sábado, 9 de julio de 2016

Un Amor Imposible: Epílogo

—¿No crees que a la gente le puede resultar extraño —dijo Felisa— que tengas una dama de honor de sesenta y un años?

—Y a quién le importa lo que piensen los demás —respondió Paula—. Además, estás preciosa.

Era cierto. Unas cuantas semanas de dieta y ejercicio habían hecho milagros; lo mismo que su nuevo cabello rubio. Felisa se había quitado diez años de encima.

—No tan preciosa como la novia —respondió Felisa con una sonrisa cariñosa—. Me alegro tanto por Pepe y por tí,  cariño. Están hechos el uno para el otro, desde siempre. A Miguel le habría complacido mucho, lo sé. Y también por el bebé.

—Eso creo —dijo Paula, radiante de felicidad.

Se había olvidado tomar la píldora la mañana después del traumático incidente en Happy Island; y así era como se había quedado embarazada. Al principio había temido un poco la reacción de Pedro; pero él se había mostrado encantado con la noticia. Parecía que la madre naturaleza sabía lo que hacía.

Y allí estaba, embarazada de casi cuatro meses, a punto de casarse con el padre de su bebé y único hombre que había querido en su vida. Sin embargo, ya no era una heredera millonaria. El día antes de cumplir veinticinco años había hablado de sus sentimientos acerca de la herencia con Pedro y decidido hacer lo que en su día había dicho que debería haber hecho su padre, que era donar todo su dinero a la caridad. Y así había dividido todos los millones de su patrimonio entre varias instituciones que ayudaban a los pobres y a los necesitados. Claro que no se quedaba sin nada. Seguía siendo dueña de Goldmine, que valdría unos veinte millones; aunque también era cierto que ella nunca vendería la casa. Y luego estaban los derechos de autor de La novia del desierto, que no dejarían de llegar, ya que la película se había reeditado tras el éxito mundial de la segunda parte. Pedro no se había equivocado con el trágico final.

Pero sobre todo sería Pedro el que alimentaría a la familia, y eso en sí era motivación suficiente para seguir trabajando y sintiéndose bien consigo mismo.

Paula prometió no olvidar jamás que bajo la fachada de seguridad y confianza en sí mismo de su marido se escondía un niño herido que necesitaba constantemente el poder curativo del amor. De su amor. Los golpes a la puerta del dormitorio precedieron a la voz conocida.

—Es hora de que la novia haga acto de presencia. No queremos que el novio empiece a inquietarse, ¿verdad?

Paula abrió la puerta muy sonriente.

—¡Caramba! —dijo Damián mientras la miraba de arriba abajo—. En momentos como éste desearía no ser gay. Y no me refiero sólo a la novia.

—Ah, vamos —dijo Felisa sonriendo de oreja a oreja. Damián se había convertido en un visitante frecuente en Goldmine, y Pedro y él se habían hecho amigos. Damián se había ilusionado mucho cuando Paula le había pedido que la entregara en matrimonio.

—Muy bien, chicas —dijo mientras le daba el brazo a Paula—. Es la hora del show.

—¡Caramba! —exclamó Juan cuando una señora rubia elegantemente vestida entró despacio en el enorme salón—. ¿No es ésa mi Felisa?

—Sí que lo es —le informó Pedro a su padrino.

Pero él sólo tenía ojos para la radiante novia que iba detrás de Felisa. Pedro se emocionó al ver que Paula avanzaba hacia él con una sonrisa radiante; una sonrisa de amor y confianza en él, ese amor y esa confianza que habían apaciguado su alma y curado sus heridas.

A ratos, a Pedro le resultaba difícil creer que estuviera contento de casarse y tener un hijo. Sin embargo, junto a Paula cualquier cosa era posible.

—Estás impresionante —le dijo en voz baja mientras le tomaba de la mano y se volvían hacia el oficiante.

—Y tú también —respondió ella en el mismo tono.

—Miguel se habría sentido muy orgulloso de tí.

Ella le apretó la mano con fuerza.

—Y también de tí, amor mío. También de tí.




FIN

2 comentarios: