Sin embargo, salvo el primer encuentro cuando él la había incitado a arrodillarse delante de él, sus encuentros sexuales con él no habían sido en absoluto raros. Apasionados, sí, pero no pervertidos.
En Nochevieja Pedro había sido muy romántico, algo que él le había advertido que jamás sería.
Paula tenía la opinión de que las personas eran buenas o malas, dependiendo de cómo le permitiera uno que fuese. Sin duda eso se aplicaba también a los niños. Había descubierto durante sus años de maestra que si normalmente esperaba más de sus alumnos, ellos no solían decepcionarla; sobre todo los más traviesos, los «niños malos». Pedro era un niño malo. Pero a pesar de lo que hubiera hecho en el pasado, no era malo al cien por cien. Su padre se había dado cuenta de su valía, había esperado mucho de Pedro, y éste no le había fallado, no le había decepcionado.
Era cierto que, desde la muerte de Miguel, había perdido un poco el norte; Paula no podía negar que se había ganado la fama que tenía de playboy. Las mujeres habían sido relegadas a juguetes sexuales durante tanto tiempo que seguramente era una tontería por su parte creer que algún día cambiaría de vida. Junto a ella, además. Una tontería enorme. Pero el amor era ciego, sordo y tonto, ¿no? ¿Si no, por qué estaba allí ocupando el asiento que él había reservado para Ailén? En el fondo, si Ailén no hubiera metido la pata el día de Navidad, habría ocupado el asiento que ella ocupaba. Esos pensamientos tan pesimistas irritaron mucho a Paula. ¿Acaso no había decidido la noche anterior que debía ser positiva y no negativa; contemplar la invitación de Pedro de compartir un mes con él como el primer paso hacia una relación más seria?
Aparte de explorar la química sexual que se producía entre ellos dos, Paula se había prometido a sí misma que reviviría aquel vínculo tan especial que había surgido entre ellos todos esos años atrás, cuando los dos habían estado tan solos.
Esperaba que, aparte del sexo, pudieran hablar de cosas importantes, de cosas que tuvieran sentido; que Pedro le hablara de sí mismo y ella también a él.
—No te bebes el champán —comentó Pedro. Paula le dirigió una sonrisa pesarosa.
—Es un poco temprano para champán, la verdad. Creo que habría preferido un café.
—El privilegio de las mujeres es cambiar de opinión —le dijo amigablemente mientras apretaba un botón para llamar a la azafata.
A Paula le encantaba su determinación, su actitud positiva. Pedro era un líder natural, algo que su padre había comentado a menudo. Estaba convencida de que sería un marido y un padre estupendo. ¿Pero lo creería también Pedro?
—Tengo que confesarte algo —dijo él después de llegar el café.
A Pedro se le encogió el estómago.
—Espero que no sea nada que pueda disgustarme.
—No hay razón para que esto te disguste.
—Entonces, adelante.
—He leído todas tus felicitaciones de Navidad; las que tienes en el tocador.
Ella se relajó.
—¡Ah...! ¿Cuándo?
—Ayer, mientras te duchabas.
—No creo que haya visto jamás palabras tan elogiosas. «Es un placer estar en compañía de la mejor profesora del mundo», y todo lo demás...
Paula se echó a reír.
—Bueno, es un poco de exageración; pero es verdad, soy bastante buena.
—¿Y aun así lo has dejado?
—Sólo ese colegio. Buscaré otro puesto más cerca de casa; seguramente en un colegio de preescolar. Me gustan mucho los niños pequeños; tienen una mente tan abierta...
—Yo no tengo paciencia con los niños.
—Eso les pasa a muchos hombres; pero cuando tienen hijos, cambian.
Él la miró con curiosidad.
—A mí no me va a pasar eso; porque no pienso tener hijos propios.
La expresión de Paula no delató su sorpresa.
—¿Y eso por qué?
—El ser un buen padre es algo que pasa de generación en generación. El único ejemplo que yo he tenido de un padre no es algo que me gustaría transmitir.
—No todos las personas que han sufrido maltrato en su infancia tiene por qué ser maltratadores en su vida de adultos, Pedro —le dijo ella con tacto.
—Tal vez no. ¿Pero por qué arriesgamos? Hay suficientes niños en el mundo.
No echarán de menos el mío.
—A lo mejor cambias de opinión cuando trates a alguno.
Él se volvió a mirarla con fastidio.
—Te has traído las píldoras, ¿verdad? No me digas que quieres intentar atraparme con el viejo truco del embarazo. Porque no funcionará, Paula. Conmigo no.
La frialdad que vió en su mirada consiguió que Paula se estremeciera. Pero se negaba a renunciar a él. Al menos de momento.
No hay comentarios:
Publicar un comentario