años, su querido abuelo no tendría que someterse a las condiciones de los hermanos Alfonso.
—Ya. Pero si le quitas al mercado su sabor original, perderás clientes y dinero.
—Ahí es donde intervienes tú. Me gustó tu idea de formar un comité —reconoció él—. Me hubiera gustado haberlo pensado antes. Pero ya está bien de hablar de negocios. Quiero conocer a la mujer que hay detrás de la abogada. Por cierto, me gusta tu vestido.
Paula se echó el pelo hacia atrás y se relajó. Se dijo que, antes o después, Pedro se convencería de que ella tenía razón o comprendería todos los obstáculos que ella podía ponerle en el camino para frenar su plan de expansión.
—Me he fijado en que te gustaba.
—Bien. ¿Has terminado ya tu mojito? Quiero invitarte a dar un paseo por la playa.
—Buena idea —repuso ella, poniéndose en pie—. Echo de menos la playa.
—Yo vivo en ella. Esa fue una de las razones por las que regresé aquí al licenciarme en Harvard. Me gusta el buen tiempo.
—¿Y qué más? —preguntó Paula. Sospechaba que la familia era importante para él. Eso no era algo muy común en los altos ejecutivos que ella solía conocer en Manhattan. Aunque, si lo pensaba bien, lo cierto era que Pedro no encajaba en ningún molde—. ¿Cuál es la verdadera razón por la que estás aquí? —insistió, mientras salían al exterior.
—Ya te lo he dicho. Me gusta conocer a mis oponentes.
—Eso ya lo veo —replicó Paula—. Estabas intentando conocer mi punto débil, ¿No es así?
—En parte, sí —admitió él—. Pero, si te soy sincero, no eres lo que esperaba del abogado de Chaves.
—¿Porque soy una mujer? —preguntó ella.
—No quería menospreciarte —aseguró él—. Mi problema es que eres demasiado sexy. Puedo negociar con una oponente del sexo contrario, pero cuando me hace pensar en noches largas y calientes en vez de en el trabajo… Bueno, se me ocurrió que debía contraatacar y hacer algo inesperado, como invitarte a salir.
Paula se mordió el labio inferior. Era un hombre muy franco, lo que no debía sorprenderla. Era la clase de hombre que decía lo que pensaba y no se preocupaba por las consecuencias. Y ella era una mujer que todavía estaba sufriendo las consecuencias de haberse enamorado con anterioridad. Tenía que recordar que sus abuelos se encontraban en esa situación porque ella había seguido los dictados de su corazón. Y ellos habían pagado el precio.
Pedro tenía razón. Vender la finca había sido un error y era la razón por la que ella estaba allí. Para arreglar los daños que había causado cuando se había dejado engatusar por un mentiroso hacía diez años. Paula nunca había sospechado cómo era Fernando en realidad. Había caído en su trampa y él se había aprovechado de ella. La había timado con facilidad. Fernando había empezado su propia empresa, un negocio de yates de lujo, y necesitaba inversores.Ella había puesto toda la herencia de sus padres en ello y, siguiendo las indicaciones de él, había convencido a sus abuelos para que hipotecaran el mercado y lo invirtieran todo también. Pero él había huido con el dinero.
Las investigaciones que habían seguido a la desaparición de Fernando habían supuesto un duro golpe para ellos. Les habían llevado casi dos años y, con los honorarios de los abogados y el detective privado, sus abuelos habían perdido el resto de su fortuna. Se habían visto forzados a vender el mercado y convertirse en arrendatarios. Fernando había sido capturado a fin y llevado ante la justicia, pero ellos nunca habían recuperado su dinero. Había sido una de las épocas más humillantes de la vida de Paula y había deseado escapar de Miami a Fordham, donde nadie la conocía. Allí, había empezado desde cero. Y había tenido mucho cuidado, desde entonces, en no dejar que sus sentimientostomaran las riendas de su vida.
—Tienes mucha razón —aceptó ella y le dió un trago a su mojito.
El sabor a ron y amenta era muy relajante. Sabía que Pedro la estaba observando cuando bebía y sabía,también, que llevaba distrayéndose con ella toda la tarde. A Paula le gustaba la sensación de poder que le daba saber que podía manipularlo.Se preguntó qué habría sentido Fernando mientras la había conducido a su trampa. ¿Se habría sentido poderoso? Ella no lo había pensado durante años pero, después de su experiencia con los hombres y en el trabajo, había aprendido que todo se reducía aquién tenía algo que el otro quería. Y, en ese momento, ella tenía algo que Pedro quería.
—Lo sé —repuso él con arrogancia.
Pedro parecía tenerlo todo bajo control, observó Paula. Era la misma sensación que ella solía causar en los demás, aunque dentro de su corazón todo fuera un caos. ¿Le sucedería a él lo mismo? Sin embargo, no conseguía descubrir su verdadero talón de Aquiles.
Cuando Paula se inclinó hacia delante para dejar la bebida, se dió cuenta de que los ojos de él se posaban en sus pechos. Irguiéndose para que la tela del vestido se le ajustara a las curvas, se echó hacia atrás.
—¿Has pensado en venderles la propiedad de nuevo a mis abuelos? —preguntó ella—. Creo que esa sería la mejor solución —añadió.
Así, podría dar por zanjada sumisión y tomar el primer vuelo de regreso a Nueva York, pensó. Allí, todos losejecutivos que conocía era hombres grises y aburridos, en vez de bronceados, calientes y llenos de vida.
