La belleza de Happy Island impresionó mucho a Paula. El piloto dió una vuelta a la isla para aterrizar, dejando que gozaran de las espléndidas vistas. ¡Aquello sí que era un paraíso tropical! Las playas y bahías eran mágicas y los edificios construidos con respeto hacia el medio ambiente se confundían maravillosamente con el verdor de la lozana vegetación.
Cualquier preocupación derivada de su relación quedó olvidada con la emoción que sintió ante tanta belleza. Sería fantástico disfrutar de unas románticas vacaciones allí con el hombre al que amaba; fantástico tenerlo para ella sola durante un mes.
Por lo menos, siempre tendría aquel maravilloso recuerdo.
—No tenemos prisa en bajar —le dijo Pedro cuando todos los demás se levantaron corriendo de sus asientos—. No hay cinta de equipajes, sólo una sala para recoger las maletas donde aparcan los autocares de todos los complejos turísticos.
—¿Vamos a tomar un autocar?
—No. Tengo un carrito de golf aparcado en el aeropuerto.
—Ah, sí, lo he leído en el folleto. Dice que no hay muchos en la isla y que todo el mundo se mueve en eso.
—Eso es.
—¿Lo puedo conducir yo?
—Claro.
—¡Ay, qué divertido!
Finalmente Paula y Pedro bajaron del avión; Paula se alegró al ver que no hacía tanto calor fuera como había temido.
—¿No te parece que no hace tanto calor?
—Es cierto. Pero el hombre del tiempo ha dicho que van a subir las temperaturas a finales de semana, y que habrá también más humedad. El sábado por la tarde se esperan tormentas con lluvias abundantes y viento fuerte.
—¿Y cómo sabes todo eso?
—Lo miré anoche en Internet.
—Espero que no te hayas traído el portátil.
—No hay necesidad. Tengo todo un equipo montado en casa.
—¿Pero hay algo que no tengas aquí? —dijo Paula una hora después.
Estaba en el salón principal de la casa de Nick, mirando por una pared de cristal la piscina más maravillosa que había visto en su vida. Se llamaba piscina horizonte,ya que el final de la misma no parecía tener bordillo y se juntaban el agua y el cielo como hacía el horizonte con el mar.
—Me ha costado lo mío —dijo Pedro.
—¿La piscina o toda esta casa?
La casa no era demasiado grande, sólo tenía tres dormitorios, pero todo estaba bellamente decorado en tonos verdes y azulados que complementaban el entorno tropical.
—Lo que más costaron fueron los cimientos.
Paula entendió por qué. La casa estaba construida en la ladera de una bahía. Todas las habitaciones poseían enormes ventanas o paredes de cristal desde donde se divisaba el mar u otras islas. Era un cristal especial, resistente también a las tormentas, según le dijo Pedro, y suavemente tintado para suavizar cualquier resplandor.
—Tardaron dos años en construirla —dijo Pedro—. La terminaron el mes de junio pasado.
—¿De verdad? —dijo Paula.
Por eso Pedro no había llevado a ninguna de sus novias allí. En realidad no había tenido oportunidad. Sin embargo, le agradaba pensar que ella era la primera chica que estaba allí con él; y la primera en compartir el precioso dormitorio principal.
—Es espectacular, Pedro —Paula sonrió con calidez—. La vista también.
Pedro le rodeó la cintura con el brazo y tiró de ella.
—Espera verlo al amanecer.
Cuando le dió la vuelta hacia él, Paula sabía que la iba a besar; y esa vez nada podría detenerlo. Pero ella tampoco pondría objeción alguna, porque cuando él acercó sus labios a los suyos, el corazón le latía ya aceleradamente.
—No creo que te vaya a dejar deshacer la maleta —le dijo Pedro un buen rato después—. Me gustas así.
Por fin habían llegado al dormitorio principal, aunque la ropa de Paula seguía en el suelo del salón, y también la de Pedro.
Paula suspiró con placer mientras Pedro le acariciaba el estómago despacio.
—Tú también me gustas así —le respondió ella en tono adormilado.
Cada vez hacían mejor el amor, cada vez eran más atrevidos. En ese momento, Pedro estaba tumbado detrás de ella y le acariciaba los pechos y le pellizcaba los pezones.
—Ah... —gimió ella, sorprendida por la mezcla de placer y dolor.
—Te ha gustado —le susurró él al oído con voz ronca.
—Sí... no... No sé...
—A mí sí... —dijo él, y lo repitió.
Ella gimió y se retorció, pensando que a ella también le gustaba.
—Házmelo otra vez —le urgió ella sin aliento.
El hizo lo que le pedía, provocándole un placer urgente y turbador. Pedro, que estaba excitado otra vez, la penetró con más ahínco que antes.
—Sí... —gemía ella mientras una espiral de placer se enroscaba en sus entrañas—. Sí, sí... —gritó mientras su cuerpo se desmembraba con un clímax intenso.
Pedro le dió la vuelta, la agarró de los pechos y la echó para atrás para que se colocara de rodillas y con las manos apoyadas sobre la cama. Paula había pensado que había terminado, pero estaba equivocada. Cuando él empezó a flotarle el clítoris, le sobrevino el segundo orgasmo. Esa vez él también alcanzó el clímax con una explosión fuerte y caliente. Ella hundió la cara en la almohada y él se derrumbó sobre ella.
Permanecieron unos minutos allí tumbados, sudorosos y jadeantes.
—¿Lo ves? —susurró Pedro—. Una mujer puede alcanzar el clímax varias veces seguidas. Podría hacer que pasaras todo el día así si me dejaras.
Paula se sintió desfallecer sólo de pensar en ello.
—Creo que en este momento me hace falta darme una ducha —dijo con voz temblorosa.
—Mmm. Qué buena idea. Voy a dármela contigo.
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