El corazón de Paula se llenó de amor por su hijo cuando miró su carita angelical. Tendría que ser una madre mejor en el futuro, intentar relajarse como Pedro había sugerido.
Y removería cielo y tierra para encontrar a la mejor niñera para que cuidara de él. No volvería a trabajar hasta que lo hubiera hecho.
Aquel pensamiento la hizo volver a la realidad. El número del próximo mes tenía que salir el viernes siguiente y, como editora, era crucial que estuviera allí aquella semana. Si no lo hacía, era posible que no tuviera trabajo cuando quisiera volver. Aunque Facundo y ella habían trabajado mucho para comprar la casa, los muebles y el coche, en el banco no había demasiado dinero. Necesitaba su trabajo y le gustaba, no tenía por qué disimular. Había intentado ser madre durante las veinticuatro horas del día y casi se había vuelto loca.
Suspirando, Paula dejó la linterna sobre la mesita y arropó con cuidado al pequeño.
—No te preocupes, cariño —susurró, mandando un beso de sus labios a su frente con el dedo—. Esos son problemas de mamá. Mañana encontraré la solución. Quizá me dejen llevarte al trabajo.
Salió de puntillas de la habitación y, cuando estuvo en el pasillo, apagó la linterna. Se apoyó en la pared para llegar a la escalera, donde se sentó en la oscuridad y escuchó con interés cómo Pedro acompañaba a las dos parejas hacia la puerta.
—Paula me ha dicho que me disculpe por ella y que les diga que les llamará — estaba diciendo Pedro—. Gracias por venir. Cuidado con el escalón. Adiós.
Paula movió la cabeza. Ni una protesta. Parecía que Pedro tenía razón una vez más. O eso o se habían quedado sin palabras por la repentina aparición de un gigante vestido de negro. Pedro tenía una personalidad y un aspecto abrumadores.
Oyó que él cerraba la puerta y lo oyó suspirar. Era un suspiro extraño. ¿Habría cambiado de opinión?, pensó aterrada. ¿Habría decidido no dormir con ella después de todo?
La idea de que él podría marcharse, hizo que se levantara de un salto.
—¡Pedro!
—¿Qué? ¿Qué pasa? —preguntó él, subiendo las escaleras de un salto.
—No...no ibas a marcharte, ¿verdad?
—¿Marcharme? ¿Por qué?
—Pues porque...bueno, podrías pensar que, como tengo un hijo, lo que busco es un hombre para toda la vida, no un hombre para una sola noche.
—Se me había ocurrido la idea —dijo él—. ¿Y es así?
—¡No, claro que no! Sólo quiero...
—Ya.
Paula estaba confundida por el extraño sonido de su voz.
—Pero también es lo que tú quieres, ¿no es así Pedro?
Él no contestó rápidamente y eso la desconcertó aún más.
—¿Pedro?
—Sí, claro —dijo él impaciente—. Ahora vamos a encender algunas velas antes de que estas linternas se apaguen. Dame las llaves, por favor, mi moto no funciona sin ellas.
O sea que ya estaba pensando en marcharse, pensó Paula tristemente. La imagen de él desapareciendo con su moto, después de un revolcón de cinco minutos era tremendamente deprimente.
Paula en silencio le dio las llaves, que él colocó en el bolsillo trasero de los vaqueros.
—Vale. Dame la mano. Esta linterna está a punto de apagarse y no quiero que te caigas por las escaleras. ¿Cómo estaba Bauti? —preguntó él, mientras bajaban de la mano por la escalera, iluminados sólo por un diminuto rayo de luz—. No he oído nada, así que supongo que sigue dormido.
—Sí, duerme muy bien por las noches. Después de las nueve, no lo despierta nada.
—No sabes cuánto me alegro de oír eso —dijo, apretando ligeramente su mano.
El corazón de Paula se aceleró. La posibilidad de que él pasara toda la noche con ella si se lo pedía enviaba escalofríos por su espalda.
—Pedro —dijo ella, parándose cuando llegaron al final de la escalera.
—¿Sí?
El sonido de su voz hizo que su valor se esfumara. Si le pedía que se quedara toda la noche, podía interpretarlo como una demanda por su parte, como si quisiera engancharse a él.
—¿De verdad no se han molestado cuando les has pedido que se fueran?
—Estarás de broma —rió Pedro—. Yo creo que estaban aliviados. Probablemente sólo habían venido a cenar gratis. Y eso ya lo han hecho, ¿no?
—¿Cómo puedes decir algo tan cínico?
—Lo siento, pero soy cínico. Y tú también, si eres sincera contigo misma. Los dos hemos llegado a los treinta y sabemos lo que es la vida.
Paula estuvo a punto de protestar, pero no lo hizo. Pedro volvía a tener razón. Ella se había vuelto más cínica en los últimos años. Desgraciadamente, no se había dado cuenta a tiempo y había decidido tener a Bauti antes de aceptar la dura y fría realidad. Como muchas mujeres, había pensado que podía hacerlo todo y serlo todo a la vez. Pero se había tenido que dar cuenta de que no era Superwoman y de que necesitaba ayuda.
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