—No lo creo —contestó él, levantando la vista a los ojos de ella—. Tus abuelos no…
—¿Qué?
—No tienen los recursos necesarios para hacer que el mercado sea rentable y mi compañía sí los tiene. Hace falta mucho capital para revitalizar toda la zona. Y eso soloserá posible atrayendo a nuevos clientes, además de manteniendo a los habituales.
Él tenía razón, pero a Paula no le gustaba la idea de que un extraño fuera propietario del mercado. También la irritaba ser la culpable de la situación en que se encontraban sus abuelos. Si no se hubiera enamorado de Fernando hacía años, su querido abuelo no tendría que someterse a las condiciones de los hermanos Alfonso.
—Ya. Pero si le quitas al mercado su sabor original, perderás clientes y dinero.
—Ahí es donde intervienes tú. Me gustó tu idea de formar un comité —reconoció él—. Me hubiera gustado haberlo pensado antes. Pero ya está bien de hablar de negocios. Quiero conocer a la mujer que hay detrás de la abogada. Por cierto, me gusta tu vestido.
Paula se echó el pelo hacia atrás y se relajó. Se dijo que, antes o después, Pedro se convencería de que ella tenía razón o comprendería todos los obstáculos que ella podía ponerle en el camino para frenar su plan de expansión.
—Me he fijado en que te gustaba.
—Bien. ¿Has terminado ya tu mojito? Quiero invitarte a dar un paseo por la playa.
—Buena idea —repuso ella, poniéndose en pie—. Echo de menos la playa.
—Yo vivo en ella. Esa fue una de las razones por las que regresé aquí al licenciarme en Harvard. Me gusta el buen tiempo.
—¿Y qué más? —preguntó Paula. Sospechaba que la familia era importante para él. Eso no era algo muy común en los altos ejecutivos que ella solía conocer en Manhattan. Aunque, si lo pensaba bien, lo cierto era que Pedro no encajaba en ningún molde—. ¿Cuál es la verdadera razón por la que estás aquí? —insistió, mientras salían al exterior.
—Ya te lo he dicho. Me gusta conocer a mis oponentes.
—Eso ya lo veo —replicó Paula—. Estabas intentando conocer mi punto débil, ¿No es así?
—En parte, sí —admitió él—. Pero, si te soy sincero, no eres lo que esperaba del abogado de Chaves.
—¿Porque soy una mujer? —preguntó ella.
—No quería menospreciarte —aseguró él—. Mi problema es que eres demasiado sexy. Puedo negociar con una oponente del sexo contrario, pero cuando me hace pensar en noches largas y calientes en vez de en el trabajo… Bueno, se me ocurrió que debía contraatacar y hacer algo inesperado, como invitarte a salir.
Paula se mordió el labio inferior. Era un hombre muy franco, lo que no debía sorprenderla. Era la clase de hombre que decía lo que pensaba y no se preocupaba por las consecuencias. Y ella era una mujer que todavía estaba sufriendo las consecuencias de haberse enamorado con anterioridad. Tenía que recordar que sus abuelos se encontraban en esa situación porque ella había seguido los dictados de su corazón. Y ellos habían pagado el precio.
sábado, 16 de septiembre de 2017
Inevitable Atracción: Capítulo 8
Pedro dejó su Porsche en el estacionamiento s y entró en el vestíbulo del Ritz. Las vistasdesde el hotel eran de las mejores de la zona. Miró el reloj. Había llegado unos minutos pronto y Paula no parecía estar por allí.
Cuando entró en el bar, encontró una mesa para dos en un rincón bastante tranquilo. Tenía que conocer mejor a Paula. Tenía que averiguar lo que ella pensaba para asegurarse de hacer la oferta adecuada… una que no pudiera rechazar. Así, podría seguir adelante con su proyecto. Si no fuera experto en convencer a las personas, no habría podido sacar adelante su compañía como lo había hecho. No podía negar que deseaba a Paula. En la sala de reuniones, había habido unmomento en que había soñado con estar a solas con ella para tomarla entre sus brazosy demostrarle su pasión.
—¿Pedro?
Él se giró y se quedó boquiabierto. La mujer reservada y austera con la que había estado coqueteando se había convertido en una bomba sexual. Tal vez, era solo porque se había soltado el largo pelo negro. O por el carmín rojo que resaltaba sus jugosos labios. Aunque podía ser, más bien, por el vestido negro corto y ajustado que enfatizaba sus peligrosas curvas. Cuando bajó la vista a sus delicados tobillos y a un par de sandalias de tacón de aguja, estuvo a punto de soltar un gemido de emoción.
—Paula—dijo él con voz ronca.
Ella arqueó una ceja y sonrió.
—¿Te alegras de verme?
—Eso es poco decir. Deja que pida algo de beber. ¿Qué prefieres?
—Mojito. Necesito algo para refrescarme.
Pedro hizo una seña al camarero y le pidió lo que querían.
—Háblame de tí, Paula. ¿Por qué vives en Nueva York cuando toda tu familia está aquí?
—Siempre vas al grano, ¿Eh? —preguntó ella, mirando a su alrededor.
—¿Por qué perder el tiempo hablando de cosas superficiales? —replicó él—. Ambos queremos saber lo máximo posible del otro, ¿No es así?
—Sin duda. Lo que pasa es que no había planeado ser la primera en hablar de mi vida —señaló ella con una sonrisa.
Cada vez que Paula hablaba, Pedro intentaba concentrarse en sus palabras,aunque no podía apartar los ojos de sus labios. Ansiaba conocer su sabor, su textura.¿Cómo serían sus besos? ¿Sabría tan bien como se imaginaba?
