—Acércate más.
A ella le encantaba aquel tono autoritario y el control helado de su voz. ¿Por qué lo encontraba tan excitante? ¿Era porque ella misma estaba perdiendo el control? No podía más que obedecer. Había tal oscuro y secreto placer en ponerse totalmente en sus manos. Y en la mezcla de miedo y excitación que sintió que le ardía la sangre en las venas mientras se acercaba a él.
Tenía miedo, miedo de lo que podía hacerle. Pero por debajo, en algún otro nivel instintivo confiaba en él completamente. Sabía que no la haría daño y que la llevaría a sitios en los que nunca había estado. Había todo un mundo de placeres deliciosos que ella nunca había probado. Y quería que se los hiciera probar todos aquella noche.
Se colocó a unos centímetros de él, excitada. Cada nervio de su cuerpo, electrificado. Sus pezones duros bajo el satén del chaleco. Sus pechos hinchados y duros.
Cuando él la tomó por la muñeca, Paula ahogó un grito, pero lo único que quería era que encendiera las tres velas con la que llevaba en la mano. Cuando estaban encendidas, soltó su muñeca y levantó el candelabro.
—Sígueme —ordenó él, saliendo de la habitación.
Y ella lo hizo, como si fuera un robot.
Pero los robots no tenían corazones que latían alocados. La cara de un robot no se sonrojaba salvajemente ante el pensamiento de lo que se avecinaba. Sólo era un robot en su ciega obediencia.
Lo siguió a través de la cocina y hasta el salón, donde la mesa de cristal seguía llena de platos sucios, tazas de café y copas de vino. Era raro que la llevase allí, pensó.
Pedro dejó el candelabro sobre la mesa y después empezó a apartar los platos y los vasos y a colocarlo todo en un montón.
Sus acciones le recordaban una famosa escena de una película que tenía lugar sobre la mesa de una cocina. ¿No pensaría hacer algo así? Tembló violentamente mirando la mesa, que parecía un altar pagano con aquel candelabro sobre ella.
—No puedes tener frío —susurró Pedro detrás de ella.
Asustada, tiró la vela que estaba sujetando que cayó sobre el suelo y rodó, apagándose.
—Yo...tú me has asustado —musitó, cuando él estuvo frente a ella de nuevo.
—¿Por qué iba a hacer eso? —murmuró él.
Paula volvió a lanzar un gemido cuando él la levantó en brazos y la sentó al borde de la mesa.
—¿Qué...qué estás haciendo?
—Exactamente lo que quieres que haga —dijo él—. Así que calla, preciosa Paula y disfruta.
—Pero...pero...
Su besó la silenció y mucho más que eso. Volvió a sacar a la superficie a la nueva Linda, la que no protestaba ni se apartaba, la que inmediatamente se perdía en la ardiente invasión de su lengua dentro de su boca y que, al mismo tiempo, deseaba otras invasiones. Gimió sensualmente, enredando sus dedos en su pelo y le dijo con su propia lengua que iría donde él la llevara y haría lo que él le pidiera.
Pedro había conocido mujeres apasionadas, pero Paula dejaba a las demás por los suelos. Era como un volcán a punto de estallar. ¡Él mismo estaba a punto de estallar!
Tuvo que distanciarse de su calor rápidamente o no hubiera tenido oportunidad de darle lo que obviamente quería y necesitaba. Y una vez no iba a ser suficiente para ella.
Pero tampoco iba a ser suficiente para él. Quería que aquella noche durase lo más posible, así que intentó controlar en lo posible su excitación, concentrándose en el placer de ella más que en el suyo, poniendo su atención en saber exactamente lo que le gustaba, lo que la excitaba más.
Hasta un momento antes, había pensado que le gustaría jugar a ser sumisa con un hombre dominante. La mayoría de las mujeres eran así. Pero se dió cuenta de que también podría tomar el mando cuando llegara el momento.
Y decidió asegurarse de que aquel momento llegaría durante las próximas horas. Pero cuando se hubiera extinguido el fuego, tendría que marcharse. No habría posibilidad de futuro. Pedro no ofrecería sus servicios a la necesitada y hambrienta Paula una segunda vez. Al amanecer se habría ido para no volver.
Paula gimió cuando él tomo su cara entre las manos y apartó su boca de la suya. Ella intentó empujar de nuevo su cara hacia la de él, pero Pedro la tomó de las muñecas y apretó sus manos contra la mesa de cristal. Automáticamente se aferró al borde.
—Déjalas ahí —ordenó él—. Y no te muevas.
