sábado, 16 de julio de 2016

El Niñero: Capítulo 12

—¡Ah, porras! —exclamó cuando se le cayó una tetina al suelo y tuvo que tomar una nueva.

Unos segundos después, se quitó la chaqueta y la tiró sobre el sillón, revelando unos pechos sorprendentemente grandes para una mujer tan delgada, una cintura estrecha y un trasero bien moldeado.

Pedro pensó que era una desgracia que precisamente la hermana de Gonzalo fuera la mujer más atractiva que había visto en muchos años. Tenía todo lo que a él le gustaba en una mujer. Belleza, inteligencia, clase. Y, además, era una mujer con carrera.

Pero también se daba cuenta de que en aquel momento, era una mujer vulnerable. Incluso aunque no hubiera sido la hermana de Gonzalo, eso hubiera hecho que no contara como posible amante. Eso y el hecho de que él no le gustaba nada.

Una pena, pensó mientras ella se acercaba con una humeante taza de café en una mano y en la otra el biberón de Bautista. Sus pechos se movían, invitadores, bajo la camisa blanca, obviamente sin la presión de un sujetador. Pedro deseaba que no hubiera pasado tanto tiempo desde la última vez que estuvo con una mujer. Casi sentía no haberse ido con la rubia del bar.

—No sé cómo puedes tomarlo negro y sin azúcar —dijo, dejando la taza sobre la mesita—. Dame al niño, le pondré en la cuna.

—No, no hagas eso —Bautista era una buena distracción de otros pensamientos más oscuros—. Puede tomarse el biberón aquí, ¿no?

—¿Qué? Ah, sí, claro.

Pedro colocó al niño en el sofá, a su lado, con un almohadón detrás de la cabeza y otro delante, para que no se cayera. Mientras se tomaba el biberón, jugaba con sus piececitos desnudos en los muslos de Pedro; el movimiento como el de un gatito jugando con las patas mientras mamaba de su madre. Aquello parecía calmar al niño y cuando iba por la mitad del biberón, se quedó dormido.

—No me lo puedo creer —dijo Paula, desde detrás de la barra de la cocina—. La verdad es que es increíble lo bien que se lleva contigo. Incluso Mariana no puede con él muchas veces y ella tiene tres hijos y seis nietos.

—Los niños inteligentes son a menudo difíciles —dijo Pedro—. Necesitan estimulación constante y al mismo tiempo orden y disciplina. De otra manera, te toman el pelo. Quizá deberías contratar a alguien que sepa mucho de niños mientras trabajas, alguien con mucha experiencia que esté acostumbrado a cuidar todo tipo de niños.

—¿Quieres decir una niñera?

—Una niñera muy especial para un niño muy especial.

Pedro sentía que Bautista lo era. Un niño inteligente que necesitaba ser cuidado por alguien inteligente. Lo último que le hacía falta era una persona mayor o que lo llevaran a una de esas guarderías en las que había una niñera por cada siete niños. Ya que su padre había muerto y su madre no podía cuidar de él veinticuatro horas al día, la única solución era contratar a una profesional.

—¿Puedes pagar una niñera de verdad? —preguntó—. ¿Una niñera interna?

—Sí, creo que sí.

—Entonces contrata una. Desde luego, Mariana no podrá cuidarlo durante un tiempo. Y, la verdad, yo no creo que sea la persona más adecuada para el trabajo.

—¿No me digas? —preguntó Paula con cierta ironía.

A Pedro no le importaba que creyera que era un impertinente. El bienestar del niño era lo más importante.

—Sí, te digo —devolvió él, con el mismo tono—. Estoy seguro de que has hecho todo lo que has podido, pero no es suficiente. Los niños como Bautista necesitan una mano firme y al mismo tiempo mucho amor y atención.

—¿Y tú crees que una empleada haría eso?

—¿Qué alternativa tienes? ¿Vas a dejar de trabajar y cuidarlo tú misma?

—¿No crees que me encantaría poder hacerlo? ¿No crees que me siento culpable, que me siento una madre desastrosa? Al menos, soy suficientemente honrada como para enfrentarme con mis propios defectos.

—Yo no creo que seas una madre desastrosa —dijo Pedro, suavemente—. Creo que has hecho lo que has podido con muy poca ayuda. Pero está claro que no puedes cuidar a Bautista sola. Necesitas ayuda profesional.

—Gracias por el consejo, —contestó ella— pero aunque te estoy agradecida por la ayuda, no creo que esto sea asunto tuyo, ¿no te parece?

Pedro no contestó rápidamente. Tenía razón, por supuesto. No era asunto suyo, pero le resultaba muy difícil no intentar ayudar. Paula y Bautista despertaban su instinto protector masculino; lo que en circunstancias normales le hubiera hecho salir corriendo. Se tenía prohibido a sí mismo cualquier compromiso sentimental.

Entonces, ¿Por qué no salía corriendo? ¿Por qué no desaparecía de allí?


2 comentarios:

  1. Muy buenos capítulos! me dejaron con ganas de leer más!

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  2. Ayyyyyyyyyyy, qué lindos caps, cada vez más atrayente esta historia. Es tierna.

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