—Soy un caballero —dijo él.
—Entonces, ¿Las damas primero?
—Siempre. Sobre todo, en lo que tiene que ver con el placer.
Paula se sonrojó, al mismo tiempo que el camarero llegaba con las bebidas.
—Brindemos por las nuevas relaciones.
—Y por una rápida solución a nuestras diferencias en los negocios —añadió ella.
Pedro chocó su vaso y la observó mientras ella bebía. Luego, vió cómo se pasaba la lengua por los labios y sintió que la sangre se le agolpaba en las partes bajas. La deseaba. Iba a tener que echar mano de todo su ingenio, pues era evidente que ella estaba jugando con sus encantos. Él debía hacer lo mismo, se dijo.
—Ibas a contarme todos tus secretos —indicó él.
Ella rió.
—Iba a contarte la versión oficial de mi vida.
—Me conformaré con eso.
—Seguro que sí. De acuerdo, ¿Por dónde empiezo?
—Por el principio —sugirió él y apartó las piernas para dejar sitio en los pantalones para su creciente erección.
—¿Por mi nacimiento?
—No. Por la universidad. He investigado un poco en Internet y sé que no te graduaste en Miami. ¿Qué te hizo elegir la Escuela de Derecho de Fordham en vez dealgo más cercano a tu casa?
—Necesitaba cambiar de aires. Quería ser abogada y había trabajado como becaria durante el verano para la firma en la que estoy ahora. Así que me pareció adecuado estudiar allí.
—Eso ocurrió por la misma época en que tus abuelos vendieron el mercado y se limitaron a tener un espacio en alquiler. ¿Lo hicieron para pagar tus estudios?
Ella se puso tensa y meneó la cabeza.
—Yo tenía una beca.
—He investigado a quién le perteneció la propiedad antes del dueño al que yo se lo compré y sé que era de tu abuelo. No entiendo por qué la vendió —comentó él.
—¿Y qué me dices de tí? Los graduados de Harvard suelen incorporarse a una gran firma de abogados, pero tú preferiste volver a casa y trabajar con tu hermano. ¿Porqué?
Pedro se estiró y la observó durante un minuto. Era una pregunta complicada. No podía revelarle que haber vuelto había sido la decisión más difícil que había tomado en su vida.
—Me necesitaban —indicó él—. ¿Y tú por qué has venido? —preguntó, tras darle un trago a su bebida.
—Mi abuelo me dijo que eras demasiado astuto y que no podía fiarse de tí.
—Eso no es verdad. Alfredo es astuto. Y no cambies de tema. ¿Por qué vendió el mercado, si no fue para pagar tus estudios?
Paula se ruborizó y le tembló la mano cuando se llevó el vaso a los labios.
—Ese tema es privado y no quiero hablar.
A Paula le sorprendió que él hubiera indagado en los dueños que había tenido la propiedad. Pero no debía haberle tomado por sorpresa. Tal vez, había conseguidodistraerlo momentáneamente con su aspecto y sus ropas, pero Pedro había sido rápido y había encontrado su talón de Aquiles.
Cuando entró en el bar, encontró una mesa para dos en un rincón bastante tranquilo. Tenía que conocer mejor a Paula. Tenía que averiguar lo que ella pensaba para asegurarse de hacer la oferta adecuada… una que no pudiera rechazar. Así, podría seguir adelante con su proyecto. Si no fuera experto en convencer a las personas, no habría podido sacar adelante su compañía como lo había hecho. No podía negar que deseaba a Paula. En la sala de reuniones, había habido unmomento en que había soñado con estar a solas con ella para tomarla entre sus brazosy demostrarle su pasión.
—¿Pedro?
Él se giró y se quedó boquiabierto. La mujer reservada y austera con la que había estado coqueteando se había convertido en una bomba sexual. Tal vez, era solo porque se había soltado el largo pelo negro. O por el carmín rojo que resaltaba sus jugosos labios. Aunque podía ser, más bien, por el vestido negro corto y ajustado que enfatizaba sus peligrosas curvas. Cuando bajó la vista a sus delicados tobillos y a un par de sandalias de tacón de aguja, estuvo a punto de soltar un gemido de emoción.
—Paula—dijo él con voz ronca.
Ella arqueó una ceja y sonrió.
—¿Te alegras de verme?
—Eso es poco decir. Deja que pida algo de beber. ¿Qué prefieres?
—Mojito. Necesito algo para refrescarme.
Pedro hizo una seña al camarero y le pidió lo que querían.
—Háblame de tí, Paula. ¿Por qué vives en Nueva York cuando toda tu familia está aquí?
—Siempre vas al grano, ¿Eh? —preguntó ella, mirando a su alrededor.
—¿Por qué perder el tiempo hablando de cosas superficiales? —replicó él—. Ambos queremos saber lo máximo posible del otro, ¿No es así?
—Sin duda. Lo que pasa es que no había planeado ser la primera en hablar de mi vida —señaló ella con una sonrisa.
Cada vez que Paula hablaba, Pedro intentaba concentrarse en sus palabras,aunque no podía apartar los ojos de sus labios. Ansiaba conocer su sabor, su textura.¿Cómo serían sus besos? ¿Sabría tan bien como se imaginaba?
—Soy un caballero —dijo él.
—Entonces, ¿Las damas primero?
—Siempre. Sobre todo, en lo que tiene que ver con el placer.
Paula se sonrojó, al mismo tiempo que el camarero llegaba con las bebidas.
