martes, 12 de julio de 2016

El Niñero: Capítulo 3

Gonzalo no sabía qué decir. No había querido contarle la verdad y se había inventado una pareja de amigos que no podía tener niños y no encontraban un donante decente por los cauces habituales. Tras su abrupta desaparición, nunca se hubiera imaginado que volvería y preguntaría sobre el resultado de su generosidad dieciocho meses antes.

Gonzalo lo pensó unos segundos antes de contestar.

No pensaba presentarle a Paula y a su hijo, pero siempre existía la posibilidad de un encuentro accidental y no podía arriesgarse a que supiera nada.

—No...bueno, Pedro, no funcionó —mintió Gonzalo—. La mujer no era demasiado joven, así que quizá ha sido lo mejor.

—Supongo que tienes razón —asintió Pedro—. La verdad es que después lo pensé y me ponía un poco nervioso pensar que habría un hijo mío por ahí al que nunca conocería.

Una imagen mental del precioso niño de Linda apareció en la mente de Gonzalo.

Bautista era una copia exacta de Pedro; el pelo rizado y oscuro y grandes ojos castaños. Tenía nueve meses y ya caminaba a gatas. Era un niño guapo y fuerte. Igual que Pedro.

Aunque pensó que era una pena que Pedro nunca conociera a Bautista y viceversa, el sentido común le decía que mantuviera a padre e hijo separados. Para empezar, Paula había exigido que las identidades permanecieran en el más riguroso de los secretos, porque prefería pensar que el niño era hijo de Facundo.

Aunque, para ser honrado, el niño no se parecía en absoluto a Facundo, a pesar de que éste también había sido alto, fuerte y moreno. Facundo era más bien un chico guapo y elegante y el niño de Linda era la viva imagen de su auténtico padre, cuyo cuerpo era todo músculo y sus rasgos faciales, como esculpidos en granito. Una mirada a los dos juntos y cualquiera hubiera notado el parecido.

No, Pedro nunca sabría la verdad. Si hubiera querido ser padre, podía haberse casado. Gonzalo miró a su amigo y se preguntó por qué no lo habría hecho. ¿Por qué seguía viajando de un lado a otro, sin asentarse en ninguna parte? ¿Le habría ocurrido algo en el pasado que hacía que desechara la idea de tener una familia? Quizá había sufrido un desengaño amoroso.

Pero Pedro no parecía haber sufrido desengaño alguno. Sentado allí, tomando una cerveza, con las largas piernas estiradas frente a él, parecía feliz y totalmente relajado.

Gonzalo buscó una explicación más simple para el estilo de vida de su amigo. Su infancia entre monjas no era precisamente el ejemplo de una vida familiar normal.

Admitía haber sido enormemente mimado y quizá eso le habría enseñado que sólo tenía que satisfacer sus propias necesidades. Pero todo aquello no eran más que especulaciones.

—¿Pedro?

—¿Sí? —preguntó, dejando el vaso de cerveza sobre la mesa.

—¿Cómo es que nunca te has casado y has tenido hijos?

¿Estaba equivocado o Pedro había vuelto a quedarse rígido?

—¿Por qué preguntas eso? —preguntó a su vez Pedro con frialdad.

—Por curiosidad. Eres un tío guapo y desde luego no eres homosexual. La inmensa mayoría de los hombres se casa tarde o temprano.

—El matrimonio no es para mí —dijo de nuevo con frialdad.

Pero cuando sonrió, el viejo Pedro volvió de nuevo. Sus ojos negros brillaban y en sus labios tenía un gesto burlón.

—Yo podría preguntarte lo mismo, Gonzalo. ¿Por qué no te has casado y has formado una familia?

—Me casé una vez.

Pedro se quedó mirándolo, sorprendido.

—¿Qué pasó?

Gonzalo se encogió de hombros.

—Nada especial. Nos divorciamos. Pero desde entonces no quiero saber nada del matrimonio. Y sobre los niños...la verdad es que no los puedo tener.

—Vaya, qué mala suerte. Hubieras sido un buen padre.

—Bueno, eso es cuestión de opiniones. En realidad, Gonzalo no era la clase de hombre que se relacionaba bien con los niños. Desde el primer día le había dicho a Paula que no esperase que él cuidara al niño salvo en un caso de extrema urgencia y que, si era suficientemente ingenua como para querer ser una madre soltera, la responsabilidad sería suya y sólo suya.

Paula se había predispuesto a ser madre viendo el mundo de color de rosa, sólo para descubrir que no eran tan fácil como había pensado. Los problemas habían empezado con una depresión post–parto y su incapacidad para darle el pecho al niño. Después había tenido que aceptar con tristeza que, aunque adoraba a Bautista, lo de ser madre veinticuatro horas al día, siete días a la semana, era mucho más complicado de lo que parecía.

Pero Paula era una mujer de carácter y no se había dejado vencer. Había contratado a su vecina para que cuidara de Bautista durante el día, mientras ella iba a trabajar. No le hacía demasiada gracia, pero al menos conservaba la cordura.

La experiencia de Paula confirmaba a Gonzalo que los Chaves no eran padres naturales, y que no tener hijos no era el fin del mundo.

—Si te digo la verdad, —dijo Gonzalo— no me preocupa. Siempre me ha encantado mi trabajo y los niños nunca han sido una prioridad en mi vida, incluso antes de saber que era estéril. Mi mujer tenía razón al divorciarse de mí. Ahora tiene otro marido y tres niños.

—¿Qué tal el trabajo en el periódico? —Preguntó pedro.

—Agotador, como siempre; llevo veinticuatro horas sin dormir para sacar la edición del domingo. Estoy a punto de irme a la cama, pero antes tengo que ir al servicio. Si suena mi móvil, dile a quien sea que estoy en coma.

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