martes, 26 de julio de 2016

El Niñero: Capítulo 26

Paula se despertó con el sonido del agua de la ducha. Durante un par de segundos, no podía poner su cabeza en orden, pero entonces pareció recordar y se dió la vuelta para mirar el reloj de la mesita. Las doce y cinco. Sólo se había quedado dormida durante unos minutos. Pedro la había llevado a la cama después de las once y media.

Paula volvió a darse la vuelta y suspiró. Se sentía maravillosamente, pero, al mismo tiempo, estaba preocupada. ¿Por qué había tardado treinta y un años en descubrir el placer de hacer el amor como había que hacerlo? ¿Por qué nunca había sido de aquella manera con Facundo?

El sexo con Facundo era algo que ella hacía más por él que por ella misma. Cuando, años después de conocerse, él había empezado a no desear hacer el amor, a ella no le había importado. Si Facundo le hubiera hecho el amor como lo hacía Pedro, se hubiera sentido destrozada por su falta de deseo.

Pedro la había enseñado cómo tenía que ser cuando un hombre y una mujer juntaban sus cuerpos. No había sitio para vergüenzas, ni oscuridades. La había enseñado aquello en la mesa del salón y después, en la habitación, donde había seguido por el mismo camino. Había encendido las luces y las había dejado encendidas. Después de dejarla sobre la cama, se había quitado la ropa delante de ella, descubriendo cada parte de su cuerpo masculino sin una sola indecisión.

Por supuesto, era un magnífico cuerpo masculino. Perfecto de forma y abrumador en su poder. Era todo músculo; su excelente estado de forma, evidente en la soberbia estructura de los músculos de su pecho, por no mencionar su estómago, duro como una piedra. Ella había sentido una fiebre de anticipación cuando él, por fin, se quitó los pantalones, su interior ardiendo de deseo de hacerse una con aquel hombre. Asombroso, realmente, cuando unos minutos antes se había sentido completamente saciada.

Cuando él anunció abruptamente que tenía que ir a tomar un preservativo de la mochila, Paula se había puesto colorada, porque ni siquiera había pensado en ello.

Cuando volvió unos segundos después, se tumbó con ella en la cama y, para su sorpresa, la penetró inmediatamente.

Pero sus embestidas, poderosas y apasionadas eran tan fantásticas como ella había pensado que serían. Había durado más de lo que ella hubiera creído en aquellas circunstancias y a ella le había ocurrido lo increíble.

Había sido muy diferente del clímax anterior. No tan fuerte, pero infinitamente más satisfactorio física y emocionalmente. Le encantaba poder apretarlo fuerte mientras lo sentía dentro de ella. Había encontrado un inmenso placer en sentir su presencia no sólo dentro de ella sino sobre ella y por todas partes. Nunca más volvería a pensar que aquella postura era aburrida. Era increíble si se hacía bien. Y aquella noche era increíble...con Pedro.

Paula se quedó allí tumbada, escuchando el ruido de la ducha y pensando si alguna vez volvería a experimentar tal placer. La ducha de Pedro sugería que, como había terminado, se vestiría y se marcharía.

No quería que se fuera. Quería que volviera a la cama y durmiera con ella toda la noche. Quería tocarlo, excitarlo, forzarlo a que volviera a hacerle el amor.

La ducha se cerró y Paula ahogó un gemido. Pronto se habría ido, de su cama y de su vida. De repente, sintió no sólo pena sino una desolación abrumadora. Ocultó otro gemido cuando Pedro entró en la habitación completamente desnudo. Pero no se dirigió hacia la silla sobre la que estaba su ropa, como ella había temido. Se dirigió hacia la cama y se quedó allí de pie, desnudo, mirándola, mientras se secaba con una toalla. Cuando tiró la toalla, Paula se sorprendió al ver que estaba de nuevo excitado.

—Me alegro de que estés despierta —dijo él—. Y de que hayas notado que tengo un problema. Había pensado tomar una ducha fría, pero no me apetecía nada porque sabía que mi Paula estaba aquí, completamente desnuda, tumbada sobre esta enorme y suave cama.

Se tumbó a su lado, inclinándose para besarla en la boca. El corazón de Paula latía a mil por hora.

—¿Crees que podrías ayudar a un hombre con problemas, Paula? —murmuró él con voz ronca, sobre sus labios—. ¿Tu silencio es una afirmación?

Volvió a besarla, aquella vez con más pasión y después, estirando el brazo, sacó otro preservativo de la caja y se lo puso a ella en la mano, antes de tumbarse, suspirando.

—Haz los honores. Estoy deseando, pero mi espíritu es momentáneamente débil. Las largas duchas calientes me dejan sin fuerzas. O sin parte de fuerza, más bien —añadió con ironía.

De repente, Paula, se sintió consumida por un sentimiento de incapacidad y torpeza. Se sentía como un anacronismo. Treinta y un años y tan tímida e inexperta como una quinceañera.

—No sé cómo hacerlo —dijo, completamente avergonzada—. Quiero decir...que yo nunca...no sé cómo hacerlo.

—¿Hacer qué?

—Poner un preservativo —confesó ella—. Y hacerle el amor a un hombre — añadió, intentando no ponerse demasiado colorada—. Yo...tampoco lo he hecho nunca.

No había duda de que Pedro estaba atónito.

—¿Nunca?

—No. Nunca.

Se sentía fatal, pero, ¿Qué hubiera ganado pretendiendo ser lo que no era?

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