—Brindemos por las nuevas relaciones.
—Y por una rápida solución a nuestras diferencias en los negocios —añadió ella.
Pedro chocó su vaso y la observó mientras ella bebía. Luego, vió cómo se pasaba la lengua por los labios y sintió que la sangre se le agolpaba en las partes bajas. La deseaba. Iba a tener que echar mano de todo su ingenio, pues era evidente que ella estaba jugando con sus encantos. Él debía hacer lo mismo, se dijo.
—Ibas a contarme todos tus secretos —indicó él.
Ella rió.
—Iba a contarte la versión oficial de mi vida.
—Me conformaré con eso.
—Seguro que sí. De acuerdo, ¿Por dónde empiezo?
—Por el principio —sugirió él y apartó las piernas para dejar sitio en los pantalones para su creciente erección.
—¿Por mi nacimiento?
—No. Por la universidad. He investigado un poco en Internet y sé que no te graduaste en Miami. ¿Qué te hizo elegir la Escuela de Derecho de Fordham en vez dealgo más cercano a tu casa?
—Necesitaba cambiar de aires. Quería ser abogada y había trabajado como becaria durante el verano para la firma en la que estoy ahora. Así que me pareció adecuado estudiar allí.
—Eso ocurrió por la misma época en que tus abuelos vendieron el mercado y se limitaron a tener un espacio en alquiler. ¿Lo hicieron para pagar tus estudios?
Ella se puso tensa y meneó la cabeza.
—Yo tenía una beca.
—He investigado a quién le perteneció la propiedad antes del dueño al que yo se lo compré y sé que era de tu abuelo. No entiendo por qué la vendió —comentó él.
—¿Y qué me dices de tí? Los graduados de Harvard suelen incorporarse a una gran firma de abogados, pero tú preferiste volver a casa y trabajar con tu hermano. ¿Porqué?
Pedro se estiró y la observó durante un minuto. Era una pregunta complicada. No podía revelarle que haber vuelto había sido la decisión más difícil que había tomado en su vida.
—Me necesitaban —indicó él—. ¿Y tú por qué has venido? —preguntó, tras darle un trago a su bebida.
—Mi abuelo me dijo que eras demasiado astuto y que no podía fiarse de tí.
—Eso no es verdad. Alfredo es astuto. Y no cambies de tema. ¿Por qué vendió el mercado, si no fue para pagar tus estudios?
Paula se ruborizó y le tembló la mano cuando se llevó el vaso a los labios.
—Ese tema es privado y no quiero hablar.
A Paula le sorprendió que él hubiera indagado en los dueños que había tenido la propiedad. Pero no debía haberle tomado por sorpresa. Tal vez, había conseguidodistraerlo momentáneamente con su aspecto y sus ropas, pero Pedro había sido rápido y había encontrado su talón de Aquiles.
Inevitable Atracción: Capítulo 7
—¿Y si nos tomamos algo en el bar del vestíbulo? —propuso él con voz profunda y sexy.
—¿Por qué? —preguntó ella.
No estaba segura de que fuera buena idea estar a solas con él. Quería que su relación se limitara a los negocios. Era la única manera deno dejarse llevar por la atracción que sentía.
—Quiero poder hablar contigo a solas —repuso él—. Nada de negocios… solo de temas personales.
—¿Nada de negocios? Pedro, lo único que nos une son los negocios —señaló ella con la esperanza de convencerlo a él y, sobre todo, a sí misma. No estaba dispuesta a reconocer que hubiera chispa entre ellos.
—Pero podría haber mucho más.
—¡Ni siquiera me conoces!
—Eso es lo que quiero cambiar. ¿Qué mal podría hacerte tomar una copa conmigo?
—Una copa nada más —dijo Paula.
¿A quién quería engañar? Ella lo había invitado a la cena familiar para ver cómo se desenvolvía con sus parientes y valorar la clase de hombre que era, no por negocios.
—Solo una —repitió él—. Haré todo lo que pueda para ser encantador y que te quedes más tiempo.
—Soy dura de pelar.
—Eso es lo que quieres aparentar, pero creo que hay una mujer muy tierna en tu interior.
Pedro esperaba que él nunca tuviera la oportunidad de comprobarlo. Se había esforzado mucho en enterrar su yo más sensible. ¿Quedaría alguna huella de ella después de que Fernando le hubiera roto el corazón? Aunque había salido con hombres, siempre tenía mucho cuidado de nodejar que sus sentimientos fueran demasiado lejos. Fernando le había enseñado el precio de amar. Y no solo ella lo había pagado, también sus abuelos. Habían estado a puntode perder su empresa a causa del error que ella había cometido con un hombre. No dejaría que eso sucediera nunca de nuevo.
—Soy lo que aparento ser —afirmó ella—. ¿Y tú? ¿Eres un ejemplo de encanto y talento empresarial?
Pedro rió.
—Supongo que sí. Es difícil decirlo cuando creces a la sombra de un hermano carismático… todo el mundo espera que seas como él.
—¿Cuántos hermanos tienes? —preguntó ella. Aunque había dedicado parte de latarde a leer sobre ellos en Internet, quería oírle hablar de su familia. Ella no podía imaginarse la sensación de crecer siendo hijo de un rico y famoso jugador de golf o detener un hermano que jugara en los Yankees—. Sé que tu padre era jugador de golf profesional.
—Así es. Tengo dos hermanos…
—¿Y tú eres el mediano?
—Sí, señora. El más callado.
—No te he visto callado todavía.
