martes, 5 de julio de 2016

Un Amor Imposible: Capítulo 34

Mientras tomaba un sorbo de champán, Pedro pensó en la noche de Nochevieja. Después de unos días de abstinencia, estaba deseando disfrutar del precioso cuerpo de Paula; y se había deleitado con pícara egolatría de la transparencia de sus deseos por él.

Esa noche Pedro no había podido saciar sus deseos por ella; ni ese día ni al día siguiente. Cosa rara, no había querido probar un montón de posturas distintas y se había contentado con estar con ella en la cama.

La siguiente  noche, sin embargo, ella había echado el freno diciendo que estaba agotada, y había dormido sola en su cama de niña con su colcha rosa.

Al ver su determinación, Pedro no había discutido. Pero no se había quedado a gusto; y esa misma noche había decidido que a la mañana siguiente trataría de convencerla para que lo acompañara a Happy Island, donde no podría escapársele. Menos mal que no había cancelado los billetes de avión que había sacado para Ailén y él.

La reacción de Paula a su invitación durante desayuno había sorprendido a Pedro.

—No esperarás que me marche de vacaciones al mismo sitio donde pensabas ir con Ailén.

Pedro había tenido que esforzarse todo el día para hacerle ver que no la estaba tratando como una sustituta de Ailén. Terminó de convencerla cuando le dijo que  nunca se había llevado ni a Ailén ni a ninguna otra novia a Happy Island, y que ella sería la primera mujer que compartiría con él su casa de verano. Era verdad y mentira al mismo tiempo. Había invitado a Ailén a pasar un fin de semana en septiembre, pero ella se había intoxicado con algo que había comido en el avión y había pasado los dos días en la cama de la habitación de invitados, descansando o leyendo. Como no había hecho nada con ella, Pedro decidió que esos días no contaban.

Después de acceder a acompañarlo a la isla, Paula había vuelto a sorprenderlo la noche anterior cuando le había dicho que quería dormir otra vez en su habitación. Le había dicho que necesitaba dormir bien esa noche, ya que tenían que levantarse muy temprano.

Pedro se había despertado antes de que sonara su despertador, con un deseo por ella que sentía más ardiente que nunca. Pero pronto volvería a tenerla para él solo en un sitio donde ella no tenía dónde escapar ni dónde esconderse.

—Ay, ya no veo nada —dijo Paula en tono nostálgico mientras se recostaba de nuevo en el asiento. Aún no había probado el champán.

—Está todo lleno de nubes.

Pedro sonrió.

—Cualquiera que te viera diría que es la primera vez que montas en avión.

—Hace años que no lo hago, la verdad.

Finalmente dió un sorbo de champán.

—¿De verdad?

—No me quedaba mucho dinero para irme de vacaciones, teniendo que pagar el alquiler, el coche y otros gastos.

Pedro frunció el ceño.

—Podrías haberme pedido algo de dinero para irte de vacaciones —le dijo—. Nunca estuve de acuerdo con la idea de tu padre de dejarte el dinero justo para vivir.

—Seguramente fue bueno para formar mi personalidad. Al menos no soy una chica consentida.

Pedro se quedó pensativo, sabiendo que desde luego ella no era así; y no quería que estando con él cambiara su forma de ser. Él quería enseñarla, educarla, no corromperla. Detestaría que se volviera como Ailén, que sólo pensaba en su propio placer.

—¿Por qué pones esa cara? —le preguntó ella—. Estás preocupado por Felisa y Juan, ¿no? Anoche hablé con ellos y están felices de poder estar en la casa de Gold Coast. Ha sido una idea estupenda la de prestarles el ático. Muy generosa también.

—Vamos Paula, sabes muy bien que no fue la generosidad lo que inspiró mi oferta. Más bien lo hice por egoísmo. No los quería en medio, nada más.

—Tú no eres el único —Paula se puso colorada.

Su reacción despertó en él un deseo tan intenso que hasta el miembro le dolía.

—Ojalá pudiera besarte ahora mismo —susurró Pedro.

—¿Y por qué no puedes? —le preguntó ella con las mejillas sonrosadas.

—Porque no querría pararme ahí —respondió Pedro entre dientes—. Y acabaríamos haciendo el amor en el avión.

Ella arrugó la naríz con asco.

—Nunca me vas a convencer para hacer eso. Practicar el sexo en un avión siempre me ha parecido algo de muy mal gusto.

—¡Bueno, bueno! —dijo Pedro, alzando su copa.

«Paula nunca será como Ailén», se decía Pedro con alivio. Después de Paula, le iba a resultar muy difícil volver a estar con chicas como Ailén.

Mientras Paula bebía un poco de champán se preguntó si Pedro estaría de acuerdo con ella. Tal vez la viera remilgada, ya que siempre decía de sí mismo que era un seductor.

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