Ella dejó las manos allí y no se movió, parpadeando cuando él le subió la falda exponiendo sus piernas y muslos desnudos. Con el corazón acelerado, miraba cómo él tomaba su tobillo izquierdo y empezaba a desabrochar la tira de su sandalia negra, que dejó caer al suelo, antes de hacer lo mismo con el otro pie.
No eran más que simples acciones, pero, de alguna manera, la desnudez de sus piernas hacía que contuvieran una carga sexual que convertía cada roce en una caricia sensualmente erótica. Ella temblaba con cada roce de sus dedos.
—Tienes unas piernas preciosas —murmuró él; antes de separarlas y colocarse entre ellas.
Su corazón empezó a latir tan fuerte que parecía que su chaleco iba a estallar. El empezó a desabrocharle los botones con dedos sabios y, en unos segundos, lo abría, revelando sus excitados pechos.
Paula contuvo el aliento cuando él empezó a acariciarlos suavemente con las manos. Sus pezones se pusieron duros bajo aquel calor, enviando llamas de fuego a través de sus pechos y hasta un sitio entre sus muslos que ya estaba ardiendo por él.
Cuando empezó a frotar sus pezones con los dedos, cerró los ojos y automáticamente arqueó la espalda.
Él satisfizo su muda súplica, tomando sus pezones en su caliente y húmeda boca. Su lengua jugaba con ellos, y después la atormentó con los dientes hasta que estuvo a punto de gritar de placer. Cuando paró, ella gimió de decepción.
—Lo sé, cielo —murmuró él—. Lo sé. Pero hay que seguir.
Ella abrió los ojos para ver cómo él le quitaba el chaleco, dejando que se deslizara por sus brazos. Lo tiró al suelo y se quedó allí de pie, deslizando su mirada por su cuerpo, con intenciones oscuras.
La idea de que estaba sentada en la mesa del comedor, desnuda de cintura para arriba, dejando a aquel hombre que hiciera lo que quisiera con ella debería haberla llenado de vergüenza. Pero en lugar de eso, lo que sentía era una ola de perversa excitación. Su respiración era agitada y sentía crecer su deseo con toda la fuerza de un río desbocado.
—Eres tan preciosa —dijo él, apartando el pelo de su cara y tomándola entre las manos. Su beso era ligero esta vez y exquisitamente suave. Sus manos también lo eran, mientras acariciaban su garganta. Así que, cuando la tomó por los hombros con mano firme y la tumbó sobre la mesa, lanzó un grito ahogado.
—Confía en mí.
Pronto no sólo estuvo semi–desnuda. Diez segundos más tarde estaba completamente desnuda, su falda y sus braguitas negras arrancadas de su cuerpo, con un experto y rápido movimiento.
Se le ocurrió pensar que tenía mucha experiencia desnudando mujeres y se sorprendió de lo celosa que la hizo sentir aquel pensamiento. Pedro empezó a acariciarla por todo el cuerpo y ella no podía pensar en otra cosa que en sus manos sobre sus pechos, su estómago, sus piernas.
Pronto la consumió la idea de que la tocara aún más íntimamente. Quería sentir sus manos entre sus piernas, quería que tocara aquel punto que era más sensible que el resto de su cuerpo. Pero él tenía otros planes para sus manos, que deslizó por debajo de sus nalgas.
Cuando la levantó ligeramente de la mesa y empezó a inclinar la cabeza, Paula abrió los ojos, sorprendida. Cuando sus labios empezaron a deslizarse hacia abajo, hacia aquel punto que ella había deseado que tocara con las manos, Paula no se lo podía creer. Nunca había experimentado tal intimidad sexual con Facundo.
Pero no podía pararlo. Y, la verdad, es que no quería que parase. Pero las viejas costumbres son difíciles de romper y, durante algunos segundos, el placer fue reemplazado por sentimientos de vergüenza y vulnerabilidad. Gradualmente, no pudo negar la delicia de sus labios y se encontró a sí misma rindiéndose a aquel dulce placer. Su mente, su cuerpo y su corazón parecían a punto de estallar. Nunca había experimentado nada como aquello. Sabía que iba a llegar al clímax sin poder evitarlo. El placer aumentó de intensidad y se rompió en olas de éxtasis; sus gritos ahogados hacían eco en la habitación antes de que finalmente se convirtieran en gemidos de satisfacción. Unos segundos después, se quedó quieta, con los ojos cerrados y sintiéndose llena de una paz que la envolvía entera.
Pedro se irguió para mirarla. Había sido difícil distanciarse de la pasión de ella, pero lo había hecho y, asombrosamente, había encontrado gran satisfacción en hacerlo.
Espectaculares los caps, me encanta esta novela.
ResponderEliminarWuauuuu que capitulos!!!
ResponderEliminarMuy buenos capítulos! arrancaron con todo!
ResponderEliminar