Pedro rió de nuevo y Paula pensó que le gustaba el sonido de su risa… le gustaba demasiado. Pero, por muy encantador que fuera, ella no iba a bajar sus defensas.Tenía que dejarle claro que harían las cosas según sus reglas.
—De acuerdo, una copa. ¿Por qué no vienes alrededor de…?
—A las cinco.
—¿Las cinco? Eso son dos horas antes de nuestra cita. ¿Cómo vas a hacer que una copa dure tanto? —preguntó ella poniéndose en pie y pensando qué iba a ponerse.Faltaban cuarenta minutos para las cinco.
—Si las cosas salen bien, no quiero privarte de disfrutar de mi compañía.
—Qué considerado —dijo ella.
—Lo soy. Es una de mis muchas cualidades.
—Lo recordaré cuando estemos haciendo las negociaciones para el mercado — comentó ella, riendo—. A las cinco en punto en el bar del vestíbulo del Ritz.
—Nos vemos —se despidió él y colgó.
Paula entró en el dormitorio y se miró al espejo. Tenía aspecto de acabar de salir de la oficina. Abrió el armario y se dió cuenta de que solo tenía atuendos formales para ir a trabajar. No tenía ninguna prenda especialmente sexy. ¿Pero quería estar sexy para su cita con Pedro?
—Sí —se respondió a sí misma en voz alta. Si quería llevar las riendas de la negociación, iba a tener que jugar todas sus cartas, pensó. Y estaba segura de que iba a ser un juego de todo menos aburrido.
—¿Por qué? —preguntó ella.
No estaba segura de que fuera buena idea estar a solas con él. Quería que su relación se limitara a los negocios. Era la única manera deno dejarse llevar por la atracción que sentía.
—Quiero poder hablar contigo a solas —repuso él—. Nada de negocios… solo de temas personales.
—¿Nada de negocios? Pedro, lo único que nos une son los negocios —señaló ella con la esperanza de convencerlo a él y, sobre todo, a sí misma. No estaba dispuesta a reconocer que hubiera chispa entre ellos.
—Pero podría haber mucho más.
—¡Ni siquiera me conoces!
—Eso es lo que quiero cambiar. ¿Qué mal podría hacerte tomar una copa conmigo?
—Una copa nada más —dijo Paula.
¿A quién quería engañar? Ella lo había invitado a la cena familiar para ver cómo se desenvolvía con sus parientes y valorar la clase de hombre que era, no por negocios.
—Solo una —repitió él—. Haré todo lo que pueda para ser encantador y que te quedes más tiempo.
—Soy dura de pelar.
—Eso es lo que quieres aparentar, pero creo que hay una mujer muy tierna en tu interior.
Pedro esperaba que él nunca tuviera la oportunidad de comprobarlo. Se había esforzado mucho en enterrar su yo más sensible. ¿Quedaría alguna huella de ella después de que Fernando le hubiera roto el corazón? Aunque había salido con hombres, siempre tenía mucho cuidado de nodejar que sus sentimientos fueran demasiado lejos. Fernando le había enseñado el precio de amar. Y no solo ella lo había pagado, también sus abuelos. Habían estado a puntode perder su empresa a causa del error que ella había cometido con un hombre. No dejaría que eso sucediera nunca de nuevo.
—Soy lo que aparento ser —afirmó ella—. ¿Y tú? ¿Eres un ejemplo de encanto y talento empresarial?
Pedro rió.
—Supongo que sí. Es difícil decirlo cuando creces a la sombra de un hermano carismático… todo el mundo espera que seas como él.
—¿Cuántos hermanos tienes? —preguntó ella. Aunque había dedicado parte de latarde a leer sobre ellos en Internet, quería oírle hablar de su familia. Ella no podía imaginarse la sensación de crecer siendo hijo de un rico y famoso jugador de golf o detener un hermano que jugara en los Yankees—. Sé que tu padre era jugador de golf profesional.
—Así es. Tengo dos hermanos…
—¿Y tú eres el mediano?
—Sí, señora. El más callado.
—No te he visto callado todavía.
Pedro rió de nuevo y Paula pensó que le gustaba el sonido de su risa… le gustaba demasiado. Pero, por muy encantador que fuera, ella no iba a bajar sus defensas.Tenía que dejarle claro que harían las cosas según sus reglas.
—De acuerdo, una copa. ¿Por qué no vienes alrededor de…?
—A las cinco.
—¿Las cinco? Eso son dos horas antes de nuestra cita. ¿Cómo vas a hacer que una copa dure tanto? —preguntó ella poniéndose en pie y pensando qué iba a ponerse.Faltaban cuarenta minutos para las cinco.
—Si las cosas salen bien, no quiero privarte de disfrutar de mi compañía.
—Qué considerado —dijo ella.
—Lo soy. Es una de mis muchas cualidades.
—Lo recordaré cuando estemos haciendo las negociaciones para el mercado — comentó ella, riendo—. A las cinco en punto en el bar del vestíbulo del Ritz.
—Nos vemos —se despidió él y colgó.
Paula entró en el dormitorio y se miró al espejo. Tenía aspecto de acabar de salir de la oficina. Abrió el armario y se dió cuenta de que solo tenía atuendos formales para ir a trabajar. No tenía ninguna prenda especialmente sexy. ¿Pero quería estar sexy para su cita con Pedro?
—Sí —se respondió a sí misma en voz alta. Si quería llevar las riendas de la negociación, iba a tener que jugar todas sus cartas, pensó. Y estaba segura de que iba a ser un juego de todo menos aburrido.
