jueves, 7 de julio de 2016

Un Amor Imposible: Capítulo 40

Pedro estaba tumbado junto a Paula, que en ese momento dormía. Él, sin embargo, no dejaba de pensar. Su plan de hartarse de Paula en la cama no le estaba funcionando. Parecía que, cuanto más estaba con ella, más la deseaba.

En las treinta y seis horas que habían pasado desde su llegada, apenas habían salido del dormitorio salvo para comer algo, lo mínimo, o para darse algún chapuzón.

Parecía que antes de él la vida sexual de Paula había sido poco imaginativa y bastante limitada, algo que le sorprendió, pero que también lo llenó de satisfacción por ser casi el primer amante de una mujer.

Al mismo tiempo, la falta de experiencia de Paula le preocupaba; porque las jóvenes inocentes como ella se enamoraban fácilmente.

Aunque no le había dicho que lo amara, se lo habían dicho sus ojos llenos de adoración. Y aparte de notarlo, Pedro había disfrutado con ello. ¿Sería ésa la razón que había detrás de su creciente adicción por ella? ¿Que no se tratara sólo de sexo, sino de lo que ella le hacía sentir cuando él le estaba haciendo el amor? ¿Qué sentiría si la tuviera para siempre a su lado, en su cama; si le pusiera una alianza en el dedo; si hiciera de ella su compañera ante la ley?

Tonterías, se dijo Pedro. Una auténtica locura. Se dió la vuelta, se apoyó sobre un codo y aprovechó para pasear la mirada por su cuerpo sensual. Pero antes de darse cuenta estaba acariciándola, despertándola, deseándola. Gimió de deseo cuando ella le abrió los brazos con un dulce suspiro de rendición. «Dime que no, maldita seas», pensaba él mientras se hundía entre sus piernas. Pero ella no dijo nada.

Paula salió de la cama con cuidado para no despertar a Pedro. Se había hecho de noche y por fin él dormía profundamente. Se puso la bata de seda y fue a la cocina a comer algo, ya que en dos días sólo habían comido lo suficiente para sobrevivir y de pronto tenía un hambre feroz.

Media hora y dos platos preparados después, Paula fue al salón y se acurrucó en el sofá azul para tomarse tranquilamente la taza de café que se había preparado. Debería imponerse para que al menos salieran de casa en algún momento. No estaba bien quedarse allí todo el tiempo haciendo el amor.

Pauña hizo una mueca. Tal vez no estuviera bien, pero ella no podía negar que se sentía muy bien; mejor de lo que se había sentido nunca. Sin embargo ya era suficiente. Al día siguiente insistiría en que se vistieran y fueran a algún sitio.

Después de todo lo que había comido, Paula no tenía sueño. No quería ver la televisión para no despertar a Pedro, pero podría leer un rato. En una de las estanterías que flanqueaban el mueble donde estaban la televisión y el equipo de música, había unos cuantos libros de bolsillo.

Paula dejó el café sobre una mesa y cruzó el salón. Sólo había un título que le apetecía leer, Vestida para matar, una novela de suspense que prometía muchas sorpresas y momentos de emoción. Sarah se llevó sin duda una sorpresa cuando al abrir el libro vio un nombre escrito a mano en la parte superior de la primera página: Ailén Cameron. Se le paró el corazón mientras contemplaba el odiado nombre allí escrito, mientras su mente quedaba inundada por un sinfín de horribles pensamientos; el primero que Pedro le había mentido. Ailén había estado en Happy Island con él; ¿cómo si no iba a estar allí ese libro? A Pedro no le gustaba leer.

Las repulsivas imágenes de Pedro y Ailén haciéndolo en distintas partes de la casa empezaron a agobiarla; porque todas esas cosas las había hecho también con ella.

El dolor fue demasiado fuerte, al igual que la humillación. ¡Qué fácil había sido engañarla! ¡Menuda tonta enamorada!

Hasta allí habían llegado. Agarró el libro con las dos manos y regresó al dormitorio hecha una furia; encendió la luz principal y cerró la puerta dando un portazo.

Pedro se despertó asustado.

—¿Qué pasa?

Ella le tiró algo. Un libro que le golpeó en el pecho antes de que le diera tiempo a atraparlo.

—Dijiste que nunca la habías traído aquí —le soltó Paula con rabia—. Me mentiste, canalla.

Pedro se dió cuenta entonces de lo que pasaba.

—No es lo que piensas —se defendió.

Ella soltó una risotada seca y amarga.

—¿En qué sentido, Nick?

—No me acosté con ella.

Ella se echó a reír de nuevo.

—¿Y esperas que me lo trague?

—Ailén se intoxicó en el avión y estuvo todo el fin de semana en la cama de la habitación de invitados.

—Si eso es verdad, ¿por qué no me lo dijiste antes? Yo te diré por qué —dijo ella antes de darle oportunidad de contestar—. Porque te habrías arriesgado a no tener lo que querías, que era que ocupara el lugar de Ailén estas vacaciones. Mejor decirme que soy única y especial, hacerme creer que venir aquí contigo era algo que no hacías con cualquiera. Lo mires por donde lo mires, Pedro, me has mentido por egoísmo propio.

A Pedro no le gustaba que lo acorralaran; siempre acababa peleando.

—¿Y tú no has hecho lo mismo? —contraatacó él—. Creo recordar que el día de Navidad me dijiste en el despacho que lo único que querías de mí era sexo. Está claro que esa no es la verdad, ¿no? Quieres lo que siempre has querido: casarte, Paula. Por eso has sido tan condescendiente todo el tiempo. ¡Y ésa es la razón por la que ahora estás tan disgustada!

Ella estaba colorada de vergüenza, y el dolor que vió en sus ojos le hizo sentirse fatal.

—Si eso es lo que piensas de verdad, Pedro —empezó a decir—, entonces no puedo quedarme aquí contigo. Sencillamente, no puedo.

Pedro nunca se había sentido tan mal, ni siquiera en la cárcel. Pero era por el bien de los dos. Él no le convenía en absoluto; mejor que lo dejaran antes de que ella sufriera más.

—Si eso es lo que quieres —le soltó él.

—Lo que quiero... —ella negó con la cabeza y bajó los hombros al tiempo que se le escapaba un suspiro—. Jamás voy a conseguir lo que quiero. Contigo no. Ya lo veo claro —se puso derecha, echó los hombros para atrás y levantó la cara—. Siento haberte tirado el libro, Pedro. En general, has sido sincero conmigo; a veces demasiado sincero. He sido yo la que no quería oír lo que me decías.

Pedro se sentía aún peor. Sintió la tentación de saltar de la cama para abrazarla; quería decirle que era él quien lo sentía, que ella era única y especial y que deseaba casarse con ella. Pero se resistió a la tentación. De algún modo lo consiguió.


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