jueves, 30 de junio de 2022

Atracción: Capítulo 32

 –¿Quieres tomar algo antes de ir al aeropuerto?


–¿Qué te hace pensar que me voy ahora?


–He dado por sentado que querías irte a casa.


–Mi casa es un ático de tres mil metros cuadrados en el centro de Boise. Me viene bien este cambio. No tengo prisa.


–Puedes cenar conmigo si quieres. Voy a hacer perritos calientes.


–Perritos calientes.


–¿Los prefieres de otra manera? ¿Qué tal unos Dachshund? Estamos en un concurso canino. Tiene sentido tomar una comida temática.


–¿Y qué más hay en el menú?


Paula se rió con la mirada.


–Ensalada de repollo Saluki, alubias de sabueso y patatas fritas a la pekinesa. ¡Oh! Y galletitas Corgi de postre.


–¿En serio?


–Y también hay brownis de Boyero de Berna.


–Vaya lista de nombres así de repente –dijo Pedro.


–No está mal. Muy bien, si te digo la verdad.


–Me has convencido. Me quedo. Volveré a Boise después de cenar para poder desayunar con la abuela mañana.


Un pánico repentino se reflejó en la mirada de Paula durante un instante.


–Perfecto. Tú ganas. Yo gano –se mordió el labio inferior.


–Esos son mis juegos favoritos. 


Después de cenar, Paula se paró frente al fregadero de la caravana. Metió los platitos de papel y los cubiertos de plástico en la bolsa de la basura. Mantenía la sonrisa, pero la tensión hacía estragos en su interior. Le miró por encima del hombro.


–Ya casi he terminado –dijo.


Pedro estaba sentado en uno de los butacones de cuero, con las piernas cruzadas a la altura de los tobillos. La miraba fijamente.


–Ya habrías terminado si me hubieras dejado ayudarte –dijo él.


Paula metió las sartenes, ya secas, en el mueble de arriba.


–No me has dejado ayudarte en la cocina, pero... ¿Qué pasa con los perros?


–Tengo que sacarlos a pasear –miró el reloj del microondas.


Pedro se puso en pie.


–Voy contigo.


–¿Y qué pasa con tu vuelo?


–He venido en el jet de la abuela –dijo, dando un paso hacia ella–. No tengo hora de salida.


–Vaya –le enseñó el recipiente de plástico que contenía las galletitas sobrantes–. ¿Quieres más?


–Si como algo más, necesitaré una grúa para salir de aquí – Pedro se tocó el vientre–. Se me había olvidado lo ricos que están los perritos calientes.


–Debe de ser todo un cambio teniendo en cuenta la alta cocina a la que estás acostumbrado.


–Lo más sofisticado que como son costillas. En lo de la comida he salido a mi abuelo. Él siempre fue de carne con patatas. A la abuela no le hacía mucha gracia. Siempre le ha gustado experimentar en la cocina, igual que en el laboratorio. Cuando era niño terminábamos con dos cenas. Una de ellas la hacía nuestra cocinera, y era para mi abuelo, y la otra, más sofisticada, era para mi abuela.


–¿Y qué comías tú?


–Ambas. Probaba todo lo que la abuela cocinaba.


–Eso suena bien –Paula sintió una punzada de envidia–. Mis padres tenían varios trabajos, así que lo de comer juntos era imposible.


–Debió de ser duro.


Ella guardó silencio.


–¿Por qué no les invitas a casa de la abuela un día?


–Ya me lo dijo Betty, pero no tienen los mismos días libres. Les he mandado fotos. Mi padre quedó muy impresionado con los jardines. Su sueño siempre ha sido tener un césped que cortar.


Paula salió de la caravana y Pedro fue tras ella. El sol se estaba ocultando en el horizonte. Las farolas ya se habían encendido. Sus vidas eran tan distintas, demasiado distintas. Paula sabía que debía tenerlo presente en todo momento. 


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