Inevitable Atracción: Capítulo 6
Iban a sacar adelante su proyecto, tanto con ayuda de Alfredo y sus aliados como sin ella, se dijo Pedro. Ya había quedado para jugar al golf con el director de urbanismo, Sergio Strong, para llevárselo a su terreno. Y, la semana siguiente, buscaría una forma de salir del agujero legal donde Paula lo había metido. De todas maneras, quería conocerla mejor. Y la idea del comité sería perfecta para ello. Además, lo cierto era que queríacontar con el respaldo de la comunidad.
—Micaela, busca en mi agenda una hora para quedar —indicó él a su secretaria—. El club Luna Azul sería un buen sitio. Alfredo y Paula te darán una lista de personas a quien invitar.
—Me gustaría estudiar con más detenimiento los planes de reforma —pidió Paula.
—Los dejaré a solas para hablar de eso —dijo Alfredo— Voy a hacer algunas llamadas para comprobar cuándo le viene bien quedar a la gente.
—Micaela te mostrará un despacho que puedes utilizar —ofreció Pedro.
Después de que Alfredo y Micaela salieran de la habitación, Pedro se quedó mirando a Paula un momento. Ella tenía la cabeza inclinada sobre el cuaderno y estaba tomando notas.
—¿Por qué me estás mirando?
—Ya te he dicho que me pareces muy guapa.
—No sé qué te propones. ¿Sabías quién era yo cuando me viste en la sala de espera?
—No —negó él, meneando la cabeza—. Ojalá lo hubiera sabido.
—¿Por qué?
—Tal vez, podría haberte convencido para que no interpusieras esas medidas cautelares —repuso él con una carchada.
Paula rió.
—Vaya, eso es sobreestimar mucho tus dotes de persuasión.
—Touché —dijo él, llevándose la mano al pecho como si lo hubiera herido—. Menos mal que soy un tipo duro.
—Tienes que serlo para trabajar en este barrio. ¿Cómo han conseguido tus hermanos y tú hacer que Luna Azul fuera un éxito sin el respaldo de la comunidad? — preguntó ella.
—Algunas personas del barrio son asiduos a nuestro club, pero son las celebridades quienes lo han convertido en un buen negocio. Atraen a multitud de fans. Además,contratamos a bandas de primera categoría y hay clases de salsa en la terraza delático… Nos las arreglamos bien. ¿Tú lo has visitado alguna vez?
Ella negó con la cabeza.
—Me fui de Miami antes de que se abriera.
—¿Por qué te fuiste?
—No es asunto tuyo —replicó ella con gesto serio.
—Lo siento. Esperaba oírte decir que fue porque necesitabas libertad… ¿Quieres cenar conmigo esta noche?
—¿Por qué?
—Me gusta vigilar de cerca a mis enemigos.
—Y a mí —afirmó ella.
—Lo tomaré como un sí.
—Es un sí. Pero yo escogeré el lugar —señaló ella, escribió una dirección en su cuaderno, arrancó la hoja y se la tendió—. Te espero allí a las siete. Puedes vestir informal.
—¿Tengo que llevar algo?
—Solo tus ganas de comer.
Paula recogió sus cosas, se levantó y salió de la sala de reuniones, bajo la atenta mirada de él. Haber invitado a Justin a la cena familiar había sido una idea inspirada, pensó Paula. Él quería hacer negocios en su comunidad, pero no la comprendía. Aquello le serviría de lección. De camino a su casa, se había pasado por el mercado para ver la tienda de su abuelo y se lo había encontrado todo en mucho peor estado del que había esperado. Era necesario un cambio, sí. Sin embargo, no creía que un centro comercial de lujo fuera la solución.
Mientras le daba vueltas a la cabeza, paró delante de su casa. Cuando entró,la invadieron los recuerdos, pero intentó mantenerlos a raya para refrescarse yprepararse para ir la cena familiar. Lo último que quería era estar allí, así que hizo una maleta con unas cuantas ropas del armario, cerró la puerta con llave y puso rumbo a la playa. Su trabajo en la abogacía en Nueva York la había convertido en una mujer próspera. Y, teniendo en cuenta que aquellas eran las primeras vacaciones que setomaba en ocho años, decidió que se merecía un descanso. Todo lo que había hechoen los últimos tiempos había sido trabajar y ahorrar. Bueno, eso no era del todo cierto.Sentía debilidad por la lencería de La Perla, pero ese era su único vicio. Por eso, paró delante del Ritz y pidió una suite para el mes siguiente, diciéndoseque estaba haciendo lo correcto. Al instante, la condujeron a una preciosa habitación,llena de lujo y sin nada que le trajera recuerdos. Justo lo que necesitaba. Mientras se estaba acomodando, le sonó el móvil. Miró el identificador de llamadas, pero no reconoció el número.
—Paula al habla.
—Soy Pedro. ¿Qué te parece si nos tomamos una copa en Luna Azul primero, para que conozcas el club?
—No.
—Así, sin más. ¿Ni siquiera vas a fingir que te lo piensas?
—Eso es —repuso ella—. De todos modos, no estoy cerca de allí. Estoy alojada en el Ritz —explicó ella.
—Micaela, busca en mi agenda una hora para quedar —indicó él a su secretaria—. El club Luna Azul sería un buen sitio. Alfredo y Paula te darán una lista de personas a quien invitar.
—Me gustaría estudiar con más detenimiento los planes de reforma —pidió Paula.
—Los dejaré a solas para hablar de eso —dijo Alfredo— Voy a hacer algunas llamadas para comprobar cuándo le viene bien quedar a la gente.
