martes, 26 de julio de 2016

El Niñero: Capítulo 27

La repentina sonrisa de Pedro hizo que se sintiera un poco mejor.

—No te preocupes —dijo él—. Muchas mujeres no saben ponerlo. No como hay que hacerlo, desde luego. Trae, dámelo y yo lo haré cuando haga falta. Mientras tanto, pon tu cabeza en mi pecho. Después veré si podemos hacerlo por segunda vez.

—¿Segunda?

—Bueno, segunda para mí. Para tí, tercera.

Paula empezó a reírse e hizo lo que él le había pedido, apoyar la cabeza en su pecho y abrazarlo por la cintura, con la pierna derecha levantada, apoyada sobre el poderoso muslo de él. Se sentía un poco incómoda, así que dobló la pierna para levantarla un poco más y, sin querer, rozó su rodilla contra la base de su sexo.

—Sí —gimió él—. Hazlo otra vez.

—¿Qué?

—Con la rodilla. Acaríciame.

Paula hizo lo que él le pedía y él volvió a gemir.

—Eso me gusta. Ahora, hazlo con la mano. Con suavidad, pero con firmeza. Oh, sí, así, así —su gemido sonaba torturado—. No te pares. Sigue haciéndolo.

Ella no tenía ninguna intención de parar. Estaba demasiado excitada. Una excitación que recorría su cuerpo, alejando cualquier sentimiento de culpa o revulsión.

Pero pronto, hacerlo sólo con la mano no fue suficiente. Quería hacer lo que él había hecho con ella, quería darle toda la satisfacción de que fuera capaz. Acercó su boca a su pecho y empezó a deslizar los labios suavemente desde allí. Él encogió el estómago cuando sus labios lo rozaron, tensando los músculos de su vientre.

—No tienes que hacerlo si no quieres —dijo él con voz ronca—. No esperaba que....¡oh, Paula! —gimió él cuando los labios de ella lo rozaron.

Usando el recuerdo de lo que a ella la había vuelto loca, Paula estuvo jugando unos minutos alrededor, torturándolo con los labios y la lengua. Cuando volvió a tomarlo entre sus labios, sintió que el cuerpo de él temblaba.

—¡No lo hagas!

Pedro de repente tomó a Linda por los hombros y apartó su cabeza.

—¿Por qué me has parado? —preguntó con voz temblorosa—. Yo quería hacerlo y tú querías que lo hiciera. Sé que querías —dijo, casi con lágrimas en los ojos.

Él tomó su cara entre las manos, con dedos firmes, pero temblorosos.

—Sí, claro que quería —dijo él roncamente, aún respirando con dificultad—. Pero no llevaba protección y creí que... No pensaba que llegarías hasta el final y estaba preocupado por si no querías. Sólo estaba pensando en tí, Paula—terminó él con un suspiro, apartando las manos de su cara y cayendo de nuevo sobre la almohada.

—Estabas pensando en mí —repitió ella, conmovida por su sensibilidad y su altruismo. No podía imaginar que muchos hombres hubieran parado en aquel momento. Pero Pedro lo había hecho.

Se inclinó sobre él para apartar el pelo de su cara y lo besó suavemente en los labios.

—Es muy bonito —murmuró sobre sus labios—. Pero hace un momento, yo hubiera llegado al infierno si hiciera falta por tí. ¿Es que no te habías dado cuenta?

—Cielo —dijo él, burlón—, tú me has llevado al infierno y me has traído de vuelta.

—¿De verdad? ¿Lo estaba haciendo bien? —preguntó ella, sonrojándose.

—No te hagas la tonta. Sabes muy bien que es así. Un poco tarde para portarse como una quinceañera, ¿No te parece?

—Sí, supongo que sí.

—En ese caso, ¿te gustaría intentar ponerme la protección ahora? Es una habilidad que todas las mujeres deberían conocer. El sexo seguro está a la orden del día, Paula y no todos los hombres con los que te acuestes en el futuro van a pensar en tu seguridad.

—Pero yo...—iba a decir algo, pero no lo hizo.

Le hubiera gustado decir: «Pero si yo no quiero acostarme con otros hombres. El único hombre con el que quiero acostarme eres tú».

—¿Crees que...podría mirarte sólo una vez más?

Él suspiró y tomó otro preservativo.

Ver cómo lo hacía enviaba dardos del más primitivo deseo por su cuerpo.

Comprensibles, quizá, considerando que él seguía asombrosamente excitado. Sería difícil para cualquier mujer mirar a un hombre como Pedro, en la cumbre de su poder y su virilidad y no sentir la llamada de la naturaleza.

Se encontró a sí misma alargando la mano y siguiendo los movimientos de sus expertos dedos con los suyos, excitada al sentir su piel apretada contra aquel guante de seda, que temblaba a su contacto como un animal cautivo contra su voluntad.

—No, eso no —dijo él—. Ya me has atormentado suficiente.

Él le dio la vuelta y la penetró con una fuerte embestida. Paula gimió cuando él apretó su boca contra la suya. Su primitivo salvajismo evocaba el mismo en ella. Levantó las piernas para enlazarlas sobre su cintura, urgiéndolo en un ritmo más fuerte y poderoso, arañando su espalda. Su clímax llegó casi inmediatamente, y gritó por la intensidad de los espasmos. Pero Pedro también llegó al clímax y al sentir que los dos cuerpos juntos temblaban al unísono, una ola de emoción llevó lágrimas a sus ojos.

Cuando terminaron y Pedro fue a apartarse de ella, Paula se colgó de él con todas sus fuerzas, manteniéndolo aprisionado con sus piernas y enterrando su cara en su pecho.

—No, no te vayas —dijo apenas sin voz—. Quédate conmigo, quédate conmigo...

Y él lo hizo, apretándola fuerte hasta que los dos fueron cayendo lentamente en el oscuro pozo del sueño.

Cuando ella se despertó, varias horas más tarde, el otro lado de la cama estaba vacío y la casa en silencio.

Asustada, lo llamó, pero no hubo respuesta. Saltó de la cama y corrió, desnuda, por la casa. Buscó en todas partes, incluso en el saloncito de música. Pero no estaba en ninguna parte, no había ninguna nota. Su moto no estaba. Pedro no estaba.

—¡No! —gritó, buscando por todas partes. En el garaje, en el jardín.

Volvió dentro corriendo, sintiéndose enferma y desesperada. Intentó usar la lógica y decirse a sí misma que era lo que esperaba. El hombre la había advertido. Él no se enamoraba. Y nunca se quedaba en ningún sitio.

Pero nada podía detener sus lágrimas. Se abrazó a sí misma cuando empezó a temblar sin control. No sabía si era por el frío o por el llanto. Sólo deseaba que volviera a su vida y a su cama.

—¡Oh, Pedro! —sollozó y cayó al suelo al final de la escalera.

Entonces Bautista se despertó y empezó a llorar.

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