—Yo... Me voy a llevar las cosas a una habitación libre para pasar la noche — continuó—. Mañana por la mañana veré si puedo volver a Sidney.
—Bien —dijo él mientras retiraba la sábana—. Ahora, si me perdonas, tengo que ir al cuarto de baño.
Paula no podía dormir. No sólo estaba muy disgustada, sino que también tenía calor. El parte meteorológico no se había equivocado; en las últimas horas habían subido las temperaturas, y el aire acondicionado no era suficiente para paliar la intensa humedad.
Al final, Paula se levantó, se puso el bikini rosa que se había comprado antes de Navidad, buscó una toalla y salió a la piscina. ¿Qué más daba que fuera de noche y que todo estuviera tan oscuro? El fondo de la piscina estaba iluminado. La fuerza del viento la sorprendió, y para que no se volara la toalla tuvo que pillarla con las patas de una tumbona; la misma tumbona donde Pedro y ella habían hecho el amor el día anterior.
Paula se tiró al agua para no pensar en ello y empezó a dar vigorosas brazadas de un lado y al otro de la piscina, esperando cansarse lo más posible para quedarse dormida en cuanto volviera a la cama. Sabía que no sería fácil, de modo que continuó machacándose largo tras largo. Pero finalmente no pudo continuar más y nadó hasta donde estaba la hamaca al otro lado de la piscina.
Se puso a tiritar de frío al salir el agua. El viento soplaba con mucha más fuerza que antes, y Paula se dió cuenta de que la tormenta estaba cerca. Esperaba que no durara mucho, porque no quería que el aeropuerto estuviera cerrado al día siguiente. Necesitaba alejarse de la isla y de Pedro lo antes posible.
Paula se estaba agachando para retirar la toalla cuando una fortísima ráfaga de viento levantó por los aires una mesa con sombrilla que había cerca y la golpeó en la espalda. Gritó cuando el viento la catapultó con fuerza más allá del borde que se unía con el horizonte. También gritó cuando se golpeó en el hombro contra el repecho de más abajo donde caía el agua, y gritó de nuevo cuando la fuerza del impulso la empujó al vacío.
Pedro estaba tumbado encima de la cama, totalmente despierto, cuando oyó los gritos aterrorizados de Paula. Se puso de pie en un instante y corrió en dirección al lugar de donde venían sus gritos: la zona de la piscina. La luz de emergencia ya estaba encendida, indicando que Paula debía de haber salido hacía poco; pero no la vió por ninguna parte.
De pronto, vió la mesa y la sombrilla al final de la piscina.
—¡Ay Dios mío! —exclamó Pedro, pensando que Paula estaba dentro del agua, inconsciente por el golpe y ahogándose.
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