—Micaela te mostrará un despacho que puedes utilizar —ofreció Pedro.
Después de que Alfredo y Micaela salieran de la habitación, Pedro se quedó mirando a Paula un momento. Ella tenía la cabeza inclinada sobre el cuaderno y estaba tomando notas.
—¿Por qué me estás mirando?
—Ya te he dicho que me pareces muy guapa.
—No sé qué te propones. ¿Sabías quién era yo cuando me viste en la sala de espera?
—No —negó él, meneando la cabeza—. Ojalá lo hubiera sabido.
—¿Por qué?
—Tal vez, podría haberte convencido para que no interpusieras esas medidas cautelares —repuso él con una carchada.
Paula rió.
—Vaya, eso es sobreestimar mucho tus dotes de persuasión.
—Touché —dijo él, llevándose la mano al pecho como si lo hubiera herido—. Menos mal que soy un tipo duro.
—Tienes que serlo para trabajar en este barrio. ¿Cómo han conseguido tus hermanos y tú hacer que Luna Azul fuera un éxito sin el respaldo de la comunidad? — preguntó ella.
—Algunas personas del barrio son asiduos a nuestro club, pero son las celebridades quienes lo han convertido en un buen negocio. Atraen a multitud de fans. Además,contratamos a bandas de primera categoría y hay clases de salsa en la terraza delático… Nos las arreglamos bien. ¿Tú lo has visitado alguna vez?
Ella negó con la cabeza.
—Me fui de Miami antes de que se abriera.
—¿Por qué te fuiste?
—No es asunto tuyo —replicó ella con gesto serio.
—Lo siento. Esperaba oírte decir que fue porque necesitabas libertad… ¿Quieres cenar conmigo esta noche?
—¿Por qué?
—Me gusta vigilar de cerca a mis enemigos.
—Y a mí —afirmó ella.
—Lo tomaré como un sí.
—Es un sí. Pero yo escogeré el lugar —señaló ella, escribió una dirección en su cuaderno, arrancó la hoja y se la tendió—. Te espero allí a las siete. Puedes vestir informal.
—¿Tengo que llevar algo?
—Solo tus ganas de comer.
Paula recogió sus cosas, se levantó y salió de la sala de reuniones, bajo la atenta mirada de él. Haber invitado a Justin a la cena familiar había sido una idea inspirada, pensó Paula. Él quería hacer negocios en su comunidad, pero no la comprendía. Aquello le serviría de lección. De camino a su casa, se había pasado por el mercado para ver la tienda de su abuelo y se lo había encontrado todo en mucho peor estado del que había esperado. Era necesario un cambio, sí. Sin embargo, no creía que un centro comercial de lujo fuera la solución.
Mientras le daba vueltas a la cabeza, paró delante de su casa. Cuando entró,la invadieron los recuerdos, pero intentó mantenerlos a raya para refrescarse yprepararse para ir la cena familiar. Lo último que quería era estar allí, así que hizo una maleta con unas cuantas ropas del armario, cerró la puerta con llave y puso rumbo a la playa. Su trabajo en la abogacía en Nueva York la había convertido en una mujer próspera. Y, teniendo en cuenta que aquellas eran las primeras vacaciones que setomaba en ocho años, decidió que se merecía un descanso. Todo lo que había hechoen los últimos tiempos había sido trabajar y ahorrar. Bueno, eso no era del todo cierto.Sentía debilidad por la lencería de La Perla, pero ese era su único vicio. Por eso, paró delante del Ritz y pidió una suite para el mes siguiente, diciéndoseque estaba haciendo lo correcto. Al instante, la condujeron a una preciosa habitación,llena de lujo y sin nada que le trajera recuerdos. Justo lo que necesitaba. Mientras se estaba acomodando, le sonó el móvil. Miró el identificador de llamadas, pero no reconoció el número.
—Paula al habla.
—Soy Pedro. ¿Qué te parece si nos tomamos una copa en Luna Azul primero, para que conozcas el club?
—No.
—Así, sin más. ¿Ni siquiera vas a fingir que te lo piensas?
—Eso es —repuso ella—. De todos modos, no estoy cerca de allí. Estoy alojada en el Ritz —explicó ella.
Inevitable Atracción: Capítulo 5
—Vayamos al grano —indicó ella—. He traído una lista de cosas que nos preocupan.
—Estoy deseando escucharla —repuso él—. Me alegro de verte otra vez, Alfredo—añadió, estrechándole la mano al abuelo de Paula.
—Yo preferiría no tener que reunirme contigo.
—Para ser sincero, a mí también me gustaría que no fuera necesario. Quiero hacer realidad este proyecto —señaló Pedro.
Paula estaba segura de que así era. Lo más probable era que Alfonso estuviera perdiendo dinero con cada día que tenían las obras paradas. Pero ella había ido allí para dejar claro que no podían sustituir los mercados tradicionales de la localidad por un lujoso centro comercial.
—¿Cuál es la mayor de sus preocupaciones? —preguntó él—. Este edificio pertenecía a una cadena de supermercados antes de que tú llegaras, Alfredo. No es laprimera vez que tienen franquicias en el barrio. Pero podemos invitar a pequeños comercios, si lo prefieren.
Paula se dió cuenta de que Pedro no comprendía bien qué tenían en contra de su proyecto.
