Aunque tenía que admitir que aquel gesto de protesta de Pedro había sido muy convincente. Parecía que no había querido seducirla...la noche anterior. Pero aquel era otro día.
—¿Paula? Decídete, por favor.
¿Qué podía hacer? ¿Echarlo? ¿O rendirse a lo que realmente deseaba hacer?
—Me...me gustaría intentarlo.
—Intentarlo —repitió él lentamente, sin dejar de mirarla.
—Puede que no funcione —dijo ella, a la defensiva.
—Sí, es posible. Pero yo creo que sí —continuó el con confianza—. Voy a guardar la moto en el garaje y a traer mis cosas.
—¿Quieres empezar inmediatamente?
—¿Por qué no? ¿No quieres que lo haga?
Lo que ella quisiera no era el asunto. Por dentro podía ser un flan, pero tenía que parecer que estaba controlando. Al fin y al cabo, ella era la jefa y Pedro su empleado.
—En fin, supongo que sí. La habitación de invitados está preparada.
—¿La habitación de invitados?
—Exactamente. Lo tomas o lo dejas.
—Lo tomo.
—Y tendrás un sueldo. Nada de casa y comida. Mañana me enteraré de lo que suele ganar una niñera.
—Lo que tú digas, jefa.
Paula ignoró la excitación que recorría sus venas.
—Si haces la comida, incluiré además la casa y la comida.
—Parece una buena oferta.
—Veremos cómo va durante la primera semana —dijo ella, intentando usar el sentido común.
—Eso no es demasiado tiempo.
—Suficiente —dijo ella con brusquedad—. Como vas a mudarte hoy, puedes venir conmigo a hacer la compra esta tarde.
—¿Y Mariana?
—¿Qué ocurre con Mariana?
—¿No vas a ir a visitarla al hospital?
Paula suspiró.
—Sí, pero me pone nerviosa llevar a Bauti conmigo en el coche cuando voy sola.
—Pero no estarás sola —dijo Pedro alegremente—. Yo estaré contigo. Después de todo, una buena niñera va donde va su retoño.
Paula lo miró. Era maravilloso que alguien la ayudara con Bauti.
—Eso suena muy bien —dijo sinceramente—. Pero no tienes que hacerlo si no quieres. Incluso las niñeras tienen los domingos libres.
—Pero no tengo nada mejor que hacer. Además, me gustaría ver a Mariana. La pobre mujer me cayó bien desde el principio.
—Tú a ella también.
Como a Bauti y ella misma, se recordó Paula. Aquel hombre era encantador. Y parecía que no era tan mal chico como ella lo había pintado. Había en él una sinceridad que no se podía negar. Y honradez. No tenía más remedio que creer la historia de sor Agustina. Era demasiado absurda para ser falsa.
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