martes, 19 de julio de 2016

El Niñero: Capítulo 15

La tentación de rodear su cuello con los brazos era intensa. ¿Cuál sería su reacción si lo hiciera?, se preguntó, sintiendo cómo se aceleraba su corazón. ¿La rechazaría o tomaría lo que le ofrecía y pediría más?

Paula sabía que era una mujer atractiva y él había dicho que no era un hombre casado. Con su aspecto, seguramente podría tener a cualquier mujer que quisiera. ¿Sería indiscriminado con sus favores? ¿Sería el típico semental? Tenía aspecto de semental y, desde luego, podía serlo con aquella masculinidad. Y ella deseaba tanto que lo hiciera que era una tortura. Se estaba volviendo loca de deseo.

—¡Por favor! —exclamó Paula, soltándose—. Ya has hecho más que suficiente —dijo, con considerable ironía, limpiándose las lágrimas y esperando que él no notara nada en sus sonrojadas mejillas—. Por favor, vete, Pedro. Puedo arreglarme sola, de verdad.

—Lo siento —dijo él, con una calma irritante—. No puedo hacer eso. Le dí mi palabra a Mariana.

—¡Mariana nunca lo sabrá!

—Pero yo sí —dijo Pedro con firmeza—. Y ahora, se acabaron las tonterías, Paula. Haz lo que tengas que hacer para organizar la cena y yo cuidaré de Bauti.

—Pero...pero...

—¿Pero qué? ¿Qué problema hay? Tus amigos no me verán, si es lo que te preocupa.

—No es eso —negó ella, aunque pensándolo bien, en cuanto Daniela viera a Pedro, sacaría sus propias conclusiones.

—Entonces, ¿Qué es? ¿Es la cena? ¿Qué problema tienes? Si los invitados son amigos, nada tiene por qué salir mal.

—Nadie probará bocado.

—¿Por qué?

—Yo... no cocino muy bien —confesó—. Mariana iba a ayudarme.

—Ya veo. ¿Y eso es todo? Vamos a ver, ¿qué pensabas preparar?

—Una sopa, carne a la barbacoa y ensalada de frutas.

—Eso no suena muy difícil, Paula. ¿Qué es lo que no sabes hacer?

—La carne. Mariana iba a encargarse de eso.

—Lo mejor será que te olvides de la barbacoa. Va a haber tormenta.

—¡Tormenta! Iba a poner la mesa en el jardín. ¿Estás seguro de que habrá tormenta?

—No, no estoy seguro. Pero imagínate lo que puede ocurrir si se pone a llover a cántaros.

Paula se acercó a él, cruzando de nuevo los brazos.

—Tengo el presentimiento de que esta noche va a ser un desastre.

-Tonterías. Yo te ayudaré, si te parece. Una vez fui cocinero en París. Yo me encargaré de la carne y de las ensaladas.

—¿En París? —preguntó Paula, arqueando una ceja—. ¿De verdad? —no quería sonar escéptica, pero ella siempre había pensado que París era sólo para viajeros cultos, no para aquel tipo que probablemente no habría abierto un libro en su vida, y no digamos ir a un museo o a la ópera.

Él la miró sardónico, como si hubiera leído sus pensamientos y los encontrara divertidos.

Paula se dió cuenta de que aquel hombre no era en absoluto lo que le había parecido al principio. Quizá no fuera un hombre cultivado, pero desde luego era listo. Lo que le había dicho sobre Bautista tenía mucho sentido. A ella tampoco le importaría tener una buena niñera en casa todo el día.

—Sí, París —repitió él burlón—. Créeme cuando te digo que he viajado mucho.

Ella lo creía, desde luego. Tenía un aire de confianza y seguridad que sólo daba haber vivido muchas experiencias. Estaba segura de que aquellos brillantes ojos negros habían mirado a los ojos de muchas mujeres, colocadas debajo de él. Y no era de los que hacía el amor en la oscuridad. ¿Quién querría esconder aquel magnífico cuerpo?

Paula se maldijo a sí misma por volver a pensar en el sexo. Pero era muy difícil no hacerlo con Pedro delante. Nunca había conocido a un hombre tan carnal en toda su vida.

—No tienes aspecto de cocinero.

—He hecho cientos de trabajos diferentes. No hay muchas cosas que no haya probado.

—¡Supongo que habrá algo que no sepas hacer!

Paula no podía acostumbrarse al efecto sexual que ejercía sobre ella y, de alguna forma, sin darse cuenta, lo estaba provocando.

—No tengo un niño tan precioso como el tuyo.

Paula se quedó completamente desarmada y conmovida. ¡Qué cosa tan bonita acababa de decir!

Sonrió dulcemente a su precioso hijo y sintió que el corazón le daba un vuelco. ¿Cómo podía haber pensado alguna vez que Bauti había sido un error? Cuando estaba dormido, era como un ángel.

—Es precioso, ¿verdad? —murmuró ella—. No se parece mucho a mí.

Se dió a sí misma un empujoncito mental y volvió a mirar a Pedro, que estaba tomando un sorbo de café con el ceño ligeramente fruncido. Incluso así, era un hombre muy guapo y no un Neanderthal en absoluto. Si se cortara el pelo y se afeitara, podría incluso parecer civilizado y, con un esmoquin, pararía el tráfico. Probablemente ya lo haría, montado en su moto, pensó. Sus ojos se encontraron por encima del borde de la taza y un escalofrío recorrió la espalda de Paula. ¡Qué sexy era aquel hombre!

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