—Pedro, el mercado es parte de la comunidad cubana. No solo es un lugar donde la gente compra comida, es donde los hombres mayores van por las mañanas a tomar café, donde se sientan y hablan de sus cosas. Es un lugar donde las madres jóvenes pueden llevar a sus hijos a jugar en el patío y disfrutar de deliciosa comida cubana.
Pedro sabía que la reunión no iba a ser fácil. Para ser justos, él también necesitaba tener contenta a esa comunidad, pues serían sus futuros clientes. Aunque tenía la intención de hacer tratos con unas cuantas compañías locales de tours para que llevaran a los turistas al centro comercial Luna Azul, eran los residentes de la zona quienes debían darle vida a su proyecto.
—Estoy abierto a sugerencias. Por el momento, Alfredo solo ha exigido que dejemos el mercado tal y como está y creo que los dos sabemos que eso no sería una buena solución.
—No creo que los dos sepamos eso.
—¿Has ido por el mercado hace poco? —le preguntó Pedro a Paula—. El edificio está viejo y descuidado, ¿No es verdad, Alfredo?
Alfredo se encogió de hombros y miró a Paula.
—El edificio necesita reparaciones y su propietario… tú, Pedro, deberías hacerlas — replicó Alfredo.
—Quiero hacer más que reparaciones. Ni siquiera estoy seguro de que los materiales estén preparados para resistir un huracán.
Paula sacó un cuaderno de notas y comenzó a escribir.
—Lo comprobaré. ¿Has considerado la posibilidad de formar un comité con los líderes de la comunidad y representantes de tu compañía? —sugirió ella.
—Hemos tenido algunas conversaciones informales.
—Necesitas más que eso. Porque, si quieres el apoyo de la comunidad, tendrás que mantener un diálogo abierto con ellos.
—De acuerdo —admitió Pedro—. Pero solo si tú también formas parte del comité.
Ella parpadeó y ladeó la cabeza.
—No creo que eso sea necesario.
—Yo, sí —repuso Pedro—. Has crecido aquí y, además, conoces los temas legales y las normativas de urbanismo. Podrás ver las cosas con perspectiva.
—No creo…
—Estoy de acuerdo con él, pocha. Deberías participar —intervino Alfredo.
—¿pocha? —preguntó Pedro, sonriendo.
—Es mi apodo —explicó Paula, y se ruborizó.
—Estoy deseando escucharla —repuso él—. Me alegro de verte otra vez, Alfredo—añadió, estrechándole la mano al abuelo de Paula.
—Yo preferiría no tener que reunirme contigo.
—Para ser sincero, a mí también me gustaría que no fuera necesario. Quiero hacer realidad este proyecto —señaló Pedro.
Paula estaba segura de que así era. Lo más probable era que Alfonso estuviera perdiendo dinero con cada día que tenían las obras paradas. Pero ella había ido allí para dejar claro que no podían sustituir los mercados tradicionales de la localidad por un lujoso centro comercial.
—¿Cuál es la mayor de sus preocupaciones? —preguntó él—. Este edificio pertenecía a una cadena de supermercados antes de que tú llegaras, Alfredo. No es laprimera vez que tienen franquicias en el barrio. Pero podemos invitar a pequeños comercios, si lo prefieren.
Paula se dió cuenta de que Pedro no comprendía bien qué tenían en contra de su proyecto.
—Pedro, el mercado es parte de la comunidad cubana. No solo es un lugar donde la gente compra comida, es donde los hombres mayores van por las mañanas a tomar café, donde se sientan y hablan de sus cosas. Es un lugar donde las madres jóvenes pueden llevar a sus hijos a jugar en el patío y disfrutar de deliciosa comida cubana.
Pedro sabía que la reunión no iba a ser fácil. Para ser justos, él también necesitaba tener contenta a esa comunidad, pues serían sus futuros clientes. Aunque tenía la intención de hacer tratos con unas cuantas compañías locales de tours para que llevaran a los turistas al centro comercial Luna Azul, eran los residentes de la zona quienes debían darle vida a su proyecto.
—Estoy abierto a sugerencias. Por el momento, Alfredo solo ha exigido que dejemos el mercado tal y como está y creo que los dos sabemos que eso no sería una buena solución.
—No creo que los dos sepamos eso.
—¿Has ido por el mercado hace poco? —le preguntó Pedro a Paula—. El edificio está viejo y descuidado, ¿No es verdad, Alfredo?
Alfredo se encogió de hombros y miró a Paula.
—El edificio necesita reparaciones y su propietario… tú, Pedro, deberías hacerlas — replicó Alfredo.
—Quiero hacer más que reparaciones. Ni siquiera estoy seguro de que los materiales estén preparados para resistir un huracán.
Paula sacó un cuaderno de notas y comenzó a escribir.
—Lo comprobaré. ¿Has considerado la posibilidad de formar un comité con los líderes de la comunidad y representantes de tu compañía? —sugirió ella.
—Hemos tenido algunas conversaciones informales.
—Necesitas más que eso. Porque, si quieres el apoyo de la comunidad, tendrás que mantener un diálogo abierto con ellos.
—De acuerdo —admitió Pedro—. Pero solo si tú también formas parte del comité.
Ella parpadeó y ladeó la cabeza.
—No creo que eso sea necesario.
—Yo, sí —repuso Pedro—. Has crecido aquí y, además, conoces los temas legales y las normativas de urbanismo. Podrás ver las cosas con perspectiva.
—No creo…
—Estoy de acuerdo con él, pocha. Deberías participar —intervino Alfredo.
—¿pocha? —preguntó Pedro, sonriendo.
—Es mi apodo —explicó Paula, y se ruborizó.
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