jueves, 14 de julio de 2016

El Niñero: Capítulo 5

—¿Quién ha llamado? —preguntó Gonzalo, sentándose en la silla—. ¿No sería del periódico?

—No. Tu hermana. No me habías dicho que tenías una hermana.

Gonzalo pareció quedarse sin palabras durante un momento y después se echó a reír.

—¿No creerás que iba a hablarte de una hermana mía, verdad?

—O sea que es guapa; ya me había parecido. ¿Cuántos años tiene?

—No es asunto tuyo. Bueno, ¿qué quería?

Pedro se dió cuenta de que a Gonza no le hacía gracia que tuviera ninguna clase de contacto personal con su hermana, pero ¿quién podía culparlo? Así que decidió que no le diría nada.

—Quería pedirte que cortaras el césped de su jardín esta tarde. Su jardinero está enfermo.

—¿Y?

—Le he dicho que estabas demasiado cansado para hacerlo y que llamara a otra persona. Ha dicho que lo haría y ha colgado.

Gonzalo parecía asombrado.

—¿De verdad? ¿Así de fácil?

Estaba claro que aquel no era el comportamiento normal de Paula y Pedro decidió, en aras de la credibilidad, elaborar un poco más la mentira.

—Bueno, al principio no le hizo ninguna gracia, pero yo fui muy convincente sobre tu agotamiento. Al final, aceptó seguir mi consejo y llamar a otra persona.

—Eres un verdadero amigo, Pedro.

—Desde luego que sí. Y ahora, vete a la cama. Te veré por aquí el próximo sábado, si no antes.

—Eres un buen tío, Pedro. No he querido ofenderte con lo de mi hermana. Es que...

—Es tu hermana pequeña y quieres lo mejor para ella —terminó Pedro burlón.

—Algo así.

—¿Cuántos años tiene esa jovencita que tanto quieres proteger? —preguntó con curiosidad.

—Treinta y uno.

—Ya no es una niña, Gonzalo—le recordó Pedro—. Además, me ha dado la impresión de que podía manejarse sola perfectamente.

—Cuando quiere, es más dura que yo, eso desde luego —rió Gonza.

—Pues deja de preocuparte por ella —aconsejó Pedro—. Yo conozco bien a las mujeres y sé que no te dará las gracias.

—No conoces a Paula —dijo Gonza burlón.

—¿Tiene mal carácter, no?

—No es que tenga mal carácter, pero a veces puede ser muy testaruda.

Pedro lo creía. Las mujeres guapas en general eran de carácter fuerte. Y estaba seguro de que Paula Chaves era muy guapa. Su hermano no se preocuparía tanto por ella si no lo fuera.

Era una pena que estuviera trabajando aquel día, pensó Pedro. Le hubiera gustado conocerla en carne y hueso. Aquel pensamiento lo excitó. Había pasado algún tiempo desde la última vez que estuvo en la cama con una mujer.

No era tan mujeriego como Gonzalo creía, pero el sexo era muy importante para él; no le gustaba estar mucho tiempo sin el placer y la tranquilidad que le daba el cuerpo de una mujer. Hacer el amor a menudo calmaba los demonios que dormitaban en lo profundo de su alma.

—Vete a casa, Gonza.

Gonzalo asintió, se guardó el móvil en el bolsillo y salió del bar.

La mirada oscura de Pedro recorrió la barra, en la que había una mujer sola, tomando una copa y fumando un cigarrillo. Cuando sus ojos se encontraron, ella lo miró descarada e invitadora. Desde aquella distancia, no parecía fea. Pero sí vulgar y a Pedro nunca le había gustado la vulgaridad.

Irritado, se levantó con brusquedad y se dirigió hacia la puerta.

El sol calentaba aún más que cuando había llegado y el calor y la humedad eran opresivos.

Cortar el césped con aquel calor le haría bien, decidió Pedro montando en su Harley–Davidson y poniéndose los guantes. El agotamiento físico le haría olvidar el sexo; por eso aceptaba a menudo trabajos que le exigían fuerza física. Pero esperaba que fuera un jardín muy grande, un jardín enorme.

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