Aquel pensamiento le dio un escalofrío y decidió apartarlo de su mente. Sus pensamientos volvieron a la «donación» que, según Gonza, no había funcionado.
Inicialmente, la idea de darle un hijo a una mujer que lo deseaba desesperadamente, le había hecho sentirse bien, pero sus sentimientos sobre el asunto habían cambiado. La idea de ser padre había empezado a molestarlo y a absorberlo.
Una semana después de darle a Gonzalo lo que le pedía, había sentido la necesidad de saber quién era esa mujer. Se preguntaba si sería una buena madre y si había hecho bien en darle los medios para que tuviera un hijo suyo.
Un hijo suyo. No de su marido. Por eso se había marchado de Sidney dieciocho meses antes. Porque si se hubiera quedado, se habría puesto a investigar. Aunque sabía que era un error.
Se había marchado de Australia para olvidarse de todo ello, pero nada había podido apartar su mente de aquel hijo desconocido y, al final, cuando se había visto forzado a volver, se encontraba con que el hijo misterioso que lo había estado acechando en sueños no existía. Que nunca había existido.
Pedro sintió una dolorosa decepción. Debería sentirse aliviado de que aquella mujer no hubiera tenido a su hijo porque no quería traer a ningún hijo al mundo, ni siquiera a uno desconocido. ¿Qué le estaba pasando? Había dejado de mortificarse a sí mismo diez años antes y no quería volver a empezar a hacerlo.
Estaba tomando un trago de cerveza, cuando el sonido del teléfono móvil de Gonzalo le hizo dar un salto. Como Gonzalo aún no había vuelto del servicio, tomó el teléfono y pulsó el botón de recepción.
—Dígame.
—Tengo que hablar con Gonzalo —dijo una impaciente voz femenina—. Soy Paula, su hermana.
Pedro parpadeó sorprendido. No tenía ni idea de que Gonza tuviera una hermana.
—Ahora mismo no se puede poner —dijo Pedro—. ¿Quieres que le dé algún recado?
—¿Quién demonios eres tú? —preguntó ella con tono irritado.
—Me llamo Pedro y soy un amigo de Gonza.
—¿Dónde está Gonza, maldita sea? ¡Siempre se está quejando de que tiene que estar pegado al teléfono todo el día y, para una vez que lo llamo, no está!
—Estamos en el pub y ha ido un momento al servicio. ¿Puedo ayudarte?
—En el pub —dijo ella irónica—. Por lo menos no podrá decirme que esta tarde no puede ayudarme porque tiene mucho trabajo.
—¿Ayudarte a qué? —preguntó Pedro.
—A arreglar mi jardín.
—¿Qué le pasa a su jardín?
—Acabo de llamar al jardinero, pero parece que está enfermo y yo necesito que alguien me corte el césped hoy mismo. Tengo invitados para cenar y con la lluvia que ha habido este mes, la hierba me llega a las rodillas. Pero bueno, ¿dónde está mi hermano? Supongo que ya habrá salido del servicio.
—No me gusta tener que decirte esto, Paula, pero me parece que tu hermano no va a poder echarte una mano. Lleva veinticuatro horas trabajando en el periódico y está exhausto.
—Por favor, ¿no creerás que me voy a tragar esa tontería, no? Dile a Gonzalo que se ponga, por favor —insistió.
—Ya te he dicho que está en el servicio. Y después se va a ir a dormir. Mira, dame tu dirección y yo mismo iré a cortar el césped.
—¿Qué?
—Ya me has oído.
—¿Y por qué ibas a hacer eso? Si ni siquiera me conoces.
—Soy el mejor amigo de Gonza —dijo Pedro exagerando un poco. Además, casi le hacía gracia hacerse el noble frente a la falta de compasión de Paula—. Los amigos se ayudan unos a otros cuando hace falta.
—Ah. Muy bien. A caballo regalado no le mires el diente. Gracias —dijo con desgana, dándole una dirección en Balmain que estaba a menos de veinte minutos del hotel en el que estaba sentado en aquel momento—. Las herramientas están en el garaje —informó ella con brusquedad—. Llama a la puerta y Mariana te dirá dónde está. La llamaré para decirle que vas a ir.
—¿No estás en casa?
—No. Estoy en el trabajo.
Pedro se preguntó quién sería Mariana. ¿Una amiga, una compañera de piso, otra hermana?
—Muy bien. No te preocupes, Paula, tu jardín estará arreglado esta tarde. Tienes mi palabra.
—Eres muy amable, Pedro. Te llamas Pedro, ¿verdad?
—Sí.
Ella suspiró y a Pedro aquel sonido le hizo pensar inmediatamente en sexo.
Siempre le habían gustado las mujeres que suspiraban cuando él les hacía el amor. Especialmente después.
—Mira, perdona que haya sido tan grosera —se disculpó ella, suspirando de nuevo y haciendo que él pensara en ella desnuda, en su cama—. La vida es muy complicada últimamente. ¡Sí, Marcela, enseguida termino! Perdona, pero tengo una compañera esperando una llamada y además tengo que colgar porque hay que cerrar edición. Adiós —dijo antes de colgar.
¿Cerrar edición? Otra periodista en la familia, sin duda. Se preguntó qué aspecto tendría aquella Paula. Parecía más joven que Gonzalo por la voz y sería soltera porque si no lo fuera, su marido habría cortado el césped. A menos que estuviera divorciada, por supuesto. Las mujeres de carrera a menudo acababan divorciadas.
A Pedro le gustaban las mujeres de carrera porque les gustaba el sexo sin complicaciones, como a él.
Ya me atrapó esta historia jajajaja.
ResponderEliminarGenial Atrapada!!
ResponderEliminarGenial Atrapada!!
ResponderEliminarMuy buen comienzo! Parece brava Paula, vamos a ver que les pasa cuando se conozcan!
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