sábado, 2 de julio de 2016

Un Amor Imposible: Capitulo 32

—Pues a mí no —interrumpió la enfermera con firmeza—. Le ha vuelto a subir la tensión. Lo siento —le dijo a Paula—. Creo que será mejor que la paciente descanse un poco. Si quiere, puede ir con las demás visitas a la cafetería y dejar que pase al menos media hora.

Juan y Pedro la miraron con curiosidad cuando entró en la cafetería; Juan particularmente ansioso. Ella no tuvo el valor de decirle que a su esposa le había subido la tensión, y en lugar de eso le dijo que la enfermera había dicho que quería que Felisa descansara tranquilamente al menos durante media hora.

—Si quieres algo, tienes que pedirlo en la barra —le dijo Pedro.

—No quiero nada —respondió Paula.

—No seas tonta, seguro que tendrás un poco de hambre. Te traeré café y un pedazo de pastel.

Juan no dijo nada mientras Pedro se levantaba y volvía a los pocos minutos con una taza de café y un pedazo de tarta de zanahoria. Estaba callado, con la mirada perdida y expresión ausente.

—No te has terminado la tarta, Juan —dijo Pedro mientras se sentaba.

Juan se volvió hacia Pedro con los ojos vacíos de expresión.

—¿Qué has dicho?

—La tarta; tu tarta, Juan.

El hombre negó con la cabeza.

—No me la puedo tomar.

—Felisa no se va a morir, Juan.

—¿Pero y si se muere? —le dijo el hombre con voz lastimera—. No puedo vivir sin ella. Ella es todo lo que tengo.

—Lo sé, Juan—Paula le puso la mano en el brazo y le dió un suave apretón—. Pero no tendrás que vivir sin ella; al menos de momento. Esta vez hemos estado al tanto; y a partir de ahora cuidaremos de ella mucho mejor.

A Juan se le llenaron los ojos de lágrimas. Paula había visto llorar a su padre en el funeral de su madre; y las lágrimas de Juan le hicieron pensar en aquel momento junto a la tumba de su madre, y los sollozos desgarradores de su padre mientras bajaban el ataúd.

—Es que estoy tan preocupado —sollozó Juan.

—Todos lo estamos, Juan —dijo Pedro con suavidad.

—Nunca pensé que me casaría —empezó a decir Jim con un hilo de voz—. A los cuarenta años, era un solterón en toda regla. No era feo, pero tampoco la clase de hombre a quien persiguieran las mujeres. Felisa solía comprar en el mismo supermercado que yo. No estoy seguro de por qué le gusté, pero así fue. Cuando me quise dar cuenta, estábamos prometidos.

A Paula le entraron ganas de llorar al ver las lágrimas de Juan.

—Es lo mejor que he hecho en mi vida.

Siguió un silencio cargado de emoción. Todos continuaron comiendo y tomando sus cafés sin decir nada. Paula notó que los que ocupaban el resto de las mesas tampoco hablaban mucho.

Las cafeterías de los hospitales, sobre todo de noche, no eran sitios muy animados.

Cuando volvió la mirada de nuevo hacia la mesa, Pedro la estaba mirando. Quería preguntarle qué estaba pensando, pero bajó la vista y no dijo nada.

Pedro no podía creer que se le estuvieran pasando aquellas tonterías por la cabeza. La conmovedora historia de Juan de cómo Felisa y él se habían enamorado debía de haberle afectado más de lo que pensaba, porque de pronto se le ocurrió que eso precisamente lo que él tenía que hacer... casarse con Paula. Una idea fatal; incluso peor que la de ceder ante el deseo y acostarse con ella. Además, no podría darle hijos, que era lo que Paula más deseaba en el mundo. Ese último pensamiento asentó el ánimo curiosamente desasosegado de Pedro, reafirmándole en su resolución de no dejar que aquel lío entre Paula y él pasara de lo sexual. Y haría bien en no alargarlo demasiado; cortar antes de que ella cumpliera veinticinco años.

Sólo estaría seis semanas con ella, y eso no sería suficiente para agotar un deseo que llevaba tantos años creciendo en su interior; un deseo que se le había ido de las manos. A pesar de todo lo que había pasado la noche anterior, estaba deseando volver a casa para acostarse con ella otra vez. Eso ponía de relieve todavía más la clase de hombre que era él: con toda seguridad, el menos adecuado para casarse con una encantadora muchacha como Paula.

—Creo que deberíamos volver a la habitación, a ver si saben algo más.

La abrupta sugerencia de Pedro devolvió a Paula al presente.

—Por lo que ha dicho la enfermera, me parece que no quieren que entremos a verla —le dijo ella—. Me parece que es mejor que me vaya a la cama. Mañana voy a venir a ver a Felisa y a traerle algunas cosas que a lo mejor le hacen falta.

—Ah, qué buena idea —dijo Pedro.

—Yo me quedo aquí —dijo Juan, testarudo—. Me voy a quedar con mi esposa. Me han dicho que puedo.

—Pues claro —lo tranquilizó Pedro—. Yo también me voy a quedar hasta ver qué dice el médico; y por la mañana vendré con Paula.

Pedro se puso de pie primero y fue a sujetar el respaldo de la silla de Paula cuando ella fue a levantarse.

—A mi cama —le susurró—, no a la tuya.

Ella se quedó de piedra. ¿Cómo podía pensar en el sexo en ese momento?
Pero cuando abrió la puerta de casa y subió a su dormitorio, la idea de volver a estar con Pedro empezaba a excitarla. Se dijo que era tan pícara como él; y que debería estar muerta de preocupación por Felisa en lugar de muerta de deseo por él.

Pedro la llamó desde el hospital un rato después para confirmarle que había sido una angina de pecho y no un infarto; y Paula se quedó un poco más tranquila.

Se dió una ducha y perfumó su cuerpo con aceites esenciales, antes de meterse entre las sábanas de raso.

Paula quería creer que había amor detrás de todo aquello, pero empezaba a preguntarse si no sería sólo puro deseo lo que sentía por ella. Jamás había experimentado el placer sexual que había experimentado con Pedro esa noche; y quería más.


3 comentarios:

  1. Muy buenos capítulos!Me parece que Paula tiene una dura misión!

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  2. Muy buenos los caps, pero que Pedro demuestre un poco más lo mucho que la ama a Pau.

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  3. Que Pedro le demuestre que la ama!!!

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