—Tu hermana... necesito cuerdas... está colgada en la pared del acantilado... ha habido un deslizamiento.
—Hay cuerdas en mi coche. Llamaré a Gonza y le diré que venga con más gente. ¿Está herida?
—Creo que no.
En diez minutos, Gonzalo y dos fornidos amigos llegaban al acantilado. Pedro se arrodilló en el borde y, dándole las gracias a Dios, vió que Paula seguía allí.
Usando su habilidad como pescador Diego hizo un arnés con las cuerdas y lo deslizó por la pared. El viento lo movía de un lado a otro. Con el corazón en la garganta, Pedro vió como Paula alargaba la mano y estaba a punto de perder el equilibrio. Pero en el segundo intento consiguió alcanzarlo Y pasárselo por la cabeza.
—Muy bien, chicos. Despacio, tiren de la cuerda... tiren con todas sus fuerzas.
Pedro tiró con toda su alma, imaginando a Paula colgada de aquella cuerda que se clavaría en su cintura, el embravecido mar al fondo... Paso a paso iban apartándose cada vez más del borde del acantilado.
—¡Paren! —gritó Diego—. Pedro, ve a ver si Pau está cerca.
El rostro de su amada estaba a unos centímetros del suyo. Hizo una seña a los hombres para que siguieran tirando y, unos segundos después, Paula estaba a salvo.
—¿Te has hecho daño? ¿Te duele algo?
Ella negó con la cabeza. Estaba demasiado asustada como para decir una palabra su rostro manchado de barro, el pelo empapado por la lluvia. La apretó contra su corazón, abrumado de gratitud por no haberla perdido.
Dos horas después, Jake y Shaine estaban por fin solos. El doctor McGillivray la examinó y luego le echó una bronca por su poca cabeza. Devlin y Connor repitieron la bronca del médico antes de despedirse.
—Gracias, Diego —le dijo Pedro en la puerta.
—Nos vemos en la boda —sonrió él—. Y que conste que me he comprado un traje nuevo.
Pedro, que no quería interrupciones, tomó la precaución de cerrar con llave. Luego subió al dormitorio. No sabía qué iba a decirle, pero no quería apartarse de ella ni por un minuto. Estaba tumbada en la cama, el pelo mojado, las mejillas pálidas. Enterró la cara en su pecho, abrumado de sentimientos.
—Estoy bien. No ha pasado nada. Me has salvado la vida, Pedro... no podría haber aguantado ahí toda la noche.
Él intentó borrar esas terribles imágenes. No quería ni imaginar... no podía. Pero ella estaba bien, estaba a salvo.
—Debes tener hambre —murmuró—. Voy a hacerte una sopa.
—Eso da igual. Antes tengo que decirte algo.
Iba a decirle que no podía casarse con él, estaba seguro.
—No hace falta. No debería haberte convencido para que nos casáramos —dijo Pedro, sin mirarla—. Cancelaremos la boda y buscaremos la manera de que esto funcione, Pau. Pase lo que pase, te juro que seré un buen padre para Benja —añadió, besando sus manos—. Gracias a Dios que he venido un día antes. Si te hubieras caído... no sé cómo habría podido vivir sin tí. Te quiero más de lo que puedo decirte, eso no ha cambiado. Probablemente, no cambiará nunca.
—No quiero cancelar la boda.
—Hace años, sacrificaste tu felicidad por tu madre. Ahora vas a hacerlo por Benja. No debes hacerlo, Pau. Quiero que entres en mi vida cuando tú lo decidas, cuando estés preparada pero...
—No me estás escuchando —lo interrumpió ella—. Estoy intentando decirte que quiero casarme contigo.
—Pero no estás enamorada de mí.
—Sí lo estoy. Cuando estaba colgando en ese maldito acantilado me dí cuenta de que llevaba años mintiéndome a mí misma. Había matado lo que sentía por tí, eso era lo que creía. Pero no es verdad —suspiró Paula—. Nunca he dejado de quererte. Eres mi vida, siempre lo has sido. Si quieres casarte conmigo el lunes, me harás una mujer feliz.
Pedro la miró incrédulo.
—¿Me quieres? ¿Estás segura?
—No hay nada como estar colgada en un acantilado, al borde de la muerte, para darse cuenta de qué es importante y qué no lo es. ¿Vas a hacer que me ponga de rodillas para pedirte que te cases conmigo?
—Pau, querida Pau, tú eres más de lo que merezco —rió él, abrazándola. Te quiero... Te quiero tanto...
—Me alegro —sonrió Paula, buscando sus labios.
No era el beso de una inválida, de una mujer que había estado a punto de perder la vida.
—Sigue así y acabaremos los dos en la cama. Voy a la cocina a hacerte una sopita caliente...
—Qué manía con la sopita —suspiró ella—. No me agarres de los hombros, me duelen. Y no me toques mucho la cintura, también me duele. Pero, por lo demás, estoy divinamente. Hazme el amor, Pepe...
—Pau...
—Qué idiota he sido al creer que no te quería... creo que, en realidad, tenía miedo de que volvieras a dejarme.
—Nunca —prometió Pedro—. Soy tuyo en cuerpo y alma, amor mío.
—Y yo soy tuya.
Él sonrió como un tonto, henchido de felicidad.
—No sé cómo voy a quitarte el camisón sin que levantes los brazos.
—Ay. Hagámoslo rápido.
—No hay prisa. Tenemos toda una vida por delante.
—Y Benja no volverá hasta mañana —sonrió Paula—. Por cierto, me ha dicho que no le importaría tener un hermanito o una hermanita para enseñarle a jugar al hockey.
—¿Te gustaría?
—Sí —contestó ella—. Contigo a mi lado, eso me haría inmensamente felíz.
—Entonces, habrá que ponerse manos a la obra.
En la cama, abrazado a Paula Chaves, Pedro supo que por fin había vuelto a casa. Con su hijo. Y con la mujer que nunca había dejado de amarlo.
FIN
Hermoso final! Muy linda historia! Gracias por compartirla!
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