Paula se sentó en una silla libre que había pegada a la pared. La sala estaba llena de gente; gente que entraba y salía de la sala y muchos esperando ser atendidos. Había media docena de madres con niños llorando y varios jóvenes con cortes en la cara y en las manos. Todos parecían pobres y desdichados.
Paula bajó la vista, angustiada por el brutal enfrentamiento con un mundo cruel. Había visto esas cosas antes, pero no el día de Navidad.
—¿Paula? ¿Estás bien?
Paula pegó un brinco en el asiento.
—Ay, Pepe, cuánto me alegro de que estés aquí —le agarró del brazo y lo llevó aparte.
—¿Te ha molestado alguno de estos gamberros?
—No, no, nada de eso. Sólo es que... Ay, Pepe, el mundo es un lugar horrible, ¿verdad?
—Puede serlo —dijo con seriedad.
—Tenemos tanta suerte de estar sanos y de ser ricos.
Él sonrió con pesar.
—Tienes razón cariño. Vamos, te llevaré junto a Felisa.
Al ver los ojos caídos y la tez pálida de Felisa, Paula se alarmó; pero trató de disimularlo.
—¡Qué susto nos has dado! —le dijo en tono ligero mientras se inclinaba para darle un beso en la mejilla.
—Sólo ha sido una indigestión —protestó Felisa—. Pero nadie me cree.
La enfermera que la atendía miró a Paula y volteó los ojos disimuladamente, indicando que desde luego no era una indigestión.
Paula arrastró una silla hasta la cama de Felisa y le tomó la mano. La tenía fría, y eso le preocupó un poco.
—Es mejor que nos aseguremos de que no te pasa nada, ya que estás aquí.
—Eso es lo que dicen Pepe y Juan, pero de verdad que preferiría estar en casa, en mi camita. Sólo necesito descansar.
—Mira, Felisa, cariño —empezó a decir Juan en tono débil.
Nunca había llevado los pantalones en casa y no parecía que fuera a empezar entonces.
—Harás lo que te digan, Felisa —intervino Pedro en tono firme—. Me llevo a Juan a tomar un té. Paula se va a quedar contigo un rato.
Paula sonrió a Pedro con admiración. El dominio que él había tenido de la situación desde un primer momento le parecía del todo admirable. No se había puesto nervioso, y había actuado con decisión y rapidez.
—¿Tienes algo que contarme, señorita? —le preguntó Felisa en suave tono de complicidad.
Paula no tenía intención de contarle nada. Sabía que, si le contaba que Pedro y ella se habían liado, Felisa no dejaría de darle la lata.
—Sólo quería decirte que te quiero mucho, Felisa, y que he sido una egoísta al quedarme tanto tiempo fuera de casa. A partir de ahora todo será distinto, te lo aseguro. Voy a buscar un empleo cerca para poder estar aquí con vosotros, y para asegurarme de que no te echas tanto trabajo encima y de que te cuidas. En este último año he aprendido a preparar muchos platos bajos en calorías, y tú necesitas perder unos cuantos kilos. Si tienes que trabajar, puedes empezar a ayudar a Juan en el jardín. Y vas a empezar a caminar. Todas las mañanas.
—Santo cielo, Paula, dices lo mismo que Pepe.
—Y su interés por tí es tan sincero como el mío. Así que no quiero oír más tonterías de irte a casa antes de tiempo. Mañana va a venir un especialista y te van a hacer unas pruebas más específicas.
—Vaya, ¿tú eres mi pequeña Paula?
—No, tu pequeña Paula ya ha crecido.
—Eso ya lo veo. Y también Pepe. No te ha quitado ojo durante toda la comida, ni tampoco por la noche.
Paula miró a Felisa con enfado.
—No empieces a hacer de celestina, Felisa. Tú y yo sabemos que Pepe no es de los que se casa.
—Si hay alguien que pueda hacer que cambie de opinión con respecto a eso, eres tú, Paula.
Paula se mordió la lengua para no delatarse, pero por una parte estaba de acuerdo con Felisa. Pedro no sólo había practicado el sexo con ella esa noche, sino que le había hecho el amor con ternura y cariño. ¿Quién sabía? Tal vez existiera la oportunidad de tener una relación de verdad, por mucho que dijera Pedro.
—Estás enamorada de él, ¿verdad? —dijo Felisa. Paula no podía seguir mintiendo.
—Sí —reconoció.
—Entonces ve por él, niña.
—Eso es lo que estoy haciendo.
—¿Y?
Paula sintió los inicios de una sonrisa traicionera en sus labios.
—Digamos que es un proceso.
—Mmm, me gusta como suena.
No hay comentarios:
Publicar un comentario