Y sobre todas las cosas, reconoció con sorpresa que necesitaba a Pedro.
—Vamos —dijo Pedro—. Vamos a buscar esas velas.
—¿Cuántos años tienes, Pedro? —preguntó ella, mientras se dirigían a la cocina.
—Treinta y cinco.
—Pareces más joven.
—Tú también.
—Eso espero —rió ella—. Sólo tengo treinta y uno.
—Quiero decir que parece que tienes menos de treinta y uno. Gonzalo me dijo tu edad.
—Parece que Gonzalo te ha contado más cosas sobre mí de las que tú admites — dijo, esperando que el bocazas de su hermano no le hubiera contado la verdad sobre la concepción de Bauti. Le gustaba que Pedro sintiera admiración por su valentía al tener el hijo de Facundo, después de que éste muriera. Si supiera la verdad, pensaría que era una loca, una ingenua egoísta.
—Le saqué algunos detalles sobre tí, después de hablar por teléfono. Ah, aquí están las velas.
Cuando encendió una de las velas, los dos quedaron bañados en un círculo de luz dorada. Aquella luz daba un toque amenazador a sus atractivos rasgos, aumentando la profundidad de sus ojos negros.
Los ojos de Paula se deslizaron por su también amenazador cuerpo, su poderoso pecho, sus largos y musculosos brazos desnudos. Tragó saliva mientras su imaginación se perdía en las más desfogadas fantasías.
Estaba tan concentrada en sus ardientes pensamientos que lanzó una exclamación ahogada cuando él tocó su mejilla.
—¿En qué estás pensando?
Paula tembló ante la idea de contarle sus deseos.
—No te lo diría por todo el oro del mundo —dijo ella casi sin voz.
Él rió bajito y después se quedó en silencio mientras acercaba la vela a su cara.
Podía sentir el calor de la llama cerca de su cara. ¿O era el calor de sus propias mejillas?
—Eres una mujer preciosa —murmuró él, recorriendo su cara con los dedos, como si fuera un ciego leyendo sus facciones—. Una sola vela no va a ser suficiente —dijo en una voz baja e hipnótica, moviendo su dedo por sus labios—. ¿Tienes candelabros?
—En el saloncito de música —musitó ella temblorosa, por debajo de aquellos dedos. Eran como piel de melocotón en sus labios. Quería besarlos, chuparlos. Pero no se atrevía a hacerlo.
La idea de que estaba volviendo a ser la vieja Paula que se asustaba de cualquier cosa que no fuera la posición del misionero en una habitación a oscuras la dejó completamente desmoralizada.
Cuando uno de aquellos dedos rozó su lengua, empezó a temblar. Al menos, podía disfrutar de lo que él le hacía a ella.
—Llévame allí.
El momento estaba roto y sus deseos se quedaron colgados en el aire. Linda se sentía desorientada y le costaba trabajo reaccionar.
—Por aquí —dijo ella—. Dame la vela y toma tres más.
Paula tomó la vela de su mano y entró por una puerta que había en la cocina.
Seguramente, Pedro no habría entrado en aquella parte de la casa. ¿Por qué iba a hacerlo? Ni siquiera ella entraba allí a menudo. La deprimía.
—Esta era la habitación favorita de Facundo —dijo al entrar. Facundo se hubiera asombrado si la viera en aquel momento—. Aquí —dijo, cruzando la habitación hasta un brillante piano de cola, situado bajo la ventana que daba al jardín. Sobre el piano había un candelabro de cristal que ella había comprado en Italia. Facundo la había criticado diciendo que era un cristal malo, pero cuando llegaron a casa lo había colocado sobre el piano y aceptaba los elogios que hacían sus amigos.
—Un bonito piano —dijo Pedro—. ¿Sabes tocar?
—No. Y Facundo tampoco, pero le gustaban las cosas de calidad. Este piano es uno de los mejores.
Pedro se inclinó para comprobar la marca alemana.
—Desde luego que sí.
—¿Sabes algo de pianos?
—Un poco.
—¿Quieres decir que sabes tocar?
Él estaba sonriendo y ella se dio cuenta de que había vuelto a juzgarlo mal.
—Un poco —fue todo lo que dijo.
—¿Quieres...quieres tocar algo para mí?
—No —dijo él con calma, levantando el candelabro y poniéndolo sobre la tapa—. Hay otras cosas que me apetecen más en este momento —dijo, mirándola de una forma tan sensual que la hizo volver a temblar.
Por fin, Pedro volvió a mirar el candelabro y empezó a colocar las velas. Paula se quedó mirando cómo colocaba cada una de ellas. ¿Lo estaba haciendo tan lenta y deliberadamente como parecía? ¿Con aquel sugerente erotismo o era su imaginación? Se le quedó la boca seca cuando insertó la segunda vela. Cuando clavó la tercera en el candelabro, tuvo que ahogar un gemido.
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