—Tendremos que dejar esto para más tarde —susurró Pedro en la oscuridad—. Ve a ver si Bauti se ha despertado y yo me libraré de tus invitados. ¿Tienes una linterna?
—No, lo siento —replicó ella sin aliento—. En la cocina hay cerillas y velas.
—Lo sé, las he visto antes. Pero eso no se lo vamos a decir a tus invitados, ¿verdad? No vamos a decirles que tenemos luz en absoluto.
—Pero...
—¿Quieres que me libre de ellos o no, Paula?—preguntó él, tomándola de los hombros—. ¿Me estás diciendo que has cambiado de opinión?
—No...
—No pareces muy segura.
No sabía qué decir. Su anterior deseo enloquecido había sido ligeramente templado por la interrupción. Y estaba empezando a sentirse avergonzada. ¿Qué pensaría él de ella? Aunque deseaba ser sexualmente más aventurera, despreciaba las relaciones de una sola noche.
—No...quiero que pienses que soy fácil.
—Por favor, Paula, ¿De qué siglo eres? Yo no creo que una mujer sea fácil porque se comporte como una mujer sana y normal. Ser fácil o no, no tiene nada que ver con el sexo y sí con la personalidad. Tú nunca podrías ser fácil. Nunca.
Paula sintió un extraño placer ante aquellas palabras.
—Ahora que hemos aclarado eso —siguió Pedro con brusquedad—, haz lo que digo, ¿De acuerdo? Toma, quédate con esto —dijo, sacando el llavero del bolsillo, en el que había una diminuta linterna del bolsillo.
—Se enciende y se apaga apretando la base —mostró él—. Tiene una pila diminuta, así que no la dejes encendida mucho tiempo.
—Pero, ¿no te hará falta para bajar?
—Tengo otra en la mochila. Quiero que me prometas que no vas a bajar. Voy a decirles que Bauti se ha despertado y está muy asustado por la tormenta. Cuando vean que no les queda nada que hacer excepto quedarse sentados en la oscuridad, se marcharán.
—¿No crees que se sentirán ofendidos?
—En absoluto. Por lo que has dicho, estarán deseando marcharse a casa para poder estar solos.
Paula hizo una mueca. ¿Eso era lo que Pedro deseaba? ¿Estar a solas con ella?
—Voy a bajar. Y recuerda lo que te he dicho. No bajes hasta que hayas oído el ruido de los coches.
Paula se dirigió rápidamente a la habitación de Bauti. No creía que se hubiera despertado, porque sí lo hubiera hecho, estaría llorando.
Un bendito silencio la recibió cuando abrió la puerta y, aunque se sentía aliviada, no era una gran sorpresa. Bautista era un terror durante el día, pero por la noche, no lo despertaría ni un terremoto.
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